"María fue la primera discípula de Jesús. Le fue siempre fiel, siguió sus huellas" La Asunción de María, signo de esperanza

La Asunción de María, signo de esperanza
La Asunción de María, signo de esperanza

En esta celebración conmemoramos que María, al finalizar su peregrinaje de fe en la tierra, llegó a la gloria del cielo. Esta es una verdad de fe que fue definida en el año 1950 por el papa Pío XII. Creemos que María fue asunta al cielo en cuerpo y alma para alabar a Dios e interceder por nosotros

Cuando nos abrimos a Dios y lo dejamos entrar en nuestra vida, crecemos, nos renovamos y nos llenamos de esperanza y alegría, porque Cristo habita en nosotros

El 15 de agosto hemos celebrado la solemnidad de la Asunción de la Virgen María. Esta es una fecha que coincide con las fiestas mayores de verano de muchas poblaciones de Cataluña. 

En esta celebración conmemoramos que María, al finalizar su peregrinaje de fe en la tierra, llegó a la gloria del cielo. Esta es una verdad de fe que fue definida en el año 1950 por el papa Pío XII. Creemos que María fue asunta al cielo en cuerpo y alma para alabar a Dios e interceder por nosotros. 

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María fue la primera discípula de Jesús. Le fue siempre fiel, siguió sus huellas. Como madre, nunca dejó de estar al lado de su hijo, no solo de pequeño, sino también de adulto, hasta la cruz. Tengamos también, como María, la mirada fija en Jesús, no nos separemos de Él. Él es nuestro Maestro y nuestro guía. María quiere conducirnos de la mano a Jesús. 

María, con su vida, también nos muestra que en el corazón de cada uno de nosotros puede haber un lugar para Dios. Ella, que acogió en sus entrañas al Hijo de Dios, puede ayudarnos a acogerlo en nuestro interior. Cuando nos abrimos a Dios y lo dejamos entrar en nuestra vida, crecemos, nos renovamos y nos llenamos de esperanza y alegría, porque Cristo habita en nosotros. 

Detalle de 'La Asunción' del Greco
Detalle de 'La Asunción' del Greco

María, en su Asunción, nos enseña que Dios tiene un lugar reservado para nosotros. Nos hace vivir la promesa que Jesús nos dice en el Evangelio: En casa de mi Padre hay muchas moradas para vosotros (cf. Jn 14,2). Él está en la casa del Padre y nos prepara allí nuestra estancia. También está María y desde allí continúa escuchándonos, ayudándonos, siendo la estrella que guía nuestros pasos hacia Jesús. Me emociona pensar en Jesús y María, que velan con ternura por todos nosotros y que esperan con anhelo el encuentro con cada uno de nosotros en el cielo. 

Santa María, asunta al cielo, es un punto de referencia y una esperanza cierta para todos los cristianos. Ella vive ya ahora lo que cada creyente, la Iglesia entera y toda la humanidad anhela: la vida en comunión plena con Dios. Como se dijo en el Concilio Vaticano II, María es «signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor». (Lumen gentium, 68). 

Queridos hermanos y hermanas, no dejemos de invocar a la Virgen María, que saludamos en la oración de la Salve como «Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra». Digámosle la alabanza que le dirigió su prima santa Isabel: «Bienaventurada la que ha creído» (Lc 1,45). Que ella nos acompañe maternalmente en nuestro peregrinaje de fe y en el actual Jubileo de la esperanza, como acompañó el camino de la primera comunidad cristiana. Y que un día pueda acogernos en sus brazos maternales en la presencia de Dios para gozar siempre de su compañía. 

† Card. Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona

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