Domingo 10º TO B 2ª Lect. (10.06.2018): la experiencia cristiana es realización plena

Comentario:Creemos y por eso hablamos” (2Cor 4, 13-5,1)
Una carta singular: yuxtaposición de escritos
El ciclo litúrgico B, durante ocho domingos del Tiempo Ordinario (del 7º al 14º) lee lo sustancial de 2ª Corintios. Es una yuxtaposición de escritos. La parte final (10, 1-13, 10) es anterior a la primera (1, 1-7 ,16). Es parte de la extraviada “carta de las lágrimas” (2, 4; 7, 8ss). Refleja la defensa ante quienes intentan desacreditarle como apóstol. Tras conocer el deseo de los corintios de reconciliarse con él, escribe la parte primera donde expone y justifica su modo de ser apóstol. Añadió el ruego de la colecta para los pobres de Jerusalén, recomendando a Tito y colaboradores, como “colectores oficiales” en Acaya y Macedonia (c.8-9). Al final puso saludos y despedida usuales (13,11-13).

La vida del apóstol
En domingos anteriores se lee la identidad del apóstol: tiene el Espíritu de Jesús (7º), los cristianos son “carta de Cristo escrita con el Espíritu del Dios vivo” (8º), el apóstol ilumina la vida con el Evangelio; su misma debilidad refleja de la vida de Jesús (9º). Hoy continúa el tema:
a) El apóstol actúa por fe: “`Creí, por eso hablé´, también nosotros creemos y por eso hablamos” (v. 13). Cita el salmo 116, 10. Pablo siente el mismo espíritu de fe que el salmista:
b) La fe ofrece el conocimiento que fundamenta la vida del apóstol y le da fuerzas para anunciar el Evangelio de Jesús. Esa fe incluye la culminación de la vida en Cristo resucitado: “sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros” (v. 14). Es la fe en la solidaridad con Jesús y con los demás hermanos.
c) El apóstol cree que su oferta es buena para el ser humano. Como Jesús, busca la dicha, la realización personal en todos los sentidos: “Todo es para vuestro bien...” (v. 15). Cuantos más se sientan “agraciados”, bendecidos, dichosos... más darán gracias al Padre de Jesús.

La experiencia cristiana produce paz, alegría...
Por eso, no nos desanimamos. Aunque nuestro hombre exterior se vaya deshaciendo, nuestro interior se renueva día a día” (v. 16). La experiencia cristiana, el vivir “la gracia en que estamos” (Rm 5, 2), el amar como Jesús, nos anima. Vivir así produce alegría, paz, fraternidad... Nuestra alegría anticipa la dicha que nos espera. Esperamos que cualquier “tribulación pasajera y liviana produzca un inmenso e incalculable tesoro de gloria” (v. 17). “No nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve. Lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno” (v. 18).

Nuestro ser personal permanece siempre
Es cosa que ya sabemos: Si se destruye este nuestro tabernáculo terreno, tenemos un sólido edificio construido por Dios, una casa que no ha sido levantada por mano del hombre y que tiene una duración eterna en los cielos” (5, 1). No debemos desanimarnos, porque lo interior se renueva por el Espíritu creador que nos habita. Las penalidades y limitaciones de este mundo, vinculadas a la cruz de Jesús, producen riqueza eterna y gloria incomparable. Miramos lo profundo e invisible, lo eterno. Tenemos reservada una morada que viene de Dios. Por eso gemimos ansiando revestirnos de la nueva morada. Dos metáforas -nueva morada y nuevo vestido- sirven a Pablo para expresar su fe en la vida. “Quien nos preparó para ello fue Dios, al darnos la garantía del Espíritu” (5, 5).

Oración:Creemos y por eso hablamos” (2Cor 4, 13-5,1)

Jesús, apóstol del Amor:
en ti encontró Pablo la verdad de la vida, el misterio del Corazón divino;
la divinidad, tan manipulada por las religiones, para ti era: Amor desinteresado,
Misericordia infinita y perdón gratuito,
Padre-Madre que sólo sabe amar...

