El Camino de la paz. (1) Introducción

Introducción
Conseguir la paz ha sido, según Juan XXIII (cf. Pacem in Terris 1), la más honda aspiración del hombre sobre el mundo. El evangelio añade que Jesús ha venido “para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1, 78). Con el fin de responder a esa aspiración y de precisar algunos rasgos del camino de paz de Jesús he querido escribir este libro.
La paz ha sido y sigue siendo una aspiración, pero también una tarea, un reto, un desafío que se encuentra amenazado por tres grandes violencias: (a) la del mundo externo, lleno de enigmas, riesgos y durezas; (b) la del mundo interno, dominado con frecuencias por miedos, pasiones y deseos de muerte; (c) la del propio orden social convulso y con frecuencia amenazado. Por eso es importante trazar bien el camino de la paz y ayudar a recorrerlo, para que así pueda cumplirse la suprema aspiración humana.
De la primera violencia (sequía y terremoto, fieras, bacterias, venenos…) no quiero ocuparme en este libro; me basta con saber que formamos parte de un planeta hermoso, pero complejo, donde el fuego puede quemar las cosechas y el lobo come a las corderos, para caer al fin devorado por leones o gusanos, pues en este mundo, en un nivel, todo nace y todo muere. De la segunda violencia (locura y deseo de muerte, depresiones y luchas psicológicas etc.) tampoco he querido tratar de manera más extensa, aunque he de tenerla en cuenta pues, en un nivel, los hombres somos vivientes enfermos y a menudo nos falta el equilibrio para vivir pacificados. Estrictamente hablando, sólo he querido tratar de la tercera: de la violencia que surge en el contacto entre los hombres.
En un sentido, lo más bello y agradable para un hombre es otro hombre (varón y/o mujer). Pero como dice un refrán latino (¡corruptio optimi pessima!), allí donde se pudre o corrompe lo más bello (¡qué bueno estar unidos!) surge lo peor, la guerra de unos contra otros. De las diversas formas de esa guerra y del camino para superarla se ocupa este libro, escrito en perspectiva humanista y cristiana, como guía para educadores de paz.
En muchos países se busca y discute el sentido de una nueva asignatura cívica, titulada Educación para la ciudadanía. Estoy convencido de que ella, siendo importante, resulta inútil si es que no se funda en otra anterior, que podemos titular Educación para la paz. Es bueno que seamos “buenos ciudadanos”, pero en la línea de la tradición burguesa y capitalista los ciudadanos pueden e incluso deben ser violentos, como sigue pregonando el gran canto de la burguesía occidental (Marsellesa: “a las armas, ciudadanos…”). Por eso, sin negar la importancia de la buena educación para la ciudadanía, propongo aquí una reflexión y un camino para la Educación para la Paz, en perspectiva cristiana y humana.
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En otros siglos, las guerras parecían más localizadas, reservadas a los “militares”, de manera que los hombres y mujeres en conjunto podían sentirse resguardados dentro de un sistema que, a pesar de las tensiones, mantenía su equilibrio. Pero ahora, a comienzos del XXI, las guerras se han universalizado poniendo en peligro no sólo la vida de los hombres (¡una “especie” capaz de suicidarse!), sino todas las formas de vida superior sobre el planeta, pues tenemos la conciencia de vivir bajo la amenaza de una Bomba (atómica, ecológica, genética, social) que puede matarnos sin remedio. A pesar de ello, seguimos aspirando a la paz y ese convencimiento me ha impulsado a escribir este libro, con una propuesta que ofrezo a todos los que “creen en la vida” y se comprometen por ella.
He querido dividirlo en dos partes, siguiendo el esquema del pensar y actuar (teoría y praxis).
(1) Guerra y paz, una teoría general. Quiero enfrentarme de un modo directo con el hecho de la guerra, para conocerla, descubriendo sus formas y razones. Sobre ese fondo anterior he trazado las dificultades y razones de la paz, desde una perspectiva humana y cristiana.
(2) Crear la paz, un itinerario práctico. Partiendo del mensaje y de la vida de Jesús, en diálogo con otras religiones y culturas, he trazado un camino concreto de la paz, como una guía en doce tiempos para pacifistas.
Estrictamente hablando, este libro podría reducirse a la segunda parte, donde expongo el itinerario positivo de la paz, pues la primera es una especie de introducción teórica ampliada y quizá discutible. Pero he pensado que las dos son complementarias y que la primera ayuda a entender la segunda, de manera que algunos se animarán a comenzar por ella, pues, como se ha dicho, una buena teoría es el primer requisito para una buena praxis .
Escribo en un momento de incertidumbre y miedo (en oscuridad y sombras de muerte, cf. Lc 1, 79), a comienzos del siglo XXI, en medio de grandes cambios, determinados por convulsiones sociales, culturales y económicas, “presididas” por la Bomba y por otros medios de destrucción, mientras algunos nadan en el lujo y más de mil millones de personas corren el riesgo de morir de hambre. Algunos afirman que las guerras clásicas pueden estar terminando; pero han crecido otras formas de guerra/guerrilla, de opresión y lucha, de modo que el terror se ha extendido por gran parte del mundo. En estas circunstancias resulta necesario asumir el desafío de la paz, a partir de este año 2009 que ha sido declarado por la ONU como Año Internacional de la Reconciliación, para “fomentar las relaciones de amistad entre las naciones y promover la cooperación internacional, para resolver los problemas de carácter económico, social, cultural o humanitario”. Pues bien, ese deseo de la ONU resulta inoperante si que no está fundado en una intensa educación y opción para la para. .
