Desafíos del Ecologismo: Comillas (Como una mujer sobre el abismo, X. Pikaza)

Mañana, 4.11.14, en la Universidad de Comillas (Icai-Icade, A. Aguilera 25, Madrid), a las siete de la tarde, X. Pikaza impartirá la primera conferencia del ciclo Desafíos del Ecologismo Actual.

Cf. file/Users/Equipo/Downloads/D%C3%ADptico%20Ciclo%20de%20Conferencias%20Nov%20%202014%20(2).pdf

Este ciclo consta de cuatro conferencias los martes por la tarde y una especial un jueves por la mañana. Como una mujer (humanidad) sobre el abismo (imagen), así quiere titular X. Pikaza la primera conferencia del ciclo (cuyo texto se resume en esta postal). En ella presentará el tema desde una perspectiva cultural e histórica, destacando cómo se ha percibido en las diversas culturas la implicación del hombre con el mundo. Así está la humanidad, colgada sobre el abismo de su poder creador, pero abierta al "cielo" de la vida.



4 de noviembre:
El desafío ecológico. Historia y actualidad.
Saludo del Vicerrector de Investigación e Internacionalización de la Universidad Pontificia Comillas, Pedro Linares Llamas.
Ponente: Xabier Pikaza Ibarrondo (Teólogo y escritor) .
Discussant: Pedro Fernández Castelao (F. Teología, U.P. Comillas).

6 de Noviembre
The social component in the adaptation to climate change.
Ponente: Pedro Walpole, S.J., Director de investigación del Institute of Environmental Science for Social Change de Filipinas. (11 de la mañana)

11 de noviembre.-
Energía y sostenibilidad económica.
Ponente: José Ignacio Pérez Arriaga (ICAI, U.P. Comillas y M.I.T.).
Discussant: Mario Castro Ponce (ICAI, U.P. Comillas).

18 de noviembre.-
Tecnologías energéticas e impacto ecológico.
Ponentes: Yolanda Moratilla Soria (ICAI, U.P. Comillas) y José María Martínez Val (E.T.S.I. Industriales, UPM)

25 de noviembre.-
Ecologismo y religión.
Ponente: Jordi Giró Paris (Institut International Jacques Maritain).
Discussant: Jaime Tatay Nieto (F. Teología, U.P. Comillas).

Introducción al tema del Prof. Pikaza

EL DESAFÍO ECOLÓGICO. HISTORIA Y ACTUALIDAD. 1ª PARTE
XABIER PIKAZA
Icai-Icade, Comillas Madrid. 4 XI 2014


Contexto

Mi primer encuentro científico con la ecología tuvo lugar en unas jornadas de la Cátedra Herrera Oria, que dirigí con M. Teresa Aubach, del 9 al 12 de abril de 1984, en la Universidad Pontificia de Salamanca, con el título de Ecología y humanismo. Intervino, entre otros, como figura destacada, el mayor especialista hispano en la materia, Ramón Margalef, de la Universidad de Barcelona, a quien acompañé durante dos días, en los que conversamos de un modo intenso y extenso, formal e informal, en aula, mesa y automóvil, sobre la vida de los mares y sobre el equilibrio animal y vegetal de la llorada laguna de Antela, en Orense, destruida ya entonces, que el joven Margalef había estudiado para su tesis doctoral, recorriendo en bicicleta aquellos bellísimos lugares. Publicamos después los textos del congreso con el título El Desafío Ecológico. Ecología y humanismo .

(Cf. X. Pikaza, R. Margalef, J. M. Gómez y J. L. Ruiz de la Peña, "El desafío ecológico". Ecología y humanismo, Universidad Pontificia, Salamanca 1985. Ramón Margalef López nació en Barcelona (1919-2004), fue investigador del CSIC y Catedrático de Ecología de la Universidad de Barcelona (1967-1986). Fue el primer catedrático de la materia en Barcelona, un autoridad máxima en el campo de la ecología, no sólo en el ámbito hispano sino en todo el mundo. Cf. http://es.wikipedia.org/wiki/Ram%C3%B3n_Margalef)).


Un tema abierto

La ecología nos sitúa ante un desafío nuevo, exacerbado hasta el paroxismo por la triple amenaza de la bomba atómica, biológica y social, que pueden destruir la misma vida humana. Pero, al mismo tiempo, es un desafío muy antiguo, como de forma profética había descubierto y expresado ya la Biblia en su introducción (Gen 1-8). Así lo mostraré en las dos partes de esta conferencia: Una plantea el tema histórico/cultural del riesgo ecológico partiendo del Libro de Occidente (la Biblia judeo-cristiana); la segunda expone el tema desde la actualidad.

La primera, de tipo bíblico ofrece una reflexión sobre el texto fundacional de la Biblia (Gen 1-8), que traza la actitud básica de las religiones monoteístas ante el mundo y la vida del hombre. La segunda, más teórica y al mismo tiempo práctica, expone algunos valores y riesgos de la experiencia humana, desde la situación actual, dominada por la amenaza de la degradación de la tierra y el riesgo de la manipulación genética.


