Juanjo Aguirre, uno de los imprescindibles

El obispo de Bangassou, como nos contaba José Carlos Soto en su magnífica bitácora en esta casa, salió ileso, por los pelos, de un brutal ataque de las milicias -ya nadie sabe en qué bando, o por qué, lucha cada uno en esta cruel matanza en que se ha convertido Centroáfrica-, mientras salía de una mezquita -sí, de una mezquita- tras negociar por la vida de dos mil hermanos musulmanes.
Juanjo Aguirre es un hombre que no se cansa de luchar. No pueden con él las guerras, los secuestros, los balazos, los infartos. Es de esas personas -tengo la suerte de conocer a algunas- que están dotados de una luz especial, “protegidos” por esa fe que mueve montañas y que es capaz de detener las bombas, de lograr el abrazo entre enemigos irreconciliables y, como en este caso, conseguir que dos mil hermanos musulmanes se encuentren, hoy, a salvo de una muerte segura, protegidos en la catedral y el seminario católicos de Bangassou.
Juanjo Aguirre salió ileso del ataque, que sin embargo se ha cobrado la vida de decenas de personas. Porque conseguir la paz en Centroáfrica es una tarea de toda una vida, que el obispo de Bangassou lleva a cabo sin descanso, cada día, con la certeza de que quien le mueve es ese Cristo, blanco y negro, esa cruz de arcilla que regala a los amigos, esos rostros asustados que hoy, gracias a su inconsciencia militante, a su valentía irredenta, pueden seguir viendo nacer el sol en esa maravillosa tierra africana. Juanjo Aguirre es de los que luchan toda la vida. Juanjo Aguirre, gracias a Dios, sigue siendo de los imprescindibles.