En el jubileo de la esperanza Peregrinar a los infiernos

Detalle, La puerta del infierno, de Pablo Alonso
Detalle, La puerta del infierno, de Pablo Alonso

Un cristiano se hunde en los infiernos con Cristo y los transforma en cielo; Juan Crisóstomo decía en una homilía de pascua que Cristo bajando a los infiernos los había aniquilado; el jubileo es ocasión para actualizar este misterio.  Peregrinar a Roma, a las catedrales, a los santuarios, para ganar la indulgencia es muy poco y si no ponemos atención puede ser incluso culto vacío y mero turismo religioso.

Avanza el año jubilar y somos peregrinos.  De Cristo Jesús, que es nuestra esperanza, decimos que “descendió a los infiernos” (infernus en latín describe lo que está más abajo, en las profundidades de la tierra); así él, como dijo Jon Sobrino, es no sólo el altísimo sino también el bajísimo; y bajó para llevar esperanza, precisamente donde, según Dante en la Divina comedia, el mal había pegado un letrero que decía: “Si entras aquí, abandona la esperanza”.  

Descenso de Cristo a los infiernos, Andrea Mantegna
Descenso de Cristo a los infiernos, Andrea Mantegna

A propósito de esto, les traigo una memoria de cuando me estrenaba como presbítero, en Concordia-Antioquia, pueblo que fue mi primer amor. El párroco, padre Manuel Rúa, al que recuerdo con mucho afecto, me pidió que me ocupara del “barrio” y con esa expresión se refería a una calle llena de bares y casas humildes donde vivían mujeres que ofrecían favores sexuales a cambio de dinero para alimentar a sus hijos.  Creo que ha sido una de las experiencias más lindas de mi ministerio: cada sábado, visitándolas, me hundía en sus historias, en su pasión y muerte, en sus infiernos.  Un día, ellas me pidieron que celebrara una misa en su cuadra y le pedí permiso al párroco; bondadoso, me respondió que sí, pero que “cuidaíto con meter la misa a una cantina”; le dije que no, que ni riesgos, que la celebraría al aire libre y en un lugar “decente”. 

Y me fui esa noche para la misa… y ¿qué me encontré? Una de las cantinas había sido transformada en altar, todas las paredes antes con imágenes provocadoras estaban cubiertas con sábanas y en su blancura fijadas muchas flores; me preguntaba ¿qué haría Jesús en este caso? ¿desbarataría el altar preparado y pondría una mesa al aire libre en un lugar “decente”?  Y vi a Jesús en la casa de Zaqueo y concluí que la salvación podía también llegar a esa cantina.  De vuelta a la casa y contando la historia, el párroco bueno lo entendió y no me puso problema.

Pintura de Débora Arango
Pintura de Débora Arango

Después de eso, ya llevo casi 33 años desde la ordenación, nunca he encontrado un lugar mejor dispuesto para la eucaristía y nunca he visto cristianos con tantas ganas de celebrarla.  Y creo que ese día todos, ellas y yo, nos llenamos de esperanza.  Sigo pensando hoy que este misterio del sacerdocio de Cristo tiene más posibilidades de verificarse en un lugar así, un infierno, que en liturgias de rúbricas impolutas; la misa de Cristo, su ofrecerse por amor, tuvo su clímax no arriba, en el “Santo de los Santos” del templo, sino abajo, en el infierno de la cruz; no contado entre los “decentes”, sino entre los “malhechores”. Nosotros, sacerdotes en Cristo por el bautismo y la ordenación, oficiamos la esperanza en los bajos fondos del mundo.

Un cristiano se hunde en los infiernos con Cristo y los transforma en cielo; Juan Crisóstomo decía en una homilía de pascua que Cristo bajando a los infiernos los había aniquilado; el jubileo es ocasión para actualizar este misterio.  Peregrinar a Roma, a las catedrales, a los santuarios, para ganar la indulgencia es muy poco y si no ponemos atención puede ser incluso culto vacío y mero turismo religioso.  Donde hay que bajar, si de verdad peregrinos de esperanza, es allí donde están los que sufren la guerra, los afectados por los desastres naturales, los deportados como criminales, los desaparecidos, los niños y jóvenes reclutados para las armas, los empobrecidos, los hombres y mujeres en la prostitución, la gente traficada, los excluidos, los abusados, los encarcelados, los que habitan las calles, los enfermos y los moribundos.  Allí donde hay desesperación, allí tendríamos que llegar con la indulgencia; después de la bajada de Cristo, la puerta de los infiernos es ahora puerta santa y el letrero sobre ella, pegado por la misericordia, dice “la esperanza no defrauda”.

“Descendió a los infiernos”: la casa de Zaqueo y la cantina del barrio; las guerras de Gaza, Ucrania, Somalia y Sudán; la casa común amenazada por el cambio climático, la tala de árboles, los mecheros de las petroleras y la minería ilegal que matan la Amazonía; el machismo, los feminicidios, el estigma que sufren muchos por su orientación sexual; la situación de los migrantes en USA y en los países del norte, las fosas comunes en La Escombrera y en toda América Latina, las mega-cárceles en El Salvador y en Guantánamo que encierran a tantos falsos positivos judiciales, el tráfico de personas, la exclusión y desigualdad, el abuso a menores; la persecución religiosa en tantos países y en uno tan cercano como Nicaragua; todos estos, y muchos más, son los infiernos a los que hemos de peregrinar, peregrinar para que,  en ninguna parte y en ningún momento, el mal fije sus letreros pretendiendo decir la última palabra; peregrinar para que nadie abandone la esperanza.

Pintura de Oswaldo Guayasamín
Pintura de Oswaldo Guayasamín

Etiquetas

Volver arriba