Una voz en medio de la lluvia

Cuántas veces me ha ocurrido ya que, cuando menos te lo esperas, el día que más te cuesta botar la pereza y ponerte en marcha o te aborda el reverso desabrido de las cosas cotidianas... justo ahí Diosito te espera con el abrazo preparado. La última muestra, el jueves pasado en Longar.

Se trataba de visitar enfermos durante toda la tarde hasta la hora de la reunión del consejo de pastoral de allí. Este año queremos modificar la dinámica de las visitas a los pueblos, pasando en ellos más tiempo aunque no logremos ir con tanta frecuencia; pero eso exige una cierta ascesis: salir de Mendoza desde por la mañana o tras el almuerzo, dejar el despacho, el internet y las mil ocupaciones siempre importantes (...) que acá nos retienen. Encima yo no andaba muy fino a causa de uno de esos virus traicioneros, pero aun así agarré la moto y al ataque.

Longar está cerquita, y es un pueblo antiguo y grande, el corazón del valle de Huayabamba. Johnny y Silver me esperan para acompañarme en el recorrido, durante el cual desfilarán todos los climas: sol fuerte, lluvia, frío... justo lo que mi virus necesita para estar como un berro, pero pronto me olvidaré de él, de mí y de todo, ante lo que voy a ver. No es exactamente visita a enfermos... es un largo trago de agua del "pozo de la experiencia espiritual de los pobres", en expresión de Gustavo Gutiérrez.

Empezamos con los viejitos Eligio y su esposa; él ciego, ella descalza. Sentados en el banquito en la puerta de su casa de adobes nos castiga el sol. De ahí pasamos a conocer a María Benilde, una mujer de casi 50 años discapacitada de nacimiento: no habla, no puede ponerse de pie, "no entiende nada", nos cuenta su madre María Consuelo, que gasta su vida entera en cuidarla. Es "como un animalito", sobre una estera, en medio de esa suciedad, una miseria que se respira y a la vez te asfixia. La mamá hace honor a su nombre: consuelo humilde y sacrificado de los pequeños, debilidad que sirve a debilidad.

Bernardino sufrió un accidente, una bala le traspasó transversalmente la cara a la altura de los ojos, haciéndoselos pedazos y rompiendo su tabique nasal. Ya me habían hablado de él y no estaba seguro de poder resistir ver esas cuencas vacías (en expresión de Miguel Hernández), así que Johnny se adelantó para cerciorarse de que se ponía sus grandes lentes oscuras. Aunque apenas comenzamos a charlar, de pronto se las quitó... aaaay. Pero fue peor descubrir su baño, en la trasera de su cuarto, mugriento e indigno. Y él, como otros pobres, soltero, indefenso, desvalido, a expensas de migajas de compasión de parientes.

Pero me esperaba lo mejor. Casi enfrente vive María Liduvina, una mujer ciega de nacimiento que vive sola y hace todo, hasta cocina. Nos sentamos juntos frente a la pampa de su casa, de un verde resplandeciente a esa hora en que el sol va despidiéndose. Me impresiona lo inteligente que es, la conversa es bien amena, sonríe con su rostro terso a sus 64 años, y sus ojillos pequeños e inertes aportan matices a su expresión. Me cuenta que estuvo 11 años reunida con su esposo y, cuando al fin decidieron casarse, él murió a los 7 días; mientras ella habla pienso que hay personas con quienes parece cebarse la desgracia y la injusticia de la vida se ensaña cruelmente, como certificando su condición de insignificantes.

"Yo le escucho los domingos en la radio, padresito. Me gusta mucho la música". Fue en tiempos catequista y agente de pastoral, iba a Mendoza a las jornadas de formación y no faltaba a la liturgia los domingos. "Ahorita ya no voy porque mi vecina no quiere llevarme del brazo, pero ¡soy del coro!". Para mostrármelo, se pone a cantar La Canción del Profeta, y entonces ocurre algo maravilloso: mientras los rayos de sol se tienden atravesando la fina lluvia, una hermosísima voz rima con el arco iris:

Tengo que gritar, tengo que arriesgar,
¡ay de mi si no lo hago!
¡Cómo escapar de ti, como no hablar,
si tu voz me quema dentro!
¡Tengo que andar, tengo que luchar,
hay de mi si no lo hago.
¡Cómo escapar de ti, como no hablar,
si tu voz me quema dentro!


¡Ooooh! Nos despediremos tras prometer que haremos gestiones para ponerle la luz en la casa y otro día llevarla a la radio y entrevistarla. Haremos más visitas junto a la plaza de Longar, soberbia en su coquetería colonial. Seguiremos pateando periferia y alternando con varios últimos, casi desechos sociales, pero mi corazón ya no podrá olvidar ese afinado canto, esa tonada fina y armoniosa en medio de la pobreza. Luego, ya en casa, de noche, iré a releer algo que despertó en mí:

"La gratuidad es el terreno de la entrega radical y la presencia de la belleza en nuestra vidas, sin las cuales la lucha misma por la justicia quedaría mutilada" (Gustavo Gutiérrez).

César L. Caro
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