El que quiera seguirme... Tu cruz y tu abrazo, divinos

En el cuaderno de vida de un cura de barrio se van anotando hechos que están llenos de vida, Dios te sale al encuentro y se te manifiesta cuando quiere y como quiere. Cada día busco más dejarme hacer por el Dios que me sorprende y me arrebata, que me habla y me interpela desde el otro  y su mirada, su abrazo, su llanto, su éxito, su muerte... Dios es imparable y la vida está ahí a borbotones. Me rindo...

Tu abrazo divino: fuerte en la debilidad.

(Anécdota evangélica de un cura en la parroquia)

Parroquia

Ayer me hiciste sentir el evangelio en carne, en un sencillo gesto sentí el abrazo de Dios y me corrió por mi todo mi ser el sentir de Jesús de Nazaret. Me acababas de decir, tocando mi mano y con alguna lágrima en tus ojos brillantes, que necesitabas ser querido y querer en estos momentos de tu vida. Y al despedirnos en plena avenida, con el tumulto de la tarde, me diste un abrazo de los que se dan las personas que se quieren en momentos importantes de alegría o de dolor. Ayer era mezcla, de un dolor que iba camino del consuelo y de una esperanza que ya se sentía envuelta de esperanza, aunque sólo era un primer encuentro. No dudes que habrá muchos más, y no solo porque tú puedas necesitarlo, sino porque yo encuentro vida y evangelio cuando me abrazo y relaciono con personas como tú.

Nos sirvió de enlace la hermanita universal de Foucauld, Isabel sabe bien de su oficio amado, de su ser nudo, lazo, red. Se trataba de un encuentro para charlar sin más, porque tú estás en búsqueda, deseas encontrarte a ti mismo y descubrirte de nuevo ante los demás con lo mejor de ti mismo. Vienes con medio siglo vivido a fondo, donde hay muchas luces: tu filiación, tus habilidades sociales, tus experiencias de trabajo, tu inquietud y actividad, tu valentía, tu conocimiento del mundo, tus viajes… y, junto a todo eso, tus sombras, tus soledades, silencios, ansiedad, desorientación, desestructura, adicción… pero ahora quieres “dedicarte un tiempo a ti mismo”. Ahí centramos la conversación, alguien que te había visto trabajar hacía tiempo, te encontró en la cola del supermercado y te preguntó que hacías ahora y tu le respondiste: “dejé el trabajo y ahora me estoy dedicando un tiempo a mí mismo”.  A partir de ahí se nos abrieron los ojos para analizar todo lo que me contabas, te pregunté a bocajarro: ¿Eso que le respondiste a ese conocido, también eres capaz de decírtelo a ti con paz y sinceridad? ¿Eres consciente de que lo que necesitas es dedicarte tiempo a ti mismo? Ahora es la oportunidad. Ya habías estado anteriormente tratándote para buscar tu equilibrio, pero te aceleraste y el deseo de trabajar y comenzar una vida nueva, hizo que te marcharas si haberte dedicado todo el tiempo que de verdad necesitabas. Ahora lo tienes claro, no hay prisas, lo más importante eres tú, tu equilibrio, tu paz, tu serenidad. Estás contento, te ves rodeado de personas que te muestran el valor y la dignidad de tu persona, que están a tu favor, que te escuchan y te atienden, voluntarios y trabajadores, cocineros y psicólogos. Te están mostrando confianza y están delegando en ti.  Ya sientes deseos de relacionarte de un modo nuevo, de hacer cosas con otros y por los otros, está saliendo lo que realmente hay dentro de ti: el mejor hijo, el buen hermano, el fiel compañero, el luchador… pero ahora sabiendo que lo mejor está dentro y no fuera, que el bien no está en el éxito sino en el amor y la relación cuidada. Ese es el camino.

En la conversación pausada y tranquila, con café en medio, querías darme toda tu vida de un plumazo, con todo lo bueno y con lo peor, casi te atropellabas y así lo reconocías. Pero según hablabas nos acercábamos de corazón, tu vida me iluminaba y yo iba recogiendo tu confianza, tu verdad, tu transparencia y quería dejarme convertir por ella, me estrechaste la mano con fuerza y ternura, como debe hacer el que escucha con cariño. Ojalá yo hablara de mí con la trasparencia que tú hablabas de ti. Te recuerdo ahora con el evangelio de hoy, tu caminas con tu cruz y quieres llevarla hasta la resurrección, cargar con ella, pero de pie y en firme, levantándote de tu caída. Me maravilla esa clave que era conclusiva: “Te estás dedicando un tiempo a ti mismo, porque lo mereces y es lo más grande que puedes hacer por ti y por los demás”. Me hablaste de tu fe y de tus ganas de participar y formar parte de un ámbito comunitario, parroquial. Ahí estaremos para abrirte puertas y ojalá también corazón, yo quiero vivir la fraternidad contigo, lo deseo, lo necesito. Ah, y me quedo con el cante, necesito dedicarme tiempo a mí mismo, porque me lo merezco y se lo merecen los demás. Voy a aprender de ti más que tu de mí. Te lo prometo. Nunca olvidaré ese abrazo fuerte y sentido, vivo y cálido de amigo y de confianza, el que me diste a plena luz y calle al despedirte con alegría. Ayer fuiste el abrazo de Jesús de Nazaret para mí, porque sabes una cosa: Yo también necesito ser querido y tu me quisiste de un modo nuevo en ese abrazo donde Dios se hizo fuerte en tu debilidad para mí.

José Moreno Losada.

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