Antonio Machado, a los 80 años de su muerte. Canto a Demèter

Murió un día como hoy (el 22 de febrero de 1939) en el camino del destierro, en Perpiñán, de tristeza y cansancio por la guerra entre las dos españas.  Así quiero recordarle hoy entre los grandes creadores de la literatura del siglo XX.

Lo hago recordando su gran canto de vida y religión, titulado, el mito de Deméter, en su largo poema titulado Olivo del Camino, incluido en  Nuevas Canciones I.El poema, escrito en 1920, apareció por ver primera en la revista Índice (4, 1922) en una forma mucho más breve y personal, sin las connotaciones histórica que luego recibirá. La versión definitiva que aquí estudiamos aparece, como hemos dicho, en Nuevas Canciones, que se publicó por vez primera en  Mundo Latino, Madrid 1924.


El mito evocado en el poema ha sido transmitido también por Ovidio,  Fausti IV, 507-561. Pero Machado sigue con gran fidelidad el texto antiguo del himno homérico A Deméter, recreado desde su visión religiosa y social, desde el contexto de Andalucía (España) como iremos indicando en lo que sigue. Hemos seguido un esquema muy sencillo: presentamos el himno homérico y situamos el poema de Machado dentro de su trama mítica. Debemos indicar que se trata de un estudio puramente introductorio, pues el tema, tanto en perspectiva antigua como moderna, podría y debería desarrollarse con más profundidad y extensión. Al final incluímos las referencias bibliográficas fundamentales.

El mito de Demèter, la diosa de la vida


 La religión olímpica ha logrado silenciar por algún  tiempo (en ciertos ambientes) la figura sagrada de la Diosa engendradora. En su lugar, en los círculos oficiales, se ha cultivado la presencia y signo de los dioses olímpicos. Pero el proceso de la vida  sigue planteando sus preguntas: continúan  sin resolver los  misterios del nacimiento y de la muerte, el misterio de las estaciones del año, la cosecha de la vida, el misterio del pan de los campos, muerto en invierno, vivo en primavera, tostado por el fuego del sol y del horno... Por eso retorna la madre, aparece de nuevo la diosa.

Estrictamente hablando, no ha tenido que volver. Ella estaba allí, en a otra ladera de la religión oficial, sobre todo  en la experiencias de las mujeres, más cercanas al misterio de la fecundidad y de la vida que está representada por el pan de la cosecha y por los ritos del nacimiento y de la muerte. Deméter, diosa madre, estaba allí; así puede mostrarse de nuevo, en el centro de una religión que parece de mujeres pero que evoca los misterios supremos del alimento (pan) y de la vida.


OLIVO DEL CAMINO (1-40). INTRODUCCIÓN



Machado deja en sombra el comienzo del mito, toda la parte anterior, pues no le vale para expresar su experiencia de la vida, de la vegetación, de la sacralidad de la naturaleza. Su  recepción del mito griego es, por tanto, selectiva y profundamente personal. En el comienzo del poema va introducir los motivos más querido de su experiencia poética: el olivo como símbolo de Andalucía, frente a la encina de Castilla, su forma literaria de enfrentarse con la tierra cordobesa, pródiga en caballos, su fatiga personal. Llega cansado hasta el olivo que le ofrece sombra. De esa forma se identifica con la diosa Deméter. Ambos, Antonio Machado y Deméter, forman una unidad de vida, un único motivo literario, muy profundo. Empezaremos citando el texto, luego lo comentamos brevemente.


I
Parejo de la encina castellana
crecida sobre el páramo, señero
en los campos de Córdoba la llana
que dieron su caballo al Romancero,
lejos de tus hermanos
que vela el ceño campesino -enjutos
pobladores de lomas y altozanos,
horros de sombra, grávidos de frutos-,
sin caricia de mano labradora
que limpie tu ramaje, y por olvido,
viejo olivo, del hacha leñadora,
¡cuán bello estás junto a la fuente erguido,
bajo este azul cobalto,
como un árbol silvestre espeso y alto!

