Constitución Gaudium et Spes

Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual
Capítulo I
La Dignidad de la Persona Humana
Grandeza de la libertad
17. La orientación del hombre hacia el bien sólo se logra con el uso de la libertad, la cual posee un valor que nuestros contemporáneos ensalzan con entusiasmo. Y con toda razón.
Con frecuencia, sin embargo, la fomentan de forma depravada, como si fuese pura licencia para hacer cualquier cosa, con tal de que deleite, aunque sea mala. La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión(Eclo 15, 14)para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a este, alcance la plena y bienaventurada perfección.
La dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra esta digidad cuando, liberado totalmente de la cautividad de las pasiones, tiende a su fin con la libre elección del bien y se procura medios adecuados para ello con eficacia y esfuerzo crecientes.
La libertad humana, herida por el pecado, para dar la máxima eficacia a esta ordenación a Dios, ha de apoyarse necesariamente en la gracia de Dios. Cada cual tendrá que dar cuenta de su vida ante el tribunal de Dios según la conducta buena o mala que haya observado (2 Cor 5, 10)
El misterio de la muerte
18. El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la ruina de la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo.
La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre, la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge eneluctablemente del corazón humano.
Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz, situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre. La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a consecuencia del pecado(Sab 1, 13;2,23-24; Rom 5, 21; 6, 23; Sant 1, 15), será vencida cuando el omnipotento y misericordioso Salvador restituya al hombre en la salvación perdida por el pecado.
Dios ha llamado y llama al hombre a adherirse a Él con la total plenitud de su ser en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina.
Ha sido Cristo resucitado el que ha ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su muerte(1 Cor 15, 56-57). Para todo hombre que reflexione, la fe, apoyada en sólidos argumentos, responde satisfactoriamente al interrogante angustioso sobre el destino futuro del hombre y al mismo tiempo ofrece la posibilidad de una comunión con nuestros mismos queridos hermanos arrebatados por la muerte, dándole la esperanza de que poseen ya en Dios la vida verdadera.