Tu cruz, Cristo de Pablo y nuestro, es la cruz del Amor:
- “escándalo para los judíos” porque su “Dios” no puede sufrir de amor;
- “locura para los no judíos” porque sufrir de amor es debilidad, indigna de los dioses;
- unos y otros, judíos y gentiles,
buscan el poder, el dinero, la gloria...;
para ti, Jesús, la cruz del Amor es “fuerza y sabiduría de Dios” (1Cor 1, 23-24).

Tú, Jesús, buscas la fraternidad de los hijos de Dios:
la confianza mutua;
la ayuda fraterna, solidaria;
la eliminación del sufrimiento innecesario;
la realización de los “talentos” de todos y cada uno;
la vida ajustada al bien, a la verdad, a la paz...

Tu evangelio, Señor, es un tesoro en nuestras pobres manos:
vivimos “atribulados, pero no angustiados”;
vivimos “apurados, pero no desesperados”;
vivimos “acosados, pero no abandonados”;
a veces “nos derriban, pero no nos rematan”;
paseamos en nuestro cuerpo tu suplicio, Jesús”;
así “tu vida se trasparenta en nuestro cuerpo” (2Cor 4, 8-10).

Nuestras iglesias viven asustadas ante tu Evangelio:
Todos compartimos en teoría las palabras de Pablo:
también nosotros creemos y por eso hablamos,
sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, con Jesús nos resucitará
y nos hará estar con vosotros.
Todo es para vuestro bien.
Cuantos más reciban la gracia, mayor será el agradecimiento, para gloria de Dios.
Por eso, no nos desanimamos.
Aunque nuestra persona exterior se vaya deshaciendo, nuestro interior se renueva día a día.
La tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria.
No nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve.
Lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno.
Es cosa que ya sabemos: Si se destruye este nuestro tabernáculo terreno,
tenemos un sólido edificio construido por Dios,
una casa que no ha sido levantada por mano del hombre
y que tiene una duración eterna en los cielos
” (2Cor 4, 13-5,1).


Nos cuesta mucho aceptar tu Evangelio y tu modo de vivir:
nuestros dirigentes se han hecho funcionarios de la religión;
buscan la singularidad en vestimentas, títulos, primeros puestos...;
cobran dinero por decir misa, rezar y administrar los dones divinos;
sólo los varones, y además solteros, pueden tomar decisiones en nombre de todos;
nuestras comunidades se han hecho empresas, apegadas al poder y a los ricos...
Así, alejadas del modo tuyo de vida, Jesús, “buscan la gloria terrena,
no la humildad y abnegación en su propio ejemplo” (LG 8).

Queremos, Señor, ser “tu madre y tus hermanos” (Mc 3, 34-35):
queremos ser “comunidad de hermanos dispersa por el mundo” (1Pe 5, 9)
queremos cuidar la vida según los dones que tú nos das (Rm 12; 1Cor 12);
queremos como Iglesia, como fraternidad tuya, vivir en pobreza generosa;
queremos ser todos hermanos (Mt 23, 8) y colaborar con nuestros dones;
queremos volver al Evangelio de la vida, de la libertad, de la fraternidad.

Necesitamos, Señor, para comunicar de modo creíble tu Evangelio:
“reunirnos, unirnos, escucharnos, discutir, rezar y decidir”;
que quienes presiden procuren que todos hablen y sean escuchados;
que intenten que se haga comunión y todos decidan en conciencia;
que podamos decir: “hemos decidido nosotros y el Espíritu Santo...” (He 15, 28);
porque hemos decidido en el espíritu de Jesús – en su mentalidad y corazón-:
los asuntos comunes: horarios, catequesis, cuidado de enfermos,
atención a niños y jóvenes, animación de celebraciones,
gastos comunes, elegir responsables de las diversas funciones, etc. etc.

Ayúdanos, Señor, a ser la comunidad que tú quieres.

Rufo González
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