Los doce apóstoles en los evangelios



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Al lado del protagonista indiscutible de los hechos cristianos, Jesús de Nazaret, aparecen sus apóstoles. Los evangelios ofrecen numerosos y detallados elementos sobre su personalidad y su vocación al apostolado. Insisten concretamente en su número. Eran los doce, cifra que coincide con las de las doce tribus de Israel y representa uno de los números consagrados por la naturaleza y por el uso. La realidad es que en la historia de Israel tuvo el número doce una gran trascendencia. Quizá los doce meses del año estén en la base del influjo de su número en la historia de las instituciones y en las enumeraciones bíblicas.

Desde los primeros libros de la Biblia, el número doce sirve para determinar ciertos elementos rituales. Yahvé ordena a Moisés según Levítico (24,5ss): “Tomarás flor de harina y cocerás doce panes de dos décimas cada uno”. Eran los panes de la proposición, que debían ser colocados ante Yahvé y comidos por Aarón y sus hijos en un lugar santo. Doce han de ser igualmente los dones que deberán ofrecerse a Dios para la dedicación del altar: “Doce platos de plata, doce jarros de plata, doce tazas de oro” (Núm 7,84). Y “el total de los animales para el holocausto: doce novillos, doce carneros y doce corderos primales con sus ofrendas, y doce machos cabríos para el sacrificio expiatorio” (Núm 7,87).

El número de los profetas menores es precisamente doce. Los cuatro mayores, Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel forman un número relacionado matemáticamente como submúltiplo del doce. Otros múltiplos de doce son las veinticuatro clases sacerdotales (1 Crón 24), las cuarenta y ocho ciudades levíticas (Núm 35,7), los setenta y dos ancianos elegidos por Moisés según la orden de Yahvé (Núm 11,24-26). También eran setenta y dos los discípulos que envió Jesús a las ciudades y lugares a donde tenía que ir él según la información del evangelio de Lucas (10,1).

El último de los libros de la Biblia, el Apocalipsis de san Juan, cuenta de la señal grande que apareció en el cielo: “una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”. Huida al desierto, fue alimentada durante mil doscientos sesenta días (Ap 12,1.6). Las cifras ofrecidas en el relato giran alrededor del número doce.

La Jerusalén celestial, “la que bajaba del cielo de parte de Dios” era una ciudad que “tenía un muro grande y alto; tenía doce puertas, sobre las puertas, doce ángeles y unos nombres escritos que son los de las doce tribus de Israel… El muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero” (Ap 21, 2.12.14). El que hablaba con Juan “tenía como medida una caña de oro para medir la ciudad, sus puertas y su muro”. La ciudad medía doce mil estadios, sus cimientos eran de doce piedras preciosas, el muro alcanzaba la longitud de ciento cuarenta y cuatro codos. “Las doce puertas eran doce perlas” (Ap 21,16-21).

El número doce quedó afirmado en nuestra cultura con el nombramiento de los apóstoles de Jesús, encargados, según los textos de los evangelios, de continuar la obra de su Maestro. La traición de Judas dejó incompleto el número de doce, por lo que los once restantes se preocuparon de completar el número con la elección de Matías. Pedro llevó la voz cantante en la elección. Sus palabras parecían señalar dos condiciones precisas para la calidad de apóstol: que hubiera vivido en la compañía del Señor Jesús y que hubiera sido testigo de su resurrección (Hch 1,21-22). La compañía de Jesús suponía una convivencia, en la que se había dado la relación entre maestro y discípulo. El texto de los Hechos de Lucas habla del tiempo que va desde la misión de Juan Bautista hasta la ascensión de Jesús a los cielos. Un tiempo suficiente para conocer a la persona y su doctrina.

Los textos hablan frecuentemente de “los discípulos”. Así hace Mateo en el umbral de su relato de la elección. Llamó Jesús a los doce discípulos a quienes dio poderes para curar toda clase de enfermedades y dolencias. Pero inmediatamente se refiere a ellos como a los doce apóstoles (Mt 10,1-2). Los relatos evangélicos hablan a veces de “los apóstoles” sin otros calificativos (Lc 22,14). Pero la apelación más corriente es la de discípulos. Como en la introducción al discurso de las bienaventuranzas, cuando Jesús distingue entre las turbas y sus discípulos (Mt 5,1), lo mismo que hace Lucas en el lugar paralelo (Lc 6,19-20). Allí está la turba, pero Jesús parece referirse intencionadamente a sus discípulos (tous mathetás autoû).

Uno de los finales estructurales de los discursos contenidos en el evangelio de Mateo especifica que Jesús “había acabado de instruir a sus doce discípulos” (Mt 11,1). A ellos se refieren los fariseos cuando les echan en cara que, al pasar por unos sembrados en día de sábado, arrancaban espigas y se las comían (Mt 12,1-2). Es la forma ordinaria de referirse a ellos en los evangelios de Mateo y de Juan, y la preferente en los de Marcos y Lucas. Pero la denominación de discípulos acabó evolucionando hacia la de apóstoles. Lucas da testimonio de que Jesús llamó a sus discípulos y eligió a doce a quienes dio el nombre de apóstoles (Lc 6,13). El nombre de discípulos es más amplio que el de apóstoles. En la elección de los diáconos, los Doce convocan a la muchedumbre de los discípulos para designar a los más recomendables (Hch 6,2-3).

Saldos cordiales. Gonzalo del Cerro
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