Crónica de la peregrinación a Compostela de reclusos de la cárcel de Navalcarnero Cuando el camino se hace vida

Llegada del grupo a Santiago
Llegada del grupo a Santiago Javier Sánchez, capellán de la cárcel de Navalcarnero

"Este año, como todos los años, desde hace ya quince años, hemos hecho nuestro camino de Santiago con un grupo de 25 personas, donde hemos intentado caminar “desde la vida”. Siempre lo hacemos con personas privadas de libertad desde la cárcel de Navalcarnero, con familiares que quieren o pueden unirse, con voluntarios que acudimos a la prisión durante el año y con personas de la parroquia que, al enterarse, quieren también participar de la experiencia"

" Durante el camino, siempre pueden surgir imprevistos de todo tipo, imprevistos con los que no contamos: una cuesta que supone más esfuerzo, un momento este año de calor o en otros años de lluvia, un dolor de algún tipo, una torcedura de pie…"

"Los que hacemos el camino de Santiago somos personas, seres humanos, con diferentes problemáticas, con diferentes vidas, con diferentes ilusiones y sufrimientos, pero con ganas y energías de pasar unos días en común, de compartir, de reír y llorar juntos, de cansarnos, de enfadarnos en algún momento, de llevar cada uno nuestra mochila… "

"Tengo que reconocer que me emocioné cuando vi a uno de nuestros chavales de Navalcarnero salir a proclamar la segunda lectura, y, encima, con la camiseta de este año que decía “Palestina libre”. Pensé en cuánta gente iba a escucharlo y cuánta gente iba a ver nuestro eslogan"

Quizás suena a algo ya sabido y conocido cuando hablamos del Camino de Santiago, porque siempre decimos que el camino es “como la vida misma”, porque en ese camino que vamos recorriendo juntos, hacia la meta final del encuentro en la catedral de Santiago. En el fondo vamos poniendo un poco en juego todo lo que es nuestra vida, incluso nos encontramos con situaciones parecidas a las que vivimos en la vida de cada día.

 Este año, como todos los años, desde hace ya quince años, hemos hecho nuestro camino de Santiago con un grupo de 25 personas, donde hemos intentado caminar “desde la vida”. Siempre lo hacemos con personas privadas de libertad desde la cárcel de Navalcarnero, con familiares que quieren o pueden unirse, con voluntarios que acudimos a la prisión durante el año y con personas de la parroquia que, al enterarse, quieren también participar de la experiencia. Un grupo variado de personas, de situaciones, de mochilas… pero en el fondo como lo es “la vida misma”.

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Y es curioso, porque siempre que comentamos con alguien que vamos a hacer el camino “con presos” la pregunta es la misma: “¿Y no nos da miedo? ¿Y no se escapa nadie?”. Son las preguntas comunes, pero son evidentemente preguntas de las personas que jamás han pisado “la tierra santa” de la cárcel, y solo conocen lo que se dice en los medios (que es todo mentira o nefasto) o lo que aparece en las películas (que solo busca crear a veces cierto morbo y situaciones no reales). En el fondo esas preguntas no surgen de la realidad vista y vivida con cada una de las personas que se encuentran, por diversas circunstancias, en la prisión.

De Camino hacia Santiago
De Camino hacia Santiago Javier Sánchez, capellán de la cárcel de Navalcarnero

Pero también es verdad, y lo decimos siempre, que una vez que comenzamos nuestro camino, apenas salimos con los chavales de la cárcel, apenas pasamos las horrendas rejas que nos separan de ellos, ya no hay ni presos ni libres, ni hombres ni mujeres, como dice la carta de Pablo a los Gálatas, sino que hay “PERSONAS”. Los que hacemos el camino de Santiago somos personas, seres humanos, con diferentes problemáticas, con diferentes vidas, con diferentes ilusiones y sufrimientos, pero con ganas y energías de pasar unos días en común, de compartir, de reír y llorar juntos, de cansarnos, de enfadarnos en algún momento, de llevar cada uno nuestra mochila… Pero, sobre todo, con la emoción de “caminar juntos” sin prejuicios, sin etiquetas, intentando que todos podamos sentir que la vida merece la pena vivirla juntos, que todos nos equivocamos por diferentes motivos, pero que además todos podemos volver a empezar.

