Ciencia y Fe V (Relaciones positivas y conclusión)

Relaciones positivas
Acostumbrados a la publicidad que se ha dado a los pretendidos conflictos entre religión y ciencia, apenas se mencionan los aspectos de un influjo positivo de la religión en el desarrollo de la ciencia. Sin embargo, a lo largo de la historia son más frecuentes los aspectos positivos en esta relación y el fomento de la ciencia por parte de las instituciones eclesiásticas que lo contrario. Dos ejemplos poco conocidos son el desarrollo de la filosofía natural durante la Edad Media y la relación entre la corriente puritana de la Iglesia de Inglaterra y la ciencia.
La filosofía natural medieval La Edad media, en la que el cristianismo tuvo en occidente una posición social y cultural predominate, se ha considerado, desde el punto de vista del desarrollo de la ciencia como una época tenebrosa. Sin embargo, los historiadores de la ciencia moderna encuentran en ella los fundamento sobre los que se pudo desarrollar la ciencia moderna. Después de la caída del Imperio Romano, los textos de la antigüedad clásica se conservaron gracias a la paciente labor de las copias realizadas en los monasterios. Ya desde el siglo XII, comienza a desarrollarse en la universidades, instituciones que tienen un origen eclesiástico, un estudio autónomo de la naturaleza, independiente de la teología, al que se denomina filosofía natural. En el occidente romano, debido a su poco interés por ella, la ciencia griega solo era conocida a través de unas pocas enciclopedias latinas, como las de Plinio y Seneca, que fueron los únicos textos científicos disponibles en occidente durante la Alta Edad. Durante el siglo XIII, en gran parte impulsada por la Iglesia, se llevó a cabo una ingente labor de traducción de los textos científicos griegos al latín, en parte a través del árabe, con lo que se empalma en occidente con la ciencia griega, que durante el imperio romano se había continuado produciendo en griego y no se había traducido al latín. De esta forma a partir del siglo XIII, las obras de filosofía natural de Aristóteles, que proporcionaban un cuerpo completo de conocimiento racional de la naturaleza, se convirtieron en el libro de texto de las universidades europeas. Al mismo tiempo el conocimiento de las obras de matemáticos griegos como Euclides, Arquímedes y Apolonio, junto con la astronomía de Tolomeo, echaron las bases que harán posible la revolución científica del renacimiento.

En contra de la idea generalizada de que las autoridades eclesiásticas no dejaron libertad para el desarrollo de la ciencia, lo cierto es que los filósofos naturales podían tratar de todo tipo de temas, incluso al margen de la doctrina aristotélica, que se había convertido en la doctrina aceptada en las universidades. Miembros de órdenes religiosas, como el dominico Alberto Magno y el franciscano Roger Bacon, contribuyeron en gran manera al desarrollo de muchas áreas de las ciencias naturales. Era costumbre en las universidades medievales tratar temas desde el punto de vista puramente natural (naturaliter) al margen de la teología. Los temas mas controvertidos se trataban en las llamadas cuestiones disputadas (quaestiones disputatae). Entre estas cuestiones se discutía si el mundo era o no eterno, si la materia de los cielos era la misma que la de la tierra, si existía el vacío, si Dios podía crear otros mundos además de este, y otras muchas. La independencia y autosuficiencia de los filósofos naturales frente a los teólogos llevó a que se condenasen en la universidad de París proposiciones como que los únicos sabios del mundo son los filósofos, que no hay estado mas excelente que dedicarse a la filosofía y que no hay cuestión disputable por la razón que un filósofo no pueda discutir y resolver15. Al final de la Edad Media en los siglos XIV y XV, maestros de artes de las universidades y eclesiásticos como Juan de Buridan, Nicolás de Oresmes y Nicolás de Cusa iniciaron una crítica de las ideas aristotélicas, en especial en mecánica y cosmología, que presagiaron las propuestas de la
ciencia del Renacimiento.

