Cartas al padre Jacob, en la estela de los grandes maestros



Nuevamente viene del frío, Finlandia en este caso, una obra sugerente del cine espiritual en la estela de Dreyer, Bergman o Tarkovski. Una película esencial e íntima que trata del encuentro salvador entre dos seres humanos más allá del fracaso y dónde la gracia trabaja sutilmente tornando la aparente la desgracia en oportunidad.

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Realizada como un film de cámara, con apenas tres actores, prácticamente en dos ambientes, una casa y una iglesia destartaladas, con una mínima acción exterior y un penetrante itinerario interior. Los protagonistas Leila (perfectamente dramática Kaarina Hazard) y el padre Jacob (austeramente tierno Heikki Nousiainen) con el contrapunto de un cartero que es testigo prácticamente mudo de este encuentro entre dos almas. El padre Jacob es un pastor protestante, anciano y ciego, que vive para contestar las cartas de sus feligreses que acuden a él pidiéndole consejo y oración. Leila es una expresidiaria, condenada a cadena perpetua por un delito enigmático, y que se ha convertido en una persona dura y solitaria, incapaz del acercamiento al otro. Misteriosamente, y en contra de su voluntad, es indultada y enviada a ayudar al padre Jacob a recibir y contestar sus cartas.

El director Klaus Härö realiza con una enorme simplicidad un destacable despliegue de elocuencia, que se basa en la contención a la vez que en la transparencia emotiva de los actores, en una fotografía marcada por frecuentes detalles que actúan con destino simbólico y en una banda sonora que orienta el ritmo y la cadencia del proceso psicológico y espiritual. Esta conjunción de lo esencial cinematográfico permite una epifanía del alma de los personajes que llegan al espectador con todo su misterio personal. Ningún juicio puede precipitarse, ninguna suerte está definitivamente echada y ninguna coraza queda sin ser traspasada.

El personaje del padre Jacob tiene una enorme fuerza teológica profundamente adentrada en la sentido pascual del amor. El amor que salva de forma sacrificada, silenciosa y escondida, o dicho más radicalmente, inútilmente. O si cabe dicho más cristianamente, la presencia de la gracia divina. La elección de los textos bíblicos de Pablo actuará como indicador imprescindible para comprender la motivación profunda. Como contrapunto, Leila es la reducción a lo penúltimo del drama humano. La desgracia casi original que funciona como espiral y atrapa hasta la muerte. A una dureza heredada y apenas culpable, se une la ira consciente que destruye cualquier esperanza.

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¿Cómo romper la armadura? ¿Qué fuerza puede cambiar el destino? ¿Quién puede poner amor donde no hay amor? Late en la película un elogio inquietante y firme a la fe. En un tiempo donde el sacrificio siempre se exige al otro, lo que es en el fondo la raíz de la crisis de civilización, la fuerza transformadora de los seres humanos cuando se encuentran puede convertirse milagrosamente en novedad inesperada.

Las elecciones de la libertad de Jacob y Leila tiene un hilo tenue que al principio les hilvana apenas, a punto en varios momentos de romperse. Luego comprendemos que no procede únicamente de ellos pero actúa a través de ellos. El lazo se va estrechando hasta convertirse en admirable intercambio. Al final, en la revelación última, comprendemos quienes son los celebrantes y los invitados de una extraña boda a la que habíamos sido invitados.

Una película imprescindible. No una obra maestra, pero en la estela de las obras maestras, menor, pues, pero asombrosamente verdadera, penetrantemente emotiva y asombrosamente lúcida. Mientras sean posibles estos milagros nada está perdido.

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