La cuestión social en el Vaticano II
Ante el día del trabajo
La cuestión social ha adquirido mucha relevancia en nuestro tiempo. Las grandes encíclicas de los Papas se han hecho eco del tema. El primero León XIII en la Rerum novarum; Pio XI en la Quadragesimo anno; Pio XII en el radiomensaje del 1 de junio de 1941 en el 50 aniversario de la publicación de la Rerum novarum; Juan XXIII en la Mater et Magistra; Pablo VI en la Populorum Progressio y el Concilio Vaticano II en la Constitución pastoral también recopilando a todas ellas.
En la síntesis que nos ofrece el Concilio leemos: También en la vida económico-social deben respetarse y promoverse la dignidad de la persona humana y el bien de la sociedad entera. Se basa en su argumentación en que el hombre (entiéndase ambos sexos) es autor, centro y fin de toda la vida económico-social.
Pero siente inquietud porque en las regiones prósperas la vida personal y social de muchos de ellos está teñida de un cierto espíritu economista, tanto en las naciones de economía colectivista como en las otras.
Observen cómo no sólo la jerarquía eclesiástica ha hecho oídos sordos a la Constitución conciliar que quería que la Iglesia entrara en diálogo con el mundo secularizado y laico actual, sino que tampoco los que dominan en los pueblos han hecho caso a su recomendación en cuestiones sociales tendentes a la creación de una sociedad más justa e igual.
Lamanta que en un momento en que el desarrollo de la vida económica, orientada y ordenada de manera racional y humana podía atenuar las desigualdades sociales, se ha preferido un endurecimiento y hasta un retroceso en las condiciones de vida de los más débiles y un desprecio de los más pobres.
Mientras muchos carecen de lo necesario, algunos, aun en países menos desarrollados, viven en la opulencia y el despilfarro. El lujo vive junto a la miseria. Y mientras un reducido número de personas dispone de todo el poder de decisión, otros están privados de cualquier iniciativa y en unas condiciones de trabajo indignas de la persona humana.
Estas disparidades deben desaparecer ante la amplitud de posibilidades técnicas y económicas del mundo moderno. Los ciudadanos son cada vez más sensibles a esta situación y abogan porque este estado funesto de cosas no debe existir. Por ello cree necesarias muchas reformas en la vida económico-social y un cambio de mentalidad y costumbres en todos.
La Iglesia en sus mejores tiempos de lucidez evangélica, como en las encíclicas mencionadas al principio, ha concretado los principios de justicia y equidad exigidos por la recta razón, tanto en la vida individual y social como en el orden internacional. Así el Concilio considera que el desarrollo económico ha de estar al servivio de todos los seres humanos y bajo su control(GS 63ss).
La cuestión social ha adquirido mucha relevancia en nuestro tiempo. Las grandes encíclicas de los Papas se han hecho eco del tema. El primero León XIII en la Rerum novarum; Pio XI en la Quadragesimo anno; Pio XII en el radiomensaje del 1 de junio de 1941 en el 50 aniversario de la publicación de la Rerum novarum; Juan XXIII en la Mater et Magistra; Pablo VI en la Populorum Progressio y el Concilio Vaticano II en la Constitución pastoral también recopilando a todas ellas.
En la síntesis que nos ofrece el Concilio leemos: También en la vida económico-social deben respetarse y promoverse la dignidad de la persona humana y el bien de la sociedad entera. Se basa en su argumentación en que el hombre (entiéndase ambos sexos) es autor, centro y fin de toda la vida económico-social.
Pero siente inquietud porque en las regiones prósperas la vida personal y social de muchos de ellos está teñida de un cierto espíritu economista, tanto en las naciones de economía colectivista como en las otras.
Observen cómo no sólo la jerarquía eclesiástica ha hecho oídos sordos a la Constitución conciliar que quería que la Iglesia entrara en diálogo con el mundo secularizado y laico actual, sino que tampoco los que dominan en los pueblos han hecho caso a su recomendación en cuestiones sociales tendentes a la creación de una sociedad más justa e igual.
Lamanta que en un momento en que el desarrollo de la vida económica, orientada y ordenada de manera racional y humana podía atenuar las desigualdades sociales, se ha preferido un endurecimiento y hasta un retroceso en las condiciones de vida de los más débiles y un desprecio de los más pobres.
Mientras muchos carecen de lo necesario, algunos, aun en países menos desarrollados, viven en la opulencia y el despilfarro. El lujo vive junto a la miseria. Y mientras un reducido número de personas dispone de todo el poder de decisión, otros están privados de cualquier iniciativa y en unas condiciones de trabajo indignas de la persona humana.
Estas disparidades deben desaparecer ante la amplitud de posibilidades técnicas y económicas del mundo moderno. Los ciudadanos son cada vez más sensibles a esta situación y abogan porque este estado funesto de cosas no debe existir. Por ello cree necesarias muchas reformas en la vida económico-social y un cambio de mentalidad y costumbres en todos.
La Iglesia en sus mejores tiempos de lucidez evangélica, como en las encíclicas mencionadas al principio, ha concretado los principios de justicia y equidad exigidos por la recta razón, tanto en la vida individual y social como en el orden internacional. Así el Concilio considera que el desarrollo económico ha de estar al servivio de todos los seres humanos y bajo su control(GS 63ss).