Anunciación de María, encarnación de Dids 25.3.2019. Anunciación de María: Concepción de Jesús, Encarnación de Dios

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25.3.2019. Anunciación, concepción de Jesús, encarnación de Dios

Tres son las fiestas o misterios que la Iglesia celebra este día, a los nueve meses de la Navidad o Nacimiento del Hijo de Dios.

Anunciación, fiesta del anuncio del ángel a María, según Lc 1, 26‒38, quizá la más bella de todas las narraciones de la Biblia, el diálogo del ángel (mensajero de Dios, Dios en persona), que pide a María el permiso para nacer de ella, por ella.

‒Es la fiesta del ángelus: “el ángel del Señor anunció a María…”.

‒Es la fiesta del Ave María: ¡Dios te salve, María, llena de Gracia..

Concepción de Jesús, nueve meses antes de su nacimiento. Se podría titular, en paralelo con la de María, fiesta de la Inmaculada Concepción de Jesús,de quien la Biblia dice que fue “concebido por el Espíritu Santo”, es decir, por el amor de Dios; y también lo dice el Credo de los Apóstoles: Concebido por obra del Espíritu Santo. Dios mismo se introduce en el proceso de la concepción humana, para empezar existiendo en el seno (útero) de María, aprendiendo de esa forma a ser persona.

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‒ Fiesta de la encarnación…El mismo Dios se hace carne, conforme al testimonio más solemne de Jn 1, 14: Y la Palabra de Dios se Hizo carne… Así lo recoge el Credo oficial de la Iglesia, el de Nicea‒Constantinopla, diciendo et incarnatus est, y fue encarnado…

   Ésta es quizá la más honda de las fiestas del año cristiano, fiesta de la anunciación del ángel, de la concepción de Jesús, de la encarnación de Dios. En esta fiesta se alegra la Iglesia y son muchas las personas cristianas que (como las Hijas de la Caridad de San Vicente y Santa Luisa se ofrecen nuevamente en este día al amor de Dios).

    En este contexto quiero ofrecer unas reflexiones generales, evocando el texto clave de San Lucas (Lc 1, 26‒38)

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26 A los seis meses  envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret,o 27 a visitar a una joven virgen llamada María que estaba comprometida para casarsep con un hombre llamado José, descendiente del rey David. 28 El ángel entró donde ella estaba, y le dijo:
–¡Te saludo,  favorecida de Dios! El Señor está contigo.
29 Cuando vio al ángel, se sorprendió de sus palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. 30 El ángel le dijo:
–María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios. 31 Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo y le pondrás por nombre Jesús.r 32 Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo: y Dios el Señor lo hará rey, como a su antepasado David, 33 y reinará por siempre en la nación de Israel. Su reinado no tendrá fin.s
34 María preguntó al ángel:
–¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre?t
35 El ángel le contestó:
–El Espíritu Santo se posará sobre ti  y el poder del Dios altísimo se posará sobre ti como una nube. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios.v 36 También tu parienta Isabel, a pesar de ser anciana, va a tener un hijo; la que decían que no podía tener hijos está encinta desde hace seis meses. 37 Para Dios no hay nada imposible.
38 Entonces María dijo:
–Soy la esclava del Señor. ¡Que Dios haga conmigo como me has dicho!
Con esto, el ángel se fue.
Una escena en tres momentos
  1. a) Hay un momento de presentación: «salve, oh agraciada, el Señor está contigo» (1,28). El saludo transmite un amor muy especial y es comprensible que María, la doncella, se turbe al meditarlo (1,29)
  2. b) Hay una primera explicitación: «no temas, María, porque has hallado gracia ante Dios; he aquí que concebirás...» (1,30-33). El saludo anterior se convierte así en encargo: es revelación de una tarea que María debe realizar.
  3. Hay una segunda explicitación. María ha interrogado (Lc 1,34) y el ángel le responde de nuevo diciendo: «el Espíritu santo vendrá sobre ti...» (1,35). La presencia de Dios y su gracia en María se expresan definitivamente por medio del Espíritu.