Ambas se vinculan, por temática y tratamiento, de manera que el mismo lector podrá trazar las aplicaciones pertinentes, pasando de la meditación bíblica (de hace 2500 años) a la reflexión actual (año 2014).

Dos símbolos poderosos de la Biblia (Gen 1-8) Gen 1-8.

El primero es el parque, que puede ser un paraíso original o jardín ecológico de vida en libertad para Adán-Eva, como supone Gen 2-3, pero que se puede convertir en parque biológico-racial, donde unos científicos y políticos que juegan a ser dioses podrían “mejorar” la raza humana, como se mejoran o cambian por cruce, selección y manipulación genética (clonación, mutaciones) las especies animales, corriendo así el riesgo de destruir la humanidad en su forma actual.

El segundo es el arca, que puede ser la balsa salvadora de Noé, donde se mantiene y trasmite la vida (humana y animal) sobre un mar de muerte suscitado por la misma violencia de los hombres (Gen 6-8), o puede convertirse en un trasatlántico de lujo, en el que sólo se salvan algunos privilegiados de primera clase, que cruzan por un mar de moribundos o cadáveres de las clases inferiores de la sociedad (P. Sloterdijk).

((P. Sloterdijk (En el mismo Barco; El Parque humano, Siruela, Madrid 1994 y 1999.) ha planteado estos dos temas, de un modo provocativo e inquietante, situando de esa forma la ecología en un lugar privilegiado de la discusión filosófica de occidente, en continuidad con la tradición bíblica más que con la filosofía griega. En este contexto queremos recordar, ya desde ahora que Dios no es sólo la "casa" donde el hombre habita, sino también la verdad del mismo ser humano: su raíz y su latido más profundo, su Espíritu de vida. Por eso, cuando los hombres reciben y cuidan su casa cósmica (y familiar y social) están recibiendo y cuidado el mismo ser de Dios en el que "viven, se mueven y son" (Hech 17, 28)).


Antes de que hubiéramos nacido había ya una casa preparada para nosotros, casa de Dios o naturaleza (la misma tierra y vida es Parque y es Arca de alianza de Dios con los hombres). Pero, al mismo tiempo, somos nosotros los que debemos construir y cuidar el Arca, como Noé en otro tiempo, para que el diluvio de violencia que nosotros suscitamos no nos destruya (para que no siga ahogando a los excluidos del sistema). Estudiaremos el tema a partir de la Biblia, pero lo haremos desde la perspectiva de una modernidad que ha querido recrear el mundo a imagen y semejanza de los hombres, corriendo el riesgo de poner en peligro la misma vida humana (como muestra el signo terrible de la bomba atómica).

1. HOMBRE Y NATURALEZA. DEL PARAÍSO ORIGINAL AL DILUVIO


La ecología, como actitud de respeto programado ante la naturaleza y como ciencia que busca la manera de protegerla, constituye un elemento nuevo en la conciencia del hombre. Sin embargo ella posee raíces muy antiguas, pues casi todas las grandes culturas han mostrado en su origen una gran veneración por la naturaleza, entendida como “cuerpo de Dios”, matriz donde los hombres nacen, viven y entregan su vida. Desde ese fondo he querido estudiar las primeras páginas de la Biblia (Génesis 1-8), que no sólo constituyen uno de los testimonios más importantes de la cultura de occidente, sino también uno de los manifiestos ecológicos más hondos de la historia.

Estos capítulos plantean la relación del hombre con el mundo, la armonía o disputa entre los sexos, la violencia fraterna, el riesgo de la destrucción universal (diluvio). Ellos, unidos a los poderosos fragmentos de los presocráticos griegos (que provienen de aquellos mismos siglos: VI-IV a. C.) constituyen la base de la cultura de occidente. Son textos confesionales para cientos y cientos de millones de creyentes (judíos, cristianos y en algún sentido musulmanes); pero, al mismo tiempo, ofrecen un testimonio cultural de gran hondura y actualidad, que hemos podido centrar y centramos en los dos símbolos poderosos del parque o paraíso original (Gen 2) y del arca (balsa o barca) salvadora en el diluvio (Gen 2-8).

1. Hombres y animales, compañeros de comida. La dieta vegetariana (1, 29-30).

La Biblia supone sin cesar que el hombre es, en medida intensa, lo que come. Pues bien, la comida primordial de hombres y animales deberían ser las plantas que dan fruto de un modo espontáneo, sin tener que morir para volverse alimento. Por eso, el hecho de que muchos animales sean carnívoros (alimentándose unos de otros, en proceso de violencia biológica), el hecho de que unos animales vivan matando a los otros es para la Biblia un rasgo derivado. En el principio no pudo ser así, ni podrá ser al final, como saben los profetas, pues se juntarán lobo y el cordero, alimentándose de hierba sobre el campo (Is 11, 2-9; 65, 25; cf. Ez 34, 25).

