Bestia militar, ideológica y prostituta Chicago 3: Economía imperial, la gran prostituta
Una economía que se destruye a sí misma

No había pensado publicar en el blog esta última ponencia de mi curso Bíblico en la Escuela Bíblica Claretiana de Chicago... Pero la circunstancia de los participantes (hispanos dentro del imperio USA), la ciudad de Chicago y todo el fondo económico, militar e ideológica de América del Norte me ha invitado a presentarlo. El tema es clave, quizá el más importante de la Biblia y de la historia actual:
- Triunfo y riesgo del Imperio, centrado especialmente en usa y en Chicago, ciudad mítica de la "mafia", ciudad real del centro del Imperio.
- Componentes del gran imperio. Militar, ideológico y económico, en este orden, con dos bestias y una prostituta
- Riesgo de destrucción del imperio. Riesgo y destrucción del imperio... un riesgo interior más que exterior, como ha formulado de un modo clarividente en libro del Apocalipsis.

AP 13 Y 17-18:BESTIA MILITAR, BESTIA IDEOLÓGICA Y PROSTITUTA ECONÓMICA
El Apocalipsis ofrece el último y quizá el más fuerte testimonio de la Biblia sobre una economía que puede pervertirse, compartiendo la carne de los ídolos del Imperio, esto es, una comida prostituida y manchada por la injusticia sangrienta de Roma (Ap 2, 14. 20). Su argumento empalma de esa forma con el de Pablo cuando afirmaba en Gal 2, 5.14 que la verdad del evangelio es la comida compartida. Según eso, el evangelio es ante todo economía: Comer juntos, en fraternidad (Pablo), no comer carne manchada de injusticia (Apocalipsis). En esa línea, la aportación la aportación del Apocalipsis debe ser cotejado (y completada) desde el mensaje de Jesús, pasando por los sinópticos y Pablo (y la tradición del Discípulo Amado), pero resulta esencial, y así quiero presentar a modo de culminación (compendio) del itinerario de libro sobre la economía de la Biblia[1].
- La carne de la Bestia
En sentido e

stricto, idolocito es la carne sacrificada (de thyô) a los ídolos. En el imperio de oriente, una parte considerable de la carne que se compraba en el mercado y se consumía en los días de fiesta provenía de animales sacrificados, y así sucedía especialmente en los banquetes de grupos religiosos y sociales cuyos miembros se juntaban para comer esa carne, que para los judíos era impura (por estar consagrada a los ídolos) y para los cristianos del Apocalipsis porque se hallaba asociada a la injusticia y mentira sangrienta del Imperio.
La prohibición de comer idolocitos forma parte de los acuerdos que según Hch 15 se tomaron en el concilio de Jerusalén en los que se pedía a los cristianos de origen pagano que se abstuvieran «de la contaminación de los ídolos, de la fornicación, de la carne ahogada [no bien sangrada] y de la sangre» (cf. Hch 15, 20). La contaminación de los ídolos podía entenderse en otra línea (adorarles, celebrar sus fiestas), pero en este contexto es la comida de los idolocitos (Hch 15, 29). Ciertamente, esa prohibición no la impuso en principio el concilio (Pablo no la cita: Gal 2, 6-10), ni se impuso en todas las iglesias, pero fue muy importante, y se entendió de formas distintas, como muestra el testimonio de Pablo y del Apocalipsis.
‒ Pablo empieza mostrando una gran libertad en este campo: «Respecto a los idolocitos... sabemos que el ídolo no es nada en el mundo y no hay más que un único Dios... Pero no todos tienen este conocimiento. Pues algunos, acostumbrados hasta ahora al ídolo, comen la carne como sacrificada a los ídolos, y su conciencia, que es débil, se mancha. No es ciertamente el alimento lo que nos acercará a Dios. Ni somos menos porque no comamos, ni más porque comamos Pero tened cuidado que esa vuestra libertad no sea tropiezo para los débiles... Por tanto, si un alimento causa escándalo a mi hermano, nunca comeré carne para no dar escándalo a mi hermano» (cf. 1 Cor 8, 3-13).
Conforme a esa visión, los cristianos pueden comer la carne del imperio, pues en sí mismas, todas las comidas son profanas, de manera que lo decisivo no es el alimento material (carne, pescado, pan o vino), sino la forma de comerlo, como muestra otro pasaje de Romanos: «Estoy persuadido en el Señor Jesús de que nada hay por sí mismo impuro; a no ser para el que juzga que algo es impuro, para ése si lo hay. Pero, si por un alimento tu hermano se entristece, tú no procedes ya según la caridad. ¡Que por tu comida no destruyas a aquel por quien murió Cristo!» (Rom 14, 14-21)[2].
‒ El Apocalipsis plantea el tema en una perspectiva diferente a la de Pablo. Ciertamente, su autor, el profeta Juan, sabe que lo importante no es la comida en sí, sino el sentido que ella toma cuando se ha ofrecido a los dioses, pues ella quedaba manchada no sólo por la posible impureza ritual de los dioses (cosa que preocupaba a Pablo), sino, sobre todo, por la injusticia económica y social del imperio. En esa línea, el Apocalipsis sabe que la vida del hombre está marcada por aquello que come, de forma que no todo pan es bueno, como sabe el relato de las tentaciones de Jesús, cuando rechaza el pan que le ofrece el Diablo (cf. Mt 4, 1-4 par).
Pues bien, los idolocitos son también, en esa línea, una carne del diablo, pues se encuentra vinculada y definida por la injusticia de un Imperio, que roba y mata. Quien se alimente así por Roma, comiendo su carne (aceptando su economía), vende su libertad y reniega del Dios que da alimento a todos los vivientes. En esa línea, el Apocalipsis ha visto mejor que casi todos los críticos modernos, poniendo de relieve la importancia social (sacral) de la comida de Roma, amasada con sangre de los degollados (cf. Ap 17, 6; 18, 24). Ciertamente, el autor del libro sabe que “podemos comer de todos los frutos de los árboles del paraíso, pero no del fruto del árbol de conocimiento del bien y del mal” (Gen 2, 17). Pues bien, ese fruto del “conocimiento total” (esto es, de la injusticia) se identifica con la carne de los idolocitos[3].
Tomar idolocitos es venderse al imperio por comida, ratificando su dominio injusto sobre todo lo que vive, en línea de muerte. Por el contrario, rechazarlos significa oponerse al mercado homicida de Roma, al servicio de la muerte, como seguiré indicando (cf. 13, 17). Por eso, los cristianos deben condenar toda simbiosis económica con Roma, manteniendo una resistencia activa ante sus normas idolátricas. A diferencia de Pablo, el Apocalipsis concibe a Roma como ídolo, una Bestia de injusticia, de manera que su comida y dinero se opone a Dios y destruye a los hombres. Más que un asunto intimista, en sentido moderno, la comida se entiende como tema central de la religión.
Ciertamente, el profeta del Apocalipsis no ha logrado imponer su visión a todas las comunidades a las que escribe sus cartas (Ap 2-3), pues al menos la de Pérgamo (Ap 2, 14) y Tiatira (2, 20), permiten comer idolocitos, siguiendo la visión más pro-romana de Pablo (cf. Rom 13, 1-7). Pero él planteaba el tema en otra perspectiva (desde la injusticia económico-social del imperio) y de esa forma pidió a los creyentes que se abstuvieran de los idolocitos (de la economía sacrificial de Roma), a pesar de que ello implicara grandes problemas, incluso la exigencia de abandonar toda relación con el César, interpretando de un modo radical la palabra de Mc 12,17: “Dad a Dios lo que es de Dios, y devolved al César lo que es del César”. Devolver al César lo que es suyo significa salir de su campo de dominio, de su economía y su dinero, de su seguridad y su comida, iniciando de esa forma un tipo de vida alternativa, fuera de las instituciones imperiales de Roma. Desde ese fondo, para justificar su rechazo de los idolocitos, escribe Juan las visiones del Apocalipsis, en un contexto de persecución y martirio[4].