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He redactado este libro en el momento en que un papa alemán, gran pensador, Benedicto XVI, ha publicado una encíclica (Caritas in Veritate: 29, VI, 09), donde desarrolla el tema del amor (caridad) como fuente de paz y lo entiende como “fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz” (Núm. 1).
Pero al lado del Papa he querido inspirarme en la obra profética de otro pensador alemán, hombre de Iglesia, llamado Nicolas de Cusa o Cusano (1401-1464), filósofo y teólogo, Obispo de Brixen (Tirol) y Cardenal de Roma.
El Cusano participó de un modo activo en los movimientos conciliaristas, que promovían la comunión dialogada entre los diversos grupos de la Iglesia (sin negar la autoridad de un Papa).
Desde una perspectiva social y religiosa, su trabajo más significativo es De Pace Fidei (Sobre la paz de la fe), escrito en 1453, un año después que Constantinopla, capital cristiana del Oriente, sede de mil años de “independencia” cristiana cayese en manos musulmanas. Él supo que los intentos militares de los cruzados habían fracasado, pues no sólo habían “perdido” Jerusalén, sino Constantinopla, con lo que ello suponía de reto para todo el cristianismo. ¿Cómo podría responderse?
En ese contexto, retomando y ampliando sus convicciones (la vida es concilio-alianza), escribió este tratado, como una parábola en la que el Dios de todos convocaba desde el alto (¡cf. Lc 1, 78) a los representantes de las diversas religiones, para que celebraran bajo su presidencia un Concilio Mundial, defendiendo los valores de cada confesión y dialogando al servicio de la paz. Ciertamente, el Cusano quería inspirarse en el cristianismo, que a su juicio era espacio de comunión universal. Pero él sabía que la paz cristiana no puede conseguirse (ni menos imponerse) con razones, pues en estas circunstancias de la historia nadie puede convencer del todo a nadie (ni Dios ha querido o podido hacerlo).
De esa forma, tras una larga experiencia de Concilios Cristianos (Basilea, Constanza, Ferrara y Florencia, del 1431 al 1449), donde los obispos no habían logrado ponerse de acuerdo, pensó que tampoco un Concilio Universal de Religiones, convocado por Dios podría resolver en esta situación el tema. Por eso dijo que Dios, tras un tiempo de sesiones, interrumpió el Concilio y pidió a sus miembros que dialogaran en el campo abierto de la vida, siendo cada uno fiel a su propia religión, pero buscando la paz con las restantes. Vivimos, según eso, en un tiempo de inter-regno conciliar, marcado por la fidelidad de cada pueblo a su propia religión y el compromiso de diálogo entre todos.
Eso significa en concreto que los cristianos no pueden luchar contra los musulmanes y los judíos (o paganos), ni querer convertirles y que lo mismo han de hacer los musulmanes (y los fieles de otras religiones). Las religiones deben renunciar a la expansión exterior de sus principios sociales o sacrales, rechazando todo proselitismo o conquista militar, para encontrar de esa manera su paz interna y renunciar a la imposición externa. Para ello, todos nosotros, y en especial los cristianos, debemos un “curso” teórico y práctico de educación para la paz.
Ésta fue la propuesta conciliar del Dios de Cusa. Parece humilde y, sin embargo, ha sido rota en muchas ocasiones: muchos cristianos han perseguido a los judíos (desde el fatídico 1492 de España hasta el increíble holocausto de Alemania, del 1939 al 1945) y han llevado su religión con armas por el mundo (por lo menos en América); también otros grupos religiosos han obrado con violencia. Por eso me parece bueno retomar hoy la propuesta del Cusano, promoviendo nuestro propio itinerario de paz y dialogando para ello, al mismo tiempo, con los fieles de las otras religiones y culturas .
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Escribo este libro en perspectiva cristiana, pero asume el legado de muchos no cristianos, como M. Gandhi, que han vivido y han muerto por la paz, aunque apenas he querido citarles. Entre los testigos cristianos de la paz del siglo XX quiero destacar desde aquí a dos protestantes (D. Bonhöffer, M. L. King), a dos católicos (O. Romero e I. Ellacuría) y a un ortodoxo (P. Florensky). Junto a ellos, como signo supremo (escandaloso) de paz, evoco emocionado la memoria de los seis millones de judíos, asesinados simplemente por el hecho de ser distintos, judíos, entre el 1939 y el 1945. Su asesinado no ha sido sólo una tragedia para el judaísmo, sino también tragedia, pecado y reto para los cristianos que, de un modo o de otro, fuimos culpables de ella. Por eso, a los setenta años de aquella perversión suprema siento casi vergüenza de hablar de paz, pero he querido hacerlo por fidelidad al Jesús Judío, que vino, según he dicho, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz. No puedo escribir de un modo triunfalista, como si yo, siendo cristiano, tuviera soluciones que otros no tienen, pero lo hago con el convencimiento de que es necesario buscar y trazar entre todos una asignatura, un tema básico que sea: Educación para la Paz.
Lo hago desde un contexto hispano, como hijo de la guerra del 1936/1939, con sus miles de asesinados de un lado y de otro, sabiendo que aquella contienda no ha desembocado todavía en un reconocimiento y reconciliación, pues muchos, de un lado y de otro, esgrimen a “sus” muertos como argumento, para defender su “verdad” particular, condenando a otros.
Pienso que ha llegado el momento en que puede y debe buscarse una Guía de Paz, no sólo entre hispanos divididos, sino entre hombre y mujeres de toda la tierra. Evidentemente, no puedo imponer esta guía o programa de paz a todos, pues otros verán el camino y la meta desde perspectivas distintas. Pero es también evidente que todos los que buscamos la paz podemos ofrecer nuestras aportaciones y enriquecernos dialogando en el camino.