Ciencia y Fe IV (Darwin y la teoría de la Evolución)

El tercer caso presentado muchas veces como claro ejemplo de la oposición entre ciencia y religión es el de la teoría de la evolución de Darwin. Aquí también la historia es narrada desde visiones sesgadas que a veces se apartan de la realidad. El tema está admirablemente tratado por John H. Brooke7 . En 1859 Darwin publicó su obra principal El origen de las especies, que tuvo un inmediato éxito y enorme repercusión. En su siguiente obra en 1871 aplicó su teoría de la evolución al hombre. Solo veinte años más tarde, la teoría de la evolución era ya admitida por una gran mayoría de la comunidad científica. Muy pronto se vio que esta teoría chocaba con muchos aspectos de la doctrina cristiana, como, el relato bíblico de la creación de cada especie, la creación del hombre directamente por Dios y la doctrina del pecado original. Desde el principio hubo una cierta oposición entre eclesiásticos, tanto protestantes como católicos, aunque algunos la aceptaron, entre los primeros los anglicanos Frederik Temple y Charles Kingsley. Las ideas evolucionistas fueron pronto tomadas por algunos propagandistas que las dieron un fuerte carácter antireligioso, como Thomas Huxley en Inglaterra y Ernst Haeckel en Alemania, propulsores de un naturalismo evolutivo, y Herbert Spencer que las extendió al ámbito social. Estos autores convirtieron la evolución en prácticamente una verdadera religión y en ellos se da una postura tan dogmática, como la de sus oponentes eclesiásticos. Darwin mismo se distanció de estas posturas extremas. En general, después de las primeras reacciones contrarias a finales del siglo XIX, las posturas se fueron haciendo más conciliadoras. En España donde se publicó la traducción de la obra de Darwin en 1872, hubo posturas materialistas, como las de Francisco Suñer y Capdevila y Joaquín Bartrina y otras que las armonizaron con la fe cristiana como las de Antonio Machado Nuñez y Francisco
Tubiño.
Respecto a la posición oficial de la Iglesia Católica, la única condena de la evolución fue emitida por el Sínodo de los obispos alemanes en 1860, que la consideró en contradicción con las Escrituras y la fe católica. En 1864 Pío IX publicó la encíclica Quanta cura y el Syllabus en los que se hace un resumen de los errores modernos, pero en los que no se menciona explícitamente el evolucionismo. En 1909 la Comisión Bíblica, refiriéndose a los primeros capítulos del Génesis, sostiene claramente que no ha de buscarse en la Biblia el rigor científico. Doctrinalmente la preocupación de la Iglesia no se oponía a la evolución de los seres vivos, sino solo al problema del origen del hombre. Así Pío XII en 1950 propuso que se puede sostener el origen del cuerpo humano a partir de otros seres vivientes, pero el alma es creada directamente por Dios. Pablo VI en 1966 añadió que una evolución teísticamente entendida es perfectamente asumible en la fe católica12. No hubo, por lo tanto, nunca, como a veces se afirma, una condena explícita por parte de la Iglesia Católica de la teoría de la evolución. Recientemente Juan Pablo II en 1996, comentando las palabras de Pío XII, en las que había aun un cierto reparo sobre la base científica de la evolución, afirma que los nuevos conocimientos han llevado al reconocimiento de la teoría de la evolución, como más que una hipótesis y que la convergencia de las investigaciones constituyen hoy un argumento significativo en favor de esta teoría.
Las ciencias y el cristianismo en la historia
Agustín Udías, S.J.
Universidad Complutense de Madrid