El corazón ardiente de un cura octogenario: Fermín Palabras de un cura apasionado para migrantes en el encuentro interdiocesano extremeño

Fermín, había pedido que al no presidir su obispo la eucaristía de la jornada que celebrábamos en Don Benito, en su parroquia, que lo hiciéramos algunos de los otros delegados de la provincia eclesiástica. El es el sacerdote consiliario que acompaña al delegado de su diócesis, Oscar, laico migrante Peruano. Él se siente mayor y creía que no iba a saber comunicar lo que era importante en este evento. Los demás dijimos que tenía que ser él, y lo hacíamos con verdadera veneración por su pasión y compromiso con los pobres y sencillos, de un modo especial con los migrantes. Es digno de elogio el equipo de cáritas que mueve en su parroquia, laicos comprometidos y bien formados. Una delicia de acogida y de encuentro. Traigo aquí un extracto de sus palabras homiléticas que arrancaron el aplauso unánime en la Iglesia de Santiago Apóstol
| Fermín Solano. Párroco de Santiago Apóstol de Don Benito.

En el libro del Apocalipsis, el último de la Biblia, encontramos el texto que hemos escuchado como primera lectura, con el que quiero comenzar esta sencilla homilía.
Os lo recuerdo:
Entonces vi una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, ...y el que estaba sentado en el trono dijo: ¿estos quiénes son y de donde han venido?”
El mismo libro nos dice su origen: “de toda nación, raza, pueblo y lengua” (Ap. 7,9).
Y otra pregunta del mismo texto, (- ¿quiénes son?,¿quiénes sois? -) a la que doy yo mi respuesta: “éstos son mis hermanos, nuestros hermanos”.
Con esta cita bíblica podéis intuir mi propósito de compartir con vosotros no sólo mis palabras, sino una palabra de mayor autoridad, la Palabra de Dios.
Pues es Él quien nos dice:
Cuando un emigrante se establezca con vosotros en vuestro país, no lo oprimáis. Lo miraréis como a uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti mismo, pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto (Lev. 19,34)
Estas palabras sagradas arden en mi interior hasta el punto de no poder por menos de gritar, con otras del apóstol Santiago, contra aquellos que oprimen al pobre y se beben no sólo el sudor de su frente, sino todavía más, las lágrimas de sus ojos. Ese sudor y lágrimas es un grito, dice el citado apóstol, que llega a oídos del Señor de losejércitos(Sant. 5,5), hasta Dios mismo, que nos dice a nosotros hoy, como un día le dijera a Moisés que ha visto la opresión de sus hijos, que oye sus quejas contra los opresores, que se ha fijado en sus sufrimientos (Ex.3, 7-8).
Y es que como dice Benedicto XVI muchos emigrantes son considerados como una mercancía o una mera fuerza laboral; añadiendo queno deben ser tratados como cualquierotro factor de producción, sino como lo que son, una persona humana que, en cuanto tal posee derechos fundamentales inalienables que han de serrespetados por todos y en cualquier situación (Charitas in Veritate, 62)
Para mí, creyente cristiano, y para otros muchos como yo, sois, si cabe, mucho más todavía: Sois presencia de Dios en nuestras vidas. Presencia de Jesús, el Señor, el hermano y amigo de los hombres.

Permitidme os relate, al respecto, otro texto bíblico del Antiguo Testamento. Se nos narra en el libro del Génesis que estando Abraham a la puerta de su tienda vio acercarse a tres hombres que llegaban hasta él. Sin mediar pregunta alguna, Abraham, de inmediato, corrió a su encuentro y les pidió no pasasen de largo, y les ofreció agua para lavar sus pies y descanso a la sombra de su árbol; más aún: no les permitió proseguir su camino sin antes compartir la hogaza de su pan (Gen. 18, 1-8).
Yo, y mis hermanos sacerdotes y Cáritas, también queremos abriros la puerta de nuestra choza (de mi iglesia, de nuestras iglesias, de Cáritas, así como de mi casa y ofreceros mi amistad. No os pido nada a cambio, ni siquiera la vuestra.
No puedo daros trabajo, ni un capital que palíe las necesidades de muchos o, si quiera, de unos pocos, ni papeles a los que carezcan de ellos. Pero sí, lo que tengo: mi voz para defender vuestro honor (¡los inmigrantes no son delincuentes!, como pueda pensar o decir alguno); vuestro salario justo (conviene saber que no venís a quitarnos nada, sino a colaborar a nuestro desarrollo, y os lo tenemos que agradecer); voz para defender vuestros derechos y denunciar toda injusticia, como el recorte llevado a cabo en la última ley de extranjería “que restringe algunos de esos derechos que afectan decisivamente a vuestra dignidad de personas” ( como podemos leer en uno de los documentos de nuestros obispos, “Comunidades acogedoras y misioneras”15)

Finalmente quiero terminar con otro relato bíblico. Es del libro de Rut. Refiere la “historia” de una mujer judía, Noemí, que, huyendo del hambre que asola la tierra de Israel hubo de emigrar con sus hijos a la tierra de Moab. Allí casaron sus hijos, uno de ellos con la moabita Rut. Muertos ambos, Noemí decide volver, ya sola y sin familia, a su tierra de Judá, a su pueblo de Belén. Resignada y compasiva repitió a sus nueras que querían acompañarla en su vieje de vuelta: “Volveos, hijas, ¿a qué vais a venir conmigo?”
Y será entonces cuando Rut le contestará: “No insistas en que te deje y me vuelva. A donde tú vayas iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo será mi pueblo, tu Dios será mi Dios…Sólo la muerte podrá separarnos” (Rut 1, 11-17)
Con este texto quiero deciros como Rut a Noemí, que, si tú quieres, seas de donde seas, tu pueblo será mi pueblo, mi nación (España), mi región (Extremadura) serán región y nación también tuya; mi pueblo (Don Benito), tu pueblo. Mi Dios, si tú quieres, será tu Dios; mi familia, también tuya. Y por eso, por todo eso, no permitiré que nadie en mi presencia, con menosprecio, te llame extranjero ni con otra palabra que pueda ofender tu dignidad, porque tú y yo y todos, somos ciudadanos del mundo, de esta tierra que Dios ha creado y regalado a los hombres. A los hombres y mujeres todos, del mundo entero. Y defenderé tus derechos, como el de vivir como yo, como todos, libremente, donde quieras; tu derecho y el mío a un trabajo digno (todos los trabajos lo son para mí) y a un salario justo. En fin…, tu derecho a la vida, a la liberad y a la igualdad. Tu derecho a ser respetado como lo deben ser todos los seres humanos: como hijos de Dios.
Y todo esto, nada más que para vivir el Evangelio que hemos escuchado, en el que Jesús, el Señor, nos dice: Tuve hambre…fui forastero y me acogisteis. Por eso, porque creemos en Él y en su palabra, y queremos seguirle como discípulos, es por lo que vemos su rostro reflejado en vuestra presencia, en cada uno de vosotros. Es por lo que cada uno de vosotros es para nosotros un reflejo de su presencia, un vivo sacramento de su amor.