Carismáticos y funcionarios, un movimiento pendular

Cuando promete el Espíritu Santo, Jesús aparece como carismático e inspirador de carismáticos (como muestra el evangelio de Juan). Pero el carisma es sólo un aspecto de la vida; para que ella se estabilice y avance es necesario el contrapeso de la institución (es decir, de un tipo de sistema) Éste es el argumento de fondo de mi libro Sistema, Libertad, Iglesia (Trotta, Madrid 2000).

Vuelvo a ese tema de la mano de Montano (al que ayer recordé), carismático y amigo de carismáticas, al que quiso“templar” y organizar (con mejor o peor mano) la Iglesia instituida.


-- Una Iglesia de puro carisma se diluye y pierde en las mil variaciones de los entusiastas (que no han de ser arrebatados y enfadados, sino creadores).
-- Pero una Iglesia de pura institución se seca, convertida en dicta-dura (o dicta-blanda, me da igual) de simples funcionarios.


Son necesarios los carismáticos, hombres y mujeres de la libertad creación y de la mutación del Espíritu….

Pero son también necesarios los buenos y honestos funcionarios y funcionarias, que administran y potencian los dones del Espíritu, par que no se apaguen.

En esa línea, el buen funcionario no es un apagavelas (como se dice en los chistes clericales sobre mitras y demás signos parejos) sino un portalámparas… El buen funcionario no tiene por sí mismo luz, pero la eleva y colocan en el buen lugar… Por su parte, cerrada en sí misma, sin el portalámparas de una buena menorah… la luz acaba por apagarse ella misma o por incendiar el bosque.

Hay momentos de más carisma… pero la Iglesia católica actual corre el riesgo de secarse en manos de burócratas sagrados, representantes de una Institución que puede secarse, sin élan vital (tema de Bergson judío), sin Espíritu de Vida (tema cristiano). No lo digo yo, lo dijo el Cardenal Congar, con K. Rahner y el joven J. Ratzinger.

Por eso quiero presentar de nuevo la mutua implicación (dialéctica) de carismáticos y funcionarios, de acontecimiento e institución, de impulso y forma establecida, de mutación y “fijación” de las mutaciones. Lo haré recogiendo unas reflexiones que aparecen en la tercera edición de mi Diccionario de la Biblia (Verbo Divino, Estella 2011). Buen día a todos… con Montano y sus amigos carismáticos.

(Sigo con la fotos de palomas/gaviotas del Espíritu –como decía el sabio Kant, si quiere volar, la paloma necesita la resistencia del aire, el orden del sistema... -- y con luces y luces de buen portalámparas… Gracias otra vez R. Castellano)



A. CARISMAS DEL ESPÍRITU.



El tema de los dones o gracias (kharismata) del Espíritu Santo ha constituido una de las preocupaciones fundamentales de Pablo, sobre todo en sus relaciones con la comunidad de Corinto. Da la impresión de que parte de los cristianos de Corinto querían cultivar los dones carismáticos (de tipo sobre todo extático) en sí mismos, sin referencia a Jesús y a la iglesia, convirtiendo la comunidad en una asociación libre de virtuosos extáticos, capaces de entrar en trance y hablar en lenguas (en un tipo de lenguaje para-racional, hecho de exclamaciones y emociones que rompen la sintaxis normal de un idioma). Significativamente, Pablo no niega esa experiencia, ni la desliga del Espíritu Santo, pero la sitúa en un contexto eclesial donde la presencia y acción Espíritu aparece vinculada sobre todo a la revelación de Dios en Cristo y al amor mutuo.


(1) Carismas, ministerios, actividades.

Este es el tema básico del argumento de 1 Cor 12-14). Pablo empieza ofreciendo un principio general: «Hay diversidad de carismas (kharismatôn), pero el Espíritu (Pneuma) es el mismo» (1 Cor 12, 4): la presencia del Espíritu se expresa como carisma, es decir, como un don gratuito, que capacita al hombre para actuar de un modo más alto. «Hay diversidad de ministerios (diaconías), pero el Señor (Kyrios) es el mismo» (1 Cor 12, 5): los ministerios o servicios de la comunidad aparecen vinculados al mismo Señor Jesús, a quien todo el Nuevo Testamento presenta como servidor o diácono por excelencia. «Hay diversidad de actuaciones (energemata), pero el Dios que obra todo en todos es el mismo, es el que hace todas las cosas en todos» (1 Cor 12, 6).