II
Hoy, a tu sombra, quiero
ver estos campos de mi Andalucía,
como a la vera ayer del Alto Duero
la hermosa tierra de encinar veía.
Olivo solitario,
lejos de olivar, junto a la fuente,
olivo hospitalario
que das tu sombra a un hombre pensativo
y a un agua transparente,
al borde del camino que blanquea,
guarde tus verdes ramas, viejo olivo,
la diosa de ojos glaucos, Atenea.

             Este es el canto al olivo abandonado, bello en su soledad, árbol silvestre, espeso y alto (verso 14). Este es, sin duda, un canto a la sacralidad de la naturaleza: el árbol en sí mismo es signo de un misterio que a Machado le pone en relación con los cultos telúricos, hagio-déndricos, de Grecia y de otros pueblos que han venerado a los árboles. Frente al árbol sagrado de las duras mesetas (encina, a veces roble), sitúa aquí el poeta el árbol sagrado del Mediterráneo, que es el olivo.

Lógicamente, la segunda estrofa del himno culmina en una invocación a Atenea, diosa del olivo. Dioses de la encina fueron otrora los genios y númenes del norte de Castilla. En Andalucía, tierra del olivo, se venera a Atenea, diosa de ojos glaucos, verde-claros, penetrantes, que miran y conocen el misterio de las cosas. Ella, Atenea, protectora de Ática, sustentadora de la justicia, aparece vinculada desde antiguo a la lechuza inteligente de la noche, al orden que penetra en el misterio. Su árbol ha sido siempre el olivo: árbol de paz, signo de belleza y de concordia, productor de olivas que hacen el aceite, embellecen a los hombres y mujeres, condimentan la comida...

Toda la cultura del aceite está ligada al signo de Atenea. Por eso, el caminante que viene a refugiarse y pensar bajo el olivo debe invocar a la diosas: guarde tus verdes ramas, viejo olivo, / la diosas de ojos glaucos, Atenea (versos 24-25)). La misma realidad del árbol y la vida se vuelve oración para el poeta. Como en los viejos tiempos de Atenas, nos hallamos en el centro de  una profunda veneración cósmica, expresada por el árbol.

La novedad más grande de la re-interpretación de Machado comienza precisamente ahora, después de invocar a la diosa del olivo. Es como si de pronto se mezclaran los niveles de sacralidad, de manera que el olivo viniera a convertirse en signo de una transformación sacral de la naturaleza. Tres son los niveles simbólicos en que viene a situarnos la estrofa tercera (versos 27-40):



– En el centro sigue estando el viejo olivo de Atenea que ofrece sombra al suplicante (verso 27), es decir, al que viene buscando justicia (como Orestes, a quien la misma Atenea juzga y absuelve, conforme al mito más significativo de Atenas). Bajo el olivo de Atenea puede el poeta suplicar y hallar sentido a su existencia peregrina.

– Deméter jadeante / pose a tu sombra, bajo el sol de estío... (versos 28-29). Así introduce Machado a la nueva diosa peregrina, cansada en el verano, buscando también una sombra protectora.  No le interesa el principio del mito homérico ya citado, el rapto de la hija, el llanto y lucha de la madre... Deméter viene jadeante, cansada, pero llena de vitalidad. Es el signo de la vida que debe ponerse bajo el signo protector de Atenea, protegiéndose bajo su sombra

– Bajo tus ramas, viejo olivo, quiero / un día recordar del sol de Homero (versos 39-40). Aquí recoge y cita Machado su fuente. Es claro que está evocando el gran canto A Deméter, que hemos citado en la parte anterior y que aún comentaremos. Machado, poeta del olivo, se identifica así con Homero. La sombra del mismo árbol les vincula; el tema de la vida y de la muerte, de la vegetación y el pan fecundo les reúne.