La Biblia no ha querido presentar aquí ninguna lección de biología, pues parece que muchos animales (y hombres) han sido desde el principio carnívoros, sino un proyecto de reconciliación final, en un nivel utópico. Pues bien, ella proyecta esa "paz utópica" hacia el principio simbólico (mítico) del tiempo, suponiendo que en su origen hombres y animales eran vegetarianos. Al presentar las cosas de esta forma, nuestro autor eleva la más honda protesta contra la forma de existencia actual de un mundo en el que hombre y animales viven de la muerte (matándose y comiéndose o aprovechándose unos de los otros). Así supone que la violencia de la vida (especialmente la humana) no proviene de Dios, ni forma parte de la realidad originaria, sino que es consecuencia del pecado. Al principio (en su verdad fundante) las cosas eran diferentes, como indica el tipo de comida: "Os entrego como alimento toda hierba que produzca semilla y todo árbol que produzca fruto".

Conforme a esta visión, el hombre originario debía ser vegetariano: comía tallos o semillas de plantas (de trigo, centeno...) o frutas de los árboles (olivo, palmera, higuera, manzano...). Vivía en paz sobre la tierra, recogiendo lo que ella le ofrecía como madre buena que regala su leche al hijo agradecido para que así crezca, sin tener que morir ella, sino todo lo contrario (el hecho de que el niño mame es bendición para la madre). También la tierra buena ofrecía su alimento a los vivientes de un modo maternal, sin perecer por ello, pues los hombres se limitaban a podar sus tallos o recoger sus frutos sobrantes (cf. Gen 1,11).

Es evidente que este pasaje no se debe entender en un sentido material, como si en un tiempo antiguo (antes de los cambios de la historia humana) leones y panteras, virus y bacterias hubieran sido vegetarianos. La vida que nosotros conocemos ha crecido siempre a expensas de otra vida y muchos animales han sido siempre carnívoros y no han comido sólo productos materiales o vegetales (como agua y sal, yerbas o frutos de árbol). Tampoco el ser humano ha sido jamás vegetariano. La Biblia se sitúa y nos sitúa en un plano distinto (protológico y escatológico), mostrando que la realidad debía haber sido diferente .

En este nivel, ella supone que la comida de carne (que implica el sacrificio y derramamiento de sangre de animales) lleva en sí un elemento de violencia: no implica señorío del hombre sobre los animales, sino dictadura; no es un reinado humanizador, sino un esclavizamiento. En ese aspecto, ella está cerca de mitos y símbolos de pueblos antiguos que postulan una edad de oro (no violenta) en el origen de la historia. Avanzando en esa línea, ella aplica ese régimen de paz vegetariana a los animales (leones y panteras, serpientes y lobos de Is 11, 1-9), de manera que todos los vivientes (cuadrúpedos, aves, reptiles) comerán la hierba verde, en paz con la vida de la tierra (Gen 1, 30).

Los mismos grandes animales (excluidos los peces, pues de ellos nada sabe o quiere decir nuestro autor, como tampoco sabe nada de virus o bacterias) aparecen así pacificados. Lobos y corderos, palomas y aguiluchos... vivirían en paz sobre la tierra, comiendo lo que ella produce, de forma espontánea, sin matar por ello. Dentro de ese régimen existe una diferencia significativa. Los animales comen en general hierba verde, esto es, los tallos de las plantas en estado natural. Por el contrario, los hombres se alimentan de semillas y frutos. El texto no lo dice, pero puede suponerse que los hombres pueden cultivar y cultivan esos frutos. Sea como fuere, unos y otros, hombres y animales, se alimentan sólo de aquello que los vegetales producen, sin tener que matarlos.

De esa manera, animales y hombres viven en fraternidad y abundancia pacífica de vida, como sabe en China el Tao. Tanto los chinos antiguos como los israelitas del Génesis pensaban que hubo (=debió haber) un tiempo feliz, una edad de oro en que los vivientes eran "hermanos". Otros pueblos del entorno mediterráneo han tenido un tipo de “sueño” semejante. Asumido de forma genial por la Biblia y situado en el comienzo de la creación, este sueño eleva su protesta frente al mundo actual, que es un campo de batalla en que se matan humanos y animales, de manera que sólo los más fuertes y/o adaptados perduran.

Históricamente, somos hijos de unos animales y unos hombres que han crecido y pervivido matando y comiendo (en sentido físico o simbólico) a otros animales y hombres. Pero las cosas no fueron, ni tienen que ser de esa manera para siempre. El camino del futuro, la verdadera ecología empezará en el momento en unos seres no tengan que matar a otros y en que todos (y en especial los más débiles) tengan posibilidades de existencia. Un mundo externamente hermoso, pero donde los hombres se maten entre sí, iría en contra de toda ecología humana, pues en su principio hallamos la exigencia de justicia interhumana .

A veces se ha supuesto que hombres y animales sólo se pueden pacificar porque transfieren su violencia sobre otros seres (sobre otros animales y hombres). Ese mismo esquema se aplicaría en el comienzo, pues los hombres transferían su violencia sobre las plantas. Pues bien, esa suposición es falsa. Conforme a nuestro texto, hombres y animales debían nutrirse del producto de las plantas, pero sin "matarlas"; comían los frutos sobrantes del árbol, el tallo de la hierba que vuelve a crecer otra vez. Árboles y plantas son signo de una vida sin fin, vida sin muerte, que se va generando a sí misma, apareciendo así como inmortal. También los hombres participarían de algún modo de esa inmortalidad de las plantas, en contra de lo que sucede actualmente, pero de un modo distinto, personal .

