Domingo 3º C TO 2ªlect. (27.01.2019): la dignidad cristiana procede del bautismo

Comentario:vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro” (1Cor 12,12-30)
La analogía del cuerpo explica la nueva vida en el Espíritu
La primera parte de este capítulo, leída el domingo pasado (12,4-11), subraya la variedad y unidad de carismas, servicios y actividades de la Iglesia. Todo era manifestación del Espíritu divino para el bien de todos. Hoy (vv. 12-30), la analogía del cuerpo humano sugiere matices nuevos. “Así es también Cristo”, afirma tras decir que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros (v. 12). La razón de la unidad y pluralidad es que “hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo...” (v. 13). El Espíritu es comparado con el agua en la que hemos sido sumergidos y bebido. El Espíritu de Jesús nos ha seducido y llevado a vivir su camino (Rm 6, 3-5). Esta vida nueva se manifiesta principal e imprescindiblemente en el amor universal, como el de Dios y Jesús: “sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (1Jn 3,14). Los miembros se necesitan entre ellos: no pueden prescindir unos de otros (vv.14-21). Es exigencia clara de todo cuerpo.

El cuerpo de la Iglesia debe vivir el espíritu evangélico
A partir del v. 22, introduce Pablo unas consideraciones discutibles sobre el cuerpo humano. Son verdades evangélicas aplicadas al cuerpo mesiánico, no exigidas por la analogía corporal. Son estas:
- “los miembros que parecen más débiles son los más necesarios” (v. 22);
- “los que nos parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos decentes, los tratamos con más decoro” (v. 23); porque los miembros más decentes no lo necesitan” (v. 24a).
- “Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los que menos valían” (versión litúrgica del v. 24). Versión más literal: “Dios organizó el cuerpo dando mucho más valor (timé: estima, valor...) al menos estimado, que carece de importancia (dativo, complemento indirecto: `to hysteroumeno´: que pasa necesidad, se ve privado de, carece de, es peor)”.

Pablo alude a la configuración del grupo cristiano tal como lo concebía Jesús:
“no ha de ser así entre vosotros; al contrario, entre vosotros el que quiera ser grande ha de ser servidor de todos...” (Mc 10, 42-45; Mt 20, 25-28; Lc 22, 24-27). Y añade una razón muy poderosa: “Así, no hay divisiones (lit.: para que no haya cisma) en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros” (v. 25). “Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan” (v. 26).

Somos el cuerpo de Cristo
El versículo 27 repite la afirmación rotunda: “vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro”. Enumera un catálogo de servicios o ministerios siguiendo un orden prioritario: “Y Dios os ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas” (v. 28). No todos pueden desempeñar los mismos servicios: “¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?”(vv. 29-30).

Oración:vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro” (1 Cor 12,12-30)

Jesús, cabeza del Pueblo de Dios, tu Cuerpo:
Hoy leemos la analogía de tu Iglesia con el cuerpo humano;
“así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres,
hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.
Y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (vv. 12c-13).

El concilio Vaticano II, la voz más autorizada de la Iglesia en el siglo XX, nos acerca esta realidad espiritual de nuestra vida:
“Comunicando su Espíritu, constituyó misteriosamente a sus hermanos,
convocados de entre todas las gentes, como su cuerpo....
Por el bautismo nos conformamos con Cristo:
“todos nosotros en un solo Espíritu hemos sido bautizados para un solo cuerpo” (1Cor 12, 13).
Participando realmente del Cuerpo del Señor en la fracción del pan eucarístico,
somos elevados a la comunión con Él y entre nosotros:
“porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo,
Pues todos comemos del mismo pan” (1Cor 10,17)...
Para que incesantemente seamos renovados en Él (cf. Ef 4, 23),
nos dio de su Espíritu, que, existiendo uno y el mismo en la cabeza y en los miembros,
de tal modo vivifica, unifica y mueve todo el cuerpo,
que su quehacer pudo ser comparado por los santos Padres
con el quehacer que el principio de vida o alma cumple en el cuerpo humano...” (LG 7).

“Este pueblo mesiánico tiene por cabeza a Cristo...
tiene como condición la dignidad y libertad de hijos de Dios,
en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo;
tiene como ley el mandato nuevo de amar como el mismo Cristo nos amó (cf. Jn 13,34);
tiene como finalidad el Reino de Dios, iniciado por el mismo Dios en la tierra,
que ha de ser dilatado hasta que sea consumado al fin de los siglos...” (LG 9).

“En el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia,
“todo el cuerpo, según la operación en la medida de cada miembro,
hace el crecimiento del cuerpo” (Ef 4,16)...
Hay variedad de servicios, pero unidad de misión...” (AA 2).
“Los laicos tienen deber y derecho al apostolado por su unión con Cristo cabeza...;
a todos los fieles de Cristo se les impone la gloriosa obligación de trabajar
para que el anuncio divino de salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres...
El Espíritu Santo concede dones peculiares (cf. 1Cor 12,7)...
para que, poniéndolos al servicio mutuo,
sean administradores de la multiforme gracia de Dios (cf. 1Pe 4,10)...
para la edificación de todo el cuerpo en la caridad (cf. Ef 4,16)” (AA 3).

Jesús, cabeza del Pueblo de Dios, tu Cuerpo, tu Asamblea:
queremos hoy aceptar con alegría ser miembros de tu Cuerpo;
agradecemos el bautismo que nos dio a beber de tu Espíritu;
deseamos alimentarnos del pan que el Espíritu hace presencia tuya resucitada;
valoramos la misma dignidad y libertad de hijos de Dios, hermanos tuyos;
nos comprometemos a amar la vida como tú;
releemos el aire de familia de toda comunidad cristiana (1Cor 12, 22-21);
así anunciamos, vivimos y extendemos el Reino que Dios quiere.

Así sintonizamos contigo, Jesús hermano:
“no ha de ser así entre vosotros;
al contrario, el que quiera ser grande ha de ser servidor de todos...
No llaméis a nadie padre, ni maestro ni jefe...,
todos vosotros sois hermanos” (Mc 10, 42-45; Mt 20, 25-28; Lc 22, 24-27; Mt 23,8-9).

Que tu Espíritu renueve la Iglesia,
nos renueve a todos sus miembros,
según el modelo de tu vida narrada en el Evangelio .

Rufo González
Leganés, enero 2019
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