Cara de Israel: Guerra santa, el Dios violento


Presupuestos históricos.
Todo parece indicar que la ocupación israelita de Palestina, acaecida a finales del segundo milenio antes de Cristo, se vino a realizar de dos maneras diferentes. Tenemos por un lado, la entrada pacífica de grupos seminómadas que lentamente van haciendo suyas las parcelas de la tierra no habitada, extendiendo desde allí su dominio hacia otros campos. Está, por otra parte, la conquista guerrera de otros grupos que penetran en la tierra de una forma violenta y destructora. Ampliemos esta doble perspectiva.
1. El asentamiento pacífico se realiza en las zonas menos habitadas, especialmente en parajes de bosque o de montaña. Los cananeos habitaban la llanura y sus ciudades. Las tribus israelitas las alturas. Parece ser que los dos grupos vivieron de ordinario sin discordias. “En general, las tribus se instalaron en el país de forma tranquila, pacífica, sin que los primeros habitantes se preocuparan por ello... Los israelitas eran seminómadas ansiosos de tierra, y al trashumar, cuando empezaron a penetrar en el país, acabaron por establecerse en las regiones de población poco densa, desde las cuales fueron extendiéndose, aún cuando al principio la expansión tuvo un carácter pacífico” (M. NOTH, Historia de Israel, Garriga, Barcelona, 1967, págs. 76-77). El proceso de asentamiento fue largo; cada tribu entró en un tiempo diferente; y todas en conjunto tuvieron que emplear muchos decenios, quizá varios siglos para afincarse en la tierra y hacerse dueños de ella.
2. La ley de la violencia.... Pero hubo, junto al anterior, otro proceso de penetración que por haberse reflejado teológicamente en el Libro de Josué se ha convertido en normativo: es la conquista violenta de la tierra. originalmente esa conquista parece estar ligada por tradición e historia a las tribus de Raquel (Efraín y Benjamín).
A través de un proceso de expansión, el tema se convierte en elemento teológico oficialmente de Israel y la conquista aparece como algo que se realiza en un solo momento y de una forma muy precisa, a través de una rápida y violenta campaña guerrera (Josué 1-12). De esa guerra santa de conquista, con la persecución religiosa, que lleva al “anatema” o destrucción de los habitantes de la tierra, quiero hablar a continuación.
Por favor… téngase en cuenta que: 1) los hebreos antiguos no son sin más los israelitas actuales… 2) ni los cananeos antiguos son los palestinos actuales… ¡Pero pueden buscarse semejanzas…, no sólo en esa línea, sino en otras líneas (con cristianos, musulmanes y otros pueblos y gentes y culturas….)
La ideología de la guerra santa.
Es guerra santa aquella en que se lucha como pueblo de Yahvé, no por unos motivos políticos sino en virtud de una inspiración sagrada y con el fin de combatir a los mismos enemigos de Dios. El ejército se encuentra sometido a una disciplina sacral: Sus guerreros son hombres consagrados y tienen que cumplir una serie de exigencias rituales (Cfr. Jos 3,5; 1 Sam 21,6; 7,9, etc.). Fundamental es el hecho de que los enemigos del pueblo son en realidad los enemigos de Yahvé; por eso, estrictamente hablando, la guerra es un combate de Dios (Cfr. Jue 5,31; 1 Sam 18,17). Según eso, lo importante no es la preparación de los guerreros, ni sus armas ni su número (Cfr. jue 7, 2ss; 1 Sam 14,6); lo que decide en la batalla es la presencia de Yahvé, la fe del pueblo y su coraje o valentía por cumplir lo que ha ordenado (G. VON RAD, Der Heilige in alten Israel, Vandenhosck, Göttingen, 1965,6ss).
Elemento esencial de esta forma de guerra es la ley del anatema: Yahvé, como el guerrero principal que ha conducido a su pueblo a la victoria es propietario del botín que se conquista. Se trata en todo esto de una situación sagrada o mejor cúltica: los hombres y las bestias tendrán que ser matados ritualmente, los bienes -oro y plata- pasarán al tesoro de Yahvé (Cfr. Jos 6,18ss)
En esta perspectiva debe situar dos advertencias:
a) La primera se refiere al exclusivismo o intolerancia de Yahvé: en la medida en que Dios ayuda a su pueblo tiene que destruir (hace que mueran) los enemigos de ese pueblo.
b) La segunda trata del contexto de la guerra santa: ¿cuándo se debe luchar de esa manera, matando sin piedad el adversario derrotado? Las ocasiones son variadas pero la principal es, sin ningún tipo de duda, la conquista guerrera de la tierra de Palestina. De la ley que rige en esa guerra de conquista y de la persecución religiosa que de ella resulta hablaremos en el apartado siguiente.
