LOS ANCIANOS: DEPÓSITO DE LA MEMORIA Y DE LA FE DEL PUEBLO

Texto: Lucas 2,25-32

El Evangelio que se ha proclamado nos ofrece algunas pautas interesantes para reflexionar en lo que he querido titular “Los ancianos: depósito de la memoria y de la fe del pueblo”.

1. La narración de Lucas se ubica ocho días después del nacimiento de Jesús, día en el que tiene lugar la circuncisión, rito en el que al varón recién nacido se le cortaba el prepucio para marcar así su pertenencia a la Alianza que Dios había pactado con Moisés al momento de consagrar a Israel como el pueblo de su herencia. La escena ocurre en el Templo de Jerusalén, corazón de la adoración judía y casa de Dios. Es interesante que en el mismo lugar converja tanto la esperanza de la llegada del Mesías como su misma presencia. En el Templo se encuentra Simeón, a quien el narrador lo califica como “honrado y piadoso, que esperaba la liberación de Israel y que se dejaba guiar por el Espíritu Santo” (Lc 2,25). La tradición cristiana lo ve como un anciano, aunque el texto no lo dice. Pero quisiera servirme de esta tradición para ver en Simeón a aquel que guarda las promesas hechas a Israel sobre la llegada del Salvador, promesas que se manifiestan en su oración de alabanza:

“porque mis ojos han visto la salvación, que has dispuesto ante todos los pueblos…” (Lc 2,30)

La salvación que es identificada con una luz que alumbra a todos los pueblos nos pone en sintonía con la universalidad del mensaje de liberación que el niño Jesús nos ofrece. El don de la gracia que proviene de Dios no conoce lenguas, razas, naciones, confesiones religiosas, colores políticos, orientaciones sexuales o estatus socioeconómico. Es puramente don, gratuidad, novedad, evangelio. Simeón, el anciano que aguarda las promesas lo proclama movido por el Espíritu Santo, por aquél que dinamiza la tradición y la salvación. Primera consecuencia: la Iglesia no debe olvidar nunca que el Dios en el que hemos puesto nuestra fe es un Dios libre que actúa movido por pura bondad y misericordia.

2. La escena de Lucas pone palabras de alabanza en la persona de un anciano. Esto me lleva a pensar ¿cómo compatibilizar la palabra dicha por Simeón con los ancianos que son silenciados por esta cultura del descarte, como la llama Francisco, Obispo de Roma? En el encuentro que Francisco tuvo con los jóvenes argentinos con ocasión de su viaje a Río de Janeiro el 25 de Julio del 2013, sostuvo: “esta civilización mundial se pasó de rosca, porque es tal el culto que se ha hecho al dios dinero, que estamos presenciando una práctica de exclusión de los dos polos de la vida que son las promesas de los pueblos. Exclusión de los ancianos (…) no se cuida a los ancianos, no se los deja hablar, no se los deja actuar”

¿Cómo compatibilizar pues a Simeón, anciano ícono de la tradición del Pueblo judío, tradición que era el orgullo nacional, con los Simeón de hoy, hombres y mujeres obligados a callar y que son víctimas de pensiones de vejez míseras y que viven hacinados en hogares de muerte? ¿Cómo hablar de la palabra pronunciada si en nuestro Chile presenciamos muertes en salas de espera de tantos ancianos que esperaron una segunda oportunidad?

El texto de Lucas dice que Simeón comienza su alabanza diciendo: “ahora puedes dejar que tu siervo muera en paz” (Lc 2,29). Quizás la oración de los Simeón de hoy sería: Señor, lo único que te pido es poder morir en paz, morir con dignidad, morir habiendo gozado una pensión que me hubiese alcanzado para más, morir habiendo sido atendido en los consultorios y en las salas de emergencias de los hospitales, morir en compañía de los míos, no en un hogar siendo maltratado por inescrupulosos. Simeón agradece a Dios el haber visto el cumplimiento de las promesas de Dios. A los Simeón de nuestra cultura del descarte muchos nuevos dioses les han prometido el cielo y la tierra, pero sólo promesas que son vacías.

El Papa nos dice: “y los viejos abran la boca y enseñennos, transmítanos la sabiduría de los pueblos (…) no claudiquen de ser la memoria del pueblo” y diciéndoles a los jóvenes y hoy a nosotros “no se metan contra los viejos, déjenlos hablar, escúchenlos”.

Que en las proximidades del año de la Misericordia podamos tener prácticas de compasión y fraternidad con estos depósitos de la memoria de nuestro pueblo, porque un pueblo sin memoria no tiene derecho al futuro. Que este Jubileo sea un verdadero tiempo de gracia, especialmente para los silenciados, rompiendo las estructuras ideológicas de la cultura del descarte en la cual rige el dios dinero y el dios exclusión.

María, defensora de los pobres y compañera de los ancianos, ruega por nosotros y por nuestros ancianos, depósito y memoria de la fe del pueblo. Amén.
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