Pues bien lo que en ese pasaje aparece de un modo triádico (vinculado al Kyrios, al Pneuma y a Dios) aparece después relacionado solamente con el Pneuma, es decir, con Espíritu Santo. Así continúa diciendo Pablo: a cada uno se le ha dado la manifestación del Espíritu para conveniencia (de todos), por medio del mismo Espíritu (cf. 1 Cor 12, 7). Estos son algunos de los dones o carismas: palabra de sabiduría, palabra de ciencia, fe, poder de curaciones, don de hacer milagros, profecía, discernimiento de espíritus, don de lenguas, interpretación de lenguas… (cf. 1 Cor 12, 7-13).

(2) Riesgo del carisma, servicio a los más pobres.


Pablo ha planteado este problema porque algunos cristianos de Corinto se lo han pedido, preguntándole sobre los pneumatiká (dones espirituales: 1 Cor 12, 1), que han venido a convertirse objeto de discordia en la comunidad. Algunos cristianos se creen y portan como superiores, pues se sienten portadores del Espíritu, sabios aristócratas, jerarquía carismática de la iglesia, porque, según ellos, poseen dones más grandes: el de la profecía y, sobre todo, el de las lenguas (cf. 1 Cor 13, 1-3; 14, 1-25). Pablo no condena esos dones, pero responde que ellos deben ponerse al servicio de la comunidad. Eso significa que, por ejemplo, el don de lenguas y otros dones de tipo místico sólo tienen un sentido y un valor cristiano si es que pueden traducirse y ponerse así al servicio del conjunto de la asamblea.

En la base del argumento de Pablo está la exigencia y valor de la unidad de los creyentes, que no está hecha de uniformidad sino de variedad puesta al servicio de la vida del conjunto de la iglesia. Por eso, todos los carismas individuales o grupales, han de estar al servicio del conjunto de la comunidad (cf. 1 Cor 12, 12-26): son valiosos en cuanto vinculan en amor a los cristianos, entre quienes los más importantes son aquellos que parecen más pobres (y tienen en apariencia menos dones); por eso, la unidad del Espíritu se expresa en el servicio a los excluidos del sistema.

(3) Carismas y amor.

En este contexto, ha destacado Pablo los dones que son más necesarios para el surgimiento y despliegue de la iglesia, poniendo así de relieve el valor del apostolado y de la comunión de los creyentes, pasando por la profecía, enseñanza, acogida y don de curaciones (cf. 1 Cor 12, 1-11.27-31; 14, 26-33). Más aún, en el centro de su descripción y valoración de los carismas (1 Cor 12-14) ha colocado Pablo el canto al amor (1 Cor 13), indicando así que tanto el don de lenguas, como los milagros y profecías, lo mismo que la fidelidad creyente, están al servicio del Amor, que es presencia gratuita y generosa de Dios en la comunidad.

En este mismo contexto se sitúa la temática y discusión de Pablo sobre la Ley y la Gracia.

En sí misma, una forma de ley judía ha sido incapaz de crear una comunidad universal, abierta en gracia al misterio de Dios, vinculando a todos los hombres, con sus diferencias, al servicio de la comunión. El Amor, en cambio, puede hacerlo: es presencia gratuita y universal de Dios por Cristo, en medio de la iglesia, y por la iglesia entre todos los humanos. Entendido así, el amor es el único carisma.


B. CARISMÁTICOS


1. Punto de partida. Autoridad de carisma, autoridad de institución

Fundándose en las observaciones de Pablo (1 Cor 12-14), hace ya tiempo que M. Weber (1864-1920), quizá el mayor de todos los sociólogos modernos, distinguió dos tipos de autoridad, que se han vuelto desde entonces muy influyentes en el campo de la iglesia y de la vida política. Conforme a su análisis, suelen distinguirse el carisma y la institución, no sólo en la iglesia cristiana, sino en el conjunto de la sociedad.

