Donde aprender a morir es aprender a vivir




La nueva película de Gustavo Ron supone un salto cualitativo destacado en su carrera cinematográfica (Mía Sarah, 2006) tanto por la profundidad temática como por la madurez expresiva. "Vivir para siempre" emociona y cuestiona, da que pensar e invita a sentir, hace participar del sufrimiento pero renueva los deseos de vivir. Marcada por una intención claramente espiritual invita a enfrentar los grandes interrogantes de la vida y de la muerte desde la perspectiva de un muchacho de 11 años.

Basada en el libro "Esto no es justo" de Sally Nichols nos cuenta una historia de enfermedad y muerte, en este caso una muerte anunciada en los primeros planos. Como bien indica Albert Camus en "La peste" una de las experiencias más duras que hemos de afrontar los seres humanos es la muerte de los niños, de los inocentes en definitiva. Hacia allí va la película pero por un camino desacostumbrado. No se trata de mirar al sufrimiento sino de buscar los resortes profundos de la persona para levantar el vuelo. Así el proceso de la enfermedad es mostrado como el tiempo oportuno donde el pequeño y, lo que es más nuevo argumentalmente, los que le rodean, hacen un proceso para mirar el dolor como posibilidad de ser traspasado, la despedida como ocasión de profundizar en los motivos para vivir. El montaje ordena con buen tono dramático las confesiones del enfermo, fenomenal Robbie Kay en el papel de Sam, que realiza en forma de diario ante una cámara de vídeo doméstico. La presentación magnífica de un teatrillo victoriano que permite contar lo dramático con humor. El proceso y las relaciones con los padres, elocuente Ben Chaplin y contenida en la ternura y el dolor Emilia Fox. Además de introducir una serie de secundarios que establecen el contrapunto que va desde la ironía vulnerable de Félix (Alex Etel) el amigo y compañero de destino, la pequeña dama de los sueños (Ella Purnell), la enfermera contracultural o la profesora acompañante- espiritual.

Ciertamente que la película recuerda a "4ª planta" de Antonio Mercero, "Mi vida sin mí" de Isabel Coixet y la que próximamente tendremos en nuestras pantallas "Cartas a Dios" de Eric-Emmanuel Schmitt. Sin embargo, lo realmente novedoso de la propuesta de Gustavo Ron que es el proceso de asunción de "lo que toca" lo realizan todos los personajes incluidos los que acompañan a Alex y de forma especial sus padres. Además la película respira optimismo y luminosidad en una fotografía que define una cámara colocada en el lugar del espectador que es capaz de contemplar lo mejor de lo posible.

Película realizada para conmover que no cae en el sentimentalismo, sino que contiene los sentimientos dosificándolos para enmarcarlos en la apertura al sentido y a la esperanza. Película para pensar donde se plantean las preguntas impresentables sin anticipar didácticamente las respuestas. El uso de la rotulación marca un tono desenfadado que sirve de contrapunto a lo doloroso de la historia. Con un guión inteligente que se inicia con pinceladas dispersas y que termina por concentrarse progresivamente en la centralidad del carácter indestructible de la Vida que termina brotando más allá de la biología.

El formato atractivo y ágil se une a una temática universal e imprescindible lo que hace de "Vivir para siempre" una película adecuada para jóvenes y público adulto. Donde al espectador además de entretenimiento se le ofrece ilusión para vivir, ganas para luchar y razones para esperar.
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