Carta a Dios

Querido Dios:

Es la primera vez que te envío una carta, hablo contigo casi a diario, pero nunca lo hice por escrito. Hoy deseo hacerlo por escrito, y deseo compartir lo que te diga con más gente.

En primer lugar te doy las gracias por mi vida, todos te debemos la vida pero deseo expresarte mi gratitud una vez más. Vivir es lo mejor que mejor que me podía pasar, y supongo que lo único.

En segundo lugar te doy las gracias por tu presencia en mi vida, presencia invisible pero que en ocasiones noto. Me doy cuenta del poder de la oración y de la Fe, y me doy cuenta en medio de las desgracias como estás presente. Me dejas en muchísimas ocasiones sorprendido, cierto es lo bueno que es dejar en tus manos que ciertas cosas que no están a nuestro alcance ocurran.

Tú me enseñaste la más valiosa forma de venganza, aquella que es más dulce y no es amarga, me enseñaste que cuando alguien te hace mal o te hace daño intencionadamente, debemos siempre responderle con el bien, responderle con el golpe más inesperado. Así me lo enseñaste en mi infancia, y como plantaste aquella oportunidad que consiguió arreglarme tantos y tantos problemas que sufrí en mi colegio. Aquel premio de Ajedrez del Parque de Atracciones de Madrid, que sin duda alguna me ayudaste mucho a alcanzar, me permitió devolver el golpe a esos compañeros del colegio que tantas veces me insultaban en el recreo o me esperaban a la salida. Invitar a toda tu clase gratis al parque de atracciones solo podía ser una genialidad tuya, tú me lo pusiste a mi alcance y yo lo conseguí. Nunca más volvieron aquellos chavales a meterse conmigo, me gané el respeto y la venganza fue dulce pero no amarga.

Lo de mis padres tenía muy mal asunto. Tantos años sin entenderse, tantos problemas que había en casa. Era necesario que se separasen, tú lo sabías y esperaste el mejor momento. Sabías que mi abuela estaba mala, sabías que su enfermedad era cuestión de tiempo. En lugar de llevartela aquel día en el hospital tras ese infarto cerebral la dejaste consciente y minusválida. Pero todo lo planeaste al milímetro, sabías que mi padre haría lo que nadie de la familia creíamos que haría, irse a vivir con mi abuela, sabías que mi abuela aún en esas condiciones tan feas se encontraría feliz cumpliendo uno de sus mayores deseos, ser el centro de atención. Lo cierto es que me dejaste sorprendido. Has arreglado la separación de mis padres, los has separado sin conflictos y a parte de traer tranquilidad a mi casa le has dado a mi abuela una dulce felicidad para sus últimos días.

Por otra parte en mi vida está la inmensa suerte que siempre me ha acompañado. Tu hiciste que se cruzaran en mi vida personas importantes, personas que me ayudaron y que me apoyaron. Pienso tanto mientras escribo en la Madre Mari Cruz, fui mal estudiante y ella estuvo siempre ahí apoyándome, pendiente de mi. Cuando más me hicieron desconfiar en ti aquellos curas que prefiero no hablar, ella estuvo ahí que me ayudó y apoyó muchísimo, me devolvió la confianza en ti, me enseñó hasta donde llega tu amor. Recuerdo muchísimo a la pobre Mari Carmen Madero, que se la llevó el cáncer como recientemente se ha llevado al obispo Eugenio Romero que tantas veces dijo que quería venir a conocer nuestra comunidad (que sin duda el promovió a formar, y que por desgracia la enfermedad no se lo permitió). Mari Carmen era especial, era una mujer llena de vida y de Fe, con unas palabras siempre abiertas a la alegría y la esperanza. Pienso en Antonio Pedraza Yeste, donde estará ahora aquel genial profesor que me enseñó a amar a las matemáticas, que me ayudó a superar los problemas que sin duda me ocasionó una burra de profesora que nos desalentaba a estudiar en clase. Ojalá vuelva a tener noticias de él un día. Te tendría que agradecer por poner en mi vida a tanta gente, que no tengo tiempo para escribir sobre todos.

