Salamanca, Olegario y Francisco de Vitoria
José Manuel Vidal y yo hemos tenido la oportunidad de visitar Salamanca con motivo de la inauguración del curso académico en la Upsa, y nos encontramos con la fortuna de compartir mesa y mantel con Xabier Pikaza, Ángel Galindo, Maximino Cerezo y, por supuesto, Olegario. Al término del almuerzo, el que probablemente sea el mejor teólogo español vivo en estos momentos nos llevó junto al convento de San Esteban, a cuyos pies se yergue una estatua de Francisco de Vitoria, custodiado por unos chopos y unos bancos de piedra. "Éste es mi pequeño altar", nos confesó Olegario, quien aseguró que suele ir allá a rezar la liturgia de las horas y ponerse en contacto con la sabiduría del maestro del siglo XVI.
Pasado y presente de nuestra mejor teología, en un tiempo en que ya no quedan estrellas, y mucho menos teólogos con obra propia y capacidad crítica. Por miedo o por falta de preparación. Algo curioso en tiempos del primer Pontífice teólogo en muchos años.
Durante la conversación, surgieron numerosas cuestiones, sobre el futuro de la Iglesia, las vocaciones, el funcionamiento de los seminarios, el relevo de Rouco en Madrid, las nuevas realidades eclesiales y la relación con la sociedad. Y también un deseo, motivado por las ganas de vivir que, después de una experiencia tan cercana a la muerte, conserva Olegario González de Cardedal. Un breve ensayo sobre cómo afronar esos momentos desde la fe y la confianza en Aquel que nos mueve. A nosotros, y también al sabio Vitoria, y a tantos otros cuya presencia podíamos percibir durante nuestra visita a la impresionante Universidad Pontificia de Salamanca.
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