(a) La autoridad carismática es propia de aquellos que inician un movimiento, descubriendo y poniendo en marcha nuevas posibilidades de actuación. Los carismáticos crean (imaginan, instituyen) unas líneas de vida que antes no existían: no se imponen por ley, ni triunfan por razonamiento o votaciones, sino por su misma fuerza interna. Ellos son autoridad primera: no defienden lo que existe, para organizarlo mejor, sino que introducen otros modelos de existencia, en un plano político o social, religioso o estético.

(b) La autoridad burocrática o institucional surge en el momento en que el carisma se enfría, de manera que resultan necesarias unas normas o leyes que sean capaces de mantener el orden, conforme a unos principios jurídicos, en la línea del talión.


a. La autoridad carismática es necesaria para recrear la sociedad. Ella se sitúa más allá del bien y del mal ya establecidos, de manera que puede y debe vincularse con Dios (o con el Espíritu Santo), entendido como fuente de la vida.

b. Pero la autoridad carismática no basta para resolver todos los problemas y, además, puede volverse irracional, convirtiéndose en violenta. Por eso es necesaria una autoridad “constituida”, según ley, una autoridad legal, que tiende a convertirse en burocrática


En el conjunto de la Biblia hay una dialéctica constante entre los carismas (vinculados a la línea profética) y las instituciones (expresadas sobre todo por el sacerdocio).

No todo lo carismático es bueno: puede haber (y hay) pretendidos carismáticos que se vuelven intolerantes y violentos.

No todo lo institucional es negativo: es necesario regular los carismas, para bien de la comunidad.


Desde ese fondo, a modo de ejemplo, y prescindiendo aquí de la → profecía clásica, queremos destacar tres movimientos carismáticos importantes en la Biblia. Para precisar el tema habría que desarrollar un doble análisis:
-- un análisis institucional (en línea de sociología histórica)
-- un análisis carismático (en línea de experiencia creadora)

3. Antiguo Testamento: carismáticos guerreros y profetas.

La mayor parte de los movimientos carismáticos tienden a ser pacíficos, en línea de intimismo espiritual. Pero siempre han existido grupos carismáticos violentos que han interpretado la presencia de la ruah o espíritu de Dios como exigencia de compromiso militante al servicio de la obra de Dios.

En esta línea se mueven los guerreros sagrados del comienzo de la historia de Israel federación de tribus), militares profesionales que acuden al combate dominados por un tipo de éxtasis guerrero. Podemos citar ejemplos en casi todas las religiones antiguas: el buen guerrero ha sido un santo en el sentido radical de la palabra, un hombre poseído por la fuerza de Dios. Pero también algunas religiones modernas (ciertas formas de hinduismo e islamismo, incluso algunos movimientos cristianos) han desarrollado un tipo de mística guerrera del Espíritu.

Dentro de la Biblia, los guerreros carismáticos más significativos son los jueces, sobre los viene el Espíritu de Dios, excitándole con fuerza y capacitándoles para derrotar a los enemigos y liberar a los amigos del pueblo (cf. Jc 2, 11 19; 3, 10; 11, 29; 13, 25, etc.). El Espíritu no se expresa como poder tranquilo de experiencia interna, ni en el trance individual, sino como fuerza guerrera, que anima a los soldados, haciéndoles luchar y vencer (o morir) por la causa de Dios, en guerra santa. Dios mismo se apodera del combatiente israelita, infundiéndole su Espíritu y haciéndolo sacramento de salvación para el pueblo.

Eso significa que la guerra no se ha racionalizado todavía, ni el ejército se ha vuelto un tipo de institución burocrática, sino que los guerreros son hombres «sobrenaturales», lo mismo que los nabis o profetas extáticos.