De esta forma ha situado Machado espacio y tema: este es el momento mágico que la diosa de la vida (Atenea) "sentóse a reposar, junto al camino" (verso 34). De camino va, lleno de angustia el corazón divino (verso 38), por las causas que la sabemos.  De camino viene, dispuesta a convertir su dolor en principio de vida para los humanos. En este contexto evoca Machado una bellísima geografía sagrada, distinguiendo los tres elementos fundamentales. La diosa Deméter:



– Huyó del ancho Urano... (verso 31). No puede seguir tranquila sobre el cielo mientras sufre su hija raptada bajo el suelo. Esta diosa que huya del cielo, en un proceso de "encarnación cósmica" constituye el principio y sentido del mito para Machado. Los dioses uránidas, perdidos en vanas disputas, carecen de importancia para los humanos. Ellos se vuelven significativos en el momento en que abandonan el cielo para compartir la experiencia del dolor con los humanos.  Lo que parecía fatalidad en el mito (Deméter tiene que dejar el cielo....) aparece para Machado como principio de salvación, como una gracia para  la humanidad.

– Cruzó la espalda de la mar bravía... (verso 32). Ciertamente, los mares tienen dioses que son signo de la vida y la navegación, dioses necesarios para los comerciantes y viajeros...  Pero Deméter no queda vinculada al agua de los mares. Ella es el signo de la tierra fecunda... Por eso "cruza la espalda del mar", viniendo a la tierra que ofrece pan a los humanos. Es como si Deméter y Atenea debieran encontrarse para hacer posible la vida en el mundo. 

– Llegó a la tierra en que madura el trigo... (verso 34). En el principio de la existencia humana no están pues la aguas del mar sino la tierra de pan llevar, tierra donde la diosa iniciará la nueva experiencia sagrada del fuego que convierte el grano en pan sagrado para los humanos. Del olivo del camino pasamos así al trigo de las anchas tierras, fuente de pan para el hambriento.



Queda así evocada la geografía sacral de Machado: del cielo ha bajado la diosas, ha cruzado los mares, viniendo a sentarse a su lado, bajo el mismo olivo del camino. Es como si la distancia temporal se hubiera roto, tendiéndose un puente entre el ayer de Grecia (Eleusis, con Atenea y Deméter) y el hoy de Córdoba la llana. Machado no se limita a recordar algo pasado; está viviendo en su presente el presente  de los dioses, el misterio de la vida.

Ciertamente, Machado ha recibido una intensa herencia cristiana, expresada por ejemplo en sus discursos sobre el genio dialogal del Cristo, parejo al genio dialogal de Sócrates, en línea de amor entre los humanos, como muestran, sobre todo, sus discursos en el tiempo de la guerra civil española (1936-1938). Pero en este poema aparece como perfectamente pagano. Su memoria del mito de Atenea y Deméter no es un gesto de erudición intelectual, sino expresión de su propia vivencia más honda, de hombre de la tierra, hermano del trigo y del olivo, devoto de Atenea y Deméter.



EL OLIVO DEL CAMINO (41-125). SENTIDO FINAL
Desde el fondo anterior se entiende muy bien el resto del poema de Machado, de tal manera que casi nos limitaremos a citarlo, comentando sólo aquellos elementos que destacan o rompen de algún modo el trasfondo griego.

Machado ha puesto muy de relieve la relación entre el rito de Demofón (=Demofonte), centrado en el fuego de la casa y el mito y rito de Proserpina (=Perséfone), centrado en la siembra y cosecha. De esa manera lo que en principio podía ser mito de la madre y de la hija se convierte en mito de la madre con dos hijos. Dejemos que el mismo texto nos sorprenda. No hace falta que lo comentemos mucho, pues el mito habla de forma muy directa, estableciendo una especie de honda ritualidad natural. Machado, poeta de la tierra cordobesa, viene a convertirse de esta forma en nuevo y eterno creador del mito griego.


III
Busque tu rama verde el suplicante
para el templo de un dios, árbol sombrío;
Deméter jadeante
pose a tu sombra, bajo el sol de estío.
Que reflorezca el día
en que la diosa huyó del ancho Urano,
cruzó la espalda de la mar bravía,
llegó a la tierra en que madura el grano.
Y en su querida Eleusis, fatigada,
sentóse a reposar junto al camino,
ceñido el peplo, yerta la mirada,
lleno de angustia el corazón divino...
Bajo tus ramas, viejo olivo, quiero
un día recordar del sol de Homero.