Dos bestias, una prostituta. Trinidad satánica
Sobre un mundo oriental donde había diversos reyes (pero bajo la autoridad del emperador romano), proclama Juan la llegada (instauración) del reino de Dios (Kyrios) y su Cristo, superando una lectura espiritualista Jn 18, 38 (mi reino no eseste mundo). Lógicamente, los seguidores de Jesús no podían aceptar la pretensión regia y sacral de Roma y, por eso, la proclamación del reino de Dios-Cristo exigía rebelarse contra la pretensión del imperio, que recibe su poder del Dragón antidivino (Ap 12, 1-6), oponiéndose a la Mujer celeste, que es signo de Vida, retomando motivos de Gen 2-3. Pero en el paraíso era la mujer la que quería comer (con ayuda del Dragón), el fruto del conocimiento de Dios. Aquí, en cambio, es el Dragón el que quiere “devorar al Hijo de la mujer”, que es el signo de Dios, su vida en el mundo:
Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona e doce estrellas sobre su cabeza. Estaba encinta y gritaba en la angustia y tortura de su parto. Entonces apareció en el cielo otra señal: un enorme Dragón de color rojo con siete cabezas y diez cuernos y una diadema en cada una de sus siete cabezas. Con su cola barrió la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra. Y el Dragón se puso al acecho delante de la Mujer que iba a dar a luz, con ánimo de devorar al hijo en cuanto naciera. La Mujer dio a luz un Hijo varón, destinado a regir todas las naciones con vara de hierro; y su Hijo fue raptado (=elevado) hasta Dios y hasta su Trono. Mientras tanto, la Mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada durante mil doscientos sesenta días (Ap 12, 1-6).
La primera señal es la mujer, que va a dar a luz al Cristo, Hijo de Dios. La segunda es el Dragón, que recibe aquí rasgos de Tannín, monstruo de las aguas, hidra de siete cabezas, que Yahvé derrotó para ayudar así a los hombres (cf. Is 27, 1; Sal 74, 13; 91, 13; Job 7, 12; 26, 13). Pues bien, el Apocalipsis identifica a ese Dragón con la serpiente antigua, llamada Satanás o Diablo (Ap 12,9), el enemigo de Dios que engañó a la mujer del paraíso, con una comida de muerte (Gen 2-3). Ese Dragón rojo (sangre) tiene siete cabezas (perversión total) y diez cuernos, que expresan el poder más alto (cf. Dan 7, 7.24), la destructora de la Bestia que se opone a los santos de Israel. Como veremos, ese Dragón actúa por los idolocitos, la carne manchada del imperio, entendido como Bestia que procede del mismo Dragón y que quiere destruir a los hijos de la mujer.
El Dragón no ha podido vencer a la Mujer sobre los cielos, y por eso intenta vencer y destruir a sus “hijos” en la tierra, a través de las dos “bestias” que él suscita, una del mar, otra de la tierra, en la línea de Dan 7. A partir de aquí, la lucha del Apocalipsis no se entabla ya en el cielo, entre el Dragón la Mujer, entre los guerreros del Dragón y los del arcángel Miguel, sino en la tierra, concebida como un campo de batalla entre los hijos de la Mujer (los hombres, los creyentes) y las bestias del Dragón diabólica, que serán el poder militar y el poder ideológico del imperio (es decir, de Roma).
Dan 7 había descrito ya a esas bestias, de una forma sucesiva, pero sólo Ap 13 lo hará de un modo consecuente, distinguiendo y vinculando el aspecto político/militar (1ª bestia) y el ideológico/religioso (2ª) y el económico de la Prostituta (Ap 17). De esa forma se despliega la “trinidad satánica”, que procede del Dragón antidivino y que se expresa en la tierra a través de las dos bestias y la prostituta, que aparecen como revelación suprema de la maldad satánica de la historia humana. Pues bien, como herederos de una milenaria cultura económica judía, iluminados por el testimonio de Jesús (Cordero sacrificado), templados en la persecución que amenaza con matarles, vinculados a todos los vencidos de la tierra, los creyentes del Apocalipsis consiguen mirar con lucidez y conocer con claridad cosas que no saben los sabios romanos antiguos y muchos nuevos sabios del siglo XXI: el sentido destructor de las dos bestias, la maldad económica de la Prostituta:
‒ La Primera Bestia (Ap 13, 1-10) recoge el motivo de básico de la última de Dan 7, 46 (cf. Ap 13, 2), identificándose con el poder político-militar de Roma, que brota del Dragón y se opone a los creyentes, exigiendo que le adoren:
Y vi subir del mar una Bestia que tenía diez cuernos y siete cabezas, con una diadema en cada cuerno y un título blasfemo en cada cabeza. La Bestia que vi se parecía a una pantera; tenía patas como de oso y fauces como de león. El Dragón le dio su fuerza, su trono y su inmenso poder. Una de sus cabezas parecía haber sido herida de muerte, pero su herida mortal estaba ya curada. La tierra entera corría fascinada tras la Bestia. Entonces adoraron al Dragón, porque había dado su poder a la Bestia y adoraron también a la bestia, diciendo: ¿Quién será como la Bestia y podrá luchar contra ella? (Ap 13, 1-4),
Es una bestia herida, como parecía herida Roma en los primeros años de la guerra judía (67-70 d.C.), pero ha superado su enfermedad y mantiene todo su poder cuando escribe el autor del Apocalipsis (hacia el 95 d.C.), siendo adorada por casi todos, a pesar de que (=porque) blasfema, oponiéndose a Dios, y queriendo tomar su poder en la tierra (Ap 13, 5 ss). No es extraño que tenga miedo a los cristianos y que los persiga, pues ellos no la aceptan como Dios; ni reconocen su autoridad sagrada. La Bestia les teme y persigue (Ap 13, 7), porque no le aceptan. Sabe que su tiempo es corto, y que sólo puede mantenerse si actúa con violencia (cf. Ap 12,12; 13-5). Por eso no tiene más remedio que matar a los contrario, pues vive de su muerte (cf. Ap 13, 4). ¿Quién es? Los lectores de Dan 7 y los cristianos saben que es el Poder imperial (entonces Roma) que se absolutiza y diviniza.
‒ Segunda Bestia, el Profeta Falso (Ap 13,11-18). Parece no-violenta, porque es delicada y muestra rasgos de Cordero, pero tiene la crueldad de una mente poderosa y retorcida y la pone (se pone) al servicio de la Primera Bestia (poder político-militar), para engañar así a los hombres. Es el espíritu de la mentira, la violencia del mal pensamiento que pervierte la vida del mundo con milagros falsos y con una economía al servicio del poder.
Vi otra Bestia que surgía de la tierra: tenía dos cuernos como de Cordero pero hablaba como Dragón. Ejercía todo el poder de la primera Bestia en favor de ella, haciendo que la tierra y todos sus habitantes adorasen a la primera Bestia, aquella cuya herida mortal había sido curada. Hacía grandes prodigios, hasta el punto de hacer bajar fuego del cielo sobre la tierra a la vista de los hombres. Seducía también a los habitantes de la tierra con los prodigios que se le había otorgado realizar en favor de la primera Bestia, y los incitaba a levantar una estatua en honor de la Bestia que fue herida de espada y revivió. Se le concedió dar vida a la estatua de la bestia, de modo que incluso pudiese hablar, y se le dio poder para hacer morir a cuantos no adorasen la estatua de la bestia. Hizo también que todos, grande y pequeños, ricos y pobres, libres y esclavos llevasen grabada una marca en la mano derecha o en la frente y los incitaba a levantar una estatua en honor de la Bestia que fue herida de espada y revivió. Se le concedió dar vida a la estatua de la bestia, de modo que incluso pudiese hablar, y se le dio poder para hacer morir a cuantos no adorasen la estatua de la bestia. Hizo también que todos, grande y pequeños s, ricos y pobres, libres y esclavos llevasen grabada una marca en la mano derecha o en la frente. Y sólo quien llevaba grabado el nombre de la bestia o la cifra de su nombre podía comprar o vender... (Ap 13, 11-16).
Esta bestia es la falsa profecía y religión, la mentira del Imperio, que protege a los que sirven al sistema y que destruye a quienes lo rechazan. Aquellos que no acepten su ideología (religión de estado) no podrán llevar la marca de la Primera Bestia, de manera que estarán fuera de la ley, no podrán comprar ni vender, ni hallar refugio alguno en el imperio, sino que vivirán como desterrados sobre el mundo. Pasamos así del plano político/militar de la bestia anterior al económico/sacral, donde se expresa el conocimiento y la ciencia de la religión imperial, pues en ella quien no lleve el signo de la Bestia y no la adore quedará expulsado del mundo comercial del imperio, decir de su economía y vida social. Aquí no es Jesús quien dice a los suyos que “devuelvan su denario al Cesar” (Mc 12, 13-17 par), sino que el mismo imperio es quien expulsa de su economía a quienes no adoran su imagen.