Tanto el guerrero como el profeta estático son instrumentos de Dios, al servicio de la totalidad del pueblo. El profeta ofrece el testimonio de la presencia de Yahvé como poder de transformación religiosa. El guerrero es un testigo viviente de la fuerza protectora de Dios que libera a su pueblo de los enemigos del entorno. La guerra pone al hombre en situación de trance: lo saca de sí, lo llena de entusiasmo sacral, lo lleva hasta el extremo de entregar la vida por la causa de Dios Es normal que, en el principio de su historia, Israel haya considerado a sus guerreros como hombres privilegiados del Espíritu, en unión con sus profetas extáticos.

3. Jesús. Exorcistas y profetas carismáticos.

Jesús ha sido un carismático, pero no al servicio de la guerra, sino de la trasformación o conversión de los hombres, al servicio del reino. Ciertamente, Jesús sabe discutir con los rabinos sobre temas de institución sacral, pero no actúa desde un poder que le concede la Ley de Dios, ni la estructura legal de su pueblo, sino desde un contacto directo con Dios, que se expresa en sus milagros y, de un modo especial, en sus exorcismos, entendidos como batalla no sangrienta pero muy dura contra lo diabólico.

Ciertamente, Jesús no está aislado, pues había en su mismo tiempo y espacio israelita profetas y sanadores carismáticos, entre los que se suele citar Honi y Janina ben Dosa que curaban con la ayuda de su Dios (Yahvé). Había también en su entorno pagano curanderos, santones y hechice¬ros, como Apolonio de Tiana, a quien algunos han relacionado con Jesús, aunque sea posterior y sus milagros tengan un sentido muy distinto. Jesús puede situarse entre otros profetas y sanados, pero tuvo algo especial, que la comunidad cristiana supo captar y vincular después en la Pascua.


Jesús fue carismático al servicio de los más pobres, presentándose, al mismo tiempo, al menos en sentido tendencial, como → mesías de Dios. Así fue condenado a muerte, porque su carisma resultaba peligroso, no porque le llevaba a matar a los demás (como hacían los → jueces antiguos), sino a dar vida, de un modo distinto al del sistema.

4. Iglesia cristiana, comunidad carismática.

Jesús suscitó un movimiento carismático muy muerte. En el círculo de sus seguidores, especialmente en Galilea, hubo exorcistas y sanadores, que siguieron realizando su tarea y expandiendo la memoria y esperanza de su reino, como suponen los mandatos misioneros (Mc 6, 6b-13 par). Ellos constituyen un elemento esencial de la nueva institución cristiana, aunque la iglesia organizada haya dado primacía a otros rasgos sacrales y sociales. También la iglesia de Jerusalén fue carismática, como indica Hech 2, cuando presenta el surgimiento de la comunidad desde la experiencia del Espíritu, que se expresa, de un modo especial en el don de lenguas, que Lucas interpreta en forma misionera:

«Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo… y se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua y decían: ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia y Egipto… cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios» (cf. Hech 2, 4-11).


Hay en el fondo de ese pasaje el recuerdo de unas comunidades en las que diversos creyentes eran capaces de hablar «lenguas sagradas», es experiencia extática. Como sabemos (→ carismas 1, amor), Pablo ha puesto el don de lenguas al servicio del amor y de la comunión de los creyentes (1 Cor 12-14). Lucas lo pone aquí al servicio de la apertura misionera: el verdadero carisma del Espíritu es aquel que permite que todos los hombres, de todas las razas y lenguas, puedan comunicarse, en lo que hoy llamaríamos una experiencia de globalización intercultural liberadora.

Un poco de bibliografía, para seguir pensando sobre el tema...

F. ALBERONI, Movimiento e Institución, Nacional, Madrid 1981

L. BOFF, Iglesia: carisma y poder, Sal Terrae, Santander 1982

J. D. G. DUNN, Jesús y el Espíritu, Sec Trinitario, Salamanca 1981

H. HEITMANN y H. MÜHLEN (eds.), Experiencia y teología del Espíritu Santo, Sec. Trinitario, Salamanca 1978

L. LEUBA, Institución y acontecimiento, Sígueme, Salamanca 1969

X. PIKAZA y N. SILANES (eds.), Los carismas en la iglesia. Presencia del Espíritu Santo en la historia, Sec. Trinitario, Salamanca 1999

M. WEBER, M., Economía y sociedad, FCE, México 1944
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