SANTA MARIA, MADRE DE DIOS (01.01.2019)

Comentario:envió el Espíritu de su Hijo que clama `¡Abba´, `Padre´!” (Gál 4, 4-7)

El hecho “Jesús”
El texto incluye la primera alusión del Nuevo Testamento a la Madre de Jesús, y la única en las cartas de Pablo. Es Dios quien precisa“la plenitud del tiempo”, como el padre concretaba la mayoría de edad del hijo en el derecho de la época. Para Dios, dice Pablo, la humanidad está madura para recibir al Hijo, y lograr que cada persona viva como “hijo de Dios”, no “esclavizado bajo los elementos del mundo” (4, 3). Por eso “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley”. Es la expresión de la noticia evangélica: “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14); “no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo... María dio a luz un hijo al que puso por nombre Jesús” (Mt 1,20.25); “concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo...; llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo...” (Lc 1, 31; 2,6-7). Jesús, por María, participa de la naturaleza humana, con sus esplendores y limitaciones, sujeto al crecimiento, a la tentación, a las condiciones sociales... Entre éstas, Pablo destaca la Ley judía, que impide la libertad de hijos.

Doble finalidad del hecho “Jesús”
1) “rescatar a los que estaban bajo la Ley” (exagoradso: sacar de la plaza pública, del mercado, de la oferta y demanda; no se vende, puede disponer de sí, es libre). “Para la libertad nos ha liberado Cristo” (Gál 5, 1a). El Espíritu de Jesús trae la libertad de la fe que actúa por amor (Gál.5, 6).
b) capacidad de “recibir la adopción filial”. Es lo mismo que dice el evangelio de Juan: “A cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios” (Jn 1,12). El Espíritu “da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Rm 8, 16).

Consecuencias reales de la fe en Jesús
“Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: `¡“Abba´, Padre!. Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios”´ (vv. 6-7). Mirar al Hijo, sentir su amor al Padre y a los hermanos, contemplar sus actitudes, realizar sus obras... será la norma de vida para todos los que “le reciben”. Sentimos el Espíritu que nos habita, e inspira su seguimiento. Fiarse del Espíritu del Padre y del Hijo es vivir en libertad que actúa por amor. San Agustín lo resumía así: “Todo se reduce a un breve mandato: ama y haz lo que quieras; si callas, que sea por amor; si gritas, que sea por amor; si corriges, si perdonas, que sea por amor; que la raíz del amor habite en el fondo de tu corazón; de semejante raíz sólo el bien puede brotar” (Sobre 1Jn: Tract. 7, 7-8: SC 75, 324-328; Liturgia de la Horas: 2ª lect. domingo XVII TO).

Oración:envió el Espíritu de su Hijo que clama `¡Abba´, `Padre´!” (Gál 4, 4-7)

Jesús, Hijo de Dios, hermano nuestro:
“noche vieja” y “año nuevo” son símbolos de muerte y vida;
muere un año y nace otro para estrenar;
vigilamos la noche para ver el parto del tiempo nuevo;
sentimos profundamente el paso del tiempo, abierto a lo inédito;
podemos cambiar, regenerarnos, soñar un mundo mejor;
podemos escuchar de nuevo tu llamada, Jesús:
“Se ha cumplido el tiempo, el reino de Dios está cerca;
convertíos y creed en el Evangelio”.

Como tú, podemos sumarnos a las expectativas de la gente:
soñamos con todos un mundo mejor;
queremos suprimir el sufrimiento y la miseria;
deseamos una vida de verdad y de amor;
nos sentimos obligados a buscar pan y cultura para todos;
a los más débiles les queremos cuidar más;
a nadie puede faltarle trabajo y dignidad;
necesitamos entendimiento y armonía...

“Este reino, decías tú, está en medio de vosotros” (Lc 17,21):
comienza cuando uno piensa en tu Dios, el Padre de todos...;
el Dios que tú, “nacido de mujer”, aprendiste de María;
el Dios que “dispersa a los soberbios de corazón”;
el Dios que “derriba del trono a los poderosos”;
el Dios que “a los ricos, los despide vacíos”;
el Dios “cuya misercordia llega a sus fieles...”;
el Dios que “enaltece a los humildes”;
el que “a los hambrientos los colma de bienes...” (Lc 1, 46-55).

Este reino “santifica el nombre de Dios Padre”:
porque respetamos a todos sus hijos;
“amarás a tu prójimo más que a tu vida.
No matarás a tu hijo en el seno de la madre
y tampoco lo matarás una vez que haya nacido...
Comunicarás todos tus bienes con tu prójimo
y no dirás que algo te es propio...”
(Carta de Bernabé, sobre el año 130; c. 19; ver en F. X. Funk 1, 53-57).

Este reino se realiza conforme se hace la vida más humana:
se respeta la dignidad de toda persona, hija de Dios;
se habla y actúa con verdad;
no hay dominio de los ricos, los poderosos, los varones...;
todos tienen la misma dignidad;
todos disfrutan “del pan para vivir” y desarrollarse;
los más dotados ayudan a los más débiles;
se perdonan entre ellos, como el Padre-Madre perdona...

Este reino lo actualizamos hoy nosotros:
ya “se ha cumplido el tiempo”;
ya “Dios ha enviado a su Hijo, nacido de mujer”;
ya nos “ha rescatado de la Ley” que esclaviza y no deja actuar a la conciencia;
ya “Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: `¡Abba´, Padre!”;
ya el Espíritu sugiere que “a Dios lo encontramos en la libertad humana,
en el amor humano, en el respeto humano,
en lo verdaderamente humano que hay en la vida...”;
ya el Espíritu avisa que “en la iglesia no puede haber autoridad o poder
para limitar, disminuir, prohibir, anular las posibilidades
y energías de lo humano que Dios ha puesto en nuestras vidas...”;
ya el Espíritu asegura que “encontrar a Dios es encontrar
la plenitud de las posibilidades de lo verdaderamente humano...”
(J. M. Castillo: “Curas casados. Historias de fe y ternura”. Moceop. Albacete 2010. P. 339-355).

Ven, Espíritu divino, en este primer día del año:
a nuestras comunidades para que no sean instituciones de miedo e imposiciones;
a todos nosotros, hijos de Dios, para que vivamos en libertad fraternal;
a toda la Iglesia para que sea diálogo y acuerdo en torno al Evangelio.

Rufo González
Leganés, enero 2019
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