DOMINGO 3º DE PASCUA C (10.04.2016): El amor no rompe la Iglesia
Introducción: “Y aunque eran tantos, no se rompió la red” (Jn 21,1-19)
La misión en marcha
El capítulo 21 es un añadido al texto primitivo del cuarto evangelio. Se cree redactado por un discípulo de Juan. Se completa la misión eclesial en la figura de Pedro, pastor universal, y en el discípulo Amado que con sus carismas también construye la misma Iglesia. Se menciona a siete discípulos (se pensaba que los pueblos del mundo eran setenta) para indicar que es una comunidad (“juntos”) del futuro, para toda la humanidad, católica o universal. Jesús se manifiesta al aire libre, a la orilla del mar, en plena actividad misionera. La pesca es figura de la misión, tanto por el número de discípulos como por el lugar de la misión: el lago-mar de Tiberíades, nombre pagano del lago. Es la misión entre no judíos.
La presencia de Jesús hace fecunda la misión
A Jesús lo reconoce antes el discípulo Amado y lo revela a Pedro: “es el Señor”. Pedro, desnudo... se ató la túnica y se echó al agua. Así expresa el cambio de actitud: se viste la túnica de servicio hasta dar la vida. Jesús pone brasas y pan, y les pide el fruto de su trabajo, los peces. El alimento de Jesús y el alimento de los discípulos forman la Iglesia. El amor de Jesús a cada uno y el amor de cada uno a los demás son imprescindibles.
Ciento cincuenta y tres peces
Tres unidades de cincuenta son tres comunidades del Espíritu (los grupos de profetas se componen de “cincuenta hombres adultos”: 1Re 18,4.13; 2Re 2,7). Tres, número definitivo, símbolo de la divinidad (Gn 18,2; Is 6,3: el tres veces santo) está referido a Jesús resucitado, multiplicador de las comunidades. La red no se rompe, a pesar de tantos, unidos y diversos. Todos son fruto y alimento del mismo amor. A todos los invita al almuerzo: se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. En el símbolo del pan y el pescado compartidos se hace presente Jesús resucitado y nos alimenta para asimilarnos a él, para que vivamos con su mismo amor. El amor no rompe la Iglesia. Es el poder y el dominio, con sus normas, los ritos, los dogmas..., lo que divide y enfrenta. El amor construye, profundiza y arraiga la vida, respeta y alimenta la libertad, llena como Dios (Ef 3, 14-19).
Después de comer dice a Pedro ante la comunidad: “¿Me amas más que éstos?”
Con esta condición –amor de identificación- le encomienda sus ovejas, para que las apaciente con su mismo amor. Nada de dominio, sino “de servicio desinteresado, responsabilizado ante el Señor de la Iglesia y ejercido en humilde fraternidad. Un primado en el Espíritu de Cristo Jesús, no en el espíritu del imperialismo romano orlado de religiosidad” (H. Küng, Ser cristiano. Ed. Cristiandad. Madrid 1977, pág. 632-639).
Pero Pedro sigue teniendo tentaciones
En el resto del capítulo 21, que no se lee hoy, Pedro pregunta al ver a Juan: “Señor, y de éste ¿qué?”. Jesús le corrige enseguida: “¡A ti qué te importa!... Tú, sígueme”. Es decir, tú ama, cuida con amor..., pero no quieras dominar ni controlar a los demás, no impongas modelos y rutas tuyas, como si fueran de Jesús, único camino y modelo. Hay otras rutas y destinos que escapan a tu control. Puede haber relaciones especiales con Jesús. El amor pastoral respeta la memoria de Jesús y la libertad de los hijos de Dios. Proceder que la Iglesia, sus dirigentes, no han respetado a lo largo de los siglos. Ejemplos: unir obligatoriamente ministerio y celibato, el trato a los pecadores, la elección de dirigentes, el vestido eclesiástico, el papel de los no clérigos, la marginación de la mujer, títulos y dignidades, etc., son claros ejemplos de imposición no evangélica, al margen de Jesús. Eso sigue dividiendo y enfrentando.
Oración: “Y aunque eran tantos, no se rompió la red” (Jn 21,1-19)
Seguimos, Señor Jesús, celebrando tu presencia resucitada:
descubriéndote en el servicio a los hermanos;
compartiendo la misión de reunir a los que van creyendo;
invitándoles a seguir echando las redes;
preparando el alimento que les sustente en la tarea;
dándoles tu misma vida, tu aliento, tu Espíritu;
responsabilizando a Pedro para que los apaciente con tu amor.
Vemos, Jesús de todos, que no abandonas a los discípulos:
les visitas mientras “juntos” forman una comunidad abierta al futuro, universal;
trabajan al aire libre, a la orilla del mar, a la intemperie;
anuncian tu evangelio a los no creyentes.
