La vida en la aldea está llena de humildes historias, un día de lluvia, una nevada, la llegada de un soldado, la visita de un extraño, una caída, que un anciano o un niño pierda un diente. Estas pequeñas historias sin importancia, contadas y trasmitidas al amor del fuego vivo del hogar, en el bar al calor de un café compartido, son la urdimbre de la vida y el refugio contra el tiempo. Cualquier hecho, cada incidente, por pequeños que sea, puede ser un gran acontecimiento para un pueblo tan pequeño al que todos los vecinos pueden unir sus recuerdos. Todo acontecimiento es la sombra de algo más. La gente del pueblo reconocía las vacas de cada casa por la campanilla, por el andar, por el mugir, los burros por el rebuznar y el trotar, los perros por los ladridos y por el valar las ovejas. A pesar de que las conciencias están a la luz del día, y la vida es casi toda al aire libre, cada pequeño recodo del camino o trecho de sendero guarda secretos.