Dialogando con Benedicto XVI. Religiones monoteistas, alternativa de paz

Las religiones (y ahora me voy a centrar en las monoteístas) se centran en dos experiencias: Dios como gratuidad, en plano de misterio, y el amor gratuito hacia los más pobres y necesitados de la sociedad. Las religiones monoteístas son, por tanto, experiencias místicas y sociales, en plano de un amor que supera la ley, sin negarla. En esa línea culmina, por ahora, lo que vengo diciendo sobre el diálogo religioso, partiendo de mi libro Violencia y diálogo de religiones (Sal Terrae, Santander 2004).

Es normal que los grandes místicos judíos (hasidim, piadosos) de diversos tiempos hayan situado las fuentes de Israel más allá de ley y juicio, como muestra de un modo ejemplar la Cábala judeo-castellana del Zoar (Moisés de León: siglos XII-XIII) y el movimiento de I. Luria en Safed, Galilea (siglo XVI-XVII). En esa línea se ha situado, por ejemplo, M. Buber afirmando que el hombre religioso ha desbordado el estadio de la moralidad en la que rige el deber y obligación, para situar su vida en un nivel gratuidad, abierta en amor a los necesitados (. Yo y tú, Galatea, Buenos Aires, 1956, 98-99). Esa experiencia mística resulta inseparable de la “liberación” de los “hebreos” y de todos los pobres del mundo, cosa que los judíos ponen de relieve de una forma escatológica: ellos están al servicio del surgimiento de una humanidad en la que todos se encuentren liberados, empezando por los más pobres.

En esta línea, los musulmanes superan untito de razón “legal”, es decir, de ley moral estricta, para descubrir el misterio del amor que todo lo vincula, que todo lo redime, el amor que une a todos los seres de la tierra, empezando por los pobres de la vieja Meca. Así lo han puesto de relieve los sufíes, entre ellos Ibn Arabí de Murcia (siglo XII-XIII), destacando la "sumisión mística" o inmersión radical en lo divino. Más allá del esfuerzo y juicio de los hombres se halla Dios y Dios trasciende los méritos y retribuciones, pero no en línea de indiferencia donde todo da lo mismo, sino en línea de amor activo hacia los más necesitados. En esa línea, los sufíes han acentuado de tal forma la sublimidad de Dios que han superado toda acción violenta, todo juicio (de tipo racional, social o militar). De esa forma han sido tolerantes, pudiendo asumir a la vez las diversas religiones (se dicen cristianos y judíos, budistas y paganos...), haciéndose testigos de una religión que está más allá de toda ley, imposición y juicio, pero siempre al servicio de los hombres..
Resumen. Esta visión del judaísmo y del Islam tiene grandes consecuencias. (1) El judaísmo en cuanto religión profética debe renunciar a toda vinculación radical con el poder impositiva (del Estado de Israel o de otro Estado), a fin de que sus fieles puedan ser testigos de la promesa de Dios (la reconciliación gratuita de todos los hombres, el Shalom final), sin acudir a medios militares o estatales, sino por puro testimonio de fidelidad a Dios y de amor a los más pobres. (2) Los musulmanes deben renunciar a "la conquista de la Meca", es decir, a la identificación de su experiencia religiosa con una política particular, abandonando todas las formas de coacción social o cultural en el campo religioso. Algunos piensan que, cuando hagan eso, ellos desaparecerán, pues su religión es sólo una vinculación social sagrada. En contra de eso, estoy convencido de que el Islam puede ofrecer y ofrecerá una experiencia intensa de sumisión mística a Dios, superando las formas actuales de imposición política. De esa manera, un Islam místico, abierto al amor a todos los seres, podrá ser y será fermento de paz (Shalam) para los hombres y mujeres del siglo XXI. Sólo renunciando a imponerse como religión podrá ser religión y fuente de paz para todos los hombres.
3. Los cristianos deben volver a la experiencia de comunión gratuita con Dios en Jesús, a la experiencia directa del amor a los demás como centro de toda religión. Ellos no quieren convertir la religión en poder de Estado, pero han aceptado, en otro plano, la razón de estado (¡Dad al César lo que es del César!), pero sólo al exterior de la comunidad cristiana, pues el estado apela a la espada (Rom 13). Por eso distinguen dos niveles.
(1) Estado y capital apela a la retribución, con sus elementos judiciales y militares, de manera que deben acudir a la violencia legal, que eleva a los "buenos", corriendo el riesgo de marginar a los menos favorecidos.
(2) Las religiones, en cambio, han de moverse en un nivel de comunicación gratuita, superando los modelos actuales de estados, naciones y clases, no para negar la identidad y cultura de los pueblos, sino para impedir la opresión de unos sobre otros, con el riesgo de la destrucción de todos. Ellas deben promover medios de diálogo y cooperación, sin apoderarse de los mecanismos del estado ni tomar el poder del sistema.
Más de una vez, las religiones, incluso el cristianismo, han querido tomar el poder, hacerse poder, como un tipo de judaísmo antiguo (o cierto sionismo actual), como un tipo Islam politizado, imponiendo sus discursos con medios de poder. Pero con ello han negado su verdad, que es la gracia y el amor al prójimo.
Desde ese fondo quiero destacar el hecho de que las religiones son experiencias de gratuidad (¡hay Dios, Dios es un regalo!) y de amor a los otros. Más que expresiones de pura tolerancia (dejar que los demás sean), las religiones son y han de ser experiencias e instituciones de amor comprometido a favor de los demás. El sistema político no cree en el hombre, no cree en la gracia del amor. Por eso busca y sanciona un equilibrio o juicio de poderes, que los “más poderosos” suelen utilizar al servicio de sí mismos. Pues bien, en contra de eso, las religiones quieren ir más allá del puro sistema “del juicio”, es decir, del orden impuesto, ofreciendo gratuitamente un lugar de vida a los demás, especialmente a los más débiles.
Frente a quienes interpretan las religiones como instituciones ético-jurídicas (de tipo político) , al servicio de unos valores que podrían imponerse (porque formarían parte de la naturaleza racional, ligada al talión: “ojo por ojo….”), ellas son comunidades de gracia, formadas por personas que quieren regalarse mutuamente la vida, en gesto de liberación (amar a los más pobres) y de gozo compartido. Ellas saben que en un nivel son importantes las leyes sociales y morales, la ética y el juicio (con las instituciones del Estado, que lleva en sí la espada del ejército y de los tribunales de justicia); pero esas leyes son incapaces de salvar a los hombres, pues ellas han condenado a Jesús (y siguen condenando a los más pobres del mundo), para que siga triunfando el sistema. Las religiones deben situarse sobre un nivel de pura ley y de juicio (puro orden social, que al final se debe justificar con la policía y con cárcel), para ofrecer a los hombres el testimonio de la mutación mística y liberadora del amor gratuito. Pues bien, pienso que estamos en un tiempo bueno (siglo XXI) para que la semilla de las religiones se libere de las estructuras de violencias (sacrales, judiciales e imperiales), y aparezca como principio de gracia y comunión universal, por encima del puro sistema jurídico de la ley. Estamos en un tiempo en que los grandes profetas pueden dialogar, cabalgando juntos, en su caballo (¿Moisés?, en su asno (Jesús) y en su camella (Muhammad), como he puesto de relieve en un libro titulado Monoteísmo y globalización (Verbo Divino, Estella 2004).