Este año además caminaba con nosotros, en nuestro corazón y acompañándonos desde estar muy cerca de Dios, nuestro amigo y hermano el papa Francisco, fallecido hace casi tres meses. Para él, esto que hacíamos era algo muy especial

Este año además caminaba con nosotros, en nuestro corazón y acompañándonos desde estar muy cerca de Dios, nuestro amigo y hermano el papa Francisco, fallecido hace casi tres meses. Para él, esto que hacíamos era algo muy especial. Siempre cuando íbamos a visitarlo nos animaba a hacerlo y nos decía que era una experiencia muy especial. Hemos sentido por eso que Francisco ha ido caminando con nosotros. Recuerdo cuando hace dos años, le llevé la Compostela que nos dan una vez que realizas los 100 últimos kilómetros del camino. Aquel año yo se la fui sellando y al final la presenté para que así nos los dieran; cuando se la llevé se puso a mirarla con cariño, sonrió, y me dijo “gracias por caminar”, “gracias por el camino que haces cada día con los presos”. Confieso que se me caen las lágrimas al recordarlo. Y luego, con su sorna habitual, me dijo “Eres un impostor, pero bueno, lo haces con buena intención”, y sonrió tocándome el brazo con cariño. Cuando luego nos hicimos la foto con la Compostela en la mano, los dos, le dije al oído: “Va a ir usted a la cárcel, porque esto es una falsificación”, y siguiendo la broma me susurró: “pero se me hará llevadero, porque irás a verme como haces con todos”.

Cuando luego nos hicimos la foto con la Compostela en la mano, los dos, le dije al oído: “Va a ir usted a la cárcel, porque esto es una falsificación”, y siguiendo la broma me susurró: “pero se me hará llevadero, porque irás a verme como haces con todos”

 Con tan buen caminante a nuestro lado, comenzamos así, un año más, nuestro peregrinar hacia Santiago, un peregrinar que supone sobre todo llevar lo mejor de nosotros mismos y ponerlo en comunión con los otros. Teníamos la experiencia del año pasado, donde el tiempo atmosférico fue un problema porque no paró de llover; este año se anunciaba mucho calor, pero finalmente, a pesar de que algún día sí lo ha hecho, el tiempo se “ha portado bien” y nos ha dejado caminar, sin nada de lluvia y con días bastante frescos.

Uno de los peregrinos, en el altar
Uno de los peregrinos, en el altar Javier Sánchez, capellán de la cárcel de Navalcarnero

Como siempre, y tras todos los permisos necesarios e imprescindibles para llevarlo a cabo, y también después de un año de bajas y altas por diferentes motivos, salimos hacia la aventura de un encuentro personal y comunitario. Este año menos personas, el grupo lo formábamos 25 de diferentes nacionalidades, procedencias y con diferentes mochilas. Pero un grupo heterogéneo y variado que, al final, ha resultado ser un grupo “hermano”, precisamente porque todos hemos querido confluir en lo mismo.

 El primer día, como siempre pesado por el viaje hasta llegar al punto de partida, donde al día siguiente íbamos a comenzar nuestro camino. Pero fue un viaje donde ya todos intentamos interactuar y procurar que nadie se quedara al margen. Del grupo de Navalcarnero, apenas cinco muchachos y el hermano de uno de los chavales, los otros diecinueve, voluntarios de la capellanía de la cárcel, el antiguo capellán de la cárcel con 86 años, una amiga argentina y algunas personas que han querido vivir la experiencia, así como familiares de muchachos en el CIS. La llegada a Tui fue a la hora prevista y por eso nos permitió también visitar algo la ciudad, sobre todo la catedral, antes de la cena, y el descanso para al día siguiente comenzar nuestra ruta.