Aquellos vivientes no tenían que matar..., y sin embargo el texto supone que hombres y animales morían. No mataban por violencia, pero morían por vejez, cumplido el ciclo de la vida. De esa forma, el texto supone que el señorío de los hombres sobre los animales (y de hombres y animales sobre las plantas) no implica violencia. El hombre no se impone sobre el resto de los animales por el miedo o por la muerte, sino todo lo contrario; puede guiarles de una forma ordenada y positiva en el camino de la vida, ofreciéndoles un contexto de humanidad y de sentido, abierto a la alabanza de Dios. En este contexto se expresa y expande el gozo de Dios que se expresa en la bondad del conjunto de la creaturas: "vio Dios que eran en gran medida buenas" (1, 31). Así termina el día sexto, que es el día del hombre que realiza su tarea y expresa su equilibrio. Esta visión es hermosa, pero deja abiertos muchos problemas y, sobre todo, el de la muerte de los hombres.

2. Ta tierra, un jardín para el hombre (Gen 2, 7 ss)

"Plantó Yahvé Elohim (=Dios) un huerto...", allá en Oriente, donde la vida empieza (2, 8-14). Lo plantó Dios para que los hombres lo cultiven, pues son ellos los que realizan la obra de Dios. Frente a la estepa sin plantas ni agua emerge un espacio donde la vida se expande en abundancia y crecen los árboles inmensos. Este es el huerto de los cuatro ríos que definan los cuatro puntos cardinales, huerto de abundancia y belleza infinita, de oro y de piedras preciosas (cf. 2, 10-14). Todo lo que el hombre puede desear lo posee este huerto que Dios ofrece al hombre para que lo cultive, como un parque ecológico extendido por el horizonte, sobre el espacio de la tierra, a lo largo del "creciente o media luna fértil" que se abre desde los ríos de Mesopotamia (Tigris y Eúfrates) hasta el Nilo de Egipto, pasando por la franja verde de Siria, Fenicia y Palestina. Fuera del huerto sigue quedando la estepa, pero el hombre se encuentra resguardado, al interior de esta matriz o paraíso de ternura y cercanía de vida abundosa.

Pero éste huerto-jardín queda en manos de la elección y acción de los hombres, que descubren dos mandatos, vinculados a dos árboles especiales. En la línea de lo codiciable está el árbol del conocimiento del bien y del mal; en la línea de lo que se como está el árbol de la vida. Ellos se alzan en el centro de este huerto humano, como signo de lo apetecible, de aquello que da vida, abriendo al hombre hacia un nivel de trascendencia, en clave ecológica de gozo (árbol de vida) y de justicia o solidaridad moral (árbol del bien y el mal). La relación entre justicia y vida, desde el fondo común del don de Dios, constituye un elemento clave de la existencia humana, hasta la actualidad. Así descubrimos de pronto que el huerto de Edén se ha convertido en lugar donde los hombres deben decidirse; la riqueza del mundo es para ellos un principio de responsabilidad.

Tomó, pues, Yahvé Dios al hombre y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo cuidara. Y mandó Yahvé Dios al hombre, diciendo: "De todo árbol del huerto podrás comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que lo comas, ciertamente morirás (Gen 2, 15-17).

Dios le hizo en (de) la estepa, pero "le colocó en el jardín, para que lo cultivara y guardara... " (2, 15; cf. 2, 8). Este no es un jardín de evasión idealista, sino de acción y contemplación laboral. Pronto descubriremos que es un jardín amenazado, al parecer, por fuera (serpientes) y dentro (deseos desorbitados). Los habitantes del paraíso no son almas separadas, sino seres humanos que deben trabajar en simbiosis con el mundo:
El hombre depende del huerto. No está perdido ni arrojado sobre el duro suelo de la estepa; no camina errante sin senderos por la vida, sino que ha sido encomendado al mundo bueno, al fecundo paraíso donde Dios le ha implantado, en medio de un entorno de desierto. El texto afirma según eso que estamos asentados en las manos (en el seno) de una tierra buena, de un mundo positivo (que nos alimenta con sus frutos). No somos dueños del jardín: no lo podemos manipular a capricho, haciéndonos señores del bien y el mal, pues si lo hiciéramos correríamos el riesgo de matarnos, iniciando una dinámica de muerte sin fin. Pero hombres cultivarlo ('abad) y guardarlo (shamar). El hombre es un ángel guardián del huerto cósmico de Dios, encargado de cuidar y proteger sus riquezas. ¿De quien lo ha guardar? ¿Dónde están los enemigos? El texto no lo dice, no puede decirlo. Pero es evidente que existen enemigos (como la serpiente de Gen 3). Por otra parte, cualquier hombre del oriente sabe que un huerto abandonado se destruye y pierde en pocos años.