IV
Al palacio de un rey llegó la dea,
sólo divina en el mirar sereno,
ocultando su forma gigantea
de joven talle y redondo seno,
trocado el manto azul por burda lana,
como sierva propicia a la tarea
de humilde oficio con que el pan se gana.
De Keleos la esposa venerable,
que daba al hijo en su vejez nacido,
a Demofón, un pecho miserable,
la reina de los bucles de ceniza,
del niño bien amado
a Deméter tomó para nodriza.
Y el niño floreció como criado
en brazos de una diosa,
o en las selvas feraces
-así el bastardo de Afrodita hermosa-
al seno de las ninfas montaraces.

V
Mas siempre el ceño maternal espía,
y una noche, celando a la extranjera,
vio la reina una llama. En roja hoguera
a Demofón, el príncipe lozano,
Deméter impasible revolvía,
y al cuello, al torso, al vientre, con su mano
una sierpe de fuego le ceñía.
Del regio lecho, en la aromada alcoba,
saltó la madre; al corredor sombrío
salió gritando, aullando, como loba
herida en las entrañas: ¡hijo mío!

VI
Deméter la miró con faz severa.
-Tal es, raza mortal, tu cobardía.
Mi llama el fuego de los dioses era.
Y al niño, que en sus brazos sonreía:
-Yo soy Deméter que los frutos grana,
¡oh príncipe nutrido por mi aliento,.
y en mis brazos más rojo que manzana
madurada en otoño al sol y al viento!...
Vuelve al halda materna, y tu nodriza
no olvides, Demofón, que fue una diosa;
ella trocó en maciza
tu floja carne y la tiñó de rosa,
y te dio el ancho torso, el brazo fuerte,
y más te quiso dar y más te diera:
con la llama que libra de la muerte,
la eterna juventud por compañera.

VII
La madre de la bella Proserpina
trocó en moreno grano,
para el sabroso pan de blanca harina,
aguas de abril y soles de verano.
Trigales y trigales ha corrido
la rubia diosa de la hoz dorada,
y del campo a las eras del ejido,
con sus montes de mies agavillada,
llegaron los huesudos bueyes rojos,
la testa dolorida al yugo atada,
y con la tarde ubérrima en los ojos.
De segados trigales y alcaceles
hizo el fuego sequizos rastrojales;
en el huerto rezuma el higo mieles,
cuelga la oronda pera en los perales,
hay en las vides rubios moscateles,
y racimos de rosa en los parrales
que festonan la blanca almacería
de los huertos. Ya irá de glauca a bruna,
por llano, loma, alcor y serranía,
de los verdes olivos la aceituna...
Tu fruto, ¡oh polvoriento del camino
árbol ahíto de la estiva llama!,
no estrujarán las piedras del molino,
aguardará la fiesta, en la alta rama,
del alegre zorzal, o el estornino
lo llevará en su pico, alborozado.
Que en tu ramaje luzca, árbol sagrado,
bajo la luna llena,
el ojo encandilado
del búho insomne de la sabia Atena.
Y que la diosa de la hoz bruñida
y de la adusta frente
materna sed y angustia de uranida
traiga a tu sombra, olivo de la fuente.
Y con tus ramas la divina hoguera
encienda en un hogar del campo mío,
por donde tuerce perezoso un río
que toda la campiña hace ribera
antes que un pueblo, hacia la mar, navío.