Este era el problema de fondo de los mensajes o cartas que el profeta había dirigido a las iglesias del entorno de Asia (Ap 2-3: Éfeso, Esmirna…), sobre el tema de la prostitución y de los idolocitos, esto es, en la comida y comercio de Roma, en el que todo se compra y vende, incluso las personas, bajo el poder de un mercado de muerte (cf. Ap 18, 13). Pues bien, ese mercado está en manos de un imperio diabólico, de forma que sólo puede compartir su economía quien venda su vida a las bestias. Se vinculan política y cultura falsa, falsa religión y economía, en un contexto de muerte. Los que no acepten a las bestias serán perseguidos sin remedio, de forma que quien sea condenado al exilio irá al exilio, quien sea condenado a muere morirá (cf. 13, 10).
‒ Tercera bestia es la Prostituta (Ap 17-18), culminación de esta trinidad de muerte, con figura de mujer y aspecto de reina (Ap 17, 4), llevando en su mano la copa del comercio asesino condensado en el dinero (la sangre derramada de perseguidos y los pobres: Ap 17, 4-5). Ella es por un lado Babilonia, ciudad anti-divina, nueva Roma (que ha conquistado y quemado Jerusalén), dueña del dinero, el fatídico Mammón, Dios falso que reina sobre el mundo (Ap 17, 3.9; cf. Mt 6, 24). Por otra parte es Roma, ciudad del comercio mundial, que sacrifica a los hombres para su provecho, elevando su imperio sobre la sangre de los asesinados (en un sacrificio ofrecido al Dios dinero del imperio).
Con su lenguaje popular e intuitivo, Jesús había hablado de Mammón, Dios-Dinero en el que desembocan y culminan los restantes dioses (que no se nombran). El Apocalipsis, en cambio, convierte a ese Mammón en Prostituta y la coloca como culmen de las dos bestias anteriores. En esa línea interpreta y actualiza el mensaje y proyecto de Jesús, identificando a Mammón con la Prostituta Roma, que compra y vende todo, presentando su ley (economía) como la verdad única del mundo. Esa Prostituta es el mercado mundial donde se condensan los poderes anteriores, y por ella sabemos que, al fin, no existe más Dios ni Poder que el Capital/Mercado (Roma), donde desembocan las mercancías y males de la tierra conocida. Ella se envanece como diosa, pero sólo es una mala prostituta de los reyes de la tierra, que han ganado y gastado con ella lo que tienen, gastándose a sí mismos (cf. Ap 17,1-2; 18,3.9)[5].
̶ Tres poderes, supremacía económica. La Prostituta es la única verdad sobre la tierra y en ella culminan y se expresan plenamente los poderes anteriores. No hay al fin más Dios ni Poder que el Mercado/Mammón, centrado en Roma, donde desembocan las mercancías y riquezas de la tierra conocida. En este contexto sitúa el Apocalipsis la persecución contra los cristianos (en realidad contra los pobres), que no tiene un fundamento “metafísico” elevado (discusión abstracta sobre el verdadero Dios), sino que es resultado de una simple compra-venta. La fuerza militar de la primera bestia y el engaño ideológico de la segunda se ponen al servicio de la prostitución universal de un Capital y un Mercado al servicio de sí mismos (Ap 18, 12-13).
Según eso, Roma, a quien los “encomios” oficiales (entre los que destaca el de Elio Arístide, siglo II d.C.) llamaban diosa, Ciudad Suprema de la Paz Eterna, encarnación de la justicia divina, es en realidad un simple prostíbulo al servicio del dinero. Ha dicho “yo soy reina; no conozco viudez, ni veré tristeza alguna” (Ap 18,7), pero no es más que una prostituta que “ha bebido la sangre de los mártires, los pobres de la tierra (cf. Ap 18, 24; 19,1-2) y esa sangra clama al cielo.
Así culmina la trilogía del Dragón: el poder de violencia (Bestia 1ª), la mentira (Falso Profeta) y el Mercado/Mammón (Prostituta). Ciertamente, en un sentido, el orden social del Imperio se mantiene con un tipo de espada de justicia, como he destacado en el capítulo anterior, al referirme a Rom 13, 1-7, de manera que, en general, los cristianos de la línea de Pablo han optado por aceptar su economía Roma. Pero a los ojos del Apocalipsis, el poder de Roma se ha vuelto opresor y satánico, de forma que es necesario “salir de su campo de dominio”, como el mismo vidente dice a los cristianos: “Salid, salid de Babilonia…” (Ap 18, 4, con referencia a Jer 51, 46; Is 48, 20), un tema emparentado no sólo con Mc 13, 14, sino también con la respuesta de Jesús a sus acusadores: “devolved al César su denario”, rechazar su economía (cf. Mc 12, 17)[6].
El número de la Bestia, un signo económico.
Desde ese fondo se entiende el número seis, seis, seis, que de modo directo o indirecto evoca la economía de la Bestia, que en un sentido es un enigma, pero que, en otro, constituye un número concreto, vinculado a la economía injusta del imperio, como dice un texto ya evocado:
Hizo también que todos, grande y pequeños, ricos y pobres, libres y esclavos llevasen grabada una marca en la mano derecha o en la frente. Y sólo quien llevaba grabado el nombre de la bestia o la cifra de su nombre podía comprar o vender. Aquí se debe aplicar la sabiduría. Quien se sienta inteligente pruebe a descifrar el Número de la Bestia, que es número humano: seis, seis, seis (Ap 13, 16-18).
Este número “humano” (económico) ha hecho pensar (y sufrir) a muchos cristianos hasta el día de hoy. La identidad de la Bestia y el sentido cifrado de su número (6-6-6), inseparable de la prostituta, ha sido y sigue siendo un tema apasionante de análisis y adivinación para estudiosos, orantes y (especialmente) curiosos. Como supone el texto, en su origen, ese número debía ser (y es) bastante fácil de entender para las iglesias del Apocalipsis (cf. Ap 2-3), y su conocimiento servía para mantener el compromiso cristiano.
No era objeto de erudición abstracta, sino de experiencia cotidiana. No podía aludir a una cualidad interior, o a un pecado espiritual, pues iba asociado a la posibilidad de comprar y vender, en un ámbito económico/social. No evocaba tampoco un acontecimiento o suceso imprevisible, vinculado con la magia o las apariciones astrales, sino que pertenecía a la vida cotidiana de los hombres y mujeres, y se relacionaba con el dinero, pues aquellos que no llevaban su marca (seis-seis-seis) no podían comerciar, ni enriquecerse, ni formar parte de la sociedad dominadora de los favorecidos por el Imperio, en la línea de la Prostituta (cf. Ap 13, 17).
El sentido de ese número ha de ser sencillo y debe evocar (directa o indirectamente), el comercio de los que se aprovechan del Sistema Romano para comprar y vender y enriquecerse a costa a los pobres(en la línea de Mammón de Mt 6, 24).Ese número es pues una cifra del ídolo, es decir, de la Economía prostituida que marca con su sello a los adoradores del imperio, pues aquellos que han vendido su alma al sistema (para comprar y vender) llevan el signo idolátrico de la Bestia, la marca de Mammón, que es Satán objetivado, el Anti-Dios de un mercado donde todo se compra y se vende.
Ésta es la paradoja. Muchos investigan el número (6, 6, 6) como si fuera algo externo, con grandes adivinaciones y teorías esotéricas o magias, como si aquel que supiera descifrarlo pudiera resolver problemas superiores. Pues bien, el Apocalipsis supone lo contrario: Todos los que “compran y venden” y se enriquecen a costa de los pobres llevan el número en la mano o en la frente, como un tipo de carnet de identidad o pasaporte. Los otros, los que no pueden conseguir ese número (o no quieren llevarlo, por honradez y opción cristiana) están condenados a vivir sin derechos ni bienes.
