Los cristianos laicos

La Iglesia víctima de sus propios errores

La C.E. y la Iglesia en su conjunto no están exentas de culpa en la malformación o carencia de fe de los cristianos que lamentan.
Fundamentalmente por no haber puesto en práctica, después de más de 40 años, los documentos del Concilio Vaticano II referidos a la relación de la Iglesia con el mundo actual secularizado. Se ha limitado a denunciar la secularización, cuando esta es un fenómeno natural e irreversible, un signo de los tiempos.

Es más, algunos de los teólogos que estuvieron en el Concilio ven la laicidad y secularización muy beneficiosas para el cristianismo, porque le purifican de los mitos que se han acumulado sobre él a lo largo de la historia (Y. Congar).

Asimismo la separación de la Iglesia y el Estado propio de una democracia adulta y moderna, con independencia de cada uno en su campo, bemeficia a la Iglesia, porque se siente más libre en el compromiso evangélioo de estar al lado de los pobres y no al lado de los que gozan de todos los privilegios en un mundo claramente injusto que ellos han hecho a su medida.

La Iglesia para ser creíble tiene que dar signos que entren por los ojos, porque el hombre secularizado inmerso en la cultura de la imagen sólo entiende el lenguaje de los gestos. Tiene que tomar, pues, la decisión de salir de la época medieval en que vive instalada con palacios y tronos propios más bien de la burguesía de antaño.

Las mismas celebraciones litúrgicas tienen que dar paso a formas, vestimentas y utensilios que no deslumbren por su riqueza y obstentación a las clases populares y dejen de ser puro teatro para la clase acomodada, que por cierto también prefiere el teatro auténtico.

En definitiva, tiene que ser abiertamente la Iglesia de los pobres siempre a su lado en defensa de sus derechos permanentemente violados.

Después de la muerte misteriosa de Juan Pablo I, que estaba decidido a llevar a cabo esta reforma de la Iglesia querida por el Concilio, con su sucesor Juan Pablo II entró de nuevo la corriente conservadora a dirigir la nave de Pedro y volvimos a tiempos preconciliares otra vez y ahí seguimos.

El episcopado actual, en su mayoría elegido según los cánones de la corriente conservadora eclesial, está incapacitado para dialogar con la secularidad y la laicidad. Por eso, en vez de recurrir a la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual del Vaticano II, que entra en diálogo con este mundo de hoy, los obispos han optado por refugiarse en unos movimientos de espiritualidad intimista ajenos al mundo y a su problemática.

Esto repugna a la esencia del cristianismo que es encarnación en el mudo en todas las etapas de la historia y en la que nos toca vivir actualmente también. De ahí que los teólogos más clarividentes afirmen que no es posible la relación con Dios si no hay relación con el hombre-mujer y su mundo secularizado de hoy. Lo cual no equivale a negar la trascendencia divina, sino a experimentarla de manera distinta a como la experimentaba el hombre de la tribu o el burgués.

El hombre secular del siglo XXI experimenta la trascendencia "en el Tú más cercano". Esta expresión de Bonhoeffer claramente evangélica, que tiende a descubrir a Dios en el hermano hay que interpretarla de la manera siguiente: "Si hemos de tener trascendencia hoy, trascendencia cristiana, ha de ser "en y a través de los secular".

Es decir, que el Dios cristiano se revela en el mundo secularizado de hoy con preferencia a la espiritualidad que nos aparta de él. Evidentemente esta teología no tiene cabida en los manuales que maneja la C.E., a pesar de que se trata, o tal vez por eso, de la teología surgida del Concilio Vaticano II, que es la que debería primar en la Iglesia actual.
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