En este contexto se sitúa la ley del jardín, que marca y define la tarea del hombre. Las cosas existen sin saberlo, están ahí. El hombre, en cambio, no está sin más, sino que debe estar, descubriendo y cumpliendo una ley que se encuentra vinculada en principio a la comida (comerás, no comerás). El mandato de Dios traza un camino de gozo, pero marca también una frontera. El hombre puede disponer del huerto, pero no es dueño absoluto ni arbitrario, sin regla o control, de las cosas. Por eso escucha una palabra superior que es positiva (puedes comer todo...) y negativa (pero del árbol del bien-mal no comerás...). Esta palabra, que viene de Dios, surgiendo de la misma entraña del hombre, en un proceso de maduración y enriquecimiento social, define al Adam como ser religioso y arriesgado:

La primera palabra es positiva: ¡Puedes! ¡De todo árbol del jardín comerás!. En el principio no hallamos una prohibición, como en el Decálogo (no matarás, no adulterarás), ni un el imperativo moral de tipo kantiano (tú debes), sino una afirmación positiva de tipo ecológico y alimenticio que se traduce así: ¡tú puedes!, “sé tú mismo, atrévete a vivir”. El hombre es un ser con autoridad para alimentarse, alguien que debe aventurarse a saber y actuar, de forma positiva, desarrollando el señorío creador que Dios le ha encomendado.

La segunda palabra negativa: "¡Del árbol del conocimiento del bien-mal no comerás...!". Ella marca un límite, recordando al hombre su finitud (no es Dios, no puede todo...) y mostrándole el riesgo de perversión de su deseo, que puede llevarle a la muerte (destrucción ecológica). Allí donde el hombre pretende comer todo, adueñarse del mundo sin limitaciones, lo destruye y se destruye. En el principio de la vida instaura Dios un límite antropológico y ecológico: si el hombre lo traspasa, haciéndose depredador del conjunto de la realidad, acaba destruyéndose a sí mismo y destruyendo la vida del planeta.

Este mandato puede interpretarse como una ley ecológica, que ahora entendemos muy bien. Ciertamente, el proceso científico y económico, político y social de la modernidad ha tenido muchos valores. Pero, al mismo tiempo, tal como ha venido a culminar en el sistema dominante, los gestores de ese proceso han querido “comer la fruta del bien y del mal”, adueñándose de un modo dictatorial de los recursos de la tierra, corriendo el riesgo de mancharla y destruirla. Dios quiere que el hombre sea un ser moral, capaz de reconocer la diferencia entre lo que puede y lo que debe, pues si hiciera todo lo que puede, dominando sobre el mundo, por encima del bien y del mal, se negaría a sí mismo. Un adam que pretenda comer (probar, dominar) todo lo que existe acaba deshaciendo su huerto y matándose a sí mismo. Por eso, el no-comas de Dios es un mandato creador y ecológico.

3. Gen 3, 1-6. Hombre, mujer y serpiente. Pecado original, pecado ecológico

La serpiente era la más astuta de todos los animales del campo que Yahvé Dios había hecho, y dijo a la mujer: – ¿Conque Dios os ha dicho: "No comáis de ningún árbol del huerto"? La mujer respondió a la serpiente: – Del fruto de los árboles del huerto podemos comer, pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: "No comeréis de él, ni lo tocaréis, para que no muráis". 4 Entonces la serpiente dijo a la mujer: – No moriréis. Pero Dios sabe que el día que comáis de él se abrirán vuestros ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y el mal. Al ver la mujer que el árbol era bueno para comer, agradable a los ojos y deseable para alcanzar la sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido…

La serpiente o dragón subterráneo, que se enfrenta altivamente a Dios, está en el fondo de muchos mitos, relacionados con la vida (es fármaco) y la muerte (es veneno), que nuestro autor conoce sin duda, pues forman parte del trasfondo cultural de oriente. Pero él no los cita ni nombra de manera expresa, sino que ve a la serpiente como una dimensión de la propia libertad humana Ella es positiva, abre nuestros ojos, nos inicia en el camino de sabiduría; pero puede volverse negativa, signo de envidia y deseo de poderlo todo.

Gén 3 no ha entendido a la serpiente como potencia cósmica, fuerza externa que se impone sobre víctimas inermes, ídolo perverso o monstruo del infierno, sino como realidad humanizada. No hace nada por sí misma, no muerde, ni echa fuego por la boca, ni derriba del cielo a las estrellas (como en Ap 12, 1-3). Simplemente argumenta: expresa la desconfianza del hombre (varón o mujer) y el deseo de apoderarse precisamente de aquello que Dios ha prohibido porque que es destructor. Quiere la vida sin límites, es el deseo absoluto que tiende a romper los límites que Dios ha trazado a los hombres, afirmando que ellos (los límites) son una expresión de la dictadura egoísta de Dios y no del bien del hombre .

