Constitución Gaudium et Spes

La Iglesia en el mundo de hoy
Capítulo V._La promoción de la paz y el fomento de la
comunidad de los pueblos
77. Introducción._La humanidad no podrá llevar a cabo la construcción de un mundo más humano, si no se orienta de una vez para siempre a la verdadera paz. Por ello, el Concilio, después de condenar la inhumanidad de la guerra, exhorta a los cristianos a colaborar con todos para establecer entre los hombres una paz sobre la justicia y el amor
78. Naturaleza de la paz._La paz no es la simple ausencia de la guerra, ni tampoco el mero equilibrio de fuerzas en contraste. Es el fruto del orden divino realizado por los hombres. La paz nace del respeto, del amor al prójimo, imagen y efecto de la paz de Cristo, quien sobre la cruz reconcilió a todos los hombres con Dios, restableciendo la unidad de todos en un solo pueblo. Los hombres, en cuanto pecadores, quedan siempre bajo la amenaza de la guerra; pero, en cuanto vencedores del pecado, vencen también la violencia.
Sección I.-Obligación de evitar la
guerra
79. El deber de mitigar la guerra._Frente a la extensión de la guerra y de sistemas bélicos inadmisibles, el Concilio llama la atención sobre el valor inmutable del derecho natural de gentes y de sus principios universales. Las acciones que a estos se oponen son crímenes que no pueden tener excusa alguna ni siquiera en nombre de la obediencia ciega. Entre estas acciones hay que condenar sobre todo el exterminio de pueblos enteros de una nación o de una minoría, y debe honrarse el valor de quienes se oponen abiertamente a quien ordena tales acciones.
Los tratados internacionales que tienden a hacer menos inhumanas las acciones militares deben ser obsevados y mejorados en lo posible; y parece también conforme a equidad que las leyes prevean humanamente el caso de aquellos que por motivos de conciencia rehúsan el uso de las armas, aceptando, sin embargo, cualquier otra forma de servicio; es, sin embargo, digno de elogio el que sirve a su patria en el ejécito.
Mientras exista la gerra, y no haya autoridad internacional competente, no podrá negarse el derecho de legítima defensa. Pero una cosa es servirse de las armas para defender los justos derechos de los pueblos, y otra cosa imponer por las armas el propio dominio sobre otras naciones. Desencadenada una guerra, no todo resulta lícito entre las partes que entran en conflicto,
80. La guerra total._Las acciones militares, si se llevan a cabo con los medios modernos, superan con mucho los límites de la legítima defensa, e incluso podrán provocar la casi total destrucción recíproca. Esto nos obliga a considerar el problema de la guerra con mentalidad nueva. Este Concilio, reiterando las condenaciones ya pronunciadas contra la guerra total, declara que todo acto de guerra que tiene como objeto la destrucción de ciudades o regiones enteras es un delito contra Dios y contra la humanidad.El Concilio recuerda a los jefes de Estado y a las altas jefaturas de los ejércitos su responsabilidad.
81. La carrera de armamentos._A veces el armamento no se acumula con la intención de usarlo, sino tan sólo como objeto de disuadir cualquier posible agresión. Sea lo que sea lo que pueda pensarse de este método disuasorio, es necesario persuadirse de que la carrera de armamentos no es vía segura para conseguir la paz. Esta carrera de armamentos es una plaga gravísima de la humanidad y daña intolerablemente a los pobres.
82. Prohibición absoluta de la guerra. La acción internacional para evitarla._Es necesario dedicarse a preparar el tiempo en que una autoridad reconocida por todos y con medios eficientes pueda garantizar a todos los pueblos la seguridad y la tutela del derecho.
Entre tanto, hay que dedicarse con todo empeño a procurar la seguridad común, apoyándose en la mutua confianza y no en el terror de las armas y procediendo a un desarme no unilateral, sino común, basado en acuerdos mutuos y con seguras garantías. Hay que alentar la buena voluntad de aquellos que se consagran a la paz.
Por otra parte, hay que orar a Dios por la paz, la cual exige la renuncia a toda supremacía dentro de un clima de respeto hacia todas las naciones. Hay que apoyar todas las iniciativas dirigidas a promover la paz, guardándonos, sin embargo, de la ilusión de que la paz pueda ser establecida por la buena voluntad de unos pocos y no precisamente por la disposición pacífica de los pueblos. En tanto que subsistan el desprecio, la desconfianza, el odio racial, no podemos tener paz. De aquí la necesidad urgente de una renovación de los espíritus.
Ver: Ocho grandes mensajes
BAC 1974