La política virtud malbaratada 2
La política virtud malbaratada por los españoles
Reflexión en tiempo de elecciones
En la reflexión anterior sobre el tema (día…) concluíamos diciendo que nuestro desinterés por la política había aumentado por la corrupción de algunos políticos en la democracia actual, como herencia del pasado.
No obstante, admitida esta fuerza del pasado, que a toda costa quiere manifestarse en el presente, hay que decir que los gestores corruptos del bien público hoy son víctimas privilegiadas de la corriente materialista que se ha instalado descaradamente en la “cultura del dinero fácil y rápido”. Vivir con honradez no reporta beneficios suficientes para ser alguien en el mundo actual, según dicha corriente, por lo que estamos de acuerdo con el profesor Aranguren cuando dice que los políticos reflejan lo que es la sociedad.
Estos políticos, encantados por falaces promesas, en lugar de escalar pacientemente el palacio donde habita la justicia en los versos de Píndaro, han preferido marchar por el sendero del fraude, para asegurarse de inmediato una posición sobresaliente. Lógicamente así no se sirve al bien común.
Política, Moral y Justicia
Esta experiencia negativa de tales políticos nos ha hecho ver que si la actividad política no se fundamenta en la moral y la justicia, el bien público es irrealizable. Esta es una tesis muy clara ya en la doctrina de Platón y Aristóteles. Para el viejo Platón, el ideal de una sociedad perfecta se basa en que la política esté subordinada a la moral, la cual, a su vez, ha de transparentar la justicia. Y para su discípulo Aristóteles, es la justicia la virtud propia del hombre, de manera que cuando prescinde de ella se hace el último de los animales. En su razonamiento la justicia es una necesidad social.
Evidentemente, frente a los políticos corruptos están los honrados que viven su vocación como un verdadero servicio al bien común, para que todos los ciudadanos “vivan con menos trabas y mayor plenitud”. La política así entendida y vivida es una nobilísima función, una virtud como aparece en el título del artículo. Ortega la llama “divina esencia” y dice que es para un pueblo lo que el alma para el cuerpo.
El bien público nos pertenece a todos, no sólo a los políticos de oficio, por lo que debemos prestarle más atención, participando en las instituciones que la propia sociedad democrática se da. El Vaticano II alaba a las naciones en las que la mayoría de los ciudadanos participa con libertad en la vida pública. El mensaje cristiano, dice, lejos de apartar a los hombres de la edificación del mundo, les impone el deber de hacerlo (GS 31, 34, 38).
Reflexión en tiempo de elecciones
En la reflexión anterior sobre el tema (día…) concluíamos diciendo que nuestro desinterés por la política había aumentado por la corrupción de algunos políticos en la democracia actual, como herencia del pasado.
No obstante, admitida esta fuerza del pasado, que a toda costa quiere manifestarse en el presente, hay que decir que los gestores corruptos del bien público hoy son víctimas privilegiadas de la corriente materialista que se ha instalado descaradamente en la “cultura del dinero fácil y rápido”. Vivir con honradez no reporta beneficios suficientes para ser alguien en el mundo actual, según dicha corriente, por lo que estamos de acuerdo con el profesor Aranguren cuando dice que los políticos reflejan lo que es la sociedad.
Estos políticos, encantados por falaces promesas, en lugar de escalar pacientemente el palacio donde habita la justicia en los versos de Píndaro, han preferido marchar por el sendero del fraude, para asegurarse de inmediato una posición sobresaliente. Lógicamente así no se sirve al bien común.
Política, Moral y Justicia
Esta experiencia negativa de tales políticos nos ha hecho ver que si la actividad política no se fundamenta en la moral y la justicia, el bien público es irrealizable. Esta es una tesis muy clara ya en la doctrina de Platón y Aristóteles. Para el viejo Platón, el ideal de una sociedad perfecta se basa en que la política esté subordinada a la moral, la cual, a su vez, ha de transparentar la justicia. Y para su discípulo Aristóteles, es la justicia la virtud propia del hombre, de manera que cuando prescinde de ella se hace el último de los animales. En su razonamiento la justicia es una necesidad social.
Evidentemente, frente a los políticos corruptos están los honrados que viven su vocación como un verdadero servicio al bien común, para que todos los ciudadanos “vivan con menos trabas y mayor plenitud”. La política así entendida y vivida es una nobilísima función, una virtud como aparece en el título del artículo. Ortega la llama “divina esencia” y dice que es para un pueblo lo que el alma para el cuerpo.
El bien público nos pertenece a todos, no sólo a los políticos de oficio, por lo que debemos prestarle más atención, participando en las instituciones que la propia sociedad democrática se da. El Vaticano II alaba a las naciones en las que la mayoría de los ciudadanos participa con libertad en la vida pública. El mensaje cristiano, dice, lejos de apartar a los hombres de la edificación del mundo, les impone el deber de hacerlo (GS 31, 34, 38).