Ese número es la marca del Dinero, el signo de Mammón (Mt 6, 24; Lc 16, 13), señal de todo lo que se puede comprar y vender, esto es, el Dinero absolutizado en manos del Imperio, la señal distintiva de aquellos que asumen como verdad el sistema del imperio. Los fieles de Jesús lo conocen y no quieren llevarlo, condenándose de esa forma al exilio o exclusión social. Éste es el número que el Falso Profeta (2ª Bestia) ofrece a sus privilegiados, la marca de la Primera Bestia, para que puedan comprar y vender, para exaltación del imperio (expulsando a los pobres y a los que se niegan a llevar la marca). En esa línea ha de entenderse el 6, 6, 6, que aparece así, al mismo tiempo, como el más alto (misterioso) y el más simple, el más vulgar de los signos de este mundo malo, propio de aquellos que se aprovechan del sistema de la Bestia, y viven a costa de los otros.
Recordemos que el imperio romano quiso presentarse como primera sociedad global, capaz de ofrecer cauces de comunicación a tribus, pueblos, lenguas y naciones, sobre el mundo entonces conocido (cf. Ap 13, 7), apareciendo de esa forma como milagro de convivencia, ámbito de paz universal. No era una nación particular, sino el Estado-imperio en el que podían integrarse todas las naciones, cada una con su propia identidad y diferencias. Ese fue su milagro, algo que antes nunca se había conseguido, de tal forma que muchos veneraron a Roma como Diosa, revelación sagrada de la historia. Por eso, su Número y signo debía indicar la Eternidad, el misterio sumo, la Ciudad Eterna, sentada en el trono de las grandes aguas, signo de Dios sobre la tierra (cf. Ap 17, 3). Pues bien, en contra de esa divinización resisten y protestan los cristianos, y se eleva el Apocalipsis, mostrando que, en realidad, Roma, con su economía, no es más que un signo de impotencia y muerte, un número y signo incapaz de ofrecer plenitud y salvación a las personas (por más que mate por ello a sus contrarios, incluidos los cristianos).
Los romanos se creían enviados por Dios (por los dioses) para fundar y expandir su “divinidad”, de forma que ellos deberían ser 7-7-7 (como los astros del cielo, como la semana sagrada, como Dios). Pues bien, en contra de eso, los cristianos saben que el número de Roma es un un simple 6-6-6, el signo de una criatura mala y en el fondo impotente, que quiere divinizarse oprimiendo a los demás, pero terminar destruyéndose a sí misma. Significativamente, este número nos sitúa ante la más profunda desmitologización de la historia religiosa de la humanidad. Precisamente allí donde podíamos esperar la revelación suprema de misterio de la vida, el Dios supremo, vemos, al fin, que sólo hay un vacío, un dinero-capital impotente, de muerte[7].
El juicio de la prostituta. Destrucción del Capital
Identidad, el mal comercio. He presentado su figura, junto a las dos bestias, y la he relacionado con aquel Mammón en quien Jesús había condensado los poderes diabólicos (Mt 6, 24). Pues bien, el Apocalipsis describe su sentido de un modo profético, cuando se prepara para hablar de su destrucción. Así la presenta uno de los ángeles que han llevado en su mano las siete copas de la ira de Dios (Ap 16), diciendo al profeta:
¡Ven! Te mostraré el juicio de la Prostituta grande, sentada sobre aguas caudalosas, con la que se prostituyeron los reyes de la tierra y se emborracharon los habitantes de la tierra con el vino de su prostitución. Me llevó en espíritu a un desierto y vi a una mujer sentada sobre una bestia color escarlata, lleno de nombres blasfemos, que tenía siete cabezas y diez cuernos. La mujer iba vestida de púrpura y escarlata, y estaba adornada de oro, piedras preciosas y perlas. En su mano tenía una copa de oro llena de abominaciones y de la impureza de su prostitución. Y escrito en su frente un nombre: ¡Misterio! Babilonia, la grande, la madre de todos los prostitutos y de todos los abominables de la tierra. Y vi a la mujer emborrándose con la sangre de los santos y la sangre de los mártires de Jesús (Ap 17, 1-6)
Esta mujer representa la sacralidad invertida, la diosa del poder hecho opresión. Allí donde los aduladores cantan su grandeza (¡es diosa!) el profeta Juan ha visto que ella es sólo una prostituta por dinero. Su signo distintivo es una copa (poterion, vaso). Normalmente, la mujer es vientre y pechos: fecundidad, ánfora de amor, manantial de leche que alimenta a los nacidos. Pero ésta mujer no es seno gozoso ni maternidad generadora sino copa de misterio embriagante y sanguinario.
– La copa pertenece a las libaciones de los cultos israelitas y paganos (cf. Sal 16, 5; 23, 5; 79, 5; 116,13-14 Is 51, 17), y Dios mismo la ofrece a los hombres, al hacerles convidados de su mesa, participantes de su regalo de vida. El evangelio ha presentado ya la copa (poterion) que Jesús regala a sus discípulos, el vino de su sangre derramada (cf. Mc 14, 23-25 par), a fin de que ellos mismos se vuelvan señal de amor unos para otros (cf. Mc 10, 39-40), y ha presentado también la copa de la mujer de la unción, la vida entregada por amor, más valioso que todo el dinero del mundo (cf. Mc 14, 3-9 par). Pero, en contra de esa copa de Jesús y de la mujer de la unción, el Apocalipsis presenta a la Prostituta como copa de abominaciones e impurezas (Ap 17, 4), que ella ofrece a sus amantes, por dinero, como signo de una economía del mercado universal de Roma, que compra y vende a los pobres y les asesina por dinero (bebiendo su sangre: Ap 17, 6).
– Y escrito en su frente: ¡Misterio! (17, 5), es decir, revelación escatológica (sabiduría “superior” y mentirosa de un conocimiento y mercado universal de muerte por dinero). La Prostituta promete a sus amantes algo que nunca puede conceder (vida inmortal), pero en realidad les mata. De esa forma, es lo contrario a Dios, una humanidad que vive del engaño, destruyendo a los demás con su anti-eucaristía. Parece diosa, expresión del culto supremo del imperio, montada sobre la bestia, como imagen falsa que todos deben adorar (aceptar, venerar) si quieren vivir (comprar y comer) en ese imperio (cf. 13, 14-18), pero es solo humanidad de muerte, misterio de opresión, dinero falso, prostitución económica universal.
Esta Mujer Prostituta es la ciudad-dinero, y cabalga sobre la Bestia escarlata llena de blasfemia (17, 3), pues no puede dominar la tierra por sí sola, sino que necesita el apoyo del Imperio militar de Roma, que había utilizado ya la Segunda Bestia o Mal Profeta, para engañar a todos con milagros falsos (perversión ideológica), y que ahora la utiliza a ella, con su economía perversa (expresada en su número de muerte: 6-6-6). Ella es la ciudad sangrienta del mercado, la Corrupción Absolutizada, que no puede perdonarse, porque es el mal en sí, de forma que debe ser destruida y superada. Por un lado ella utiliza a la Primera Bestia (Imperio), sobre la que monta, como ramera universal; por otro ella depende de las bestias, que la utilizan para dominar el mundo[8]:
‒ Está sentada sobre Grandes Aguas (Ap 17, 1), como Babilonia, ciudad originaria, sobre las corrientes primordiales (y sobre los canales del Éufrates: cf. Jer 51, 13). El ángel hermeneuta identifica después esas aguas (17, 15), que se refieren también, sin duda, a las de Roma, con los pueblos, multitudes, naciones y lenguas que forman la base y sostén de la Prostituta y su Mercado (Roma).
– Con ella se prostituyen los reyes (Ap 17, 2; cf. 6, 15; 16, 14), esto es, aquellos que desean el poder, corrompidos así por el dinero, que aparece como absoluta corrupción. Al afirmar que los reyes se prostituyen con ella, el Apocalipsis está pensando quizá en los monarcas vasallos de oriente, entre los cuales se encuentran los herodianos judíos, vendidos a Roma. Pero la expresión puede ser más amplia y referirse a todos los monarcas que aparecen como aliados/vasallos de Roma (cf. Ap 17, 18; 18, 3.9; 19, 19), prostituidos con ella.
– Con ella se embriagan aquellos que se dejan corromper por la violencia de Roma, de la que se sirven para su provecho (Ap 17, 2). Como borrachos los presenta el texto: llenos de prostitución, sedientos de sangre. No saben, no conocen, no consiguen vivir en comunión personal, son un mundo pervertido. Esta imagen de la embriaguez universal es un lugar común de la literatura gnóstica, que presenta a los hombres ebrios, dominados por el sueño del olvido. Pero la gnosis evoca más bien una ceguera individual, que se supera por una iluminación interior. El Apocalipsis, en cambio, habla de una embriaguez social, vinculada a la injusticia económica, con el asesinato de los justos.