 Y por fin, el lunes comenzamos la caminata, cada uno a nuestro aire, con los elementos necesarios de agua y lo que creíamos nos haría falta para la etapa. El equipaje más grande iría en la furgoneta. Este año además, como novedad, una de las voluntarias de la capellanía nos ha hecho una motivación de lo que podía ser nuestro día. Era siempre el rito al comenzar: escuchar con atención la breve motivación y luego la foto de rigor que nos decía que “nos poníamos en camino”. Y así lo hacíamos cada día, “nos poníamos en camino”, juntos, a veces compartiendo con diferentes personas, según cada uno se encontrara de ánimos de todo tipo, pero con la esperanza y la ilusión puesta en vivirlo juntos.

 Durante el camino, siempre pueden surgir imprevistos de todo tipo, imprevistos con los que no contamos: una cuesta que supone más esfuerzo, un momento este año de calor o en otros años de lluvia, un dolor de algún tipo, una torcedura de pie… Son los mismos imprevistos de la vida cada día al levantarnos. Pero esos imprevistos los hemos ido viviendo juntos, sabiendo que lo importante no era llegar a la meta señalada, sino sobre todo llegar, y además llegar todos.

Javier y dos reclusos, en Compostela
Javier y dos reclusos, en Compostela Javier Sánchez, capellán de la cárcel de Navalcarnero

 Esta ha sido una característica especial del camino de este año: la solidaridad entre todos, una solidaridad que desde el principio se mostró con uno de los compañeros que tenía una rodilla mal y que podía caminar más despacio. Todos hemos estado pendientes de él, especialmente los chavales de Navalcarnero. A su paso, a su ritmo, viendo cómo podía ir caminando y sin poner pegas a nada. Esa solidaridad es la que ha hecho que durante el camino todos estuviéramos en piña, haciendo de las dificultades del otro nuestras propias dificultades, haciendo que lo que le pasaba al otro, fuera lo fuera, bueno o malo, también me pasara a mí.

 Otra característica especial de este año ha sido la risa, la alegría desbordante en todo momento. Quizás haya sido de los años que más hemos reído juntos, que más sonrisas hemos compartido. La risa ha formado parte del caminar como nuestras ampollas. Los muchachos de Navalcarnero la han hecho posible, porque en medio de problemas y dificultades, siempre ponían la nota de humor. Una risa que nos ha hecho descubrir que la vida merece la pena, que, por encima de todo, el hecho de vivir tiene que ser risa. Que las dificultades no pueden apagar nunca nuestras ganas de vivir y de disfrutar de la vida. Unas veces se hacían bromas con unos, y otras bromas con otros, pero juntos hemos sacado partido “a la vida”. Qué lección más importante, vivir la vida desde la alegría y la risa. Que tampoco era una risa frívola o vana, sino una risa que lo que pretendía era quitar hierro a situaciones difíciles y descubrir que todo puede tener solución si nos empeñamos en ella. Cuántas veces los cristianos somos enemigos de la risa porque malentendemos la cruz a la que nos hace alusión el evangelio. En este camino, Dios, nuestro Padre, ha reído con nosotros y nos ha enseñado a vivir de otra manera. En cada broma, en cada risotada, el Dios que quiere que seamos felices por encima de todo.

 Y junto a esa solidaridad y risa, el compartir y fraternidad. Un compartir y una fraternidad que se ha llevado a cabo desde compartir lo cotidiano, como las tareas de cada día, hasta compartir la propia vida. Y una fraternidad que se notaba en el mismo trato que teníamos unos con otros. Hicimos grupos de trabajo para compartir las tareas, sobre todo de las comidas, y hasta de eso hemos sido capaces de hacerlo con sonrisa, sin pensar que uno hacia más que otro, sino desde el saber que cada uno aportaba lo que podía en cada momento. Una fraternidad que nos ha hecho descubrir que se puede vivir la vida, siendo diferentes, pero reconociendo que todos nos necesitamos, que nadie puede vivir sin el otro, y que cada uno aportamos algo necesario para que la vida siga adelante.