Mirada así, la serpiente es el pensamiento primero de la desconfianza y envidia que penetra en las relaciones humanas, oponiéndose a la gracia creadora de Dios (que se expresa en una forma de equilibrio ecológico). Es el deseo de una vida que se vuelve dueña de sí misma, en actitud de poder; es el pensamiento que intenta poseerlo y dominarlo todo mundo, sin que nada ni nadie le ponga una frontera.

Siendo una expresión de nuestra vida humana, la serpiente forma parte de nuestra "divinidad finita", que en sí es muy buena (es pensamiento en libertad, es autonomía), pero que puede pervertirse. En ese preciso lugar donde la vida puede abrirse en gratuidad, pero también quererlo todo por la fuerza, se abre para el hombre la posibilidad de quedar fijado en una finitud pervertida, el riesgo y condena de la muerte. (1) Si Dios eliminara a la serpiente habría eliminado al mismo ser humano, quitándole su libertad, pues un hombre sin posibilidad de gracia no es humano y una gracia sin serpiente es imposible sobre el mundo. (2) Pero si un hombre cae bajo el dominio total de la serpiente corre el riesgo de a sí mismo. Eso es lo que le sucede al hombre actual, que tiende a convertirse en dueño del bien y del mal, imponiendo su dictadura sobre el mundo y destruyendo, de forma egoísta, sus posibilidades ecológicas (poniéndolo al servicio de algunos y convirtiéndolo en desierto para los pobres).

Con la tradición, podemos seguir hablando de pecado, sobre todo para distinguir lo que se dice aquí de la tragedia al estilo griego. No estamos ante una fatalidad ni ante un destino. Tampoco estamos ante el mito de la “caída” de las almas que pierden su altura divina y caen sobre el mundo, sino ante un principio histórico que sigue definiendo nuestra vida: los hombres somos así, porque así nos hemos realizado. Somos aquello que nosotros mismos hemos escogido, al situarnos ante una gracia que nos trasciende (la vida como don, en actitud de confianza y trasparencia mutua) y al querer hacernos dueños, por nosotros mismos, de aquello que sólo como gracia podemos alcanzar.

Entendido así, este es un “pecado del principio” (y podemos simbolizarlo en Eva). Pero, al mismo tiempo, es un “pecado actual”, que volvemos a cometer siempre que intentamos adueñarnos por la fuerza de la vida. Más que un “pecado fáctico y cerrado”, que se dio al principio, una sola vez, cometido por una sola mujer con su marido (Eva con Adán), este es un “pecado original y abierto”, que se repite y actualiza siempre que los hombres y mujeres se dejan llevar por el deseo infinito, quedando de esa forma en manos de su propia muerte y destruyendo a los demás.

Los relatos anteriores, sobre la armonía cósmica (Gen 1) y el paraíso (Gen 2), aparecían ante todo como símbolos de aquello que podemos ser y que buscamos. Gen 3 nos sitúa ya en un nivel más histórico: vivimos en un mundo de conflicto. Teológicamente se podrá decir que ha sido Dios el que ha "expulsado" a los hombres del paraíso (Gén 3, 21-24). Pero, en otro sentido, podemos afirmar que Dios se limita a decirles donde están, haciéndoles ver lo que han hecho: no les destruye Dios, sino que han sido ellos, los que lo han destruido, construyendo un mundo en el que todo parece centrarse en la lucha mutua (sobre todo de varones).

Hemos construido un mundo de violencia, en ella estamos asentados. Pero tenemos la esperanza de superarla, conforme a la promesa de Dios a la mujer: “podré enemistades...” (cf. 3, 15). No podemos retornar al paraíso ecológico, pues un querubim guarda su puerta (cf 3, 23-24); pero debemos buscar el nuevo paraíso que brotará de la acción de los hombres, conforme a la gracia de Dios, invirtiendo el camino del pecado. Estos son los signos de la nueva situación:

4. Diluvio, destrucción ecológica

a. Relato bíblico. Principios. La destrucción ecológica del diluvio, con la salvación operada por el arca de Noe, constituye el tema de fondo de Gen 6-8. Para expresar la inundación de violencia que se expande sobre el mundo y lo amenaza todo, el mismo texto bíblico abandona en parte su lenguaje de parábola sencilla de tipo antropológico y se atreve a utilizar un estilo más cercano al mito. Tiene que decir lo humanamente indecible; llegando hasta la raíz del pecado, que es el deseo de dominio radical que se expresa en forma de violencia económico-social y sexual.

Por eso habla de uno hijos de Dios, que en el mito original eran espíritus celestes, deseosos de poseer a las mujeres y engendrar con ellas en gesto de violencia (6, 1-3), apareciendo así como responsables de la destrucción del mundo.

Gen 6, 1 Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra y les nacieron hijas, 2 al ver los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas. 3 Entonces dijo Yahvé: "No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; pero vivirá ciento veinte años". 4 Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres y les engendraron hijos. Estos fueron los hombres valientes que desde la antigüedad alcanzaron renombre. 5 Vio Yahvé que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos de su corazón solo era de continuo el mal; 6 y se arrepintió Yahvé de haber hecho al hombre en la tierra, y le dolió en su corazón. 7 Por eso dijo Yahvé: "Borraré de la faz de la tierra a los seres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo, pues me arrepiento de haberlos hecho". 8 Pero Noé halló gracia ante los ojos de Yahvé (Gén 6, 1-4) .

