Ética, política, economía y religión de la hospitalidad ÉTICA DE LA HOSPITALIDAD (con Pedro Zabala)

Fui extranjero y me acogisteis (Jesús de Nazaret).

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Necesitamos no sólo una ética, sino una política,una economía, un derecho y religión de la hospitalidad, a no ser que queremos que nuestra cultura y vida humana acabe destruyéndose en la máquina de muerte que estamos construyendo.

Esto lo ha sabido bien la tradición de las grandes culturas, desde China hasta la India, desde Grecia hasta Israel y el cristianismo.  Para fijarnos sólo en esa última, podemos recordar que la primera de las leyes de la Biblia, junto al no matar, no adulterar, no robar ha elevado como primer mandamiento aquel que dice “acogerás al extranjero, al huérfano y a la viuda” (Dt 27, 19), culminando en Mt 25, 31‒46 donde el mesías de Dios dice “fui extranjero y me acogisteis”.

No hay mandamiento más grande que éste, como Jesús de Nazaret ha definido diciendo “amarás a tu prójimo (extranjero, viuda, huérfano) como a ti mismo” (Mc 12, 28‒34).

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Así lo viene recordando en nombre de la humanidad el Papa Francisco, como he hecho últimamente en la entrevista concedida a un periodista español. Significativamente le han respondido y criticado algunos políticos de la “derecha”, que presumen de cristianos y no lo son cuando han acusado al Papa de mentiroso e incluso de enemigo de la cultura cristiana.

El tema no se resuelve sólo con buenas intenciones, sino que exige, como he dicho, n  una política, un derecho, una economía y una religión de la hospitalidad, por encima de todos los restantes principios, pues si olvidamos la hospitalidad personal y familiar, política y social acabaremos no sólo matando a los que llaman a la puerta de nuestra casa, sino matándonos y muriendo nosotros mismos.

Así lo ha puesto de relieve con su habitual precisión Pedro Zabala en la primera parte de esta postal. Así lo sigo destacando yo, en la segunda parte, con unas reflexiones ya habituales en este blog.

(Imagen 1: de Alemania. Imagen 2: de Chile.El lector podrá encontrar fácilmente imágenes de partidos  y grupos españoles en contra los extranjeros).

  1. ÉTICA DE LA HOSPITALIDAD (Pedro Zabala)

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Uno de los rasgos más decisivos que distingue a los seres humanos del resto de los animales, incluso de los primates, nuestros parientes más próximos, es la búsqueda de una regla de conducta que marque la diferencia entre el bien y el mal y por la que, en consecuencia, nos sintamos obligados.

 Se dice que el “no matarás” y el tabú del incesto fueron los primeros principios comunes de esa regla. Pueden encontrarse los fundamentos biológicos, exigidos por la pervivencia de la especie, para esas prohibiciones.

 Desgraciadamente, la libertad humana puede emplearse también para violarlas. De ahí, que bien pronto se buscó una base perentoria de las mismas. La religiones se convirtieron en parteras de éticas, a las que se atribuyó un  origen divino. Eran los dioses los que nos habían impuesto esas normas que debíamos cumplir, so pena de incurrir en su cólera. Estas éticas eran heterónomas, nos llegaban desde arriba y no podían discutirse. Sólo cabía acatarlas.

 Durante muchos siglos imperó este concepto de la ética, desarrollada en largos preceptos, minuciosos y rituales. Lo cual no evitó que se violasen con cierta impunidad. Teóricamente se castigaban como delito y a la vez como pecado. Las amenazas de castigo aquí y en la vida futura, se empleaban para infundir miedo a quienes intentasen saltárselos a la torera.

 Eran los poderosos los que más frecuentemente los incumplían, cuando convenía a sus intereses. De ahí, que los leguleyos eclesiales a su servicio, desarrollaran una casuística con excepciones y distingos. Y, con facilidades, para el perdón, si incrementaban sus prebendas a la institución que se consideraba intermediaria entre la divinidad y los pobres humanos.

Cuando llegó la modernidad, los seres humanos parecieron liberarse de aquellos preceptos. Kant defendió una moral autónoma, creada por el propio hombre, abstracta y racional, con un doble criterio:  considerar al humano como fin y no como medio y exigir que hay que obrar de manera que nuestra conducta pueda convertirse en regla universal. 

