Fundada por el cardenal Silva Henríquez hace 50 años, los extrabajadores de la Vicaría iniciaron su conmemoración. La Vicaría de la Solidaridad: un legado de la defensa de la dignidad humana para hoy
Cardenal Fernando Chomali inició conmemoración de los 50 años desde la fundación de la Vicaría de la Solidaridad encendiendo de nuevo el velón de los Derechos Humanos que caracterizó la iglesia samaritana en la dictadura chilena.
Hoy, animada y fortalecida la Iglesia con las enseñansas del papa León XIV, la dignidad humana debe seguir siendo un grito profético que sea puesta por encima como criterio moral para la gobernabilidad de nuestras democracias.
| Aníbal Pastor N. / periodista
Medio siglo después de su creación, la Vicaría de la Solidaridad vuelve a interpelar al país como un desafío vivo. La conmemoración que reunió a extrabajadores y colaboradores en Santiago recordó que su figura —incómoda, profética y luminosa— reaparece justamente cuando Chile enfrenta tensiones políticas profundas, polarización social y un debate renovado sobre el carácter de su democracia.
Pero este aniversario no es solo un acontecimiento local: ofrece una ventana privilegiada para comprender cómo la Vicaría reflejó a una Iglesia que asumió con seriedad el Concilio Vaticano II y siguió las enseñanzas sociales del magisterio episcopal latinoamericano. Por eso fue capaz de sostener la dignidad humana cuando el Estado la negaba, y hoy continúa siendo un referente oportuno para cualquier país donde resurgen tentaciones autoritarias, discursos de odio, xenofobia o erosión institucional.
La Iglesia del Concilio
La Vicaría fue creada el 1 de enero de 1976 bajo el liderazgo del cardenal Raúl Silva Henríquez, participante del Vaticano II y protagonista del ciclo pastoral latinoamericano que, desde Medellín (1968) y Puebla (1979), articuló una opción preferencial por los pobres, la defensa de la vida y la promoción de la justicia.
Ese marco conciliar no fue retórico. En plena dictadura civil-militar, la Iglesia de Santiago —junto a otras comunidades cristianas— se convirtió en refugio para perseguidos, oficina jurídica para víctimas, espacio de denuncia internacional, taller de arpilleras y escuela ética para una sociedad sometida al miedo.
Este dato es especialmente relevante hoy, cuando en el continente persisten debates sobre el sentido de la misión pública de la Iglesia: ¿debe tener voz ante atropellos estructurales o limitarse a una espiritualidad intimista? La experiencia de la Vicaría responde sin ambigüedades: una fe que no defiende la vida vulnerada pierde su credibilidad.
Una interpelación política
El contexto chileno vuelve esta conmemoración aún más significativa. El país vive un ciclo electoral marcado por el temor, el aumento de la violencia, discursos de “mano dura”, desconfianza en las instituciones y una derecha que, según los últimos resultados, ha alcanzado una posición dominante en el Congreso.
En este escenario, recordar la Vicaría no es solo un ejercicio cultural: tiene también una dimensión política coherente con la Doctrina Social de la Iglesia. Sugiere —como recuerda el papa León XIV en Dilexi te— que la dignidad humana debe ser criterio moral y horizonte de gobernabilidad; que la autoridad pública no puede mirar de lejos el sufrimiento de los más frágiles; que la democracia se erosiona cuando normaliza la denigración de unos para asegurar la tranquilidad de otros.
Por eso la intervención del cardenal Fernando Chomali, durante la conmemoración realizada el pasado 26 de noviembre en el edificio que fuera la sede de la Vicaría frente a la Plaza de Armas, tuvo un tono particularmente significativo para el presente. Dijo con una honestidad poco frecuente entre obispos contemporáneos en América Latina:
«Nunca voy a poder comprender en su cabalidad lo que significó esa época. Nunca voy a poder entender el dolor, la indignación, la impotencia. Ese es un dolor que traspasa el alma, que nunca vamos a entender y con el cual tenemos que ser tremendamente respetuosos. Y tal vez, si hay un cuidado que tenemos que tener hoy, es no frivolizar esta situación, ni minimizarla, ni superficializarla. Es un tema hondo que toca las raíces mismas de una sociedad, porque se violenta lo más sólido y sagrado que tiene todo ser humano: su dignidad».
En un país donde parte del debate público intenta relativizar o minimizar las violaciones de derechos humanos, que un arzobispo recuerde que estas heridas “tocan las raíces mismas de una sociedad” no es trivial. Es, de hecho, un mensaje que trasciende Chile y dialoga con la fragilidad democrática global.
Una lección para el continente
El medio siglo de la Vicaría de la Solidaridad subraya una verdad amplia: la Iglesia latinoamericana fue —y puede seguir siendo— una fuerza ética decisiva en momentos de crisis. Lo fue en Chile, pero también en Brasil con dom Helder Câmara, en Argentina con monseñor Enrique Angelelli, o en El Salvador con san Óscar Arnulfo Romero, cuyas comunidades sostuvieron la vida frente al terror de Estado.
Hoy, cuando en el continente persisten desigualdades estructurales, violencias criminales, discursos de odio y fracturas sociales, recuperar esa tradición conciliar y latinoamericana no es nostalgia: es tarea pendiente. La Vicaría enseña que la misión pública de la Iglesia no es un accesorio sino parte de su identidad evangélica y de su compromiso con la humanidad concreta. Y recuerda que, incluso en las noches más oscuras, la dignidad humana debe ser defendida con una pasión que no admite ambigüedades.
(Fotos: Iglesia de Santiago)