Tu presencia hace fecunda la misión:
suelen percibirlo antes quienes sienten más tu amor;
quienes tienen el calor de las brasas de tu Espíritu;
quienes viven con entrañas y actitudes de servicio;
quienes entregan su vida de forma más decidida y plena;
quienes se nutren del Pan que fortalece y asimila contigo;
quienes cogen los “peces” en la red amorosa que no se rompe.
Y así, Jesús de la Iglesia, construimos las comunidades cristianas:
con tu alimento y con el alimento de los discípulos;
con tu amor a cada uno y el amor de cada uno a ti y a los demás;
con la libertad del Espíritu, sin dominio y sumisión...
Así haces Tú la Iglesia, estrechando a cada uno con tu amor gratuito:
la Iglesia, cada cristiano, se hace Tú, amando, sobre todo, a los más débiles;
la red no se rompe, a pesar de tantos, unidos y diversos;
todos, fruto y alimento del mismo amor y libertad.
A todos los invitas: “vamos, almorzad”:
el signo del pan y el pescado compartidos te hace realmente presente;
“todos sabían bien que era el Señor”;
te acercas, tomas el pan y se lo das, y lo mismo el pescado;
al comerlo, los alimentas con tu vida entregada;
los asimilas para que puedan vivir con tu mismo amor.
Después de comer te diriges a Pedro en presencia de la comunidad:
por tres veces le preguntas: “¿Me amas más que éstos?”.
Con esta condición –identificación amorosa contigo- le encomiendas tus ovejas,
para que las apaciente con tu mismo amor.
Nada de dominio, ni hacerse llamar Señor, Bienhechor..., “nada de eso”;
sino servicio desinteresado, responsabilizado de tu evangelio,
y ejercido en humilde y sencilla fraternidad.
Jesús de la Iglesia, mucho le costó a Pedro entender tu pastoreo:
a tus grandes promesas responde con infracciones serias de tu amor:
- “tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”,
“quítate de mi vista..., tu piensas como los hombres no como Dios”;
- “he pedido por ti para que tu fe no se apague... da firmeza a tus hermanos”,
“no cantará el gallo antes que tres veces hayas negado conocerme”;
- “apacienta mis ovejas”,
- “Señor, y de éste ¿qué?.
- ¡A ti qué te importa!... Tú, sígueme” (Mt 16,18s; 16,22s; Lc 22,32; 22,34; Jn 21,15-23).
Que los responsables de tus comunidades tengan tu mismo corazón:
no quieran dominar ni controlar a los demás;
no impongan modelos y rutas inventadas por ellos;
amen sin medida y den la vida por los hermanos, como Tú:
inviten a seguir tu Espíritu de amor y libertad.
Rufo González
La misión en marcha
El capítulo 21 es un añadido al texto primitivo del cuarto evangelio. Se cree redactado por un discípulo de Juan. Se completa la misión eclesial en la figura de Pedro, pastor universal, y en el discípulo Amado que con sus carismas también construye la misma Iglesia. Se menciona a siete discípulos (se pensaba que los pueblos del mundo eran setenta) para indicar que es una comunidad (“juntos”) del futuro, para toda la humanidad, católica o universal. Jesús se manifiesta al aire libre, a la orilla del mar, en plena actividad misionera. La pesca es figura de la misión, tanto por el número de discípulos como por el lugar de la misión: el lago-mar de Tiberíades, nombre pagano del lago. Es la misión entre no judíos.
La presencia de Jesús hace fecunda la misión
A Jesús lo reconoce antes el discípulo Amado y lo revela a Pedro: “es el Señor”. Pedro, desnudo... se ató la túnica y se echó al agua. Así expresa el cambio de actitud: se viste la túnica de servicio hasta dar la vida. Jesús pone brasas y pan, y les pide el fruto de su trabajo, los peces. El alimento de Jesús y el alimento de los discípulos forman la Iglesia. El amor de Jesús a cada uno y el amor de cada uno a los demás son imprescindibles.
Ciento cincuenta y tres peces
Tres unidades de cincuenta son tres comunidades del Espíritu (los grupos de profetas se componen de “cincuenta hombres adultos”: 1Re 18,4.13; 2Re 2,7). Tres, número definitivo, símbolo de la divinidad (Gn 18,2; Is 6,3: el tres veces santo) está referido a Jesús resucitado, multiplicador de las comunidades. La red no se rompe, a pesar de tantos, unidos y diversos. Todos son fruto y alimento del mismo amor. A todos los invita al almuerzo: se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. En el símbolo del pan y el pescado compartidos se hace presente Jesús resucitado y nos alimenta para asimilarnos a él, para que vivamos con su mismo amor. El amor no rompe la Iglesia. Es el poder y el dominio, con sus normas, los ritos, los dogmas..., lo que divide y enfrenta. El amor construye, profundiza y arraiga la vida, respeta y alimenta la libertad, llena como Dios (Ef 3, 14-19).
Después de comer dice a Pedro ante la comunidad: “¿Me amas más que éstos?”