La ley de conquista, el Dios de la buena guerra.
Toda una serie de textos antiguos, internamente emparentados (Ex 23,20-33; 34,10-16; Dt 7 y 20; Jc 2,1-5) presentan la conquista de la tierra dentro de un contexto de pacto guerrero en que se incluyen dos cláusulas correlativas. Algunos investigadores como N. Lohfink han definido esos textos como Pacto de Gilgal:
1) De parte de Dios hallamos su palabra y promesa de introducir al pueblo en la tierra: Dios promete sin ningún tipo de condición previa, ofrece su ayuda en la conquista y asegura que Israel podrá ser dueño de todo Palestina.
2) Por parte de Israel se exige una respuesta que se expresa, en relación con Dios, en la obediencia o aceptación de sus mandatos y en relación con los pueblos cananeos en la exigencia de matar y destruir, segar la vida en las raíces. Esta segunda obligación tiene un aspecto o fundamento religioso: ”Para que no os contaminen con su idolatría” (Cfr. N. LOHFINK, Das Hauptgebot, PIB, Roma, 1963, 172 ss). Veamos uno a uno los aspectos de ese pacto, fijándonos en la persecución religiosa que él implica. Esta es la buena guerra, la que extermina a los enemigos
Un primer texto. Ex 34,10-16:
“Yo voy a hacer contigo un pacto... Cumple lo que hoy te mando y yo arrojaré de ante tu faz al amorreo, cananeo, hitita, fereceo, hebeo y jebuseo. No hagas alianza con los habitantes del país donde vas a entrar, porque sería un lazo para ti. Derribarás sus altares, destrozarás sus estelas, talarás sus árboles sagrados... No hagas alianza con los habitantes del país, porque se prostituyen con sus dioses y cuando les ofrecen sacrificios te invitarán a comer de las víctimas. Ni a sus (tomes) hijas por mujeres para tus hijos, pues cuando sus hijas se prostituyen con sus dioses, prostituirán a tus hijos con sus dioses.”
Como elementos ddestacados de esa ley del pacto hallamos los siguientes:
a) El pueblo de Dios se considera, por ley sagrada, dueño de una tierra y por lo tanto puede arrojar o destruir a sus antiguos habitantes.
b) Esa acción ofrece una raíz o fundamento de carácter religioso: «para que no te prostituyas, es decir, para que no te contaminen con su idolatría», es decir, para que no seas como los otros, para que no te identifiques con los cananeos. Por eso se trata en el fondo de una persecución estrictamente religiosa: derribarás sus altares, destrozarás sus estelas, talarás sus árboles sagrados. Los viejos pueblos de Canaán quedan sin base sacral, sin posibilidad de ejercer su culto, de vivir su antigua herencia santa.
c) Peso ese fondo religioso se traduce y expresa en todos los campos la vida social. La exigencia del rechazo religioso viene a traducirse en una prohibición de todo contacto humano: no hagas pacto con ellos ni recibas sus hijas por mujeres. Derrotados en la guerra y privados el más elemental de los derechos de la vida, los pueblos cananeos se convierten en cautivos de su propia tierra.
Un texto segundo texto aún más duro es el de Ex. 23:
“He aquí que envío un ángel ante ti, para que te defienda en el camino y te haga entrar en el lugar que te he dispuesto. Acátale, escucha su voz, no le resistas, pues no perdonará tu rebelión... Si escuchas su voz y haces cuanto yo te diga, seré enemigo de tus enemigos y oprimiré a quienes te opriman. Mi ángel irá delante de ti y te introducirá en la tierra del amorreo, del hitita y pereceo, del cananeo, jeveo y jebuseo a quienes yo exterminaré. No adores entonces a sus dioses ni les siervas, no fabriques lugares de culto como los suyos. Al contrario, destruirás y derribarás sus piedras sagradas... Los habitantes del país los pondré en tus manos y tú los echarás de tu presencia. No harás alianza con ellos no con sus dioses y no les dejarás habitar en tu país, no sea que te arrastren a pecar contra mí, adorando a sus dioses, que serán para ti una trampa (Ex 23,20-33).
