Entre fachadas deterioradas, bajos apuntalados y comercios recuperados, la comunidad ha reconstruido su cotidianidad tras el desastre Dos iglesias y la memoria del barro: un paseo con el párroco José Vicente Alberola por la Catarroja herida

El párroco José Vicente Alberola en una de las dos iglesias de Catarroja
El párroco José Vicente Alberola en una de las dos iglesias de Catarroja

Es difícil no percibir, al acceder a las dos iglesias donde el sacerdote José Vicente Alberola es párroco, algún rastro que recuerde aún el paso de la dana del 29 de octubre de 2024

El silencio húmedo de las paredes, las manchas de agua todavía visibles o las puertas sin bisagras son testigos mudos de aquella noche que transformó Catarroja

Situada junto a la Albufera y atravesada por antiguos cauces de agua, la población conserva en su trazado urbano un recuerdo geográfico de su pasado fluvial: la Rambleta, una amplia avenida que divide el núcleo urbano y que, en realidad, sigue el antiguo lecho de un barranco

Caminar hoy por esta avenida es recorrer una frontera simbólica entre el desastre y la resistencia

Es difícil no percibir, al acceder a las dos iglesias donde el sacerdote José Vicente Alberola es párroco, algún rastro que recuerde aún el paso de la dana del 29 de octubre de 2024. El silencio húmedo de las paredes, las manchas de agua todavía visibles o las puertas sin bisagras son testigos mudos de aquella noche que transformó Catarroja, municipio de l’Horta Sud, a pocos kilómetros de Valencia. Situada junto a la Albufera y atravesada por antiguos cauces de agua que antaño desembocaban en el lago, la población conserva en su trazado urbano un recuerdo geográfico de su pasado fluvial: la Rambleta, una amplia avenida que divide el núcleo urbano y que, en realidad, sigue el antiguo lecho de un barranco.

A ambos lados de esta rambla se encuentran dos de las iglesias del municipio. Al oeste, la de María Madre de la Iglesia, un edificio de líneas modernas levantado hace poco más de medio siglo en el barrio residencial. Al este, la de Nuestra Señora del Pilar, más antigua y arraigada al tejido comercial e histórico del pueblo. Ambos templos, separados por pocos cientos de metros, sufrieron de lleno el embate del agua cuando el barranco subterráneo revivió y la Rambleta, que durante décadas había sido solo una vía urbana, volvió vía de agua.

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Algunos comercios han podido rehacerse, con suelos, puertas y mobiliario renovados.

Caminar hoy por esta avenida es recorrer una frontera simbólica entre el desastre y la resistencia. “Por aquí pasaba agua hace mucho tiempo”, explica Alberola mientras observa el tráfico actual. “Hasta la dana, el agua del barranco se filtraba solo por el subsuelo”. Ahora, aún se ven persianas rotas, bajos apuntalados y fachadas agrietadas, pero también comercios que han podido renacer, con suelos nuevos, puertas relucientes y escaparates recién estrenados. Otros, más desafortunados, fueron saqueados en las primeras horas de caos y alarma social, cuando el pueblo aún no comprendía el alcance de lo que estaba ocurriendo.

Parroquia de María Madre de la Iglesia
Parroquia de María Madre de la Iglesia

En María Madre de la Iglesia, la destrucción llegó sin avisar. Una de las puertas de acceso a la nave quedó completamente arrancada y, un año después, sigue sin ser sustituida. “Pocas horas después de la dana vinieron cuarenta jóvenes a ayudarnos a sacar el barro que entró en María Madre de la Iglesia”, recuerda Alberola, señalando las marcas aún visibles en los zócalos. “Sacamos todos los bancos a la calle, donde estuvieron un mes y medio; después se pudo volver a usar como templo de culto”. Durante ese tiempo, la nave cambió de función: “Fue un almacén de productos de primera necesidad durante un mes y medio”, rememora el presbítero.

En el muro lateral, una franja oscura muestra hasta dónde subió el nivel del agua. “Aunque se haya limpiado, se percibe una marca”, dice, pasándole la mano. La sacristía, totalmente inundada, perdió todo su mobiliario. “Ahora es todo nuevo. La megafonía, la instalación eléctrica… todo ha tenido que volver a colocarse”. Al abrir el armario de casullas, enseña la que llevaba el día de su ordenación: está manchada y endurecida por el barro, pero la conserva como testimonio. “Es el color dana”, dice con una sonrisa resignada.

Puerta arrancada por la riada de la dana
Puerta arrancada por la riada de la dana

La iglesia, con unos 53 años de historia, es como una extensión de su propia vida. “Soy párroco desde hace 13 años”, comenta. Aquella noche, la comunidad vivió momentos de angustia. “Cuando el agua empezaba a subir, lo único que se pudo salvar fue el sagrario, por parte de unos sacristanes que se quedaron toda la noche atrapados en la planta superior de la iglesia”. Desde su edificio, Alberola y los vecinos improvisaban cuerdas para rescatar a personas atrapadas. “Hacíamos cuerdas improvisadas para salvar a vecinos que estaban en la calle”, admite.

Entre las imágenes del templo, la de la Milagrosa apareció flotando en el agua. “Es de madera, y se está restaurando; en noviembre el restaurador ya la tendrá lista. Nos hablaron de un restaurador importante, que se ofreció a hacerlo”, apunta. El párroco anuncia también una misa de acción de gracias: “El día 9 de noviembre haremos una misa por todos los voluntarios que vinieron a ayudar”.

Al cruzar de nuevo la Rambleta, el sonido del tráfico contrasta con el silencio del recuerdo. Al otro lado, la fachada de Nuestra Señora del Pilar muestra aún la herida del temporal. “No se podía cerrar porque nos quedamos sin puertas ni ventanas; decidimos clausurarla”, explica el sacerdote. “El suelo está dañado, el retablo destrozado, un pequeño órgano de la nave apareció en otra sala, boca abajo; cada día venían 200 voluntarios a sacar agua, y éramos unos 300 comiendo aquí. En el sótano tardaron 10 días en vaciar el agua”, destaca el párroco.

Iglesia de Catarroja tras la dana
Iglesia de Catarroja tras la dana

El agua también se llevó un altar de mármol, hueco por dentro. “Ahora estará en la Albufera o en el mar”, comenta con una mezcla de tristeza e ironía. La imagen original de la Virgen del Pilar se perdió, pero “la Guardia Civil de Zaragoza nos regaló una imagen nueva, porque la que teníamos se la llevó el agua”, señala.

El paseo termina con el silencio de una oración no dicha. Detrás de cada puerta rota hay una historia de barro y esperanza. Y bajo la Rambleta, donde antes corría el barranco, aún late la memoria del agua. Catarroja ha aprendido que los ríos no desaparecen del todo —solo duermen—, y que la fe y la solidaridad pueden, a veces, convertir el barro en una forma de renacimiento.

José Vicente Alberola
José Vicente Alberola

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