 Importante ha sido también la confianza que se ha generado entre todos, una confianza que ha hecho que el grupo funcionara bien, que, cuando alguien hacía algo sabíamos que lo hacía de corazón. Esa confianza que se vive desde la libertad, del que sabe que tiene que hacer las cosas con y para el otro, sin que te vigilen, sino por propio convencimiento de que hacerlo así favorece el bien común. No ha hecho falta que hubiera funcionarios que nos dijeran qué teníamos que hacer, o normas estrictas, la única norma ha sido intentar propiciar el bien común y el beneficio mayor para todos. Una confianza y libertad para todos, con diferentes ritmos, para unos poder irse a descansar, para otros poder dar un paseo, para otros poder conversar…

La única norma ha sido esa, propiciar el bien común entre todos. Ojalá que también pudiera vivirse así en la cárcel, con las características especiales de allí, por supuesto, y con el respeto necesario a todos, pero haciendo posible que, hasta una norma, una orden, un mando, no sea una pura represión o un puro castigo, o un situarse los que mandan por encima, sino para descubrir que pueden ser normas necesarias, pero con ese único objetivo: favorecer la convivencia y el cambio de vida

La única norma ha sido esa, propiciar el bien común entre todos. Ojalá que también pudiera vivirse así en la cárcel, con las características especiales de allí, por supuesto, y con el respeto necesario a todos, pero haciendo posible que, hasta una norma, una orden, un mando, no sea una pura represión o un puro castigo, o un situarse los que mandan por encima, sino para descubrir que pueden ser normas necesarias, pero con ese único objetivo: favorecer la convivencia y el cambio de vida, favorecer que los errores cometidos se puedan subsanar. Una libertad y una confianza que no se imponen, sino que se conquista cada día; una libertad que supone liberarnos de lo que nos oprime, de nuestras cárceles particulares, una cárcel que no es solo Navalcarnero, sino que a veces es mi propia vida que me aprisiona. Crear un espacio no de vigilancia sino de convencimiento personal, de crecimiento, donde no puedo crecer yo solo sino con los demás. En el fondo una libertad y confianza que me lleva a conquistar la auténtica felicidad que consiste en que puedo ser feliz cuando hago que otros lo sean. En cada sonrisa de nuestro camino es lo que hemos vivido: hacer reír al otro, abrazar al otro, hacerle sentir que no está solo, y que por encima de las dificultades se puede ser feliz. A mí nadie me controla, pero tengo que hacer las cosas por convencimiento personal, no porque, en mi caso el obispo o la autoridad competente, me lo ordenan; en la calle no voy a tener la vigilancia de la cárcel, pero mi vigilancia va a ser la búsqueda constante de la felicidad, y eso puede ser en cualquier circunstancia de la vida. Y esto, yo creo que se nos ha dado en el camino de este año.

 Esas características vividas han hecho que nuestro camino haya sido un camino muy especial. Entre bromas se decía que había sido el mejor camino de todos estos años, y así me atrevería yo también a decirlo. Esas características unidas por la fuerza de ALGUIEN, para unos Jesús de Nazaret, presente desde el Dios de la vida, para otros una fuerza interior, para otros el deseo de cambio… pero, sea lo que sea, la posibilidad y el convencimiento por parte de todos de que la vida podemos hacerla más feliz y más agradable para todos.

El grupo, en Santiago
El grupo, en Santiago Javier Sánchez, capellán de la cárcel de Navalcarnero

