EL PAPA FRANCISCO NO ES DE “DERECHAS”

Me envía Pepe Mallo este inquietante artículo sobre “derechas e izquierdas” en la Iglesia. No es un lenguaje que me agrade. Pero como el mismo Papa Francisco lo ha utilizado, leamos esta reflexión con espíritu evangélico. Desde la parábola de Mateo 25, 31-46, todos sabemos quiénes están la “derecha” del Padre de Jesús, y a la “izquierda”. Quien preside la Iglesia, el sucesor de Pedro, debería estar sin duda a la “derecha”, con los “benditos de mi Padre”. Otra cosa muy distinta es la “derecha” de nuestra sociedad. No coincide en absoluto con la “derecha de mi Padre”. Más bien con la “izquierda”. Leed detenidamente, y ya veréis como nuestra terminología, tanto como la realidad, no son evangélicas.

“¿PUEDE UN PAPA NO SER DE DERECHAS?

Abundantes comentarios han surgido a raíz de la entrevista concedida por Francisco a Antonio Spadaro, jesuita y director de Civiltà Cattolica. Pero, según mis módicas reseñas, me atrevería a afirmar que nadie ha comentado específicamente esta “jesuítica” aseveración de Francisco “jamás fui de derechas”. Se han limitado a establecerla como titular y poco más.

Se asegura que en la Iglesia existen las “derechas” y las “izquierdas”. En estas últimas se alinean los llamados “progresistas”, demócratas, liberales, tolerantes. Las derechas se vinculan a los “conservadores”, tradicionalistas, integristas, ultra-conservadores, etc. Según estas convencionales categorías, pregunto: ¿Puede un Papa no ser de derechas? La historia se inclina a que no. Resulta contrario a la ideología eclesial. Es lo que hemos vivido y lo que todavía vivimos en la Iglesia. El problema lo origina el dogmatismo que, a menudo, acaba convirtiéndose en oscurantismo, integrismo y fanatismo.

La comunidad de seguidores de Jesús terminó por organizarse en una sociedad perfecta llamada Iglesia, conformada en severa estructura piramidal; su organigrama es jerárquico. A pesar de su pretendido “aggiornamento”, el Concilio Vaticano II no se atrevió a demoler esta estructura piramidal de la Iglesia, sociedad perfecta. Y por miedo a perder autocracia y poder, refrendó la ancestral clasificación del pueblo de Dios en tres categorías:

1.-Jerarquía (gobierno sagrado) configurada por las dignidades cardenalicias, episcopales y sacerdotales, los “ordenados”. Ella es la que piensa, la que enseña, la que decide, la que organiza..., la que santifica o condena.

2.-Religiosos: creyentes que se sienten “llamados” y optan por una “norma” concreta de vida religiosa, fervientes seguidores de los “consejos evangélicos”.

3.-Laicos: el pueblo, la grey, el rebaño, los probos y probados “fieles”, sub-ordinados. El primer estamento monopoliza la autoridad. El segundo, alejándose de la condición de laicos, huyendo del “mundo”, polariza la perfección humano-cristiana. El tercero, los laicos, tipifican la obediencia ciega.

Con esta segregación, el “pueblo de Dios” se ha visto “apocopado”; los laicos han quedado reducidos a la categoría de “pueblo”, escuetamente. Los prebostes se convierten en los custodios infalibles de la doctrina oficial. Existe algo así como un “dominio feudal” sobre la verdad y la razón. Y, extrañamente, comprobamos que como se tiene la verdad absoluta (revelada), por consecuencia, se dispone de la razón absoluta.

Y ¿qué cara de Dios nos presenta la Iglesia Institución?
Nos habla del Dios de los pobres, pero se concilia con la opulencia y confraterniza con ciertas ideas políticas; el Dios que ama a los pecadores, pero los “condena” al infierno; el Dios de la paz, pero se alía con el vencedor; el Dios de la igualdad, pero niega a los curas casados y a la mujer los ministerios eclesiales y marca lamentables distinciones honoríficas entre jerarquía y laicos; el Dios de la salvación, pero, eso sí, a largo plazo, en la “otra vida”; el Dios de la justicia, pero favorece con sus beneficios a los que donan enjundiosas “limosnas”; el Dios de los marginados, pero pone cotas a los homosexuales y divorciados; el Dios del Amor, pero es intolerante con ciertas ideas y comportamientos...; y más etcéteras.

Desde esta perspectiva, reitero: ¿puede un Papa no ser de derechas? Sospecho que resulta impensable.

Por otra parte, también Jesús refrenda tales categorías: izquierdas y derechas. En la parábola del “juicio final” (Mt. 25), nos garantiza que sus elegidos se colocarán a su “derecha”. En ella se congregan quienes dan de comer al hambriento, dan de beber al sediento, visten al desnudo, visitan al enfermo... Y yo insisto: ¿Podrá un papa, designado por inspiración del Espíritu Santo, estar en otro bando que no sea la “derecha de Jesús”? ¿Pues cómo Francisco puede proclamar a los cuatro vientos: “jamás he sido de derechas”?

Me resisto a creer que Francisco nos quiera engañar o intente fingir. Y me niego a ver falseadas o tergiversadas tales palabras. Sus gestos, homilías y alocuciones desde el comienzo de su pontificado nos lo demuestran. Francisco ha dejado bien clara cuál es su actitud en el gobierno de la Iglesia en esta situación tan trascendente para recuperar la perdida credibilidad de la Institución. Y ya ha empezado a tomar decisiones significativas. Ha comenzado por recuperar el proyecto evangélico: “una Iglesia pobre y para los pobres”. Ha censurado la visión “vaticanopapista” de la curia. Ha ratificado la “horizontalidad” de la Iglesia. Ha zarandeado con fuerza al “capitalismo salvaje, causante de la crisis” arremetiendo contra los despotismos financieros y favoreciendo la solidaridad y la justicia social. Ha propiciado la acogida, comprensión y tolerancia con los homosexuales. Ha patrocinado la posibilidad de que la mujer acceda a puestos de responsabilidad en la Iglesia... ¿No son estas actitudes propias de la idiosincrasia de las “izquierdas”? ¿Dónde estará Francisco, a la “izquierda” o a la “derecha” de Jesús?.

La cuestión radica, pues, en cómo armonizar y conciliar estas aparentes paradojas en conflicto. A mí solamente se me ocurre un sutil recurso: glosar el pasaje evangélico. Procedimiento que, además, puede servir para entender nuestros clichés ideológicos y prácticos, y aplicable perfectamente a todos los creyentes que integramos la Iglesia, tan proclives a encasillar en esferas, reductos, géneros y especies.

He aquí mi reflexión. Cuando miramos de frente a Jesús para escuchar sus palabras y asimilar su doctrina, o le contemplamos crucificado o resucitado (las dos figuras más frecuentes en imágenes y estampas), comprobamos que “su derecha” se corresponde con “nuestra izquierda” y consecuentemente “su izquierda” concuerda con “nuestra derecha”. Así pues, los benditos de la “derecha de Jesús” coinciden indefectiblemente con los habitualmente denostados de “nuestras izquierdas”. Y lógicamente, la viceversa...

Considerándolo desde este enfoque, sí que entiendo por qué ¡¡Francisco jamás ha sido de derechas!!
Pepe Mallo”
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