Mucha pedagogía y reforma ritual debe hacer la Iglesia para que los participantes en la eucaristía sientan la reconciliación necesaria para comulgar Durante siglos la eucaristía fue modo habitual del perdón

Eucaristía y Penitencia, dos caminos de reconciliación (1)

Teología y Catequesis resaltan poco la eucaristía como sacramento de reconciliación. A pesar de ello, la reconciliación es un ingrediente esencial de la eucaristía. Empieza con un acto penitencial: “antes de celebrar los sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados...”. Se hace confesión comunitaria, se pide perdón y se escucha el perdón de Dios a todos. La reconciliación se muestra en oraciones, lecturas, ofertorio, plegaria eucarística, padrenuestro, intercambio de paz..., y se consuma en la comunión. Ha sido un sinsentido durante años, ir a la “Cena del Señor”, departir con el Señor, sin cenar con él. Aún muchos asistentes -en celebraciones “sociales”, la totalidad- no comulgan.

Hubo una época en que el sacramento del perdón para los pecados ordinarios después del bautismo era la eucaristía. Nada menos que durante los primeros siete siglos. El otro sacramento reconciliador, la Penitencia, se consideraba como el segundo bautismo, y sólo se daba una vez en la vida. Era una nueva conversión a la fe cristiana. Se reservaba para quienes habían roto públicamente la opción cristiana. Es cierto que cambiar la opción de fe no se realiza frecuentemente. Si uno se convierte a Cristo, es para toda la vida. Quien por su vida, totalmente indigna de Cristo, se aparta del “camino” de forma notoria, tiene que volver al proceso de conversión que le llevó al bautismo. Era un proceso público ya que su abandono del camino cristiano había sido público. Esto ocurría con la apostasía-idolatría, el homicidio y el abandono notorio de la familia por adulterio público. Este proceso de conversión tenía etapas y duraba largo tiempo.

“La Cena del Señor” es reconciliación con el Señor y los hermanos. Basta leer los relatos de su institución para darse cuenta de que esta Cena es, en su misma entraña, una reconciliación con Dios y los hermanos. Si “pecado” es todo lo que nos aleja de Dios y de los hermanos, participar de la Cena del Señor supone acercarnos a Dios y a los hermanos, compartiendo la misma mesa. Dañarnos o dañar voluntariamente a los hijos de Dios nos aleja del Padre, de su voluntad bienhechora. Sentarnos a la mesa de Jesús inicia la vuelta al amor, repara, corrige y alienta el buen camino.

Jesús se entrega en la eucaristía “para el perdón de los pecados”. Precisamente, para reconciliarnos con el Padre y hermanos. Los relatos de la institución y consagración eucarísticas subrayan con claridad meridiana el sentido de perdón y reconciliación:

Tomad, comed: esto es mi cuerpo... Bebed todos de ella, pues esto es la sangre de la alianza mía, que se derrama por todos para el perdón de los pecados” (Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-24; Lc 22, 19-20; 1Cor 11, 23-26). La liturgia: “Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros...  Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía”.

La acción salvadora de Dios en Cristo se actualiza en cada eucaristía. Así lo recoge la soteriología cristiana: 1.- la muerte de Jesús es “por muchos”, por todos, “para el perdón de los pecados” (Mt 26, 28). Nos libra de la “muerte” del Espíritu, causada por nuestros pecados mortales. 2.- Recibir el cuerpo y la sangre de Jesús es recibir al Resucitado. Es, por tanto, participar de su misma vida, su amor, su perdón, su trabajo... por el Reino. 3.- Participar del cuerpo y sangre de Jesús es participar de la nueva alianza, comulgar con Dios y su Reino, encontrarse con el Amor que perdona y restaura la imagen del Hijo en cada partícipe. 4.- El sentido de la sangre en la tradición bíblica (la sangre conserva la vida) inspira, sin duda, la salvación que nos viene por la sangre de Cristo. Esta sangre nos transmite la vida de Cristo, la vida de Dios, el Espíritu Santo. Esta vida es incompatible con el pecado, que es privación de la misma.

Estas palabras, escritas por un gran teólogo español actual, me parecen un resumen certero de la reconciliación eucarística:

“Nos encontramos con tres elementos de la vida de Jesús, que convergen en la eucaristía de la Iglesia. En primer lugar el recuerdo de sus comidas con publicanos y pecadores a los que Jesús, otorgándoles comensalidad, les otorgaba la amistad, la dignidad y el perdón de Dios (Lc 15,2; 19,7; Mc 2,7). En segundo lugar la última cena, que celebró en la víspera de su pasión y muerte. En tercer lugar las comidas del Resucitado. La fusión de estos tres horizontes, con el sentido y rito propio de cada uno de ellos, funda la realidad de la eucaristía de la Iglesia...” (O. González de Cardedal, “La entraña del cristianismo”. Secretariado Trinitario. Salamanca 1997, p. 466).

Los “tres elementos de la vida de Jesús” incluyen el perdón de los pecados:

- Comía con pecadores para expresarles y entregarles el amor del Padre, como decían sus parábolas -“armas arrojadizas”, es su significado etimológico- provocadoras de la conversión.

- En la última cena a todos les entrega su “pan”, incluso a Judas, ofreciéndoles perdón y amistad entrañables.

- Las comidas del Resucitado son claro ejemplo de perdón gratuito: no les reprocha ni su cobardía, ni su abandono, ni su negación incluso. Estos son los regalos del Resucitado: sus discípulos al creer en él, al revivir su amor, sienten una gran paz, una alegría inmensa, una liberación de sus culpas de forma inmerecida. Esta experiencia de reconciliación y empatía con Jesús y los hermanos es la vivencia correcta y propia de la Eucaristía.

Mucha pedagogía y reforma ritual debe hacer la Iglesia para que los participantes en la eucaristía sientan la reconciliación necesaria para comulgar. ¿Tiene sentido participar en la eucaristía, creyendo en la entrega de Jesús y escuchando su voluntad perdonadora y reconciliadora, y no reconciliarse en su mesa y alimentarse de su vida resucitada?

La liturgia entiende la eucaristía como perdón y purificación. Sigue la convicción que la “ley de orar es la ley de creer”. Se reza conforme a la fe. Domiciano Fernández cita varios testimonios expresivos del carácter reconciliador de la eucaristía en su obra “El Sacramento de la Reconciliación” (Valencia 1977, pp. 204-210). Recojo algunos:

- Los antiguos sacramentarios (leoniano, gelasiano, gregoriano) dicen que la eucaristía es “perdón de los pecados (absuelve, perdona, libera), limpieza y purificación del alma (purga, limpia, purifica), satisfacción a Dios (expía, satisface), santificación y salud (santifica, cura, sana)”. 

- Algunas fórmulas para el momento de la comunión lo expresan directamente: “Que el cuerpo y la sangre del Señor os aproveche para el perdón de los pecados y para la vida eterna” (prescrita por un concilio de Rouen, s. IX). “Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo... por este sacrosanto Cuerpo y Sangre, líbrame de todas mi iniquidades y de todos los males...” (Oración secreta del presidente de la eucaristía. Misal actual). “Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo... Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” (Misal actual). “El cuerpo de nuestro Señor Jesucristo para el piadoso fiel N. N. para el perdón de sus pecados; la sangre de Cristo para el perdón de sus pecados y para la vida eterna” (fórmula sirio-oriental antigua y actual para dar la comunión).

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