 El momento final de la Eucaristía de peregrino en Santiago, el último día, también ha tenido que ver mucho en esto. La última etapa de este año era la más dura, 25 kilómetros, por eso salimos más temprano que de costumbre de Padrón, donde estábamos la penúltima noche. Además, ese día fue de los más calurosos, y llegamos un poco “reventados”. Pero sin duda que la llegada a Santiago fue emocionante para todos, porque era como el final de un deseo cumplido. Muchos no se lo creían… corrían los abrazos, y en más de uno los llantos. Y tras las fotos de rigor ante la catedral, en la plaza del Obradoiro, fuimos hacia el Albergue del seminario menor, donde nos íbamos a alojar. Allí rápido la ducha, la comida, pequeño descanso, si daba tiempo, y salida hacia la misa, que era a las siete y media. Antes fuimos a llevar las credenciales a la oficina del peregrino para que nos dieran las Compostelas, que ahora las dan en el momento, porque antes ya se había enviado la lista con todos. Y también este año había sus “trampas”, porque, como la del Papa, yo había hecho también para más chavales que no habían podido venir. Fuimos dos voluntarios y rápido cuando nos las dieron fuimos a reunirnos con el resto del grupo, en la catedral. Yo me fui a la sacristía, me identifiqué y me dijeron si alguien quería leer la segunda lectura; cuando me lo dijo me emocioné porque nunca nos lo habían propuesto. “Pero si puede ser que tenga pantalón largo”, me dijo la monja, y bueno pensé que iba a ser difícil. Pero aun así fui a ver a los chavales, se lo dije y uno de ellos me dijo enseguida que sí, pero tenía pantalón corto. “Bueno, lo intentamos”, le dije. Y la sorpresa fue cuando la monja no hizo ni mención a ese tema. Sonreímos y nos dijo que fuéramos al primer banco para poder salir después a leer y que fuera con un compañero. Antes de nada, yo ya estaba emocionado. Ver a un chaval leer era para mí, para nosotros, muy especial. Para colmo le pregunté quién iba a leer el evangelio y si podía leerlo yo, y enseguida me dijo que sí. En tantos años, nunca había sido tan fácil poder participar en la Eucaristía de una manera tan directa. Además, como siempre, les dije de dónde veníamos para que al comienzo de la celebración nos nombraran. Al comienzo de la celebración, como cada año, así lo hicieron, y al escucharlo de nuevo me volví a emocionar y a sentir algo muy especial.

Tengo que reconocer que me emocioné cuando vi a uno de nuestros chavales de Navalcarnero salir a proclamar la segunda lectura, y, encima, con la camiseta de este año que decía “Palestina libre”. Pensé en cuánta gente iba a escucharlo y cuánta gente iba a ver nuestro eslogan. Se me cayeron las lágrimas, era como si por fin se reconociera que los presos, que los chavales de la cárcel con los que convivimos día a día, fueran uno más, era poner en práctica lo que tantas veces había deseado: que los presos fueran reconocidos y vistos como personas, y a la vez, como digo, que la gente supiera lo que se está llevando a cabo en Palestina: el asesinato de miles de personas con el consentimiento de todos, hasta de nuestra iglesia que también calla (en mi diócesis no he oído en todos estos meses, ya más de un año, una sola palabra de apoyo al pueblo palestino). Y ahora nada menos que en la catedral de Santiago ante miles de personas, estaba leyendo la segunda lectura un preso apoyando al pueblo de palestina, que el judío está exterminando.

 Y después yo proclamé el evangelio de San Lucas, la parábola del buen samaritano, y me volví a estremecer, porque para mí es la parábola que resume lo que es ser cristiano: el samaritano ayuda al judío, aunque es su enemigo, porque es el necesitado, no le pregunta lo que ha hecho ni cómo vive, sino que su necesidad es la que le conmueve y le lleva a ayudarlo. Es lo que tantas veces he escuchado de labios el papa Francisco, cuando me decía con todo cariño “cuida a los presos, son los preferidos”, y evidentemente no son los preferidos porque sean buenos, sino porque son los sufridos, los heridos, los crucificados, como lo son los palestinos en este momento, los ucranianos, y tantos hombres y mujeres en África, o incluso en nuestro país, porque piensan distinto, viven distinto o simplemente son de otros países, y “nos quitan el trabajo”, que dicen incluso algunos de los que van a misa y dicen ser cristianos. Me emocioné de nuevo al proclamar la parábola, y sentí cómo que el mismo Dios era el que me decía que yo también tuviera compasión y misericordia siempre para con los demás, que lo único que me preocupara en mi estar en la cárcel fuera eso, simplemente estar, compartir y ayudar, sin mirar lo que alguien había hecho o dejado de hacer. Y eso, que yo intento vivir, con mis debilidades desde luego, es lo que Dios Padre y Madre me permitió proclamar en aquella tarde, en aquella Eucaristía que ponía fin a nuestro camino de Santiago.

