Un buen día para hacer llover

Francisco Castro Miramontes y Carmen Guaita acaban de sacar a la luz "Cartas para encender linternas" (Paulinas), un espléndido experimento de diálogo, a través de misivas encontradas, sobre el valor de las cosas pequeñas, la amistad, el amor, la esperanza, la libertad, la justicia, la bondad... ese patrimonio que nos hace inequívocamente humanos. Y me hicieron el inmenso honor de pedirme que les escribiera el prólogo. Y salió esto, titulado "Un buen día para hacer llover". Espero que os guste.

Un buen día para hacer llover

Siempre he creído que el amor verdadero era el que se sentía capaz de hacer lo que fuera para conseguir que lloviera por la persona amada. Colocarse en una acera, y danzar dando vueltas hasta lograr que el cielo se partiera en dos y surgiera el milagro del agua. No por la lluvia en sí, sino por la posibilidad de presentarla como ofrenda al ser amado. Sigo pensándolo. Dar la vida por el otro, partir, repartir y compartir lo que se tiene, no lo que sobra, ofrecerse sin medida, dejar marchar... son objetivos que conforman todo un proyecto de vida, aquí o en Guatemala.

En éstas estaba cuando Carmen Guaita y Paco Miramontes me hicieron el honor de pedirme que escribiese unas palabras para arrancar este bellísimo intercambio epistolar sobre los valores del día a día, esas “pequeñas cosas” de las que hablaba Joan Manuel Serrat y que en demasiadas ocasiones pasan a nuestro lado sin que acertemos a percibirlas. Gestos que son la vida misma y que, sin embargo, no siempre logramos aprehender ni valorar en su justa medida. Y es que tal vez, para lograr que llueva, para amar sin reparar en gastos, para alcanzar, en suma, la “felicidad”, estas “pequeñas cosas” son absolutamente indispensables. Como las pilas son imprescindibles para encender esa linterna que nos ofrezca algo de luz y aplaque nuestro miedo a la oscuridad.

Consciente de mis limitaciones, he hecho una pequeña encuesta alrededor, y de la misma han surgido términos como “empatía”, “silencio”, “conversación”, “dulzura”, “humildad”, “educación”, “respeto”, “compartir”… Otros han ido más allá, y han hablado de los estiramientos en la cama justo después de apagar el despertador, del olor de la ropa recién tendida, el momento en que tu hija se despide de ti antes de entrar al colegio, el sabor de un café a media mañana, sonreír a tu pareja después de un día de perros en el trabajo, hablar sin gritar, las lágrimas o las carcajadas en mitad de una película, cantar en la ducha…. poder ducharte porque haya agua corriente. Los fugaces momentos de indignación al escuchar las noticias o recordar a quienes sufren, los que no tienen qué comer o dónde dormir. La diaria llamada de tus padres, las historias de tus abuelos, el abrazo de un amigo, un beso lento en los labios… No marcharte a la cama sin decir un “te quiero”. Rezar antes de dormir.

Una buena amiga me sugirió que cerrara los ojos y me dedicara a “observar”, con los ojos del corazón. Y eso hice. Afuera huele a jazmín, y mis manos todavía conservan el sabor de la cáscara de una mandarina. El grifo funciona, y siento el aroma del jabón subiendo por mi nariz. La toalla en la que me seco está fresca y suave. Al otro lado de la calle suenan las trompetas de los ensayos para las procesiones de Semana Santa. Salgo a caminar, y escucho las risas de los niños en el parque. Mi sobrina Candela me lleva a la cocina y juntos comemos –sin que se enteren sus padres- una tostada de nocilla. Los dientes se nos llenan de chocolate, y los limpiamos con la lengua. El teléfono suena de noche y eres tú, que sólo quieres saber qué tal estoy.

La milenaria sabiduría china nos habla de cómo una larga caminata sólo comienza tras un primer paso, cómo cada gota de agua es fundamental para llenar un océano, cómo una playa sólo es posible a partir del grano de arena que eres tú. Porque Tú eres indispensable en esta historia. Conmigo, eres imprescindible para que haya un Nosotros. Juntos, quién sabe qué podríamos hacer. Como con las pequeñas cosas, sin ti, amigo lector, este libro resultaría imposible. Casi tanto como lograr hacer que llueva.

Y pese al ruido, la furia, las prisas del reloj, danzamos. Para que caiga el agua. Porque debemos seguir soñando. O por el mero hecho de bailar. Y el mundo gira. Y va cambiando porque tantas pequeñas cosas no pueden estar equivocadas

Jesús Bastante Liébana
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