En la armonía progresiva de esa triple palabra se va descubriendo el sentido de la presencia de Dios en María. Se trata de una misma presencia que viene a mostrarse en dos efectos complementarios. a) Enriquece a María, convirtiéndola en agraciada de Dios. b) Actúa a través de ella, para el surgimiento de su Hijo. La plenificación personal de María y su colaboración como madre al nacimiento de Jesús forman como dos caras de una misma donación y entrega de su vida.

 Con habilidad especial, en la línea del AT, Lucas ha tejido la escena de tal forma que las tres intervenciones del ángel vienen a encontrarse separadas por dos interrupciones o preguntas de María, que sirven para realzar los motivos, resaltando su sentido más profundo. a) Ante el primer saludo (1,28), María responde con su turbación interna. No le turba la teofanía en sí; ella parece estar acostumbrada a Dios.

 Le inquieta la palabra que Dios le ha dirigido: presiente que en el fondo de ella hay un misterio y por eso, ante la novedad de la revelación, se turba, de tal forma que su misma turbación le sirve de pregunta. b) La primera aclaración del ángel suscita una pregunta nueva de María, que ahora interroga expresamente: «¿cómo será esto, pues no conozco varón?» (1,34). Tampoco esta pregunta debe interpretarse en sentido historicista. Ella se formula para explicitar la búsqueda de María y, sobre todo, para situar mejor el tema, permitiendo una respuesta del ángel que aclare el sentido de la intervención de Dios.

 Dios se ha revelado y María le responde preguntando. Entre los dos se ha establecido un diálogo tejido de respeto y de con-fianza. Dios no se le impone, le razona. María no vacila en preguntar, presenta su camino. Sólo así, en un clima de entrega mutua puede afirmarse que la escena ha culminado: Dios ofrece su Espíritu (Lc 1,35); María le responde ofreciéndole su vida (Lc 1,38). 

De esta forma, ella participa personalmente en el misterio del surgimiento mesiánico. No es un medio que se emplea y después se deja fuera. Al contrario: sólo en la medida en que ella es im-portante (como espacio de presencia de Dios y transparencia de su Espíritu; cf. 1,28.35) puede colaborar con Dios, siendo mediadora personal de su encarnación sobre la tierra. El enriquecimiento personal resulta inseparable de su transformación dinámica, es decir, de su actuación como madre del Mesías. Sólo una vez que eso está claro se pueden formular dos temas de carácter más teológico: ¿cómo actúa Dios? ¿cómo se presenta en nuestra escena?

 De Dios se habla en un lenguaje personal: es el que llama, pregunta, responde. Su palabra se explicita por medio del «ángel del Señor» (cf. Lc 1,11), que recibe nombre propio y se llama Gabriel, fuerza de Dios (1,19.26), o simplemente «el ángel» (1,18.30. 35.38). Resulta evidente que ese ángel, visto en el trasfondo del AT, aparece aquí como expresión de Dios: es un modo de hablar de su presencia personal y dialogante en relación con María. Pues bien, al lado de ése, hay un lenguaje dinámico en que Dios viene a expresarse y actuar por medio del Espíritu (Lc 1,35).

Volvamos a las personas que mantienen el diálogo.

En el centro de la escena está María. Ella comienza en actitud receptiva, escucha, se ad-mira, pregunta; pero su misma pasividad viene a convertirse en muy activa. Ella es quien pronuncia la palabra decisiva, el «hágase» que pone en marcha la actuación de Dios y su presencia salvadora sobre el mundo. A través del ángel, que es señal de la palabra del Altísimo, María ha dialogado con Dios de cara a cara, de libertad a libertad, de reverencia a reverencia. Ha dialogado y respondido: «hágase» (1,38). De esa manera deja libre el camino de Dios que actúa por su Espíritu. Esto significa que el diálogo se vuelve triangular. En los extremos se hallan Dios y María: el centro, como campo de unidad y encuentro, es el mismo Espíritu divino.

