¿Los rigoristas reconocerán el legado de Bergoglio o buscarán un nuevo anatema para el Papa Prevost? León XIV y la ilusión conservadora: ¿el fin de un espejismo?

Papa de la primavera
Papa de la primavera

"Muchos conservadores se han aferrado —y se aferran— a la fantasía de una restauración paulatina del ‘siempre se hizo así’"

"Ven en la sobriedad y la moderación de León XIV signos inequívocos de una 'corrección discreta', una suerte de vuelta al orden, al Derecho Canónico y a la doctrina entendida en clave restrictiva y segura"

"Los cambios de ciclo en la Iglesia no son bruscos y suelen durar más de un pontificado. Por ejemplo, del ciclo reformador conciliar de Juan XXIII y Pablo VI se pasó al involutivo de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Y de este último, al primaveral de Francisco, que continuará León XIV"

En los mentideros eclesiásticos antiFrancisco, nunca desaparece del todo la esperanza -o ilusión, según se mire- de que, con cada nuevo pontífice, soplen por fin vientos más afines a los deseos de los sectores más conservadores de la Iglesia. No podía ser menos a la llegada de León XIV, recibido por los llamados rigoristas -como los bautizó Bergoglio-con un suspiro de alivio y una mirada expectante: ¿sería por fin el Papa que vendría a corregir, aunque fuera entre líneas y con guante blanco, los “errores” (y hasta las ‘herejías’) atribuidos a su carismático predecesor?

El espejismo de la restauración

Desde la Curia romana (que siempre detestó a Francisco, que les vapuleaba para que dejasen de ser clericales y simples funcionarios de lo sagrado) hasta los foros digitales ultramontanos, muchos conservadores se han aferrado —y se aferran— a la fantasía de una restauración paulatina del ‘siempre se hizo así’.

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León XIV
León XIV

Ven en la sobriedad y la moderación de León XIV signos inequívocos de una “corrección discreta”, una suerte de vuelta al orden, al Derecho Canónico y a la doctrina entendida en clave restrictiva y segura. Interpretan cualquier matiz tradicional en los gestos o lenguaje del Papa como el inicio de un “nuevo ciclo”, aun cuando esos gestos sean, en realidad, guiños a la unidad o al abrazo de la totalidad católica.

Los ultras piensan así por una serie de razones:

El cambio de estilo: Menos titulares, menos gestualidad y menor exposición mediática son leídos como síntoma de desmarque respecto a Francisco.

La cautela en las reformas: El ritmo prudente de los cambios estructurales es interpretado como “freno” al impulso transformador anterior.

Gestos litúrgicos o simbólicos: La recuperación (aunque sea circunstancial) de ciertos usos tradicionales (muceta, estola) alimenta la narrativa de la restauración.

Falso antagonismo: El deseo de contraste les lleva a ver rupturas tajantes, donde sólo hay matices o prudencia pastoral.

Francisco y Prevost

¿Cuánto les durará la ilusión a los ilusos?

La historia enseña que este espejismo tiene las patas cortas, porque, normalmente, los cambios de ciclo en la Iglesia no son bruscos y suelen durar más de un pontificado. Por ejemplo, del ciclo reformador conciliar de Juan XXIII y Pablo VI se pasó al involutivo de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Y de este último, al primaveral de Francisco, que continuará León XIV.

En este sentido, la realidad es tozuda: el nuevo Papa mantiene la primavera sinodal, apuesta por la reforma en la participación laical y en la inclusión, y defiende la misericordia y el diálogo como ejes insustituibles en su apuesta por la paz y por la unidad.

A medida que los nombramientos curiales, los primeros documentos y los grandes gestos vayan confirmando la continuidad de fondo y no una restauración de formas, la burbuja conservadora irá pinchándose. Los más lúcidos entre los rigoristas ya empiezan a asumirlo, aunque a regañadientes: León XIV no es el Papa de la marcha atrás, sino de la serie reformista, sin estridencias pero sin retrocesos.

¿Y después, qué? Entre el desencanto y el anatema

Llegará entonces el momento de “caer del caballo” para los conservadores. Algunos, con honestidad intelectual, dejarán de llamar hereje a Francisco y —quizás en voz baja— reconocerán el calado espiritual y pastoral de su pontificado. Aceptarán, aunque a regañadientes, que la Iglesia no quiere ni puede desandar el camino recorrido.

Primavera

Pero, si la historia se repite, otro sector más rigorista dentro del conservadurismo buscará un nuevo objetivo para su descontento: pasarán de ver a León XIV como restaurador a etiquetarlo de traidor o, peor aún, prolongador de los errores “bergoglianos” y su discípulo predilecto.

Habrá, por lo tanto, quienes –desilusionados– anatematicen también al nuevo Papa, elevando la pureza doctrinal por encima de la comunión eclesial y repitiendo la vieja táctica de “outsiders” eternamente desencantados. Un círculo sin fin de miedos y rupturas, alimentado más por los miedos que por la realidad pastoral y eclesial.

Lo cierto es que la primavera del Espíritu no se detiene con mudanzas de estilo ni con cambios de inquilino en el papado. León XIV continuará la obra de Francisco, con su propio ritmo y personalidad, pero sin vuelta atrás. Tarde o temprano, los rigoristas tendrán que volver a convivir (o seguir conviviendo) con la Iglesia real, diversa, abierta y en salida que se construye desde y para todos.

Y quizás aprendan —con humildad— que la historia nunca marcha en círculos perfectos hacia atrás, sino que avanza, a veces a paso lento, pero siempre guiada por el mismo Espíritu que ya derritió tantas ilusiones de restauración. Porque nadie puede parar la primavera en primavera y, sobre todo, en alas del Espíritu.

Primavera del Espíritu

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