Dios laico y virtudes públicas en Ortega

Capítulo Octavo

La Cultura


Cultura posmoderna

Los profesionales de los medios de comunicación pueden jugar un papel importante en la salvaguarda de la cultura, siendo los ojos y la voz de la opinión pública. Ahora bien, para poder desempeñar este papel necesitan una buena dosis de honestidad, porque los fuertes económicamente quieren tenerlos a su servicio para, de esta manera, dominar dicha opinión.
La cultura tal como Ortega la presenta se opone a esta manipulación, porque es una virtud eminentemente solidaria y hace solidarios a los hombres. Ahora bien, nuestra sociedad de bienestar está produciendo una falta de sensibilidad hacia los valores humanos más nobles y esto repercute muy negativamente a la hora de lograr el ideal de humanización y socialización del hombre.

Solos los bienes materiales no son una alternativa fiable de nada, la alternativa es fruto de una cultura de respeto y solidaridad entre los hombres y los pueblos. En consecuencia, la desorientación al enfocar el problema social ha creado una de las crisis culturales más graves de la historia, que se manifiesta en la falta de los valores a que aludíamos
antes, motivada, en buena parte, por todo lo que el mismo hombre crea e inventa para facilitarse la vida, pero que termina volviéndose contra él.

Ante esta situación, un sector de la población mundial quiere contrarrestar la crisis con lo que el teólogo alemán Johann Baptist Metz ha llamado "cultura posmodernista", esto es, una actitud pasiva del rico Occidente ante el sufrimiento de los demás, para no amargarse la vida color de rosa en que vive enfundado.

Lógicamente hay que reaccionar contra esta cultura miope y hedonista, que no quiere saber nada de la situación calamitosa de los pueblos empobrecidos, revitalizando la cultura de la utopía, de los grandes valores, como la justicia y la libertad, si queremos remontar esta grave crisis mundial.

La importancia que la constitución conciliar citada da a la cultura, concediéndole autonomía propia, se basa en la capacidad que ella tiene de vertebrar la sociedad (GS 59).
Volviendo al pensamiento de Ortega y matizando un poco más, digamos que la crisis actual de la cultura es una crisis de desorientación general de la vida, porque el hombre masa carece de proyecto. No es extraño, pues, que todo eso que el hombre crea e inventa, llegue un momento en que se vuelva contra él.

Precisamente, por ser una creación queda fuera del sujeto que la creó, se convierte en cosa, en mundo frente al hombre, y se desentiende de la intención con que el hombre la creó. Este es el momento que vivimos. La ciencia, la técnica, la economía y la política permisiva que las acompaña amenazan con estrangular al hombre.

Las ciencias, al multiplicarse y especializarse con tanta profusión, rebasan la capacidad de adquisición que el hombre posee y le acongojan y oprimen. El hombre-masa no puede gobernar y controlar la civilización de la que vive, con lo que el régimen de vitalidad que se le atribuye a la cultura como su verdadera condición desaparece.

Las escuelas que enorgullecían al siglo XIX no hicieron otra cosa que enseñar a las masas las técnicas de la vida moderna, pero no logró educarlas. Se les ha dotado de instrumentos para vivir intensamente, pero no sensibilidad para los grandes deberes históricos; "cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga -sine nobilitate- snob".

Se les ha inoculado atropelladamente el orgullo y el poder de los medios modernos, pero no el espíritu. Por eso no quieren nada con el espíritu y las nuevas generaciones se disponen así a tomar el mando del mundo como si el mundo fuese un paraíso sin huellas antiguas, sin problemas tradicionales y complejos (La rebelión de las masas: Un dato estadístico IV, 141, 170-173 y Prólogo para franceses, 121).

A pesar de todo, no hay ningún aspecto de la vida que no esté sellado por la obra de la cultura, sin que esta revista, obviamente, el aspecto hierático y solemne que indebidamente se le atribuye. La cultura no es más que el resultado de humildes necesidades del hombre, por tanto, todo cuanto rodea su vida es un ámbito de cultura, que ha de estar animado por el espíritu. De todo esto habla Ortega magistralmente en su obra máxima La rebelión de las masas.
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