A priori, nadie sabe las cosas que le van a hacer feliz; la felicidad brota de obrar de acuerdo con unas normas rectas. Una cosa no es correcta porque la ordenen los mandamientos de la ley de Dios sino que los mandamientos ordenan lo que es correcto. No se puede buscar la felicidad en sí misma porque no sabemos en que va a consistir para nosotros; hay que buscar la armonía que la pueda proporcionar. La armonía no la logrará el individuo pensando sólo en sí mismo como si viviera en una campana de cristal. Nadie puede lograr la armonía sin preocuparse de los demás. Somos seres sociales y sociables. “El anhelo por conseguir la tranquilidad dispara el consumo de antidepresivos” (La Vanguardia, 4-3-07). La felicidad no puede ser fruto nunca de imitar a tal o cual personaje conocido, de hacerse una operación estética, de aplicar lo que nos ordena un libro de autoayuda. Reconoce los límites es un requisito indispensable para la felicidad. Nadie puede ser feliz sin saber lo que puede desear y esperar, y sin hacer lo que debe hacer. Por esto, el que ponga la felicidad en dejar de cumplir años no logrará jamás. La felicidad no está en disfrutar de todo lo que la publicidad trata de imponer como condición "sine qua non" para lograrla.