 Diálogo significa cruzamiento, encuentro de «logos» (palabras): se unen así el Logos de Dios y el logos de María. Dios mismo pronuncia su Palabra en el Espíritu. María, por su parte, le responde, pronunciando esa palabra de Dios como palabra humana y así nace Jesucristo. Esto nos permite precisar de nuevo los aspectos del misterio.

Dios aparece como dueño de la eternidad, origen y sentido de todo lo que existe; pues bien, Dios ha expresado su Palabra eterna, hablando con María, en el Espíritu.

María representa el camino israelita, mejor dicho, el camino de los hombres: por vez primera, en el transcurso de la historia, ellos pueden hablar con Dios de igual a igual; por eso, en su palabra humana (fiat) viene a pronunciarse humanamente, esto es, se encarna, la Palabra eterna de Dios Padre.

El Espíritu aparece ahora como el gran misterio del encuentro: es, por un lado, Espíritu de Dios, es el espacio de su amor en el que viene a pronunciarse su Palabra; pero, al mismo tiempo, es desde ahora Espíritu de María, es la intimidad y hondura de su vida abierta hacia el misterio de Dios, engendrando sobre el mundo al Hijo Jesucristo.

 De este modo, la vida y persona de María, sin formar parte de la eternidad de Dios, se ha convertido en condición necesaria de su manifestación en el camino de la historia. Ella pertenece al surgimiento humano del Hijo Jesucristo. Una vez más podemos formular el tema. Para ser Padre dentro de la historia Dios mismo necesita de María: sólo si ella consiente y colabora, Dios engendra sobre el mundo a su Hijo Jesucristo. Para ser lazo de unión entre Dios y los hombres, el Espíritu santo necesita de María: sólo a través de ella puede explicitarse sobre el mundo, haciendo así posible el nacimiento de Jesús, el hombre que mantiene relación filial perfecta con Dios Padre. Por medio de Jesús el resto de los hombres pueden vincularse plenamente al misterio del Espíritu. 

Todo esto nos lleva al nacimiento de Jesús por medio de María. Por medio de su «fiat», María se convierte en lugar de transparencia del Espíritu, de forma que por ella, en ella, nace sobre el mundo el Hijo eterno. De tal modo ha escuchado a Dios que la Palabra seconvierte en vida humana en medio de ella. Humanamente hablan-do, la Palabra se convierte en Hijo: alguien que nace y va creciendo en el espacio de acogida y entrega de una madre. Pues bien, el gran misterio se condensa así: naciendo de la escucha de María, como su hijo, Jesús es a la vez el Hijo eterno; es el que nace desde siempre en el seno maternal de Dios que es el Espíritu.

 De esa forma, la generación eterna del Hijo viene a realizarse, por la escucha de María, como generación temporal: el que nace de ella no es un ser distinto, un nuevo individuo personal sino que nace, en forma humana, el mismo Hijo eterno de Dios. Este es el misterio. Dios y María colaboran, según eso, en el mismo surgimiento de Jesús. Ciertamente, no colaboran sobre el mismo plano. No son dos agentes que arrastran, como en sirga, cada uno por un lado del canal, la misma barca de la vida de Jesús (según la imagen usual del molinismo, en la controversia De auxiliis). Dios será actuante principal, primero, y todo poder y actividad proviene de su gracia. Pero el mismo Dios ha querido que su Hijo realice su generación divina en forma humana. Por eso necesita de María. Ella es la madre temporal del mismo Hijo eterno.

