Extraido de "Trama divina, hilvanes humanos" Ed. PPC El reto de una alegría santa. La razón de una fiesta sin fin.

El reto de una alegría santa. La razón de una fiesta sin fin.
El reto de una alegría santa. La razón de una fiesta sin fin. Jose Moreno Losada

El Papa Francisco, conocedor de la realidad diaria a pie de calle, nos avisaba de que un gran enemigo de la humanidad y de la Iglesia, es la acedia -tristeza, desencanto, pesimismo, desnortamiento-. Avisa de esta tentación que nos lleva a mostrar una Iglesia triste, sin gracia, de cristianos que no aportan alegría a la vida. La ausencia de la alegría que provoca la esperanza es signo de falta de santidad, la que genera ganas de vivir y de dar la vida.

El reto de la alegría (santidad) evangélica

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 ¿Qué es lo que puede hacernos caer en el desencanto, en la tristeza profunda en los ámbitos eclesiales y sociales? Posiblemente las complicaciones de la vida, a menudo dura y violenta, en crisis. A no ser que queramos ser ciegos ante la realidad, las frustraciones de la vida nos pueden llevar a perder la capacidad de asombro y a creer que las cosas son así y no pueden ser de otra manera, que no merece la pena buscar, ni luchar por algo distinto. Cuando eso ocurre, vivimos desmotivados, desorientados, sin horizonte, sin esperanza, sin luz… nos falta la alegría de vivir. Y así no podemos portar el Evangelio, así no podemos ser buena noticia.

 Las bienaventuranzas nos proponen avanzar por el camino del Reino de Dios, el que lleva a la plenitud de la filiación y de la fraternidad en un sentido de vida feliz y plena.

Jesús, más que anunciar el Evangelio, es una buena noticia en sí mismo. Los pobres y sencillos del pueblo vieron y experimentaron, al encontrarse con Él, que había motivos para la esperanza y la alegría. En su modo de ser y de hacer proclamaba la dicha de unas bienaventuranzas que conducían al absoluto, a la plenitud de sentido. Los que se acercaron abiertos a la novedad, con capacidad de asombro –como Pablo-, pudieron descubrir el tesoro auténtico: “todo lo estimo pérdida y basura, comparado con el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”. Y de ahí, ese mandato transversal e imprescindible para la evangelización: “estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad siempre alegres”.

Nuestro mundo y nuestra Iglesia necesita, hoy más que nunca, abrir el corazón a lo nuevo, dejarnos sorprender y asombrar por el valor de lo sencillo y lo diario. Necesitamos un corazón que escuche en el fragor de la vida la brisa de la presencia de la bondad de nuestro Dios, que ama a todos los hombres y quiere que se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. La alegría no nos va a llegar del exterior; se fragua en el corazón, ahí donde nos encontramos con la intimidad que nos lleva al conocimiento de Cristo y con la profundidad de la vida y nuestra tarea en medio del mundo. Sabemos que “un cristiano triste es un triste cristiano”; ese es el mayor obstáculo para que nuestros hermanos se puedan encontrar con el Evangelio. Abramos, desde hoy y para siempre, el corazón al Espíritu para recibir el don de la alegría del resucitado y llevarlo a nuestro mundo diario.

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