– Está borracha de la sangre de los santos y mártires de Jesús... (Ap 17, 6a), es como un lagar donde la uva prensada se hace sangre (14, 15-17). Esta es la verdad final (es decir, la última mentira) de la Ciudad/Prostituta universal que engaña a todos con dinero falso y vive de la sangre de los pueblos. Por ella vemos que Roma ha construido y mantiene su poder sobre una base de antropofagia ritual, pues se alimenta de la sangre de sus sometidos, que se expresa de un modo especial (pero no exclusivo) en la persecución de los cristianos que aparece así como punta de iceberg de un sistema universal de muerte.
Esta no es una imagen de erotismo sexual, pues el signo de la prostitución (masculina y femenina) se aplica aquí (con la tradición del Antiguo Testamento) a la idolatría y, en especial, a las relaciones sociales de violencia, centradas en la opresión económica y en la imposición social (asesinato), en contra de las bodas finales del cordero (Ap 21-22). En ese sentido podemos afirmar que la ciudad-mercado, sede de la Gran Bestia, es el misterio invertido, Babilonia la grande, encarnación económico/social de perversión (economía que oprime y mata a los pobres).
Caída de Roma, economía que se destruye a sí misma. A esta Prostituta se le puede llamar Madre en el sentido patológico del término: (a) Es Madre de los Prostitutos (17, 5) que utilizan la violencia como forma de dominio (al estilo de los reyes de 17, 2). (b) Es Madre de los Abominables (17, 5), que derraman la sangre de inocentes, oprimiendo a los pobres y comprando-vendiendo todo por dinero. El Apocalipsis interpreta así la historia del poder/economía, que culmina en Roma, como festín de antropofagia, pues la Ciudad/Mercado cabalga sobre la Bestia y bebe la sangre de los mártires (de los asesinados). En su prostitución, que es pecado primigenio, culminan todas las sangres (cf. Ap 18, 24), desde el “justo” Abel (cf. Gen 4) hasta Jesucristo (cf. Mt 23, 34-36).
Pues bien, en este contexto, por una sorprendente asociación e inversión de ideas, en contra de lo que podíamos esperar, pero con una lógica impecable, el Apocalipsis descubre que la destrucción de la prostituta no es obra de Dios (que es creador, no destructor: Sab 11, 24-26), sino de sus mismos amantes (reyes, poder militar), que al fin se elevan y la matan.
Las aguas que has visto, sobre las que está sentada la prostituta, son pueblos, muchedumbres, razas y lenguas. Pero los diez cuernos que has visto, y la misma Bestia, despreciarán a la prostituta, la harán desierto, la dejarán desnuda, comerán sus carnes y la convertirán en pasto de las llamas. Porque Dios les ha inspirado para que cumplan su consejo (gnome): para que tengan un único consejo y entreguen su reino a la Bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios. Y la mujer que has visto es la gran ciudad, que domina sobre los reyes de la tierra (Ap 17, 13-18).
La Prostituta/Mammón domina sobre los reyes de la tierra, que la utilizan, y, sin embargo, en un estallido de ferocidad, esos mismos reyes se alzan contra ella, y así, de un modo atroz (¡cumpliendo un Consejo divino!), la destruyen y la comen. Estas palabras, de un hondo sentido simbólico, expresan una de las claves de interpretación más honda de la historia: El Gran Capital (Mammón/Prostituta) entra en crisis, de forma que será destruido por los mismos a quienes ha encumbrado[9].
Esta destrucción de la ciudad-capital perversa no es obra de Dios sino de los poderes satánicos que odian y su madre prostituta. Antes de luchar contra el Cordero, instruidos por un tipo de gnome o consejo sagrado (que parece venir de Dios y les engaña), los reyes vasallos y la Bestia imperial se elevan contra la prostituta, para devorarla y quemarla, como si Dios mismo guiara la historia dejando que los poderes sometidos destruyan a la prostituta, en un “crescendo” de mal que culmina en su misma destrucción. Pues bien, en esa línea, en un momento dado, en medio de una gran locura, la Primera Bestia (poder militar), unida a sus reyes, en gesto de inmensa perversión, desde su propio submundo de violencia y muerte, se eleva contra la Ciudad que él mismo había prostituido para destruirla.
Todos (emperadores, pueblos sometidos, reyes) la han utilizado. Pero ahora se vinculan mia gnômê, en un mismo consejo o decisión, en la última guerra civil, de manera que el mismo emperador (Primera Bestia) se eleva en contra de ella y la destruye. Ésta es la revancha de los sometidos (que se unen a la Bestia con sus reyes) para destruir a la ciudad mercado que parece dominarles). Es la guerra universal de la Bestia y sus vasallos, que han prostituido a laciudad perversa del dinero, para al fin sentirse engañados por ella, de manera que deciden destruirla (destruir su propia obra satánica, la ciudad del Mercado).
Según eso, la “trinidad satánica” (dos bestias, una prostituta) se hallaba edificada sobre bases de engaño y violencia que al final estalla, de manera que la Ciudad/Mercado de la que dependían las dos bestias aparece al fin como ciudad odiada, chivo expiatorio de un mundo pervertido. Todos la habían utilizado, diciendo que la amaban, pero en el fondo la odiaban, y así al final se elevan contra ella, en talión de revancha. La periferia (diez Reyes) se alía con el centro pervertido (Bestia militar) para destruir a la mujer/economía, utilizada y odiada. Todos la prostituyeron, pues la necesitaban. Todos la matan después, al descubrir que ella les utiliza y engaña Ésta es la hora de la verdad invertida, el desenlace de un capital que se destruye a sí mismo. Sólo al llegar aquí se dice expresamente que la Mujer es la Ciudad grande, la Geo-polis elevada sobre los reyes de la tierra (17, 18).
El Apocalipsis descubre y proclama de esta forma una verdad que suele pasar casi siempre inadvertida: El juicio final (la caída) de la gran ciudad no viene de fuera, sino del mismo interior de su dominio, de forma que no la destruyen sus enemigos, sino sus amigos, la Bestia y los Reyes, aquellos que querían cuidarla, edificarla como Torre de Babel, refugio de plena seguridad. Pero no han logrado someterla, de manera que el amor se les vuelve aversión, y de esa forma se empeñan en borrar su pasado, destruyendo a su misma falsa madre, mujer/prostituta, Babilonia (Ap 17, 5). Para enfrentarse al fin contra el Cordero, la Bestia y los Reyes destruyen a su madre Prostituta (gran mercado), y al fin terminan así matándose a sí mismos. Historia y mito se vinculan de esa forma en este relato escalofriante de guerra civil y deicidio. Este gesto parece nuevo, y sin embargo viene de antiguo, desde el Enuma Elish donde Marduk, rey de Babel, mata a su madre Tiamat, para alzar la gran ciudad (¡Babel!):
– Bestia y Reyes odiarán a la Prostituta, y lo harán precisamente porque la han utilizado (no amado), la han necesitado, pero al fin se avergüenzan de su necesidad. De ella han nacido (es madre), pero no pueden amarla porque es prostituta (cf. Ez 23, 25-29), y por eso la matan, odiándose a sí mismos al hacerlo. Esta es la perversión del poder sin amor, mercado sin diálogo, Capital sin vida humana.
– La desertizan y desnudan. Era lugar de encuentro de pueblos, lenguas, naciones (17, 15); pero todos se van, huyendo de ella, y así la dejan sola, prostituta vieja, abandonada, despreciada, un desierto (êrêmômenê), sin que nadie quiera o pueda defenderla, pagandor sus favores. Así la ha visto el profeta, en yerma soledad eterna (Ap 17, 3), añadiendo que tras desertizarla la dejan desnuda (gymnê). Eran imponentes sus vestidos y adornos: púrpura, escarlata, oro y diamantes... (cf. 17, 4). Ahora es carne vieja, ante todos los curiosos que se burlan, al verla deshonrada, en desnudez de humillación (cf. Os 2, 5; Ez 16, 39; 23, 39).