La estructura del texto es semejante al anterior y se repite cada uno de sus temas. Hay, sin embargo, algún detalle que expresa con mayor claridad y nos conviene señalar.
a) En primer lugar se dice que es Dios, manifestado en su ángel destructor, el que aniquila a los antiguos dueños de la tierra. La guerra de conquista es guerra santa; Dios mismo la dirige y por lo tanto son malvados o enemigos de Dios los que se oponen a Israel en el camino; normal es que carezcan de derecho a la existencia.
b) La persecución sigue siendo primordialmente religiosa: “para que no te contaminen” (para que seas como los otros). Pero es persecución que se traduce y concretiza en la conquista de una tierra que era ajena y a través de la aniquilación o del exilio de sus viejos habitantes. Yahvé, el antiguo Dios de libertad, que saca a los hombres (hebreos) de la esclavitud y miseria de Egipto, se convierte en el Señor guerrero que a fin de establecer y sostener a sus fieles en la nueva tierra hace que mueran sus antiguos habitantes. se trata ciertamente de un Dios que ha utilizado pesas y medidas en su trato con los hombres.
Un tercer texto lo ofrece el Deuteronomio:
“Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra... y expulse a tu llegada a pueblos más grandes que tú -el hitita, girgasita, etc.-, cuando el Señor, tu Dios, los entregue en tu poder y tú los venzas, los consagrarás sin remisión al exterminio. No pactarás con ellos ni les tendrás piedad... Demolerás sus altares, destruirás sus estelas... quemarás sus imágenes. Porque tú eres un pueblo consagrado al Señor, tu Dios; él te eligió para que fueras, entre todos los pueblos de la tierra, el pueblo de su propiedad “ (Dt 7,1-6; Cfr. 7,17-26).
Este pasaje confirma los anteriores, pero introduce una novedad: la exigencia de “exterminio” (o de anatema). Los pueblos anteriores, que habitan en la tierra que ellos, los hebreos van a conquistar, aparecen como enemigos de Dios y son por tanto indignos de existir sobre su tierra, es decir, sobre la tierra que Dios ha escogido para Israel. La persecución es ya total; no se limita a no pactar o no casarse con sus hijas.
Es lucha a muerte, lucha de exterminio. Como razón se pone el hecho de ser un pueblo santo, pueblo que habita en cercanía de Dios y no se puede marchar con las costumbres religiosas de los viejos hombre de la tierra. El descubrimiento de la propia identidad ha suscitado una reacción correlativa de rechazo por la que se niega el derecho de la vida a quienes tienen la culpa de haber nacido diferentes.
Un descubrimiento como el precedente debería suscitar una actitud universal de conquista y exterminio. Afortunadamente, no ha surgido esa actitud. Israel sólo ha aplicado esa ley para la tierra prometida (Palestina). Fuera de esos límites los hombres tienen derecho a la vida y desarrollo de su propia religión, aún en el caso de caer bajo el dominio militar de los israelitas. Véase en ese contexto la diferencia que establece Dt 20,10-18 entre las ciudades de la tierra prometida (sus habitantes han de ser exterminados) y las ciudades de otros pueblos remotos (a los que se respeta la vida).
Aplicación de esa ley en la escuela del Deuteronomio.
La escuela del Deuteronomio es responsable no sólo de la redacción del libro de su nombre (Dt.) sino también del gran conjunto de libros que han narrado de forma unitaria la historia de Israel hasta el exilio (libros que van de Josué a 2 Reyes). En todos esos libros se mantiene como norma y presupuesto la persecución religiosa de los viejos habitantes cananeos. La derrota y destrucción de los cananeos es un presupuesto constante de la ley del Dt:
“Harás lo que el Señor, tu Dios, aprueba; de esa forma te irá bien, entrarás y tomarás posesión de esa tierra buena que prometió el Señor a tus padres, arrojando ante ti a todos tus enemigos” (Dt 6,18).
“Si ponéis por obra los preceptos que yo os mando... El Señor irá por delante, expulsando a esos pueblos más grandes y fuertes que vosotros...” (Dt 11,22-23). (Cf. Dt 12,29; 19, 1 etc.).
Lo que es bendición de Dios y vida de abundancia para el pueblo de Israel, supone destrucción y muerte para el pueblo cananeo. El esquema subyacente no es la tolerancia y colaboración mutua sino el enfrentamiento, la lucha social y el exterminio. Para que uno viva tiene que morir el otro. Lógico será que se le mate y le persiga (G. Von Rad, o. c. pág. 68-69).
Desde esta perspectiva teológica ha trazado el autor de Josué, perteneciente a la escuela del Dt., la vieja historia de la entrada en la tierra y la conquista. Con los viejos recuerdos de las tribus de Efraín y Benjamín, las tradiciones de Josué y el espíritu exigente del pacto o ley de la conquista, se han trazado las líneas de una historia maravillosa, rápida y triunfalista.
