Siento que Jesús escuchó mi oración, como la de tantos y tantos creyentes en Él ARMASTE LA DE DIOS ES CRISTO, FRANCISCO

Para mí Francisco ha sido un profeta

La RAE me documenta que la frase que encabeza mi reflexión tiene su origen en los violentos enfrentamientos y discusiones acaloradas durante el Concilio de Nicea, primer Concilio Ecuménico de la Iglesia, sobre la naturaleza humana y divina de Cristo. (¿Será así el cónclave?) Esto me da pie para perfilar mi visión sobre la naturaleza humana, y divina, de Francisco como Papa.

El 24 -febrero - 2013, Rufo, en este su blog, nos invitaba a hacer una oración por el entonces futuro Papa. Allí dejé yo mi comentario y aquí dejo constancia de mi plegaria:

          Hermano Jesús: Tú soplaste sobre tus discípulos infundiéndoles Tu Espíritu. Exhala también ese Santo Soplo sobre el nuevo Pedro que presidirá tu Iglesia en la comunión. Que no ceda a las tentaciones del poder, ni a los honores y dignidades, ni a títulos santificadores ni prerrogativas exclusivas y excluyentes. Que sea reflector de la fe y de la unidad; no centro de latría. Que no empuñe ni se apoye en el báculo de la autoridad, sino en el del servicio. Que no se afiance en la cátedra de Pedro para imponer doctrinas y cargas que no podrán soportar tus seguidores, humilde hermano Jesús. Tú, Jesús, subiste al monte, y en presencia de tus discípulos viviste una transfiguración; envía tu Santo Soplo para que tu Iglesia, apoyada en la roca del nuevo Pedro, se transfigure, se vuelva reluciente, sin opacidades, rescatando el olvidado Concilio Vaticano II que se abrió al gozo y esperanza de la humanidad con sus problemas para sentirlos, asumirlos y transformarlos. Hermano Jesús, envía tu Espíritu, que renueve la faz de tu Iglesia.

Siento que Jesús escuchó mi oración, como la de tantos y tantos creyentes en Él.

La llegada de Francisco marcó un periodo relevante en la Iglesia. Sus gestos, sus encíclicas y escritos, homilías y alocuciones desde el comienzo de su pontificado nos lo han demostrado. Francisco preconizó claramente un cambio de ciclo. Ha dejado bien clara cuál fue su actitud en el gobierno de la Iglesia en una situación tan trascendental para recuperar la perdida credibilidad de la Institución. Comenzó por rescatar el proyecto evangélico. Lo afirmó él mismo en su entronización. Eligió el nombre de Francisco, inspirado en el santo de Asís, porque deseaba “una Iglesia pobre y para los pobres”. El de Asís percibió una voz que le apremiaba: “Francisco, ve y repara mi iglesia”. El mandato no era restaurar un edificio, sino reformar la institución Iglesia. Francisco sintió también ese apremio y comenzó por remover los pilares de la Curia romana; erradicó con tolerancia cero los escándalos de pederastia; arremetió contra el fraude y la corrupción con el saneamiento de la banca vaticana; zarandeó con fuerza al "capitalismo salvaje, causante de la crisis mundial, censurando los despotismos financieros y propiciando la solidaridad y la justicia social.

Cuando leí la “Evangelii Gaudium”, lo intuí. Para mí Francisco ha sido un profeta. La vocación profética se percibe bajo la influencia de una elección personal de Dios. En muchos casos se especifica que “son elegidos desde el vientre de su madre”. Las vocaciones proféticas son cauces de la fuerza de Dios. El llamamiento va siempre ligado a un servicio a los hombres y mujeres del pueblo. El profeta es un “servidor de Dios”; y como servidor de Dios es llamado también a “servir a los hombres”. Su estilo no es el de la soberbia, el poder o la dominación; es el camino del servicio al pueblo.

Francisco, venido de la periferia geográfica, apostó por la “periferia humana”; estimuló con insistencia a los creyentes a salir a las periferias de la vida, al encuentro de los más pobres y menesterosos. “Una Iglesia en salida”. Por eso, removió el clericalismo, el funcionariado de lo sagrado, una estirpe acomodada en la fastuosidad, en la ostentación, en el lucimiento; instalada con frecuencia en la hipocresía; inclinada más a la condena que a la comprensión y la tolerancia; que busca el poder para trepar... Francisco quería “pastores con olor a oveja”. El papado, divinizado en épocas anteriores, rozando la latría, se humanizó en Francisco con sus gestos sencillamente cercanos a los más débiles... La gran fuerza de Francisco fue su propio carisma, su humanidad.

Desde que él llegó al pontificado, la Iglesia ofreció un rostro distinto. Impulsó una “Iglesia sinodal” en la que los seglares fueran escuchados y situados en primera fila; que no ocuparan el estrato más bajo en la pirámide jerárquica, avasallado por dignidades y monseñoríos. Soñó con “desmasculinizar” la Iglesia con la tímida apuesta por valorar a la mujer e integrarla en importantes puestos en las instituciones eclesiales. Concedió que los divorciados y vueltos a casar pudieran acercarse a la Eucaristía y la bendición a parejas homosexuales… Reconozco que me he sentido defraudado por alguna de sus decisiones; en concreto, por su timorata actitud ante la posibilidad de que las mujeres accedan a los ministerios, del frustrado celibato opcional, de la total integración, no solo acogida, de los “sexualmente diferentes”, pero tampoco trancó puertas y ventanas con los siete candados de la “doctrina”. Dentro derribó muros, fuera los condenó.

Francisco provocó desconcierto, no dejó a nadie indiferente. Fue consciente de que estaba instalado en un verdadero avispero. Sabía que liderar la renovación en la Iglesia le iba a costar (nunca mejor dicho) Dios y ayuda. Fue, sin embargo, el compromiso que, conscientemente, asumió y aceptó con su nombramiento como obispo de Roma. Para unos era un valiente revolucionario decidido; para otros un tímido cobarde irresoluto.

La más hostil amenaza, que vino desde dentro, de los nostálgicos, se vinculó al riesgo de la división eclesial, traducida en la posibilidad de un cisma. Un intento manipulador de los ultra conservadores fanáticos anti Francisco.

“Rezad por mí” era su petición favorita. Creo que, sin idealizarlo ni proclamarlo “santo súbito”, deberíamos no “rezar por él”, sino “rezarle a él”; agradecerle su vida entre nosotros y que interceda ante el Espíritu Santo para que el próximo Papa consolide su legado.

La Iglesia no era su mundo. Su mundo era el “Mundo”.

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