Es lo que tantas veces he escuchado de labios el papa Francisco, cuando me decía con todo cariño “cuida a los presos, son los preferidos”, y evidentemente no son los preferidos porque sean buenos, sino porque son los sufridos, los heridos, los crucificados, como lo son los palestinos en este momento, los ucranianos, y tantos hombres y mujeres en África, o incluso en nuestro país, porque piensan distinto, viven distinto o simplemente son de otros países, y “nos quitan el trabajo”, que dicen incluso algunos de los que van a misa y dicen ser cristianos

 Una experiencia especial fue el encuentro con Miguel, un chaval gallego, que estuvo en la cárcel de Navalcarnero, que participó también en uno de nuestros caminos hace diez años, y del que ahora no sabíamos nada, pero ciertamente fue providencial todo lo que nos sucedió en torno a él. De manera providencial, como digo, pudimos recuperar el teléfono de sus padres, y al ponernos en contacto con ellos nos dijeron algo que al principio nos derrumbó: Miguel se encontraba en la prisión de Pontevedra desde hacía dos años, justo el tiempo en el que nosotros habíamos perdido su contacto. Al principio fue una sensación dura, de preguntas sin respuesta. Había vuelto a caer en la terrible presa de la droga y del alcohol. Como íbamos a pasar el tercer día de nuestro camino por Pontevedra, pedí al capellán de allí que me solicitara un permiso, y a diferencia de la cárcel de Navalcarnero, enseguida me lo concedieron. El capellán me recogió en el pueblo de Redondela y fuimos a la cárcel de Alhama en Pontevedra. Confieso que iba un poco nervioso, pero enseguida al verle todo cambio: nos dimos un fuerte abrazo y fue un encuentro realmente emotivo. Estuvimos compartiendo más de dos horas y, bueno, tanto él como yo emocionados, porque ciertamente él no se lo esperaba. Encontré a un hombre no vencido por la droga sino con ganas de mirar hacia adelante y eso me alegró. Por diferentes motivos su vida había vuelto a ser un desastre. En el encuentro hubo sobre todo mucho de humanidad, y rezamos también juntos, para que Dios especialmente le echara una mano. Todas sus palabras fueron de agradecimiento y sobre todo le dije que contara con nosotros, que no se hundiera y que mirara hacia adelante. Quedamos en seguir en contacto. Al salir de aquel sitio, mucho mejor acondicionado y con más facilidades para entrar que nuestra cárcel, pedí a Dios por Miguel y también por su familia, aún le queda mucha travesía, pero merece la pena seguir y no mirar hacia atrás.

 Hemos caminado juntos, hemos compartido parte de nuestra vida, de lo que somos y necesitamos, y lo hemos hecho como nunca, entre risas, entre carcajadas, hemos intentado hacer del camino un espacio de fraternidad y de cariño, y por eso en el fondo hemos hecho un espacio de Dios

 Hemos caminado juntos, hemos compartido parte de nuestra vida, de lo que somos y necesitamos, y lo hemos hecho como nunca, entre risas, entre carcajadas, hemos intentado hacer del camino un espacio de fraternidad y de cariño, y por eso en el fondo hemos hecho un espacio de Dios. Cuando cada día nos reuníamos al caer la tarde, para entonar un canto y para reflexionar en torno a alguna lectura. Lo que nos salía siempre era una acción de gracias al Dios que no estaba acompañando en cada momento. Cantar el Himno a la libertad, a pleno pulmón, nos ha llevado a proclamar que la libertad merece la pena, y que todos tenemos cada día que conquistarla; cantar el canto color esperanza, nos lleva a decir que la vida merece la pena, y que entre todo podemos hacerla más feliz.