Acogida. La madre-diosa nodriza (versos 41-58)


El tema del ser humano cuidado por la madre o la nodriza  diosa aparece en multitud de mitos de oriente y occidente. Así pudiéramos decir que es uno de los mitos fundantes de la historia humana: nacemos mortales, pero una diosa inmortal cuida de nosotros, ofreciéndonos su cariño y cuidado para superar los riesgos de la vida. Aprender a vivir en brazos de una diosa, ese es destino y deseo más hondo de millones de humanos, especialmente varones. Ella, la diosa se oculta bajo las formas de una sierva, mostrando así el valor divino de la más humilde realidad y vida humana: la del servicio a la vida. El mismo Machado ha querido expresar de manera más precisa las connotaciones y formas del mito, aludiendo por un lado a Afrodita que acuna a su bastardo (Eros, engendrado por Ares) y por otro a las Ninfas que en los montes cuidan la vida que se expresa en las diversas formas de la naturaleza..


Demofón. El fuego divino (versos 59-85)


Hasta aquí el mito resultaba conocido. La novedad empieza cuando el aprendizaje divino entra en conflicto con el miedo humano. Surge así una guerra de madres, que ha tomado muchas formas a lo largo de la historia y la mitología de los pueblos:



– Madre buena, madre mala. Quizá la forma más conocida del conflicto es la que aparece en el mito gnóstico donde se enfrentan una madre buena (que ayuda a vivir al ser humano) y una madre perversa (que tiende a esclavizarle). En el origen de este mito parece estar la visión de la madre perversa del mito de Babilonia (Tiamat) y varias formas de religión persa.

– Madre divina, madre humana. En nuestro mito las dos madres son buenas, pero una es miedosa (humana), otra valiente (divina). Esta madre divina quiere re-engendrar al hijo en el fuego, haciéndole inmortal.  La madre humana, miedosa del fuego, lo impide y de esa forma, queriendo que el hijo no muera, lo sigue haciendo mortal.



En el fondo de este conflicto se encuentra el signo del fuego que cuece el pan y concede la inmortalidad, vinculada en la mayor parte de los mitos a la esencia astral (que es puro fuego). Las realidades de la tierra viven sometidas al poder de la muerte porque no se liberan de su miedo, de la carga de mundo. Por el contrario, los seres celestes, parientes del fuego, pueden vivir para siempre.

Proserpina. La diosa de los trigo y campos fecundos (versos 86-106)


Machado vuelve a pasar por alto el mito teogónico y teomáquico: la lucha entre Zeus y Deméter, el rapto de Proserpina (Perséfone)  y la lucha siguiente, que hemos descrito al comentar el Himno Homérico. Él ha pasado directamente al sentido del mito: la diosa se define y realizan su obra fecundando los campos con el agua de su vida, fundando en su amor y cuidado el trabajo de la agricultura.



– Ciertamente es diosa madre, y así se define como "madre de la bella Proserpina" (verso 86). Pero luego, esta maternidad no juega ningún papel dentro del argumento. Tampoco importa el tema de la muerte de Proserpina. Machado ha convertido el mito homérico en expresión de la fecundidad general de la naturaleza.

– Este es el mito de la abundancia materia de la tierra, mito y experiencia de la fecundidad sagrada. De pronto, los temas propios del pasado griego desaparecen y viene a presentarse en primer lugar, con toda fuerza, el mito universal de la madre naturaleza, diosa fecunda de los campos, de la vida.



De esta forma se vinculan en el mito el agua fecundante y el trabajo de los bueyes  (versos 86-96), el fuego que quema los rastrojos y el despliegue abundante de las mieses... Es como si Machado se olvidara del trigo y destacara la totalidad de la cosechas de la tierra mediterránea: higueras y viñas, perales y rosas... En este fondo culmina su desplegue narrativo allí donde había comenzado: por los olivos (versos 104-104).

Conclusión. De nuevo el olivo del camino( versos 107-125)


De pronto, frente al despliegue de la naturaleza que Deméter simboliza, en gesto de sagrado agricultura,  vuelve a situarse el olivo del camino, olivo abandonado donde nadie vendrá cogerá las aceitunas (107-112). Pues bien, este olivo solitario, abandonado, viene a convertirse en signo de la tierra entera, de Andalucía, quizá de toda España. Por eso, el poema termina en forma de invocación sagrada, de profunda oración al servicio de la tierra y de sus gentes:



– Que en tu ramaje luzca el ojo del búho insomne de la sabia Atena... (113-106). Ésta es la primera petición: que en el árbol solo, pedido y polvoriento, de la tierra florezca el conocimiento simbolizado por el búho de Atenea. Machado pide sabiduría para la tierra, pide conocimiento. Es un buen ilustrado, miembro de la Institución Libre de la Enseñanza, un pagano religioso. Es normal que empiece pidiendo sabiduría, ojo luciente que conozca los misterios de la realidad.