– La comerán (fagontai kai autên). El Apocalipsis nos lleva así al motivo del sacrificio originario, repetido en los mitos más fuertes, en los más tensos relatos de las grandes creaciones culturales, en las cuales (como dicen S. Freud o R. Girard), al principio de la memoria humana se habría dado un banquete de antropofagia que marcó la historia posterior. De esa forma, Bestia y Reyes matan y comen a su Madre prostituta. Conforme al talión del ángel de las aguas (cf. 16, 5-7), se podría decir: Ha bebido la sangre de los mártires de Cristo en copa de oro; por eso es justo que Bestias y reyes devoren su sangre[10].
– Y la quemarán al fuego. La visión de la ciudad que arde, fuego que asciende con humo hacia el cielo, estará en el centro de las lamentaciones que siguen (cf. 18, 8-10). Ésta es una imagen común, vinculada al incendio y destrucción escatológica de Jerusalén (cf. 2 Rey 25, 8-12) y del mundo entero, destruido al fin por fuego (cf. 2 Ped 3, 10), y también al gesto de quemar la carne de los animales destinados al sacrificio (cf. Lev 16, 27). Estamos en el centro de un rito destructor de antropofagia (¡el sacrificio originario!) en que Reyes y Bestia empiezan comiendo las carnes palpitantes de la prostituta, para quemar después al fuego lo que queda de ella[11].
El profeta Juan ha reconstruido así el Gran Pecado, en claves de rica ambigüedad. Por un lado, la muerte (asesinato, antropofagia) de la Prostituta es un gesto de justicia divina (de un talión escatológico). Pero, al mismo tiempo, es la culminación del pecado humano. Reyes y Bestia la matan, comen y queman, para así aparecer como mal en estado puro, en contra del Cordero[12].
Memorial del llanto. El fin del mercado (18, 9-19)
El lamento por la caída de Roma/Babilonia se funda en una larga tradición profética (cf. Is 13-23; Jer 46-51; Ez 25-32), que eleva una elegía invertida de gozo, por la caída de las ciudades opresoras, como Nínive y Babilonia, y sobre todo Tiro, ciudad del comercio mundial de su tiempo. Ap 18, 1‒19, 10 retoma y recrea con extensión ese motivo antiguo del que aquí sólo recojo y comento el lamento central de reyes, comerciantes y marinos:
‒ Llorarán y se lamentarán por ella los reyes (Ap 18, 9-10, los que con ella cometieron adulterio y compartieron sus placeres, cuando vean la humareda de su incendio. A distancia, estremecidos de espanto ante el desastre de la ciudad destruyéndose exclaman: ¡Ay, ay, la gran ciudad, Babilonia, ciudad poderosa! ¡Porque en una hora ha llegado tu condena!).
‒ Por ella lloran y gimen también los comerciantes(Ap 18, 11-17a), porque nadie les compra el oro y plata… Los que comerciaban antes ricos, se mantendrán ahora a distancia, estremecidos de espanto por el desastre de la ciudad, llorando y lamentándose, exclamando:¡Ay, ay, la gran ciudad, que vestías de lino, púrpura y escarlata que te adornabas con oro, piedras preciosas y perlas! En una hora se ha perdido tanta riqueza!
‒ Y también los pilotos, los navegantes de altura, los marineros (18, 17b-19)y cuantos se afanan sobre el mar, se plantaron a lo lejos y exclamaban viendo la humareda del incendio: Quién como esta ciudad grande? Y echándose polvo sobre sus cabezas, se lamentarán: ¡Ay, ay, la gran ciudad! Con tu opulencia se enriquecieron cuantos surcaban el mar con sus navíos. ¡En una hora ha quedado devastada!
Todos lloran, repitiendo el lamento ritual: ¡Ay, ay, la gran ciudad! (18, 10.16.19), evocando en su dolor la injusticia de su economía, de la que se habían aprovechado. Todos miran el incendio desde su poder (reyes), su riqueza (comerciantes) y sus ganancias (marinos). Éste es el lamento por la ruina del mercado injusto del que ellos vivían, una ruina que será fuente de gozo y abundancia para los auténticos creyentes (cf. Ap 18, 20‒19, 10, con Ap 21-22).
‒ Lamento de reyes (18, 9-10). Ellos mismos la habían prostituido (bebiendo la sangre criminal de sus violencias, compartiendo su riqueza; cf. 18, 3) y luego la han matado; fatalmente ahora la lloran, dentro del círculo de muere del dinero, en la línea de una violencia que se destruye a sí mismo. Por eso no lloran como inocentes, ni como víctimas, sino como culpables. Las Bestias orgullosas (cf. 13, 5) no lloran, como si no tuvieran corazón los reyes sí lo hacen.
Primero la han matado, después de haberla utilizando, pensando que ella es como un dique que se opone a su pasión de violencia infinita; la han asesinado y devorado en desmesura criminal (cf. 17, 15-18). Pero después la lloran, como llora el “protector” por la mujer la que ha prostituido, como llora el asesino por su víctima. Real fue el primer gesto (asesinato); real ha sido también el segundo (llanto), pero sin consecuencias, pues ellos no pueden divinizar ni “resucitar” a la prostituta, como cuentan algunos mitos[13].
Allí donde el falso amor se vincula al deseo de poder, la vida (¡la religión!) se convierte en llanto sin fin y sin remedio, como deseo impotente de tapar y negar el asesinato, como dice Jesús cuando acusa a los falsos devotos que primero matan a los profetas y después edifican tumbas en su honor: Mt 23, 16). Pero el Ap sabe que esta víctima es la última, pues los humanos han llegado al límite de las destrucciones, ya no pueden seguir matando. Frente al paroxismo de la violencia inútil (estos reyes lloran para nada, en llanto estéril que no puede crear vida ninguna) presentará el Apocalipsis el más alto misterio de Cristo.
‒ Llanto de comerciantes (18, 11-17).El Apocalipsis no ha contado en este lugar el llanto de los agricultores que labran su campo, viviendo del producto del propio trabajo, pues no vive ya en el horizonte rural de las parábolas del Cristo galileo, cercano a los pastores, sembradores de trigo o pescadores del lago. Juan escribe desde las ciudades del imperio, en las zonas más ricas de Asia, donde el dinero de los pobres está en manos de unos ricos comerciantes, a quienes aquí condena por su lujo hecho lujuria, que se eleva sobre el sufrimiento de esos pobres.
Este Juan no es un puro iconoclasta, un destructor de todo lo que suene a lujo, sino todo lo contrario, pues libro está lleno de imágenes de gran belleza: brillan el oro y las piedras preciosas, se escucha el canto de los enamorados, las bodas alegres, con ropas hermosas y ciudad brillante... Él se encuentra a gusto en un ambiente refinado de armonía y esplendor, pero siempre en un contexto de justicia. Precisamente por eso combate el lujo injusto con furia profética: ¡no quiere abandonar la riqueza en manos de unos pocos, convertida en signo de opresión, en tráfico de sangre!
Por eso condena la maldad de una economía imperial al servicio del lujo y sangre de la ciudad prostituida. No condena un comercio humano al servicio de los pobres, ni rechaza la riqueza de los panes y peces compartidos del mensaje de Jesús (cf. Mc 6, 30-44 par). Él no iría en contra de un mercado solidario, para compartir lo producido, actuando así como medio (espacio) de encuentro entre los hombres, empezando por los pobres. Pero condena este comercio de muerte, entendido como cueva de bandidos de la Prostituta (para utilizar el signo de Jesús en Mc 11, 17)[14].
En ese contexto se entiende el llanto de los comerciantes que, con la caída de Roma, han perdido sus mercados, de forma que ya nadie comprará su lujo, ni aumentará su dinero. Esos comerciantes han sido servidores de injusticia, de manera que al fin sólo les queda el llanto por las mercancías que no pueden vender, especialmente cuerpos y almas humanas (Ap 18,11-13):
Objetos preciosos: oro, plata,piedras ricas, perlas.
Tejidos caros: lino, púrpura, seda, escarlata.
Materiales: sándalo, marfil, maderas, bronce, hierro, mármol.
Especias: canela, clavo, perfumes, ungüentos e incienso
Alimentos: vino, aceite, flor de harina y trigo.
Animales: ganado mayor, ovejas, caballos y carros.
