¿La vida es un continuo renacer?

En el caminar de la vida nos encontramos obstáculos externos que hay que ir sorteando “la barrera que detiene, o la muralla que limita. He aquí la piedra que desvía o el obstáculo que frena. He aquí el microbio o la palabra imperceptible que matan al cuerpo o infectan al espíritu. Incidentes, accidentes, de toda gravedad”, Ante estos obstáculos siempre nos queda la esperanza de poderlos superar. Pero el problema viene ante nuestros obstáculos personales como “defectos naturales, inferioridades físicas, intelectuales o morales, por las que el campo de nuestra actividad, de nuestros goces, de nuestra visión, se ha visto limitado implacablemente desde el nacimiento y para toda la vida. Otras nos esperaban más tarde, brutales como un accidente, solapadas como una enfermedad. Todos, un día u otro, tuvimos o tendremos conciencia de que alguno de estos procesos de desorganización se ha instalado en el corazón mismo de nuestra vida. Unas veces son las células del cuerpo las que se rebelan o, se corrompen. Otras son los propios elementos de nuestra personalidad los que parecen discordantes o emancipados. Y entonces asistimos, impotentes, a depresiones, rebeliones, tiranías internas, allí donde no hay influencia amiga alguna que pueda venir en nuestro socorro”. En la muerte, como un océano viene a confluir tanto el mal físico como el mal moral.

Pero ante las sucesivas muertes hemos de ir renaciendo a la vida ya que “Cristo ha vencido a la muerte, no sólo reprimiendo sus desafueros, sino embotando su aguijón. Por virtud de la Resurrección nada hay que mate necesariamente, sino que todo en nuestras vidas es susceptible de convertirse en contacto bendito de las manos divinas y en bendita influencia de la Voluntad de Dios”. Por tanto debemos luchar contra el Mal e ir reduciendo al mínimo el Mal, incluso el simplemente físico, que nos amenaza, “sin rebelión y sin amargura, sino con una tendencia anticipada a la aceptación y a la resignación final” (Cf. P. TEILHARD DE CHARDIN, El medi diví, Nova Terra, Barcelona 1968, 94-100).
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