La misma tristeza de siempre

El documento, extenso y dividido en seis capítulos, afronta todas las cuestiones que actualmente preocupan a los obispos españoles (excepto el dinero, claro está, que cuando se habla de amor y sexualidad mejor no menearlo). A saber, la destrucción de la familia, la negación del matrimonio en nuestra sociedad, el aborto, el divorcio exprés, la investigación con células madre, las uniones gay... el bucle de siempre. Y con las mismas respuestas de siempre.
Nadie pretende (al menos yo no lo haré) negar a la Iglesia el derecho y la obligación de plantear sus ideas, su forma de entender la vida. Yo mismo me confieso católico y creo en el matrimonio hombre-mujer, no apoyaría el aborto "per se", estoy convencido de que la familia es el núcleo fundamental de la sociedad... Pero una cosa es ofrecer la visión cristiana de la vida, y otra muy distinta es apelar a la insumisión de las leyes, la condena al ostracismo a otras realidades (que, nos guste o no, existen y deben ser reconocidas en cuanto tales) o inventar una supuesta alianza del Mal en forma de ideología de género asexuada y enferma que únicamente pretende acabar con cualquier vestigio de la presencia de Dios en la Tierra.
Nos equivocamos, nos volvemos a equivocar cuando planteamos las cuestiones en términos de obediencia o condena, en relaciones basadas en la sumisión y en el sentimiento de que, en esta sociedad, sólo unos tienen la verdad absoluta. Algo que, por cierto no casa con las propuestas del Vaticano para este Año de la Fe y su Atrio de los Gentiles. Para que tu propuesta llegue a una sociedad cansada de escuchar mentiras y falsas esperanzas, hay que detenerse a contemplar a las personas en cuanto tales, a ofrecerles salidas integradoras e inclusivas. La política de quien mueva no sale en la foto sólo vale para que algunos salgan en las imágenes solos. Tremendamente solos. Ni siquiera Jesús se atrevería a ponerse delante de la cámara en ocasiones como las de ayer.
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