Personas: cuerpos (=esclavos) y almas humanas
Esta lista comercial del mercado de Roma sólo cita algunas “mercancías” más significativos (omite los templos y estatuas de dioses), para así mostrar que, al fin y al fondo, Roma es un mercado que empieza con el oro y plata (esto es, con el dinero) y acaba con el tráfico de personas (cuerpos y almas humanas). Todo se compra y vende en su mercado, en especial las personas, de manera que la gloria imperial de Roma termina reduciéndose a un mercado universal sin más religión ni patria que el dinero, al servicio de los ricos comerciantes, dueños del oro y los esclavos que se venden en la plaza, al lado de los carros, ovejas y/o caballos. Nadie había condenado de esta forma (con esta sobriedad y dureza) el comercio de esclavos (mujeres, niños…), que viene al final de la lista de las mercancías, convirtiendo a Roma en una trata de vidas humanas al servicio del dinero.
̶ Llanto de marinos (Ap 18, 17b-19), con referencia a la elegía de Tiro (Ez 28, 12-19). Tras los reyes y comerciantes vienen los marinos, portadores de la mercancía Su presencia parece inspirada en la Elegía de Tiro (Ez 27-28), que el Apocalipsis recrea desde su perspectiva. Tiro había sido la ciudad del comercio y riqueza de Oriente, asentada en las aguas, elevada sobre la roca de su inmenso capital con la ayuda de sus naves, la ciudad-dinero, un emporio universal antidivino, compendio y signo de toda idolatría:
Tú (príncipe de Tiro) eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabada hermosura. En Edén, en el huerto de Dios, estuviste. De toda piedra preciosa era tu vestidura: de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro. ¡Los primores de tus atabales y flautas eran para ti en el día de tu creación! Yo te puso como querubín ungido, protector, en el santo monte de Dios. Allí estuviste, y en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día en que fuiste creado hasta que se halló en ti maldad.
A causa de tu intenso trato comercial, te llenaste de iniquidad y pecaste, por lo cual yo te eché del monte de Dios y te arrojé de entre las piedras de fuego, a ti que eras querubín protector. Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra, y delante de los reyes te pondré por espectáculo. Con tus maldades y la iniquidad de tus tratos comerciales profanaste tu santuario; por eso, yo saqué fuego de en medio de ti, y te consumió, y te puse en ceniza sobre la tierra ante los ojos de todos… y serás causa de espanto… (cf. Ez 28, 12-19).
Esta lamentación por la caída del príncipe (=ciudad) de Tiro comienza con un canto a su grandeza y belleza sobrehumana. La capital marina de oriente aparecía ante el profeta como signo de perfección y hermosura, revelación de Dios sobre la tierra, y así la presenta como ejemplo del hombre primigenio y perfecto, que habitaba en el paraíso (como Adán en Gen 2-3). La misma ciudad era en fondo el paraíso, en una tierra de gloria, entre el mar de occidente y la inmensidad de oriente, vestida de piedras preciosas, con perlas y con oro, como en el Edén de los tiempos.
El príncipe/ciudad era un querubín de Dios, su signo y santuario sobre el mundo, Capital sagrada del dinero, montaña sobre el mar abierto a todo el mundo, revelación mesiánica de Dios, con rasgos mitológicos e históricos. Tiro, emporio de sabiduría y de riqueza, aparece así como templo y sede Dios, en formas económico-políticas, como humanidad originaria, sin pecado ni defecto… Pero como Adán-Eva pecaron, comiendo del árbol del conocimiento del bien/mal y recibiendo en castigo la muerte, así Tiro pecó, precisamente por orgullo y prepotencia de dinero, soberbia anti-divina (quiso hacerse Dios) y opresión humana (su riqueza al servicio de la injusticia, de la opresión y de la muerte). Por eso dice Ezequiel que Dios la expulsó de la montaña, destruyendo la ciudad y quemando a sus habitantes. Pues bien, en esa línea ha interpretado el Apocalipsis la caída de Roma, con el lamento de comerciantes y marinos, retomando el motivo central de la soberbia y la injusticia del dinero, que acaba destruyéndose a sí mismo.
En esa línea sitúa el Apocalipsis a Roma, montada también sobre las grandes aguas de los pueblos (cf. 17, 1.15). Y de esa forma lloran por su ruina los marinos, que tenían como oficio llevar la mercancía a la metrópoli del mundo, como los comerciantes y marinos antiguos lloraron la de Tiro (cf. Ez 27, 28-36). El llanto de los marinos formaba una parte esencial de la elegía por Tiro, reina de los mares, a cuyo servicio habían trabajado, haciéndose hizo ricos. Por eso, Juan Profeta, autor del Apocalipsis, exilado en la isla rocosa de Patmos, dirigiendo en espíritu sus ojos hacia Roma, ciudad prostituta, a la que matan, devoran y queman sus antiguos amantes (las dos bestias, los diez reyes) retoma ese mismo motivo del gran llanto de comerciantes y marinos.
De esa forma se completa la elegía de los reyes (primero la han matado y después lloran), con la de estos comerciantes y marinos, que formaban el tejido político-económico de la gran ciudad. Juan proclama de esa forma su palabra contra la ciudad prostituida, no sólo como creyente, sino como hombre justo, en la línea de Ezequiel. A su juicio, la persecución contra los cristianos es sólo un momento (un signo particular) de la opresión general de Roma, ciudad-mercado, que oprime a los pobres (lo mismo que oprimía Tiro, reina del mar, a los pueblos/mercados del Mediterráneo).
Roma aparece en este contexto como “nueva Tiro”, ciudad del comercio y del dinero, donde todo se compra y vende en gesto de prostitución universal, empezando por el oro, pasando por tejidos, materiales ricos, especias y alimentos caros, hasta llegar a los animales y a los hombres. Dentro de aquel mundo de soldados e ideólogos, al servicio de un fuerte y durísimo mercado, los hombres sólo tenían sentido y “valían” como un objeto más de su mercado.
Roma quería presentarse como Ciudad Santa de la Paz Eterna, encarnación de la justicia de Dios (como Tiro, en Ez 28: Querubín de Dios, ciudad sagrada de sabiduría), pero sólo es un burdel al servicio del dinero. Ha querido proclamarse Diosa: “Yo soy reina; no conozco viudez, ni veré tristeza alguna” (Ap 18,7). Se ha embriagado de su gloria..., ha bebido la sangre de los mártires, los pobres de la tierra (cf. Ap 18, 24; 19,1-2), y esa sangra clama al cielo porque en ella ha culminado el poder del Dragón sobre la tierra (cf. Ap 12-13). (a) Satánica es la violencia militar (Primer Bestia), como poder que se diviniza y exige adoración: “¿Quién podrá compararse con la Bestia y ofrecerle resistencia?” (Ap 13,4). (b) Satánica la violencia ideológica, inteligencia al servicio de la Bestia. (c) Satánica es finalmente la ciudad-mercado de la prostituta.
NOTAS
[1] He presentado el tema en Apocalipsis, Verbo Divino, Estella 2005.
[2] En ese fondo, sigue pendiente el tema de la carne de animales, que hemos planteado en este libro (cap. 3) al tratar de la dieta vegetariana antigua, con la aceptación posterior de la carne de animales, vinculada a los sacrificios (Gen 8-9), al final del diluvio (¡con tal de que no se coma/beba la sangre!).
[3] He reflexionado sobre el tema en Apocalipsis, Verbo Divino, Estella 2005, destacado el carácter ritual y económico de los idolocitos. Cf. también C.Hemer,The Letters to the Seven Churches of Asia in Their Local Setting, Zondervan, Grand Rapids 2001; P. D. Gooch, Dangerous Food: 1 Corinthians 8- 10 in Its Context, Laurier UP. Waterloo ON 1993; W. L. Willis, Idol Meat in Corinth: The Pauline Argument in 1 Corinthians 8 and 10, Scholars, Chico CA 1985.
[4] Parece que en el momento en que escribe el libro (en torno al 95 d.C.) no habían surgido aún persecuciones generales contra los cristianos, pero la misma estructura económica y religiosa de Roma (simbolizada por la carne sacrificial) iba en contra de la experiencia cristiana, que se expresa en una economía (comida) compartida, sin opresión ni injusticia. El Apocalipsis no quiso luchar contra Roma con armas (como los celotas de la guerra del 57-73 d.C.), sino rechazar su economía, actuando así como “insumisos” generales en contra del Imperio, a diferencia de la escuela de Pablo que había tema optado por la inserción del cristianismo en unas estructuras imperiales concebidas como neutras e incluso como buenas en, en un plano de orden público (cf. Rom 13, 1-7). Según el Apocalipsis el ídolo más peligroso no es una estatua o templo pagano, sino el orden económico/militar de Roma, como seguiré indicando.