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 Transparencia personal del Espíritu

La colaboración anterior sólo es posible si María queda «transformada en Dios», si es que recibe su fuerza y su verdad en el Espíritu divino. Así lo viene a declarar Lc 1,35: «el Espíritu santo vendrá sobre ti...». Estas palabras se han entendido en tres perspectivas principales que ahora explicaremos: de creación escatológica, de inhabitación sacral, de transparencia personal. Ellas nos ayudan a entender mejor el tema.

El esquema de creación escatológica

ha sido utilizado, sobre todo, por los investigadores protestantes. Superando todos los mi-tos hierogámicos que aluden a un comercio sexual entre Dios y una mujer del mundo y después de un cuidadoso análisis de textos del AT y judaísmo intertestamentario,  un famoso biblista británico, C. K. Barret afirma que la presencia del Espíritu en María debe interpretarse a partir de los relatos de la creación (Gén 1,2s) que ahora se entienden en con-texto escatológico. «Así como el Espíritu de Dios estaba activo en la creación del mundo, del mismo modo había que esperar a ese mismo Espíritu también en su renovación. Se saca fácilmente la conclusión de que la entrada del redentor en el escenario de la historia era la obra del Espíritu; y esto explica la introducción del Espíritu en los relatos del nacimiento».

«La entrada de Jesús en el mundo constituye la inauguración de la nueva creación por parte de Dios, y por tanto tiene su única analogía verdadera en el Génesis» 4. De esta perspectiva se deducen dos consecuencias fundamentales.

1) Una sobre el hecho: la concepción de Jesús y su venida al mundo por María constituyen la nueva creación a que aludieron los profetas, es la culminación de la historia, el mundo nuevo.

2) Otra sobre María: ella es la tierra verdadera, aquella madre tierra que, siendo por sí misma infértil, caos y vacío, Dios mismo ha fecundado con su Espíritu. En esta línea, a través de la esperanza judía, el cristianismo habría asumido y transfigurado, concentrándolo en María, el viejo mito agrario de la tierra como Diosa-Madre: es signo de fecundidad, origen de los vivientes.

El esquema de la inhabitación sacral

ha sido utilizado especial-mente por autores católicos de tradición francesa. María representa para ellos la verdad y cumplimiento de aquello que indicaba la presencia fecundante de Dios en Israel, representado como hija de Sión, templo santo o arca de la alianza. En esta línea se sitúa R. Laurentin, un biblista católici, cuando se funda en el signo de Ex 40,35: «la nube cubrió el tabernáculo y la gloria de Dios llenó el santuario». Nube y gloria de Dios son para Lc 1,35 los signos del Espíritu de Dios (Pneuma-Dynamis) que cubren a María y la fecundan con su gracia .

Algo matizada, esta opinión se ha vuelto común en muchos católicos: la presencia del Espíritu de Dios que viene a cubrir a María (episkiasei) se interpreta sobre el fondo de la nube que llena el tabernáculo o el templo (cf. Núm 9,18.22; 2 Crón 5,7; Ez 36,26-27). María es, por lo tanto, el santuario escatológico de Dios entre los hombres 7. En esta perspectiva se apoyan también dos consecuencias. 1) Una sobre el hecho: por medio de la anunciación, Lc intenta mostrar que las promesas de Israel ya se han cumplido. 2) Otra sobre María: ella es el templo verdadero, es campo de presencia del Espíritu, lugar sagrado donde habita la divinidad para expandirse después a todo el pueblo 8. Evidentemente, esta presencia es dinámica: el Espíritu de Dios está en María para hacerla madre, lugar de surgimiento salvador del Cristo.

Hay un tercer esquema que, a falta de otro nombre mejor, hemos llamado de transparencia personal y dialogal.

Se trata de un modelo que aún no se ha desarrollado plenamente, pero que está más cerca de la tradición de la iglesia ortodoxa. Representa un deseo más que una linea exegética, un presentimiento más que una visión sistemática. La defienden aquellos que se sienten incómodos ante las imágenes anteriores.

