The Vessel: la sombra de Malick es alargada


The Vessel es claramente una obra de la escuela de Malick. Uno de sus discípulos, Julio Quintana, compone este film-parábola sobre la intensidad de la desolación y el sacrificio de la esperanza. Con las mismas consideraciones formales cuenta con la belleza de los planos que se convierten en símbolos, la intensidad de la tragedia, el dialogo tenue contrapunteado con la voz en off y la intensidad de la banda sonora.
Tras diez años de la tragedia de un maremoto una aldea portorriqueña sigue en la tristeza de la devastación. Tras la muerte de 46 niños de la pequeña escuela, las mujeres se niegan a quitarse el luto y a tener hijos. Resistiendo el temporal el sacerdote local, impresionante Martin Sheen incluso en su castellano, intenta, tan repetida como fracasadamente, aportar un poco de luz, desde una iglesia a la que ahora ya no entra nadie.
Algo ocurre entonces. Leo (Lucas Quintana) tiene un accidente con otro amigo. Ambos son rescatados y dados por muertos. Pero tras tres horas, con los ritos fúnebres preparados, el joven despierta. Su presencia, al cuidado de una madre Fidelia (Jacqueline Duprey) que ha perdido el juicio en la tragedia, es un contraste en aquel pueblo fantasma. Cuando Leo, que deja de lado a Soraya (Aris Mejías) su antiguo y apagado amor, decide realizar un gesto inusitado. Construir una nave (The Vessel) con los restos de la escuela. El navío se convierte en símbolo controvertido que a todos parece sacar del letargo.
La película posee una gran elocuencia en las imágenes de tristeza del alma colectiva. Los planos de las sombrías tierras arenosas, el mar misterioso y amenazador y de un cielo intranquilo reflejan los rostros de unas gentes torturadas por una angustia invisible. El vigor y la fidelidad del padre Douglas no parecen doblegar la aflicción que no se sabe si viene de la naturaleza, como la ola destructora, o viene de la intimidad del luto, cuando nadie puede consolar a nadie.
Las referencias cristianas están omnipresentes y adquieren forma alegórica. Leo resucitado va adquiriendo rasgos crísticos, la desolación adquiere tintes apocalípticos, el navío no deja de ser un arca para salvar el futuro, el cura representa la limitación de lo humano y el milagro acecha para abrirse paso en la tragedia.
El protagonista, Leo, está en estela de los locos de Dios portadores de la sobrenaturaleza. Recordemos a Gelsomina en “La strada” (1954) de Fellini o el mismo Francisco en “El juglar de Dios” (1950) de Rossellini o más recientemente a Selma de “Bailando en la oscuridad” (2000) Trier o el monje Anatoly de “La isla” (2006) de Lungin. La característica central de estos personajes es su carácter misterioso que hace inexplicable su comportamiento. La misión resulta redentora para su entorno. Ambas están presentes en Leo pero con algunas correcciones.
La peculiaridad de Quintana sobre las películas de su mentor, del que fue cámara y responsable de fotografía, está en el lugar de la luz. Malick entra en la noche de la pérdida de un hijo (El árbol de la vida, 2011), el ocaso de la civilización (El nuevo mundo, 2005) o la brutalidad de la guerra (La delgada línea roja, 1998) pero hay un fuerte triunfo de la luz trascendente. Para el postmoderno Quintana, la noche es más oscura, los dolores más insuperables y la luz surge únicamente de la inmanencia.
En The Vessel hay un atisbo de genialidad si se le concede adentrarse en el carácter onírico de su historia. La resolución no es hollywoodiense ni esperable. El milagro surge de lo profundamente humano e inmanente pero esta es la forma de actuar del amor divino. Sin espectáculo la salvación actúa frágilmente, humanamente. A pesar del itinerario torturado y del exceso de bruma Quintana está aprendiendo.
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