LA HOMILÍA HECHA ORACIÓN (D. RAMOS 13-04-2014)

Construyendo fraternidad hasta la muerte

Introducción:Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea” (Mt 21, 1-11).
Padre mío, no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres” (Mt 26, 14-27, 66).
Hoy la celebración tiene dos partes: entrada de Jesús en Jerusalén y la eucaristía inaugural de la Semana Santa con el relato de la pasión y muerte. Dos fragmentos evangélicos que, asumidos por la comunidad, fructifican en la acogida gozosa del Jesús real, histórico, fiel al amor hasta la muerte.

El evangelio inicial tiene tres partes:
a)Jesús llega a Jerusalén en una borrica: “mira a tu rey, que viene a ti, humilde...”. Estilo normal de los cristianos, especialmente sus dirigentes, hacia dentro y hacia fuera de la comunidad eclesial.

b)aclamado por la muchedumbre: “¡Viva el Hijo de David!”. Nacionalismo puro. Es peligroso en toda época identificar al poder como “el que viene en el nombre del Señor”. En cristiano “quien viene en el nombre del Señor” es el humilde, el indigente, el necesitado, el indefenso... Son los verdaderos vicarios de Cristo. La autoridad cristiana está para “ayudar a crecer” libremente en los valores del reino: la libertad, la justicia, la fraternidad, el amor... Exigir obediencia sólo porque se “viene en el nombre del Señor” es una utilización egoísta y tiránica (Lc 22, 24-26) del evangelio.

c)La ciudad se pregunta alborotada: ¿quién es éste? Los que vienen con él contestan: “es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea”. Bien concreto: profeta de su época, entre su gente, en su historia... dice lo que Dios le sugiere. Desde la experiencia del amor de Dios denuncia la injusticia, la hipocresía, el desprecio al miserable..., e invita a la fraternidad y a la esperanza que no defrauda.

En la misa se lee la pasión según san Mateo
El evangelio de Mateo proyecta la oposición y la cruz sobre toda la vida de Jesús: en su nacimiento (Mt 2, 1-23), en el discípulo que carga con su cruz (Mt 10, 16-39, en su misión reñida y rechazada por muchos (Mt 11-12), en la muerte del Bautista que le sugiere su misma suerte (Mt 14, 1-12). Es una narración nacida para la liturgia. Por ello, es en la liturgia donde mejor podemos sentir el aliento espiritual que contiene. Conviene preguntarse qué lugar, personaje, circunstancia..., de la pasión y muerte de Jesús, se adapta mejor nuestra vida.

El Dios manifestado en Jesús no está asociado a la fuerza, al poder, al éxito. Aparece vulnerable, débil, sujeto a las leyes físicas y morales, como “uno de tantos”. Víctima de la conspiración de los dirigentes y la traición de un amigo. Protagonista por su fidelidad al amor al Padre, a los demás, a sí mismo. Pasión y muerte son consecuencia de su vida. Murió porque los seres humanos mueren. Murió violentamente porque los hombres tratan así a quienes no piensan como ellos, a quienes se oponen a sus planes de vida, a quienes consideran peligroso para sus aspiraciones. “Por nosotros fue crucificado, muerto y sepultado”. Así nos mostró su amor, compartiendo nuestra condición, especialmente la de los perseguidos por la justicia, la libertad, el amor, la paz, la vida...

Merece la pena contemplar el amor sin límites, hecho a veces silencio, a Judas, a Pedro, a los discípulos dormidos, a quienes le detienen, al sanedrín y al sumo sacerdote, a Pilato, al pueblo, a los soldados, a Dios. “Realmente éste era Hijo de Dios”, es la conclusión que se pone en boca de un no judío, de algún modo neutral, al contemplar la conducta de Jesús.

ORACION:Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea (Mt 21, 1-11).
Padre mío, no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres (Mt 26, 14-27, 66).

Jesús de la Semana Santa:
Hoy, Domingo de Ramos, ha venido más gente a la celebración:
muchos han traído ramos y palmas para aclamarte;
en el fondo manifiestan que Tú, Jesús de todos, tienes razón;
tu vida de amor desinteresado a todos nos deslumbra y atrae.

Parecen decirte hoy: “¡Todos deberíamos ser como Tú”!:
atento a la suegra, a los enfermos, a los marginados, a los hambrientos...;
tu alimento, el amor de Dios, debería encender la pasión por la fraternidad;
el amor libre, desinteresado, que sólo busca el bien, es la voluntad divina;
ese Amor movió tu vida entera;
ese Amor debería mover la nuestra.

Durante cinco semanas venimos preparando esta Semana.
Empezamos el miércoles de ceniza:
“entrando en nuestro cuarto... y contactando con el Padre tuyo y nuestro”.
Confiábamos en que ese Amor nos daría un mirada limpia, profunda, libre.

En la primera semana, Cristo envuelto en pasiones y tentaciones,
fuimos “llevados al desierto por el Espíritu”:
rechazamos ganarnos el pan “con el sudor de otras frentes”;
decidimos no “amasar riquezas para nosotros, sino ante Dios” (Lucas 12,21).
No queremos “tentar a Dios”, sino creer en su amor incondicional,
poner nuestra vida en sus manos,
trabajar por la verdad, la justicia, la libertad, la paz, el amor.

En la siguiente semana te vimos como “El Hijo, el amado, en quien me agradé”:
entramos en tu corazón y nos religamos con tu amor divino;
pusimos nuestro corazón en el tuyo: nos fiamos de tu amor real, aquí y ahora;
acogimos que Tú y el Padre-Madre nos amáis incondicionalmente;
“comprobamos que hemos pasado de la muerte a la vida al amar a los hermanos”.

“Si conocieras el don de Dios...”, nos dijiste en la tercera semana:
explicabas así el amor del Padre, y nos invitabas a aceptarlo.
Lo aceptamos y recibimos el agua viva,
es decir, el Espíritu que se ha “convertido en un surtidor inagotable”,
de sentido, de justicia, de dulzura, de amor, de compañía, de verdad, de vida...

Dando luz a un ciego de nacimiento, nos abrías los ojos
para creer en ti, “el Hijo del hombre”,
y mirar con tus ojos tan humanos todo lo digno, lo valioso,
lo justo, lo libre, lo razonable, lo humanamente bueno,
todo lo que compartes con nosotros como “nacido de mujer”.

Finalmente hemos interiorizado: “El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”.
Tu vida sin límites nos ha abierto la libertad plena que
libera de la rutina y de la muerte, que impiden el cambio y la vida;
despierta la ilusión del amor gratuito, incondicional, perdonador...;
da libertad para estrenar alternativas acordes con el evangelio;
encorajina para emprender rutas, no transitadas o marginadas, pero llenas de tu amor.

Hoy iniciamos esta semana solemne de celebraciones:
tu entrada valiente en Jerusalén, centro de la resistencia organizada a tu Reino;
la entrega de tu amor y de tu vida en el “lavatorio” y la “cena”;
pasión, muerte y sepultura, consecuencia de tu vida humana y conflictiva;
tu resurrección, triunfo del amor y de la vida, sentido de la historia.

Queremos hoy, Cristo de la Semana Santa,:
dar un aplauso a tu audacia de profeta humilde que vienes a nosotros;
invitarnos a profundizar en el “lavatorio” y la “cena” fraternal;
asumir la conflictividad y la alegría de la existencia en tu reino;
animar nuestra esperanza en la vida resucitada contigo para siempre.

Rufo González
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