María es para ellos más que tierra vacía a la que viene el Espíritu de Dios para crear en ella un mundo nuevo (contra la primera visión). María es más que un templo, más que objeto sagrado o tabernáculo en que viene a posarse la nube, como signo de presencia de Dios (contra la segunda visión). María es una persona y los principios de su encuentro con Dios deben matizarse en forma personal. La presencia del Espíritu en María sólo puede entenderse desde el fondo de un diálogo de libertad, de llamada y de respuesta, de amor y de obediencia que desborda los esquemas cósmico-sacrales.

Ella es ante todo la mujer agraciada: es amada de Dios, cosa que no puede asegurarse de la tierra o tabernáculo. Dios muestra su amor dialogando con ella por el ángel: esto significa que el Espíritu ha de verse en el contexto de un encuentro respetuoso, de acogida y respuesta. Por eso, acción y presencia del Espíritu en María acaban dependiendo de su propia palabra, de su «fíat». Ha llegado el momento en que, al lado del genetheto (Gén 1,3) de la creación primera de Dios venga a situarse el genoito de María (Lc 1,38) que aparece como centro y colmen de la nueva creación.

 En el principio Dios dijo un «hágase» en imperativo, sin pedir permiso a lo creado. Ahora, al final, Dios mismo tiene que esperar la palabra de María, como un «hágase en mí», en forma optativa, de deseo, que no impera sobre Dios sino que dialoga con él, de tal modo que los dos se juntan en un mismo misterio de amor y encarnación[1].

Esto nos conduce a un campo inesperadamente nuevo de presencia de Dios y plenitud para María. El Espíritu santo aparece en ella como poder de Dios que actúa dialogando. Es un espacio de llamada y respuesta, es el encuentro donde vienen a juntarse fuerza del Altísimo y libertad de lo creado. El Espíritu se define como mediación eterna en que se unen el Padre con el Hijo. Pues bien, el mismo Espíritu vincula dentro de la historia (como historia escatológica) al Padre con el Hijo por María: ella es por tanto la revelación histórica de la mediación intradivina.

Desde ahora, la realidad del Espíritu de Dios como poder de creación y presencia salvadora en Israel (esquemas anteriores) no puede separarse de la vida y gesto de María. Pero ella es más que objeto, más que tierra o casa santa a la que adviene el Espíritu de Dios desde lo externo. Con su acogida y respuesta, su amor y obediencia creadora, María viene a presentarse como transparencia y signo pleno del Espíritu de Dios entre los hombres. Así lo ha interpretado Lucas. Así lo empiezan a entender muchos cristianos.

Personalmente me inclino por esta tercera perspectiva. Ciertamente, a Lc le interesa sobre todo el «fruto de María», esto es, el nacimiento del Hijo eterno.

Pero como teólogo avezado a la manera de actuar de Dios y situándose dentro de la tradición de la Iglesia, sabe que ese nacimiento no puede interpretarse ni entenderse sin la fuerza y presencia del Espíritu. Por eso, aunque el sentido del texto (Lc 1,26-38) sea básicamente cristológico (no mariológico), debemos añadir que importa mucho la figura de María. Ella no es un instrumento mudo, no es un medio inerte que Dios se ha limitado a utilizar para que nazca el Cristo. Ella es lugar de plenitud del Espíritu, tierra de la nueva creación, templo del misterio. Más aún, es la persona realizada y perfecta que dialoga en libertad con Dios allí donde culmina ya la historia. Sólo así, como persona, se introduce en el Misterio divino (Trinidad).

Por eso, entre el Espíritu y María hay una mutua información o causalidad. El Espíritu hace a María la Madre del Hijo de Dios; María ofrece al Espíritu de Dios su vida humana para que a través

Ampliacion. Un tema de diálogo entre religiones.