¿Se ha cumplido esa aspiración de la Ilustración? Parece que no. Esa moral abstracta teóricamente proclamada, convive en la práctica con aberraciones inhumanas.

Se advierte la pervivencia de una doble moral. Una para los varones, más laxa. Y otra, mucho más estricta, para las mujeres. La sociedad patriarcal sigue marcando con su sello esa forma injusta de enjuiciar la conducta, según el género.

 Y frente a la pretensión de universalizar la ética, es muy frecuente la voluntad de considerarla variada, según la cultura de cada lugar. 

¿Dónde fundamentarla? ¿Cabe una moral autónoma? ¿De dónde nace? No viene del cielo, claro. Pero no la crea cada ser humano, a su capricho. Nace del rostro del otro sufriente, de su dolor que me interpela y me obliga a darle respuesta. Es heterónoma.

Podemos sintetizarla en el deber clásico de la hospitalidad. Esa es, a mi juicio, la raíz de la verdadera ética. La obligación de acoger al otro, respetando su dignidad. Es igual a mí, pero diferente. Todos somos diferentes. Hay que salvaguardar esas diversidades, pero dentro de esa común igualdad que es nuestra dignidad de personas humanas. 

Esa hospitalidad prohíbe los muros físicos y, sobre todo, los mentales. Crea puentes liberadores, se opone a las cárceles donde encerrar a los diferentes y en las que acaban presos los carceleros. ¿No es la ética de la hospitalidad la auténticamente humana y liberadora?

RELIGIÓN DE LA  HOSPITALIDAD (X. Pikaza)

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Ella aparece como centro del judeo‒cristianismo, desde el principio de la Biblia hasta Mt 25, 31‒45, donde se recogen y culminan todos los mandamientos, que nos llevan del plano alimenticio (dar de comer y de beber) al plano más social que consiste en acoger a los extranjeros (gerim, prosêlytoi), los huérfanos y viudas, que debían ser respetados . Pues bien, los extranjeros de Mt 25 no son simplemente forasteros poco asimilados, sino xenoi, hombres y mujeres que forman parte de un grupo social y cultural distinto, no sólo en Israel, sino en cualquier lugar humano. Con ellos dice Jesús: “fui extranjero y  (o no) me acogisteis”.

             Acoger se dice en griego synagô (recibir, reunir en un grupo), palabra de la que viene sinagoga, comunidad social. En ese contexto, Jesús pide que acojamos en nuestra asamblea-sinagoga a los extraños (xenoi), en gesto de hospitalidad integral, no simplemente espiritual. No se trata de recibir sólo en un “iglesia” entendida como grupo confesional de creyentes, sin más vínculos que una oración aislada de la vida, sino en su comunidad. Sin duda, los matices de la acogida en un grupo confesante o en una sinagoga social resultan difíciles de precisar en cada caso, pues en aquel tiempo (y hoy) ambos aspectos se encontraban estrechamente unidos. Sea como fuere, el texto supone que, de un modo individual o en grupo, los seguidores de Jesús han de estar dispuestos a recibir a los xenoi o extranjeros, no integrados en la sociedad mayoritaria.

Entendido así, tanto en un plano personal y familiar como grupal, esta obra (acoger a los extranjeros) eleva una propuesta de inmensas consecuencias para una iglesia y sociedad, que no puede encerrarse como grupo/secta, sino que ha de abrirse a los de fuera, para ofrecerles un espacio de vida física y social, una casa, en el sentido fuerte de ese término. No se trata sólo de no rechazar (respetar, no matar), sino recibir al xenos en la comunión vital de los creyentes, en un tiempo como aquel en que los no integrados estaban amenazados de muerte social e incluso física, pues era muy difícil vivir sin grupo (patria), sin las garantías de protección de un grupo.

Estos xenoi provenían de otros lugares, con otras culturas, pues habían debido abandonar su tierra, casi siempre por razones económicas, para vivir en entornos económicos, culturales y sociales extraños, en medio de un ambiente casi siempre adverso. Solían ser pobres y carecían en general no sólo de bienes materiales, sino también personales y afectivos. Lógicamente, formaban parte de estratos socialmente menos reconocidos (valorados) de la población, condenados al ostracismo, en una sociedad de clases, donde era muy difícil cambiar de estamento social.