El texto recuerda a unos hijos de Dios, violadores violentos (aquí no se dice expresamente que sean ángeles de Dios), y añade que en ese tiempo nacieron los gigantes... (6, 4), ratificando así la perversión de la humanidad. Parece que en el fondo de la tradición se hablaba de los ángeles perversos, espíritus lascivos que quieren violar a las mujeres, como en los libros de Henoc; pero en su forma actual, el texto evita el tono mítico y presenta el pecado en perspectiva puramente humana. Son los mismos hombres los que aparecen como responsables de la perversidad, destructores del mundo, causantes del diluvio (6, 5-8).
Ciertamente, en la perversión del mundo hay algo que parece desbordarnos, pero no podemos echar la culpa a seres de otros astros o galaxias (como hacía el mito de Henoc o como hacen ciertas novelas o tratados modernos de fanta-ciencia que aluden a una posible destrucción de la vida de la tierra por causa de invasiones o agentes exteriores). A los ojos de la Biblia, la perversión ecológica y el riesgo en que se encuentra el mundo proviene de los mismos hombres, que se convierten en fuerza destructora para el mismo cosmos. El contagio devastador proviene de los mismos hombres pervertidos que expanden su maldad y ponen en riesgo la misma vida sobre el mundo. Se invierte así el proceso de la creación (cf. Gén 1-2), de manera que el hombre pervertido viene a presentarse, en su maldad como ser antidivino, capaz de destruir la misma creación de Dios. La Biblia cuenta aquí una de las más hondas parábolas de la historia humana, mostrando que, si avanzamos en el camino del egoísmo y lucha mutua, podemos destruir la vida sobre el mundo, en camino que va del pecado al diluvio:

– Pecado: "Vio Dios que crecía la maldad del hombre sobre la tierra..." (6, 5-6). Frente al Dios que todo lo hace bueno (en camino positivo) se ha elevado el hombre que tiende a pervertirlo todo, a través de la imposición de su violencia social: agresión, injusticia, asesinato (6, 11-12).
– Diluvio: La misma tierra se corrompe, es decir, se destruye (cf. 6, 11-12). La acción positiva de Dios que envía su diluvio para aniquilar a los vivientes aparece como efecto del pecado de los hombres que pervierten, emponzoñan y destruyen todo lo que existe. El texto emplea dos lenguajes. En perspectiva antropológica, la destrucción del mundo depende de la acción humana, pues el pecado conduce a la muerte (3, 17: “si coméis del fruto malo moriréis”). En perspectiva teológica, esa misma destrucción Dios aparece como castigo de Dios.

Los dos planos se implican, cada uno es verdadero en un nivel. (1)La destrucción anti-ecológica del mundo es consecuencia del pecado, de manera que el diluvio es la expresión de la maldad de los hombres que estropean su vida. (2) En el fondo de esa misma destrucción ha descubierto la Biblia la mano de un Dios que puede "abandonarnos", dejándonos en manos de nuestra destrucción, si no respondemos con amor y fidelidad al gesto de su vida. El diluvio o destrucción ecológica no es un acto positivo de Dios, sino más bien una "ausencia de Dios", que "deja de crear", es decir, de "separar las aguas", como hizo y está haciendo desde el segundo y tercer día de su creación (cf. Gen 1, 6-10).

1. El diluvio como destrucción humana. En una línea, todo sucede como si Dios no tuviera que hacer nada, de tal forma que es la misma acción pervertida de los hombres se propaga como peste y aniquila todo lo que toca, en inundación de pura violencia, conforme a un claro talión intramundano: el hombre destruye a la naturaleza, la naturaleza enloquecida mata al hombre. Hombre y mundo aparecen de esa forma vinculados, pues el mundo es vida para el hombre y el hombre es custodio del mundo. Lógicamente, allí donde se pervierte, el hombre pone en riesgo la misma vida del mundo. De esa forma hemos llegado al principio y sentido de toda ecología: tenemos que cuidar el mundo, para que así el mundo nos ofrezca campo de existencia. ¿Lo hemos hecho? ¿Ha merecido la pena la presencia del hombre sobre el mundo? ¿No habremos sido unos malos invasores y conquistadores de la tierra?

2. El diluvio como posible castigo de Dios. Pero aquello que en un plano aparece como consecuencia de la acción humana viene a presentarse en otro como signo de la acción de Dios: (1) Miró Elohim la tierra y he aquí que estaba corrompida (6, 12), como si el mal del hombre se expandiera a todos los vivientes, en experiencia de peste universal. En esta línea se añade: y Dios mismo se arrepintió (najam) de haber creado el mundo. El pecado del hombre es como un fracaso de Dios que sufre en su corazón, como sufre mujer a quien duelen sus partos, como sufre un varón impotente, que no logra realizar lo que desea. (2) Dios dice: Borraré al ser humano de la superficie de la tierra... (6, 7). Es como si el hombre fuera una "mancha" que se debe lavar, para que la tierra quede limpia, una mancha que se ha extendido a todo el mundo.