[5] En esta línea, el Apocalipsis aparece como una “revelación” político-económica. Ciertamente, no ofrece el único testimonio de Jesús, pero nos permite interpretar la injusticia de un tipo de política, ideología y economía que condena a muerte a los pobres, y a los defensores de los pobres (y más en concreto a los cristianos verdaderos). En esa línea, el Apocalipsis es un libro cristiano, del Canon del NT, pero, al mismo tiempo, precisamente por serlo, es un libro “universal”, en la línea del Magníficat de la Madre de Jesús (Lc 1, 46-54), una revelación de la historia de muerte del dinero prostituido.
[6] El Dragón ha empezado expresándose por la Primera Bestia (Violencia militar), pero al final se ha “encarnado” en la Ciudad-Mercado de Mammón, donde los hombres no son ya personas de Dios en libertad, sino simple mercancía. Ciertamente, en un sentido, la Prostituta es la ciudad/imperio (Babilonia, es Roma), pero ella es, al mismo tiempo, más que una ciudad, ella es Mammón, el dinero divinizado. Los tres momentos de la trilogía satánica (Bestia, Falso Profeta y Cortesana) son rasgos de una misma realidad social y sagrada que tiende a encarnarse en Roma, ciudad y sistema donde se condensa la opresión del mundo, como he destacado en Apocalipsis, Verbo Divino, Estella 2005.
[7] Además de comentarios al Apocalipsis, entre los trabajos ya antiguos sobre el tema, cf. W. G. Baines, The Number of the Beast in Rev 13, 18, HeythJ 16 (1975)195-196; B. Newmann, Die Zahl 666, Telos, Bad Liebenzell 1977; L. Van Hartingsveld, Die Zahl des Tieres, die Zahl eines Menchen. Ap 13, 18, en Misc. Neotest. II, Leiden 1978, 191-201… Muchos han querido resolver el tema de forma muy erudita, pero pienso que, en principio, la aplicación es más sencilla, y ha de ir en la línea de la negación del carácter divino del emperador (y del imperio, con su dinero), de manera que la identidad más concreta (666, 6-6-6), aplicado al nombre de algún emperador, resulta secundaria. Ciertamente, en un plano, ese número está relacionado con la lista de reyes (emperadores) de Roma, conforme al Dan 7, 25-27, reelaborado por Ap 17, 11-14. En esa línea es un número que puede calcularse siguiendo modelos de gematría, utilizados por judíos y helenistas, pues cada número significa una letra y viceversa, de manera que el conjunto puede descifrarse como código cifrado. Las combinaciones y lecturas propuestas desde antiguo (en hebreo-arameo, griego o latín) son variadas y no concordantes. Las más significativas son: Titán Latino, Nerón Cesar, Cayo (=Calígula) César... Pero ninguna ha logrado convencer a todos los exegetas, lo que significa que el secreto se ha perdido… o que no había tal secreto, pues se dejaba a cada uno buscar aplicaciones, sabiendo todos que seis.seis.seis es la expresión y anuncio de la caída de un imperio/economía que se alza contra Dios y se destruye. Por eso es preferible entender los números en sentido simbólico. El cuatro es número de plenitud (vivientes, vientos, elementos: Ap 4, 8; 7, 1; 20, 28); el Siete es número de Dios y de revelación escatológica (espíritus, candelabros, astros). El tres y medio (mitad de siete) es el tiempo de prueba con sus equivalentes (42 meses, 1260 días), en la línea de las revelaciones de Dan 7-11. El número del imperio perverso (que parece divino, pero tiene pies de barro, manchados de sangre: cf. Dan 2) es un seis repetido, que nunca llega a Siete, ni puede alcanzar la plenitud de Dios.
[8] Así lo ha visto el Papa Francisco, al decir que la corrupción es imperdonable; cf. B. Pérez Andreo, La corrupción no se perdona, Madrid 2015. Sobre el signo de la mujer como copa de vida y de muerte, cf. R. Eisler, El Cáliz y la Espada. Nuestra historia, nuestro futuro, Cuatro Vientos, Santiago 1995. Esta prostituta-babilonia no es directamente un poder político o religioso, sino más bien económico; cf. T. R. Edgar, Babylon: ecclesiastical, politicalor what?, JETS 25 (1982) 333- 341; C.H Dyer, The Identity of Babylonin Revelation 17-18, BS 144-145 (1987).
[9] He comenado el asesinato de la prostituta en Apocalipsis. Cf. C. Keller, Apocalypse Now and Then: A Feminist Guide to the End of the World, Beacon, Boston 1996; God and Power: Counter-Apocalyptic Journeys, Fortress, Minneapolis 2005; W. C. Van Unnik, "Mia Gnome". Ap. of John 17, 13-17, en Mélanges J.N. Sevenster, Leiden 1970, 209-220
[10] He fundado este motivo en Hombre y mujer en las religiones, Verbo Divino, Estella 1996 (cf. 87-102), destacando su sentido en El Señor de los Ejércitos, PPC 1997. Cf. también Antropología bíblica,Sígueme, Salamanca 2005 y Teodicea, Sígueme, Salamanca 2013. Pienso que en general se ha estudiado poco este motivo, que nos sitúa ante el misterio (destino) del mal que se destruye a sí mismo (por permiso, no por intervención directa de Dios creador). En esa línea puede y debe reinterpretarse el fondo mítico/religioso de la Biblia, destacado por H. Gunkel, Schöpfung Und Chaos In Urzeit Und Endzeit: Eine Religionsgeschichtliche Untersuchung Über Gen 1 und Ap Joh 12 (1985). En un plano convergente, cf. A. Primavesi, Del Apocalipsis al Génesis: ecología, feminismo, cristianismo, Herder, Barcelona 1995
[11] Éste es el anti-sacrificio, el desenlace fatídico de una historia hecha de sangre, con sacrificios humanos y animales, como hemos venido destacando desde el relato de Abel y diluvio universal (cap 3). Este motivo está en el fondo del mito de Marduk y Tiamat, pero sólo el Apocalipsis lo ha formulado de un modo consecuente, como destrucción de la Prostituta (¡madre de los prostitutos y los abominables! Ap 17, 5), que en el fondo es el mismo Mammón de Mt 6, 24.
[12] No ha tenido que elevarse Dios, no ha luchado el Cristo. Los mismos poderes del mal, entendidos en forma masculina (Bestia, Reyes), han destruido a la Mujer-Ciudad. Estrictamente hablando, el Apocalipsis podía haber terminado aquí (y lo mismo este libro). Pero siguen algunas preguntas abiertas: ¿Qué queda del mundo después de haber matado, comido y quemado a la Ciudad del gran Comercio y el Dinero? ¿Qué pueden hacer los humanos cuando falte Roma, con la economía de la prostituta? Tras la destrucción de la Prostituta (Ap 17, 9-11) se podría esperar que llegue pronto el final de las bestias y del mundo pervertido, pero todavía queda un tiempo, como seguiremos viendo, para entender así mejor lo que ha pasado.
[13] He desarrollado el tema en Antropología bíblica, Salamanca 2005, siguiendo en parte la teoría antropológica de R. Girard, La violencia de lo sagrado, Barcelona 1983, donde se afirma que un tipo de religión proviene de la divinización simbólica de aquel a quien hemos asesinado. Cf. también Antropología de R. Girard, en J. S. Lucas, Nuevas antropología del siglo XX, Sígueme, Salamanca 1994 y en El Señor de los Ejércitos, PPC, Madrid 1997, 197-228.
[14] Los comerciantes que Juan condena son promotores de un mercado de muerte. No eran signo de una riqueza buena, del gozo compartido de la vida, sino portadores de un capital con/por la Prostituta a base de injusticias (18, 15). Por eso, lo que Juan condena al condenarles no es la riqueza en general, ni el dinero como medio de comunicación, sino la prostitución organizada al servicio del capital homicida del imperio (primera bestia) y del “mal profeta” (segunda bestia). En la línea de los grandes “profetas” del AT (de Ezequiel a Daniel, de Isaías a Zacarías), el Apocalipsis identifica a las bestias destructoras, enemigas del pueblo de Dios (cf. Dan 7) con el capital perverso. Él ha sido quizá el primero que ha descubierto y formulado en occidente la relación entre las dos primeras bestias (poder político/militar e ideológico), y la prostituta (que es el dinero divinizado), anunciando su destrucción.