Frente a una visón dualista, platónica o gnóstica, donde Dios permanece siempre en un nivel espiritualista, sin hacerse cuerpo, el Dos de Jesús se encarna y habita entre los hombres (cf. Jn 1, 14). Encarnación significa presencia personal de Dios, que sigue siendo trascendente, haciéndose totalmente humano. El judaísmo sabe que Dios habla a través de los profetas, pero añade que se encuentra siempre arriba, en su propia trascendencia. Lo mismo ha proclamado Mahoma en el Corán: Dios habla desde el alto, no se vuelve palabra en forma humana, humanidad concreta. Tampoco las religiones del oriente conocen verdadera encarnación, sino avataras, manifestaciones visibles del Dios invisible, en formas simbólicas cambiantes, de tipo imaginativo, no en la carne individual de un ser humano.

Sólo el cristianismo es religión de encarnación: la teofanía o manifestación de Dios se identifica con la historia concreta de Jesús, con su persona. Desde este fondo podemos distinguir tres tipos de religiones. Las religiones cósmicas están llenas de hierofanías cósmicas (cielo y tierra, piedras y animales, árboles y fuerzas atmosféricas); pero Dios no se revela en ninguna de ellas de manera plena. También las religiones proféticas se encuentran llenas de palabras y libros de Dios, como atestigua el Antiguo Testamento y el Corán. Pero sólo el Cristianismo confiesa que «al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley» (Gál 4, 4-5), de tal forma que Jesús es hombres siendo Hijo de Dios.

En esa línea podemos definir a Dios como aquel que es capaz de encarnarse (expresarse) totalmente en un humano (no en un ángel o animal, un vegetal o una estrella). Más aún, Dios no se encarna Dios en la humanidad general o en el proceso de la idea, como podía haber pensado Hegel; ni se expresa en la hondura supra-material del alma o del espíritu, como podían añadir los neoplatónicos y/o gnósticos, sino en un hombre bien concreto: Jesús de Galilea.

Lógicamente, los diversos momentos de la existencia de Jesús (recibir el ser, asumirlo de manera personal y compartirlo con otros, entregarlo a los demás...) son elementos centrales del misterio de la encarnación. Jesús es hombre (=un humano) individual, histórico, que ha nacido de otros hombres (de María, su madre), surgiendo de la promesa israelita (por Abrahán), en el contexto general de la historia (de Adán). Por eso, siendo individuo, lleva en su suerte la suerte de todos los humanos, de manera que ha podido vincularlos en palabra y esperanza. Pues bien, naciendo de la historia anterior y fundando la que sigue, Jesús brota del misterio de Dios, que ha querido que su Hijo eterno (superior a todo lo que existe) surja y se exprese en el camino de la historia. Por eso dice Juan que en el principio era el Logos (1, 1), para añadir que se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1, 14).

 (cf. R. E. Brown, El nacimiento del Mesías, Cristiandad, Madrid 1982; M. Coleridge, Nueva lectura de la infancia de Jesús. La narrativa como cristología en Lucas 1-2, El Almendro, Córdoba 2000; J. McHugh, La Madre de Jesús en el Nuevo Testamento, Desclée de Brouwer, Bilbao 1978; S. Muñoz Iglesias, Los Evangelios de la Infancia I-IV, BAC, Madrid 1987;G. Parrinder, Avatar y Encarnación. Un estudio comparativo de las creencias hindúes y cristianas, Paidós, Barcelona 1993; X. Pikaza, La nueva figura de Jesús, Estudios Bíblicos, Verbo Divino, Estella 2003;

[1] Sobre el sentido del «genoito» de Lc 1,38 y la diferencia entre el optativo y el imperativo, cf. C. M. Zerwick, Analysis philologica NT graeci, Roma 1960, 130; F. Blass y A. Debrunner, A Greek Grammar of the NT, Chicago 1961, 194-196. Para una visión más extensa del tema, cf. E. G. Mori, Hija de Sión, en Nuevo Dic. Mariología, Paulinas, Madrid 1998.824-833.

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