3. El diluvio como acción salvadora de Dios. El Arca de Noé. Lo "natural" hubiera sido el caos de las aguas, el retorno de los hombres a la muerte del principio. Dios no tenía que hacer nada, solo "dejar de hacer". ¿Para qué debía comprometerse Dios con unos hombres empeñados en destruir su propio espacio vital?. Pues bien, en este contexto, lo novedoso y grande es que Dios haya tenido compasión de Noe (que eso significa el nombre), enseñándole a construir un arca (tebah), una gran casa flotante o barco en el que hombres y animales puedan invertir el potencial de su destrucción, haciendo así la travesía del diluvio. Hombres y animales han sido compañeros desde el comienzo de la travesía de la vida y juntos han compartido un riesgo, que ha surgido en gran parte por razón de la violencia de los hombres. Por eso han de ser compañeros en la salvación. Esto significa que los hombres deben abrir un espacio en su “arca” no sólo para ellos (o para algunos privilegiados de entre ellos), sino para los mismos animales, como espacio de existencia compartida para hombres y animales. El arca es un paradigma ecológico, de solidaridad y salvación universal Una humanidad que sólo quisiera salvarse a sí misma se destruiría .

La experiencia ecológica actual nos ayuda a entender el relato del diluvio. Hoy sabemos que la energía y vida del mundo no es infinita, que son limitados los recursos de la tierra y que, manipulando o pervirtiendo de un modo egoísta los valores del mundo (de la fauna y flora), nos destruimos a nosotros mismos y viceversa. Habíamos pensado que el mundo era infinito, de recursos inagotables, de riquezas que no pueden acabarse. Pues bien, en contra de eso, hoy sabemos que es limitado y frágil en medio de su grandeza. Eso significa que podemos destruirlo con nuestra perversión, arruinando así nuestra morada, la casa en que habitamos. Esto lo que sabía ya, de un modo simbólico muy hondo, el autor de Gen 6.

El diluvio constituye una parábola de nuestra vida. El egoísmo y la violencia (el deseo de hacernos divinos, poseyéndolo todo, en gesto de implacable competencia y derroche de bienes) puede llevarnos a la destrucción universal. Hemos comprendido que nosotros mismos somos los culpables del diluvio que puede venir, a no sea que cambiemos la marcha de la historia y volvamos a los ideales de Gen 1-2. Como hemos supuesto en la introducción de este libro y hemos venido destacando en nuestro comentario a Gen 1-4, lo que hemos llamado “pecado” no es sólo una actitud interior sino un tipo de relación personal, vinculada a la existencia de varones y mujeres, un hecho social (vinculado a la violencia que lleva al asesinato de personas concreta y grupos humanos) y un riesgo cósmico (egoísmo que se expresa en la destrucción de la naturaleza).

El pecado lleva a la muerte o, mejor dicho, lleva en sí mismo la muerte: la destrucción del ser humano y la perversión de la naturaleza que acaba alzándose en contra de la humanidad que lo comete. En esa perspectiva, a la luz de Gén 1-6, la ecología no es sólo un problema social o económico, sino un tema religioso, de creación o destrucción del mundo. Por eso ha sido bueno que lo hayamos podido evocar desde la perspectiva del Génesis.

En aquel primer diluvio simbólico, Noé y sus parientes pudieron construir un arca, como un barco de refugio, para superar la crisis. Siguiendo en esa línea debemos construir un arca que se abre a todos los vivientes. O salvamos el mundo entero o nos acabaremos destruyendo a nosotros mismos. En contra de esa tarea de Noé con el arca salvadora son muchos los que piensan que la actualidad el gran sistema capitalista ha construido un inmenso trasatlántico donde sólo se salvan los privilegiados y ricos, mientras los otros (la gran masa) van pereciendo sin remedio en las aguas podridas.

((Entre mis publicaciones sobre el tema, cf. Así lo muestran diversas publicaciones: Creación y Ecología, en O Cristâo e o desafio ecológico, Gráficas de Coimba, 1993, 67-94; Principios de antropología bíblica: Gen 2-3, Anámnesis 5 (1993) 5-40; "Dominad la Tierra"(Gen 1, 28). Relato bíblico de la Creación y Ecología, en J. M. García Gómez-Heras (ed.), Ética del medio ambiente. Problema, perspectivas, historia, Tecnos, Madrid, 1997, 207-222; Ideal humano y valores ecológicos (Ecología bíblica), Documentación social 102 (1996) 157-176; Varón y Mujer los creó. Ecología humana y relación de sexos en Gen 1-4, en C. Nuévalos (ed.), Una mirada diferentes. La mujer y la conservación del medio ambiente, Edetania, Valencia 1999, 23-58; Sistema social, institución eclesial. Retos para mejorar la vida, Comunicació/Palma de Mallorca 99/1000 (2001) 93-120; Una espiritualidad ecológica cristiana: ecología, justicia y solidaridad, CONFER 42 (2003) 309-360)).



(seguirá)
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