Un símbolo. La toma de Jericó:
La toma de la ciudad Jericó, muy oscura a partir de los testimonios arqueológicos, se convierte en paradigma de toda la conquista. Ordenados en ritmo sagrado, presididos por el arca de Yahvé, los israelitas se apoderan milagrosamente de la ciudad fortificada y matan como manda la ley a todos sus habitantes:
“Sonaron las trompetas. Al oír el toque lanzaron el alarido de guerra. Las murallas es desplomaron y el ejército dio el asalto a la ciudad, cada uno desde su puesto, y la conquistaron. Consagraron al anatema (o exterminio) todo lo que había dentro: hombres y mujeres, muchachos y ancianos, vacas, ovejas y burros, todo lo pasaron a cuchillo” (Jos 6, 20-21). Por si fuera poco y para resaltar la urgencia de esa ley de Dios se narra el caso de Acán y su exterminio: es condenado con toda su familia por haberse apropiado en la conquista de un objeto que debía ser exclusivo de Yahvé (Jos 7).
Evidentemente, se sabía que no todos los cananeos habían sido exterminados: era fácil encontrarse con los restos de los viejos pobladores en la tierra de Israel hasta muy tarde. Para explicar este dato, que se encuentra en clara contradicción con los principios del exterminio, tiene que acudirse a razones excepcionales, como en el caso de Gabaón (Jos 9). Cuando las cosas marchan bien, los israelitas cumplen el mandato de Dios y aniquilan a los habitantes de la tierra (Cfr. Jos 8)... Siempre hubo cananeos en Israel, siempre hubo "palestinos", pero la ideología oficial del Dt mandaba matarlos.
Conclusiones.
La historia expuesta en las observaciones precedentes resulta tan diáfana y tan clara que no requiere conclusiones. Sin embargo, con el fin de situar estos datos en un contexto más amplio, añadiré tres notas.
a) La primera se refiere al contenido del Antiguo Testamento como libro sagrado y nos obliga a dejar los triunfalismos. Con tanta frecuencia como falta de seriedad se nos ha dicho que el pueblo de Israel es paradigma de liberación y para ello se ha citado el éxodo. Está bien. Pero a la vez hay que mostrar la cara oculta en la moneda, en nuestro caso la conquista de la tierra palestina, con su ideal de violencia, con la persecución religiosa de los viejos cananeos y la racionalización o justificación sagrada de la intolerancia.
Se dirá que los hechos no fueron tan duros. Lo sabemos. Pero eso mismo muestra que carecen de explicación porque la teología oficial de Israel los hubiera querido más sangrientos. Se podrá añadir que la religión de Israel era más elevada y que el triunfo de esa religión bien justifica la persecución de un pueblo inferior. Es la razón que han puesto siempre los dictadores para legalizar su intolerancia y su crimen. Precisamente si una religión es superior tiene que mostrar sus valores en la capacidad de comprensión, en el triunfo conseguido por medios pacíficos.
b) Todo esto nos muestra que Israel no fue mejor que otros pueblos de su tiempo. Pero tampoco fue peor. Lo que ha pasado es que su especificidad y su misma grandeza religiosa le ha llevado en algún momento a tomar a los demás como inferiores. De ahí a la persecución va poco trecho. Para empezar esta actitud hace falta un largo proceso de maduración. Los comienzos de ese camino pueden encontrarse en Israel, como tendremos ocasión de ver más adelante. Su culmen está en Cristo: no se trata ya de matar a los cananeos para proteger así la religión de los hebreos sino de amarles y ayudarles para que de esa forma puedan descubrir la novedad y valor del evangelio. No es matar al enemigo, perseguir al adversario lo que puede salvar la identidad de un pueblo; el pueblo nuevo de Jesús conoce otro camino que se llama perdón universal, superación de la violencia, amor transformante.
3) Ciertamente, los caminos de conquista violenta y de persecución al adversario religioso han sido superados por el Cristo. Pero muchas veces la iglesia de Jesús no ha sabido asimilar la lección de su maestro, volviendo a recaer en las posturas de Israel. Por eso ha perseguido más de una vez al adversario, ha condenado -en razón de una pureza de la fe mal entendida- a los que piensan de una forma diferente. Es lógico que haya sido así: la lección de la cruz es difícil de asimilar. Pero la nueva semilla estará para siempre en el fondo de la iglesia, la semilla de un perdón y de un amor que no persigue a los demás sino que les ofrece su ayuda y su riqueza.