La ciencia y el puritanismo protestante
Otra muestra del influjo positivo del cristianismo en la ciencia es el que tuvo el puritanismo protestante en la actividad científica en Inglaterra en el siglo XVII. En los mismos estatutos de la Royal Society, fundada en 1662, la mayoría de cuyos primeros miembros eran eclesiásticos, se exhorta a dirigir los estudios científicos a la gloria de Dios y el beneficio de la raza humana. El influjo positivo de esta corriente religiosa que impulsó un verdadero renacimiento científico en la ciencia inglesa ha sido estudiado por el sociólogo de la ciencia Robert K. Merton16. Para muchos científicos ingleses de esta época, como Isaac Barrow, Robert Boyle, John Wilkins y John Ray, la actividad científica experimental era en sí misma una tarea religiosa. Robert Boyle, uno de los fundadores de la química moderna, apoyaba esta mentalidad y rechazaba la opinión de algunos teólogos que se oponían al trabajo científico diciendo “quienes tratan de apartar a los hombres de las investigaciones diligentes de la naturaleza siguen un camino que tiende a frustrar estos dos fines mencionados de Dios (su gloria y el bien de los hombres)”. John Wilkins, contemporáneo de Newton, afirmaba “que el estudio experimental de la naturaleza es el medio más efectivo para suscitar en los hombres la veneración hacia Dios”. Newton mismo que al final de su obra Principia matemática reconoce explícitamente que “este maravilloso sistema del Sol, planetas y cometas solo puede tener origen en la inteligencia y poder de un Ser inteligente y todopoderoso”, dedicó los últimos años de su vida exclusivamente a trabajos de teología que no había abandonado nunca.

Esta mentalidad suscitó en Inglaterra el desarrollo de la teología natural que pretendía llegar al conocimiento de Dios a partir del estudio de la naturaleza17. Uno de los autores mas representativos es William Paley que demostraba la unicidad de Dios a partir de la uniformidad del plan observable en el universo. Esta postura llevó a Thomas Paine a concluir que mientras la teología solo estudia las opiniones de los hombre sobre Dios, la ciencia estudia las leyes divinas que rigen la naturaleza. Esta mentalidad estará todavía presente en los grandes físicos ingleses del siglo XIX como Lord Kelvin quien hablando del tema de ciencia y religión afirmaba que “si uno piensa suficientemente se verá forzado por la ciencia a creer en Dios, lo que es el fundamento de toda religión. Se encontrará que la ciencia no es antagonista sino una ayuda de la religión”. James Clerk Maxwell, la figura cumbre de la teoría electromagnética, hablando de los átomos afirmaba que solo se podía explicar su origen por su creación por Dios.

Conclusión
En conclusión, el pretendido conflicto continuo entre ciencia y cristianismo no tiene realmente un verdadero fundamento histórico, y se basa en una reinterpretación sesgaba de algunos hechos concretos, que comienza en el siglo XIX. Reconociendo los momentos de perplejidad que el cristianismo ha pasado ante la propuesta de ciertas teorías científicas, su relación con la ciencia, lo mismo que la de todo el pensamiento religioso, ha sido, de hecho, mucho más compleja y rica que la simple confrontación. Sin embargo, esta opinión ha calado tan hondo que se sigue repitiendo a menudo aún hoy. No negamos que haya habido conflictos en casos concretos, cuando una instancia se entrometió en el campo de la otra y no respetó su legítima autonomía. Tanto cuando la religión quiso dictar conocimientos científicos o la ciencia arrogarse principios religiosos. Hemos visto que cuando se analiza con detenimiento e imparcialidad, la historia muestra que aún en los momentos más críticos, hubo posiciones de autores cristianos de muy distinto signo, lo que indica que la religión por si sola no lleva consigo la pretendida oposición con la ciencia. La independencia absoluta de ambas tampoco reconoce sus muchos puntos de contacto. Sin embargo, en esta materia hay que evitar los concordismos fáciles, el irenismo que no sabe ver los problemas y una integración entre ambas que no parta del reconocimiento de sus diferencias. De esta forma se puede progresar en un fructífero diálogo.

Las ciencias y el cristianismo en la historia
Agustín Udías, S.J.
Universidad Complutense de Madrid
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