Cordón umbilical de Javier salva a Andrés

Hay que congratularse con el padre y la madre del niño Andrés Mariscal, porque nos anuncia la Junta de Andalucía que ha superado su enfermedad de beta-talasemia, gracias a la donación por parte de su hermano menor, Javier, nacido tras un proceso de diagnóstico prenatal y selección genética (mejor llamada “solidaridad genética”).

Totalmente de acuerdo con el comentario de Fernando Ónega, que escribe en La Voz de Galicia así”

"En esta breve narración se contiene la historia más emocionante y hermosa de los últimos años. Dicen que es un hito de la medicina, y es cierto: un gran hito. Es de esas noticias que nos hacen bendecir a la ciencia y nos animan a pagar impuestos, si revierten en beneficio de la comunidad. Pero es mucho más: es como un milagro producido en el silencio del laboratorio, donde cada vez se fabrica más vida, y culminado en un hospital."

Con lo que no puedo estar de acuerdo es con el titular de la columna que dice: “A pesar de la Iglesia, una noticia feliz”. No, yo no diría “ apesar de la Iglesia”, sino “a pesar de una parte de la cúpula eclesiástica, retrógrada en moral y cerrada la ciencia”, pero motivo de gratitud y congratulación para esa otra parte de la Iglesia, la que toma en serio la ciencia y vive la solidaridad del Evangelio.

Digan lo que digan los voceros neoconservadores de algunas iglesias, la noticia es feliz para la iglesia y para la teología moral, que deben apoyar a los progenitores. Dice Fernando Ónega en su columna que “la Iglesia nos somete a una dramática elección”. No, porque no estamos obligados a asentir a esa parte retrógrada de la Iglesia, e incluso estamos obligados en conciencia a disentir de ella.

No se debe llamar “bebér medicamento” a Javier; elegir de entre los óvulos fecundados el que, tras el diagnóstico debería implantarse, no es, ni mucho menos, como decía con notable ignorancia cierto portavoz episcopal “sacrificar a un hermano para bien de otro”. No se ha sacrificado a nadie. El proceso ha sido moralmente correcto. Y si instancias eclesiásticas atrasadas en teología moral dicen lo contrario, sepa el pueblo creyente ser adulto y disentir cuando sus pastores meten la pata, cosa que ocurre recientemente con cierta frecuencia en algunos países mediterráneos.
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