Con esta condición –amor de identificación- le encomienda sus ovejas, para que las apaciente con su mismo amor. Nada de dominio, sino “de servicio desinteresado, responsabilizado ante el Señor de la Iglesia y ejercido en humilde fraternidad. Un primado en el Espíritu de Cristo Jesús, no en el espíritu del imperialismo romano orlado de religiosidad” (H. Küng, Ser cristiano. Ed. Cristiandad. Madrid 1977, pág. 632-639).
Pero Pedro sigue teniendo tentaciones
En el resto del capítulo 21, que no se lee hoy, Pedro pregunta al ver a Juan: “Señor, y de éste ¿qué?”. Jesús le corrige enseguida: “¡A ti qué te importa!... Tú, sígueme”. Es decir, tú ama, cuida con amor..., pero no quieras dominar ni controlar a los demás, no impongas modelos y rutas tuyas, como si fueran de Jesús, único camino y modelo. Hay otras rutas y destinos que escapan a tu control. Puede haber relaciones especiales con Jesús. El amor pastoral respeta la memoria de Jesús y la libertad de los hijos de Dios. Proceder que la Iglesia, sus dirigentes, no han respetado a lo largo de los siglos. Ejemplos: unir obligatoriamente ministerio y celibato, el trato a los pecadores, la elección de dirigentes, el vestido eclesiástico, el papel de los no clérigos, la marginación de la mujer, títulos y dignidades, etc., son claros ejemplos de imposición no evangélica, al margen de Jesús. Eso sigue dividiendo y enfrentando.
Oración: “Y aunque eran tantos, no se rompió la red” (Jn 21,1-19)
Seguimos, Señor Jesús, celebrando tu presencia resucitada:
descubriéndote en el servicio a los hermanos;
compartiendo la misión de reunir a los que van creyendo;
invitándoles a seguir echando las redes;
preparando el alimento que les sustente en la tarea;
dándoles tu misma vida, tu aliento, tu Espíritu;
responsabilizando a Pedro para que los apaciente con tu amor.
Vemos, Jesús de todos, que no abandonas a los discípulos:
les visitas mientras “juntos” forman una comunidad abierta al futuro, universal;
trabajan al aire libre, a la orilla del mar, a la intemperie;
anuncian tu evangelio a los no creyentes.
Tu presencia hace fecunda la misión:
suelen percibirlo antes quienes sienten más tu amor;
quienes tienen el calor de las brasas de tu Espíritu;
quienes viven con entrañas y actitudes de servicio;
quienes entregan su vida de forma más decidida y plena;
quienes se nutren del Pan que fortalece y asimila contigo;
quienes cogen los “peces” en la red amorosa que no se rompe.
Y así, Jesús de la Iglesia, construimos las comunidades cristianas:
con tu alimento y con el alimento de los discípulos;
con tu amor a cada uno y el amor de cada uno a ti y a los demás;
con la libertad del Espíritu, sin dominio y sumisión...
Así haces Tú la Iglesia, estrechando a cada uno con tu amor gratuito:
la Iglesia, cada cristiano, se hace Tú, amando, sobre todo, a los más débiles;
la red no se rompe, a pesar de tantos, unidos y diversos;
todos, fruto y alimento del mismo amor y libertad.
A todos los invitas: “vamos, almorzad”:
el signo del pan y el pescado compartidos te hace realmente presente;
“todos sabían bien que era el Señor”;
te acercas, tomas el pan y se lo das, y lo mismo el pescado;
al comerlo, los alimentas con tu vida entregada;
los asimilas para que puedan vivir con tu mismo amor.
Después de comer te diriges a Pedro en presencia de la comunidad:
por tres veces le preguntas: “¿Me amas más que éstos?”.
Con esta condición –identificación amorosa contigo- le encomiendas tus ovejas,
para que las apaciente con tu mismo amor.
Nada de dominio, ni hacerse llamar Señor, Bienhechor..., “nada de eso”;
sino servicio desinteresado, responsabilizado de tu evangelio,
y ejercido en humilde y sencilla fraternidad.
Jesús de la Iglesia, mucho le costó a Pedro entender tu pastoreo:
a tus grandes promesas responde con infracciones serias de tu amor:
- “tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”,
“quítate de mi vista..., tu piensas como los hombres no como Dios”;
- “he pedido por ti para que tu fe no se apague... da firmeza a tus hermanos”,
“no cantará el gallo antes que tres veces hayas negado conocerme”;
- “apacienta mis ovejas”,
- “Señor, y de éste ¿qué?.
- ¡A ti qué te importa!... Tú, sígueme” (Mt 16,18s; 16,22s; Lc 22,32; 22,34; Jn 21,15-23).
Que los responsables de tus comunidades tengan tu mismo corazón:
no quieran dominar ni controlar a los demás;
no impongan modelos y rutas inventadas por ellos;
amen sin medida y den la vida por los hermanos, como Tú:
inviten a seguir tu Espíritu de amor y libertad.
Rufo González