Por eso, al decir “fui xenos y (no) me acogisteis”, el texto piensa en una iglesia o comunión de creyentes que han de ser casa para los sin casa (se dice 1 Pedro), con tiene consecuencias y exigencias económica, políticas y legales. En contra de eso, la seno-fobia o rechazo del extranjero es la primera causa de muerte para la misma iglesia y sociedad establecida.

Ésta es, sin duda, una propuesta universal (todos los hombres y pueblos están invitados a acogerla), pero Mt 25 piensa de manera especial en los cristianos, que debían ofrecer a los extraños un espacio de vida, una casa, como sucedía al principio de la Iglesia, superando así las normas de una sociedad estamental (para nobles) o cerrada en los miembros del propio grupo social, nacional o religioso.

Eso significa que la acogida al extranjero es anterior a la constitución del propio pueblo, del estado o la nación. Sin acoger al extranjeros, sin abrir casa a los sin casa, no existe moral ni religión, ni patria.

 Pero, pasado el tiempo, cambió el modelo de vida de los cristianos, de manera que desde la Edad Media, en una sociedad masivamente cristiana, esa palabra se aplicó casi sólo a los caminantes y/o peregrinos esporádicos, no a los extranjeros en sentido social, como en tiempos de Jesús. En esa línea, las órdenes monásticas tomaron la hospitalidad como deber sagrado, y así San Benito decía que los monjes habían de recibir y tratar a los extraños y peregrinos, sobre todo pobres, como al mismo Cristo. Con ese fin surgieron además varias órdenes religiosas hospitalarias, para acoger a peregrinos y, en especial, a enfermos sin hogar (como los Hospitalarios de San Juan de Dios).

Pues bien, los extranjeros actuales no son ya peregrinos, sino personas de grupos social y culturalmente rechazados o no integrados (emigrantes, exilados, marginales…) a quienes la comunidad cristiana y por extensión el Estado ha de abrir espacios de acogida en un plano económico, social y religioso Ciertamente, este pasaje no ha de aplicarse a extranjeros poderosos que han dejado su antiguo hogar para así triunfar (por armas o dinero), en lugares nuevos, sino a personas de grupos marginados, sin hogar fijo en su lugar de origen, ni en su lugar de destino. Entre ellos están hoy las grandes masas de emigrantes que vienen a países ricos, huyendo del hambre o la muerte, siendo con frecuencia rechazados. Por ellos dice Jesús: Soy extranjero y me (o no me) acogéis.

Esta obra de acoger al extranjero (esta ética, política, economía y religión de la hospitalidad) nos sitúa ante un tema social de máxima importancia, en el que se decide el futuro de nuestra sociedad, e incluso de la vida humana, en un momento de grandes migraciones y cambios. Es evidente que la iglesia no puede sustituir la responsabilidad política de la sociedad. Más aún, es posible que una emigración indiscriminada y una apertura indistinta a los extranjeros puede resultar poco eficaz, e incluso peligrosa, si no existe un verdadero cambio económico y político. Pero, desde un punto de vista cristiano (según esta palabra de Jesús) la solución no está en cerrar fronteras sino en abrir espacios de colaboración y acogida, poniendo tierra y bienes al servicio de todos los seres humanos.

La patria del cristiano es el diálogo y la acogida, abierta con y por Jesús a los más necesitados, en especial a los hambrientos, extranjeros, enfermos y rechazados (encarcelados). Sobre los derechos estatales, por encima de las imposiciones de tipo nacional o militar, los cristianos creemos en la palabra y vida compartida, esto es, en la comunicación, tal como se expresa en la acogida a los extranjeros, a quienes se ofrece sinagoga (hogar) en la propia casa. Hogar para los sin hogar, casa para los sin casa, ha de ser la Iglesia, conforme a 1 Pedro y Mt 25.

Eso es algo que algunos partidos de la derecha española,  que presume de cristiana, no han entendido ni quieren aceptar, volviéndose así radicalmente anticristianos, por mucho que condenen de anti‒cristianos y anti‒patriotas a otros que, quizá con menos pretensiones de cristianos, cumplen mejor los principios de la cultura religión judeo‒cristiana.

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