Gadafi pone en evidencia el vicio de mirar hacia otro lado

El mundo entero ha puesto el grito en el cielo por la terrible represión llevada a cabo por Muammar Al-Gadafi contra el pueblo libio. ¿Es que no sabían, hasta ahora, quien era y lo que hacía? Me temo que sí lo sabían. Pero él nos suministraba petróleo, nos compraba armas y lo que hiciera con los derechos humanos no parecía importarnos.

De repente el mundo parece haber despertado de una gran amnesia colectiva y se ha dado cuenta de quién era Gadafi.

¿No lo sabía? Más bien no querían saber lo que hacía uno de los dictadores más mimados y consentidos por Occidente.

No es un caso aislado. Hay muchos otros en los cuales grandes empresas, amparadas por gobiernos occidentales, operan en países que explotan a su pueblo, atentan contra la dignidad humana e incumplen el respeto a los derechos humanos.

¿Qué podemos decir de empresas que han operado en Libia (al igual que lo siguen haciendo en muchas otras dictaduras que se extienden por el mundo) a la vez que hacen grandes informes en los que presumen de su responsabilidad social?

¿Qué decir de los gobiernos que han protegido los intereses de esas empresas y que han vendido a Gadafi las armas con las que ahora reprime y mata a su pueblo?

En el año 2007 Zapatero recibió a Gadafi en el Palacio de la Moncloa con todos los honores de un gran jefe de Estado. Ese mismo año estuvo durante una semana en los Palacios Elíseos de París para estrechar lazos comerciales. En la Cumbre del G-8 del año 2009 hay fotos de Gadafi y Obama. Y entre sus protectores más destacados está Silvio Berlusconi.

Una vez más surge la pregunta: ¿es que todo vale?

¿Debemos aceptar esos hechos con normalidad? ¿No habría que cuestionar el doble lenguaje utilizado y el cinismo que ello entraña?

Tampoco nosotros como ciudadanos debemos echar balones fuera y mirar para otro lado. Si los gobiernos y las empresas se comportan así es porque la sociedad civil adormecida de la que formamos parte lo consiente.

Debemos, pues, romper el silencio; cuestionar esas prácticas; hacer ver a las Organizaciones corresponsables de aquellos atropellos que éstos nos rechinan, que estamos dispuestos a movilizarnos e implicarnos para evitar que se sigan cometiendo.

Creo que es a lo que nos debe impulsar nuestro compromiso cristiano: contribuir, desde dentro de la sociedad, a la transformación y santificación del mundo hecha con espíritu evangélico.
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