 Juntos hemos hecho que el camino de Santiago se hiciera vida, que por unos días abandonáramos las preocupaciones más fuertes para sumergirnos quizás en un espacio un tanto idílico, pero del que sin duda hemos aprendido y nos ha dado fuerzas para después poder continuar con las tareas de cada día, donde estemos, en la cárcel de Navalcarnero, en Fuenlabrada, en Logroño, en Argentina… Hemos compartido mochilas y hemos visto que en ella había mucha ropa sucia que teníamos que lavar, pero que también había mucha vida que teníamos que compartir.

El grupo de peregrinos
El grupo de peregrinos Javier Sánchez, capellán de la cárcel de Navalcarnero

 Al terminar la semana que hemos vivido, el corazón se nos llena de una única palabra GRACIAS. Gracias a las personas que desde hace meses han estado preparando todo, gracias a quienes han confiado en que podríamos llevar a cabo este proyecto. Gracias a todos los que seguimos pensando que la vida merece la pena celebrarla, reírla, compartirla, llorarla y disfrutarla. Gracias porque en el centro de nuestro caminar está el Dios de la vida, que podemos llamar de diferente manera, pero que el fondo es el que nos empuja a vivir. Francisco nos ha acompañado en todo momento junto a nuestro Dios Padre y Madre, y nos ha vuelto a decir desde la parábola del buen samaritano qué es lo que tenemos que hacer en la vida.

 Damos gracias a las veinticinco personas que hemos participado en esta maravillosa experiencia, porque ha dependido de todos y de todas, la buena marcha de ella. Gracias porque hemos compartido vida, mucha de ella machacada por la droga o por los errores cometidos. Los chavales de la cárcel se han sentido acogidos, y los que vivimos en libertad hemos experimentado que todos somos uno, que no hay dos bandos, sino que todos somos de la misma piel, con los mismos errores, con las mismas preocupaciones y con los mismos deseos de vivir y de ser felices.

 Ahora empieza otro camino diferente, el camino de la vida, el camino del cada día, el ir caminando con la mochila que todos tenemos, intentando seguir quitando de ella “la ropa sucia”, lo que nos estorba. Con la alegría de lo compartido. Ahora tendremos otras ampollas diferentes, ampollas de problemas, de situaciones duras, de sufrimiento, ojalá que seamos capaces de compartirlas y de aliviar esas ampollas a quien las tiene. Ojalá que lo aprendido en estos días nos sirva para poder seguir caminando, sabiendo que no estamos solos, que Dios nos acompaña y que nosotros estamos también llamados a acompañar, a curar, a compartir y hacer la vida mejor cada día, la nuestra y la de los demás-

 Termino “este rollo” con las palabras, una vez más, del papa Francisco: “Cada vez que entro en una cárcel me pregunto ¿Por qué ellos sí y yo no? Sobre todo, los jueves santos cuando voy a lavarlos los pies”. Esas palabras pueden resumir nuestro camino: todos podemos estar con las mochilas llenas de cosas que nos sobran y necesitamos cambiar

 Termino “este rollo” con las palabras, una vez más, del papa Francisco: “Cada vez que entro en una cárcel me pregunto ¿Por qué ellos sí y yo no? Sobre todo, los jueves santos cuando voy a lavarlos los pies”. Esas palabras pueden resumir nuestro camino: todos podemos estar con las mochilas llenas de cosas que nos sobran y necesitamos cambiar. En el lenguaje penitenciario necesitamos reinserción y en el lenguaje cristiano necesitamos conversión. Que el Dios Padre y Madre de Jesús nos ayude a caminar juntos, a hacer de la vida un camino de encuentro entre todos, de no mirar hacia atrás sino de mirar siempre hacia nuestra meta, esa meta que supone en el fondo ir conquistando nuestra propia felicidad y libertad. Gracias por lo vivido y compartido. Que la “Tierra Santa” que vivimos en Navalcarnero acompañe nuestro caminar y nos haga descubrir que todos somos hermanos y nos necesitamos. Y para mí, como cura, la frase que siempre repito de Monseñor Romero: “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor”.

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