– Y que la diosa de la hoz bruñida traiga a tu sombra materna sed y angustia de uranida... (117-120). Le parece que la tierra ha perdido la sed de engendrar, es tierra y gente que muere, que no quiere vivir. Por eso pide Machado que venga Deméter y cambie la forma de existencia de la gente que está simbolizada por el olivo polvoriento de Andalucía, de España. Quiere sed materna (capacidad de engendrar), quiere verdadera angustia, posiblemente en la línea del sentimiento trágico de Unamuno: sólo una agonía divina, una lucha creadora en favor de los valores de la vida puede liberar a los hispanos. Eso pide Machado a la diosa de la tierra, diosa del fuego que ofrece inmortalidad a los mortales y pan a los trabajadores del campo.

– Una hoguera quiere Machado...: "y con tus ramas la divina hoguera /encienda en un hogar del campo mío..." (versos 121-125). Este "hogar del campo" debe ser su propia casa y la casa de Andalucía, casa de España... Quiere que la tierra se vuelva camino que lleva hacia el mar, en nuevas travesías; quiere que el hogar se haga navío de aventuras creadoras...



De esta forma, el Himno Homérico ha quedado convertido y recreado en Canto al Renacimiento de España, dentro de la tónica general de la obra de Machado, que habría que analizar con más detalle. El poema ha logrado una profunda fusión de horizontes, vinculando el pasado griego (mito de dioses, símbolos fundantes de la historia religiosas helena) con el presente español.

El símbolo que une el pasado con el presente es, ante todo, el olivo viejo y solitario, al borde de un camino (España)... Este es el olivo que pone en marcha el despliegue del poema, evocando las grandes figuras de las diosas (Atenea y Deméter). Ellas se presentan como signo de creatividad, principio humano y religioso, dentro de la vida española del momento.

Hemos dicho que Machado no se limita a recordar el mito de forma puramente esteticista sino que lo recrea en clave social y religiosa, personal y nacional, de manera que su poema puede presentarse como evocación profunda de la experiencia y tarea de la vida humana (de España) en aquel momento de la historia, entre 1920 y 1924.





Texto. – T.W.Allen, W.R. Halliday y E.E. Sikes,  The Homeric Hymns, Oxford 1936 y

– J.Humbert, Homère. Hymnes, Budé, Paris 1967.

– Traducción – A. Bernabé,  Himnos Homéricos, Clásicos Gredos 8, Madrid 1988, 43-84.

– Estudios : A.Alvarez de M.,  Las Religiones Mistéricas, Rev. Occidente, Madrid 1961, 54-74;  Th. H.Gaster, Thespis. Ritual,Myth and Drama in the ancient Near East, Harper,  New York 1961. N. J. Richardson,  The Homeric Hymn to Demeter, Oxford 1974

Antonio Machado: Manuel y Antonio Machado, Obras completas, Bibl. Nueva, Madrid 1978, 869.873; Nuevas canciones y De un cancionero apócrifo, Ed. de J. M. Valverde, Clásicos Castalia, Madrid 1971
– Estudios: F. A. Baker,  El pensamiento filosófico y religioso de A. Machado,  Sevilla 1985;  E. de Bustos (ed.), Curso en homenaje a A. Machado,  Univ. Salamanca, 1985; P. Cerezo Galán, Palabra en el tiempo. Poesía y filosofía en A. Machado, Madrid  1975; B. Sesé y P. García M.,  Claves de A. Machado,  Madrid 1994; J. M. Valverde,  Antonio Machado, Barcelona 1975 ss.

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