Hay una cosa que me apena mucho. Es verte sufrir. Por fortuna solo te causo decepciones, sabes que siempre te pediré perdón por ellas, y sabes que mi confianza en ti es plena, no te quitará nadie de mi corazón. Pero sabes que en bastantes ocasiones te veo sufrir. Hace demasiados años, no se cuando, te impusiste unas normas que son una carga unas veces y una alegría otras, aunque generalmente veo que te son una gran carga. Tienes puestos tus ojos en las alegrías humanas, en la bondad del hombre, en sus buenas acciones, en todo aquello que sabes que le hace feliz, eso te da esperanza y consuelo y te causa felicidad, pero también los tienes puestos en el dolor, en las miserias, en las guerras, en el hambre, en la enfermedad y sobre todo en la injusticia.

Te enamoraste de la humanidad, y decidiste asumir los golpes que en ocasiones te inflingimos, pensaste he aquí al hombre para lo bueno y para lo malo, quisiste que pudieras siempre elegir entre hacernos bien y hacernos daño. Fue entonces cuando decidiste quitarte de en medio, evitar que tu presencia no hiciera salir del hombre sus amargos y dulces frutos. Pero te diste cuenta que de la misma forma que amabas, también querías ser amado, y para eso te pusiste en contacto con el hombre, con Abraham, con Moisés, con los profetas, pero no conseguiste el efecto deseado, había que lograr algo mejor, una relación contigo más personal, tenías que darte a conocer. Por ello se te ocurrió otra de tus geniales ideas, optaste por convertirte en hombre, sufrir como los hombres y no ser un dios entre los hombres sino un hombre-Dios. Te convertiste en Jesucristo, decidiste que ya que querías presentarte como padre de la humanidad, debías ser padre de ti mismo al hacerte también hombre, quisiste ser uno más que nosotros. Tu historia debiera resumirse en aquel buen dios que se enamoró tanto de su obra que quiso convertirse en parte de ella. Decidiste aceptar el sufrimiento de la humanidad en ti mismo, aceptaste hasta el mismo sentimiento de la duda antes de la cruz y en la cruz, quisiste sentir hasta el abandono que muchas siente la humanidad cuando no te encuentra, aquellas palabras que dijiste siendo Jesucristo increpándote “Padre, Padre porque me has abandonado” y acto seguido te encomendaste a ti mismo. Ni por un instante como Padre interviniste, y como hijo tampoco quisiste bajar de la cruz, quisiste morir como hombre y padecer como hombre. Pero gracias a esto conseguiste transmitir el más importante de los mensajes a la humanidad, mensaje que por terquedad no hemos muchas veces interpretado bien pero que tras 2000 años sigue intacto, tu inmenso amor por nosotros. Amor hasta la muerte, que mejor forma de dejarlo bien claro.

Se que sufres Padre, lo sé, te pido perdón por mis pecados. Te pido perdón por mi cobardía, sabes que está muchas veces en mi mano ayudar más a los que lo necesitan. Pero me falta el valor de San Francisco de Asís y el de San Juan de Dios, el de la propia Maria Emilia Riquelme fundadora de las misioneras de mi colegio, o el de Santa María Micaela fundadora de mi otro colegio. Laico seré por siempre, de los que ayudan sin dar siempre todo lo que pueden.

Finalizando el presente escrito te quiero pedir para que me ayudes a ser mejor docente, mejor profesor de mis alumnos para poder ayudarles como siempre hago, pero sobre todo mejor persona, que a veces siento el despertar de la ira y el rencor, y aunque nunca los manifiesto me hacen muchísimo daño por dentro. Ayúdame también a vencer la pereza, muchas veces me encuentro sin ganas y cansado. Por eso Dios mío, una vez más ayúdame, ayúdanos.

Muchísimas gracias
Julián Moreno Mestre
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